Memorias de un líder inesperado - Capítulo 3 (Diario)
Publicado en Dec 18, 2013
¿Comenzamos de nuevo compañero y, a pesar de ello, verdadero amigo? Comenzamos de nuevo compañero y amigo. Hay que tener muy firmes y bien entrenadas las manos para poder manejar aquellos horrorosos ficheros y, aprovechando que Mito se acerca a mí para pedirme mi opinión acerca de algunas preguntas de cultura general que tiene que saber contestar para participar de un Concurso radiofónico yo le consuelo -porque es un cirrótico que está ya muy cerca de la muerte por alcoholemia- diciendo que el Atleti, su querido y amado Atlético de Madrid, sigue teniendo todavía futuro. Para eso han fichado a Orozco. Siempre le arranco una sonrisa a Mito mientras me dispongo ya a reintegrarme de lleno en mi trabajo. He aprendido -a la fuerza ahorcan dicen en los pueblos españoles- a no hacer caso de las murmuraciones, las burlas y los soeces insultos que me dedican aquellos cobardes por los que más he luchado. Son solamente cobardes. El horrible fichero se mueve, gira y gira como en un pesado espacio infinito donde me hundo cada día para poder olvidar a todos esos cobardes que no pasan de maricones nada más. Y parece como si la vida me abriera ahora un compás de esperanzas siempre que oigo la voz más dulce y angelical que yo he escuchado a través del teléfono en mi vida. Sigo acordándome de Ecuador cuando la escucho. Algunos murmuran porque a pesar de sus mariconerías y cobardías, sigo siendo cada vez más feliz; pero ante la sordidez y ruindad de sus murmullos, burlas e insultos, yo sigo probando mi valor, mi valentía solo ante el peligro y mi verdadera hombría porque acabo de aprender, aunque les sigo dedicando mis sonrisas bohemias y dirigiéndoles la palabra para que se avergüencen más de sus cobardías (miles contra uno mierda para cada uno) pero recordando el mensaje cristiano de que no hay que echarles perlas a los cerdos porque sólo son cerdos y los cerdos no saben apreciar las perlas. El mundo gira y gira y el horrible fichero gira al compás de aquel mundo donde ser íntegro y demostrar lo que es la libertad de verdad, o sea la liberación absoluta aunque tenga por ello que sufrir un verdadero infierno, supone tener que sangrar por los dedos pero, más todavía, tener que sangrar por dentro de tu alma... pero todo tiene su parte buena y dicha parte buena la aprovecho para gozar durante los veinte minutos del bocata y poder seguir superando la prueba ante la desesperación e impotencia de los maricones y cobardes que no se atreven a enfrentarse cara a cara porque de un solo tortazo se las parto en mil pedazos porque ya soy un diestro judoka. Pero es mejor olvidarles y que se rebocen en el charco de sus inmundicias como puercos... así que un ovni me espera todas las mañanas para alegrarme la vista; aunque los pelotas y las pelotas apenas se mueven cuando paso junto a ellos o ellas temiendo que se me escape alguna manguzá que otra y reciban alguna hostia bien dada. Están bien sentaditos y sentaditas, mullidos sus traseros en sus mullidos sillones, pero ni les hago caso porque no me importan en absoluto aunque tenga el valor, la hombría y la dignidad de seguir dirigiéndoles la palabra para avergonzarles todavía más. Yo sólo sé que en el ovni me espera, cada día, una nueva e interesante aventura lejos de todos ellos y todas ellas y a años luz de distancia de todos ellos y todas ellas. Y como soy un galáctico personaje en esta tierra que tengo que pisar día tras día sigo viendo que estoy en el mejor de los cielos. En aquel mundo de envidias y ruindades yo ya no tengo un lugar. Ni siento rencor ni odio por nadie de ellos ni de ellas y eso es lo que más les jode. Es mejor olvidarles y olvidarlas en el baúl de esos recuerdos que ya no tienen ningún valor para mí porque no tienen ningún valor ni para ellos mismos ni para ellas mismas aunque sigo luchando por todos ellos y por todas ellas. Por eso el director supremo me aplaude para alentarme y yo descubro que tiene una gran confianza depositada en mí.
