Memorias de un líder inesperado - Capítulo 4 (Diario)
Publicado en Dec 19, 2013
Al regresar a mi puesto de trabajo, Grogüe estaba más enrojecido que un pimiento peruano. ¡El pluriempleo, señores, el pluriempleo! ¡