Canturreo mientras laboro junto a mi amigo verdadero Aldaro. Canturreo lo de había una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado y continúo con lo de todas estas cosas había una vez cuando yo soñaba un mundo al revés. Mi repertorio musical sigue aumentando día tras día para alejarme cada vez más de todos ellos y de todas ellas mientras coloco los cartones en sus lugares debidos. Siguen sangrando mis dedos pero mi alma ya ha dejado de sangrar porque, a pesar de sus ruines y mezquinos intentos, cada vez es mayor la admiración que causo en las que más me gustan y que son las más guapas, las más sexys, las más atractivas, las más inteligentes, las más interesantes y con las que más sonrío y río sin miedo alguno al que dirán de los cobardes y los maricones. Y todo ello respetando sus honras y dignidades de mujeres para demostrarles a los cerdos cómo se debe tratar a las damas si es que eres un caballero de verdad; cosa, por cierto, que ellos desconocen porque parecen haberse criado en las porquerizas de lo cerdos que son. Y es que son tan traidores que hasta se traicionan entre ellos mismo. Por ejemplo, y pongo sólo un ejemplo de los muchos que hay, quizás El Picaflor podría preguntarle a su mujer qué diferencias existen entre su "amiguito" Nandito y yo a la hora de respetar precisamente a su mujer. Eso para que se entere de una vez El Picaflor y a ver si cuando se lo diga bien claro su mujer ya deja de ir quejándose a Grogüe de que no le quiero atender como es debido. ¿Sabrá este menda de El Picaflor lo que es el verdadero compañerismo cuando su propia mujer le explique las diferencias que hay entre su "amiguito" Nandito y yo? Espero que aprenda lo que es ser un hombre de verdad a la hora de respetar a quien otros no hubiesen respetado cuando su propia mujer se lo explique. Abur Picaflor. Yo no voy picando de flor en flor porque tengo ya a mi Princesa y es a la única que yo estoy buscando. Quizás ya lo entienda. Nosotros habíamos montado un sistema infalible para superar la insidia de los demás. Así que Aldaro y yo lográbamos descubrir los secretos de aquel nuevo sistema y llevábamos a cabo un estudio perfecto de la situación mientras elaborábamos nuestro propio sistema dejando con el trasero al aire a Grogüe y sus adláteres que se mordían las uñas mientras se odiaban mutuamente los unos a los otros. El galvanómetro está que se sube por las paredes porque una chavala rellena más papeles insulsos -la insulsez no me interesa para nada- que yo mismo. Y al galvanómetro le hago saber que no sólo no me da vergüenza sino que me da gusto. Esto es algo que aprendí de Gálvez, el duro profesor del Instituto San Isidro de Madrid. Y cuando se lo cuento a Aldaro nos entra la risa a los dos mientras cantamos, conjuntamente, lo de "¡Ya lo sabía! ¡Ya lo sabía! ¡Yo ya sabía con lo que alguno se entretenía! ¡Ya lo sabía! ¡Ya lo sabía!". Y como dos flamencos vestidos de huevos a la flamenca, después de habernos desahogado con el café, volvimos al puesto de trabajo. Entre los pelotas, los enchufados y los esquiroles -que había en abundancia por todos los rincones de aquel Banco del cual ya sí que no quería acordarme de cuál era su nombre- había algunos que parecían algo así como serafines bajados del cielo pero que, bien vistos y una vez analizados, resultaban ser más traicioneros -algún pseudo paracaidista entre ellos y al que le corté el paracaidas para que se diera el tortazo de su vida mientras los caballitos trotan trotan trotan trotan trotan y la chica pasaba totalmente de él sin haber intervenido yo para nada- que los que vendieron a Viriato por un puñado de mierda seca y que luego se encontraron con lo de Roma no paga a traidores. Yo saludaba a las que me gustaba saludar, con esa mi eterna sonrisa con la que nací gracias a Dios, y ellas me respondían dándome el latido de sus alientos para que pudiera seguir adelante. A los otros que les diesen longaniza. Aldaro y yo seguíamos divirtiéndonos mientras trabajábamos sin parar ni un segundo pero ante la máquina de los cafés no nos podíamos aguantar más la risa mientras comentábamos todo. Luego Aldaro y yo inventamos la bobada del siglo, colocamos nuestras singular barricada -que no era de anarquistas por cierto sino de pasotas que pásabamos de la CNT como pasábamos de los demás- y el premio se lo llevó Luis. Una vez conseguimos ligar con Celia (mejor que Gámez por supuesto) porque nos la puso a tiro, sin darse ni cuenta por su corta inteligencia, el bruto de Grogüe. Era mejor. Era mucho mejor estar tonteando con los cartones, con Celia a a nuestro lado y de nuestro lado, que estar rellenando a máquina formularios siempre repetidos hasta la saciedad y que era trabajo para los ineptos. Después de lo de Celia a Grogüe no le quedó más remedio que dejarnos tranquilos y en paz. Llegada la hora de esta momentánea y transitoria liberación, nos dio por lo de las tres en raya y el ajedrez. ¡Qué momentos más intensos y emocionales aquellos en que aprovechaba la tarde para ver jugar a Aldaro -el pequeño Capablanca español- que era mucho más divertido que el Capablanca cubano! Tardes blancas. Tardes donde olvidábamos todo menos eso de encender un puro habano y sorprender a todos con el enroque largo o el enroque corto para quedar siempre invictos. Nombrado campeón universitario pude derrotar, con el mínimo esfuerzo por mi parte y ante su desesperación, al pobre jovenzuelo Vespino, un chaval infantiloide que se las daba de duro pero que no sabía de la vida nada más que lo que podría saber un pastelero metido a carpintero. Había que tener buena vista y mucho mejor gusto que él -lo cual para mí era pan comido- para, jugando a tope con mis torres, mis alfiles y mis caballos tal como me había enseñado Aldaro, el jovenzuelo Vespino - que se las daba de duro pero sabía de la vida menos que un gato de escayola en medio de una casa de muñecas- sucumbió como un tonto inocente aunque él se creyera un listo imponente (cosa que me producía ataques de risas) antes de que el gallo cantara tres veces. Fue visto y no visto, mientras Aldaro se paseaba, todo orgulloso de mí, de un lugar a otro tal como yo le había enseñado: con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón después de haber hecho él un movimiento que dejó a su rival totalmente más alelado de lo que era. Aquel movimiento de la pieza de Aldaro levantó el más asombroso olé nacido dentro de mi alma. Los dos pensábamos de la misma manera y esta manera era dar un rodeo por el negociado de los cartones reconociendo nuestro inexpugnable territorio hasta terminar ante la máquina de café pitorreándonos de El Nene y El Calvo. Por cierto, había otro Calvo que se irritaba mucho cuando Aldaro le informaba -sin poder contenerse más la risa- que el café tenía grasa. Y luego seguíamos trabajando haciendo nuestras faenas toreras hasta la caída del mediodía. Al Nene y a El Calvo les dieron por el trasero ante las risas desternillantes de Esteban. Por las tardes daba gusto hablar de estas cosas y de mujeres soñadas pero que existían en la realidad. Y, hablando de los pelotas, algo me contó Aldaro sobre una pelotari que había conocido en su barriada y fui yo y le conté que yo conocía a dos pelotaris femeninas y que eso podía ser útil e importante para ser periodista. Lo había leído en el Madrid y en el Informaciones y me lo había confirmado Paco. Yo sólo le recomendé, después de contarle esto, que tuviese paciencia y que siguiera adelante sin dar conocimiento de ello a las cotillas que le preguntaban si había estado o no había estado con mujeres. Dicho y hecho. Aldaro dejó cortadas a las cotillas cuando les soltó lo de "No os voy a contar nada porque si os digo que sí me llamáis golfo y si os digo que no me llamáis idiota". Había aplicado a la perfección lo que yo le había dicho que dijera porque, como le había aconsejado muchas veces, ante esto de ser golfo o de ser idiota lo más importante y lo único importante era ser valiente para poder seguir teniendo un amplio margen de maniobras ocultas pero legales. Al volver a la rutina, una vez eliminadas las cotillas, todo estaba ya más claro que el agua: para Grogüe no éramos todos iguales porque cuando a alguna de las chavalas la ponía a nuestro lado para trabajar con los cartones le pedía perdón y le decía que era sólo por unos días. ¿Todos éramos iguales para Grogüe? Claro que Aldaro y yo sabíamos que eso era totalmente falso y que sólo lo decía porque era más hipócrita que un hipocondríaco con hipo. ¿Éramos iguales cuando a alguna que otra le pedía perdón por colocarla junto a nosotros dos aunque sólo fuese por un día? Hicimos como que no nos dimos cuenta. Pero las cuentas estaban bien claras y el chocolate muy espeso. De esta forma y manera conseguí yo el regalo de un bombón de una chavala de muy buen ver con la única condición de guardar silencio. Mutis callutis se dice en madrileño castizo. Hay cosas que no tienen remedio, y con lo aprendido de Mariano José de Larra, ya estaba preparado para ser mejor periodista y seguir callando mientras me comía el bombón -no me refiero a la chica sino al bombón que me dio la chica- que me resultó tan dulce que se me abrieron los sentimientos y me fui a dar una vuelta para recordar lo de la Casa de Campo y seguir saboreando la existencia a pesar de las ignorancias de los otros, especialmente el pseudo paracaidista al que le dejé más cortado que el de un callejón sin salida. ¿Dónde estaba la salida? No había ninguna salida sino que me lo había inventado mientras el jefe superior de lo opé se partía de risa porque le hizo gracia lo de la salida que no existía y que él descubrió que la había inventado yo para bacilar a los que querían bacilarme a mí. Sonrió y me siguió diciendo que él y los demás altos cargos de la opé seguían confiando en mí. A Grogüe le rechinó toda la dentadura por completo y tuvo que descargar su bilis contra otros como Casdemó mientras yo quedé otra vez tan limpio como siempre. No existía ninguna salida y los altos cargos lo estuvieron comentando en la comida de trabajo mientras se mondaban de risa ante aquella genialidad que se me ocurrió para dar en las narices a todos aquellos y todas aquellas por los que, sin embargo, y para mayor admiración de los tales altos cargos, seguía yo luchando a pesar de sus envidias. ¿Era yo un verdadero compañero o no era yo un verdadero compañero al luchar por ellos y por ellas que no se merecían más que el rechazo por ser tan traidores? ¡Era yo un verdadero compañero mientras jamás engañaba al Banco porque trabajaba durante toda la jornada de la mañana para no sacarles dinero con lo de las horas extras y que era lo que hacían todos aquellos miserables que hasta me pedían que no trabajara por las mañanas para dejar todo el trabajo para la tarde a pesar de que en la calle ya abundaban los parados y las paradas! ¿Quién era de verdad fiel al Banco y, de paso, fiel a todos los compañeros y compañeras sin diferenciar si me querían o me odiaban? Que conteste la conciencia de todos y cada uno de ellos pero los altos cargos de la opé lo sabían. Y que contesten, si es que pueden, muchos de los que se llamaban sindicalistas.
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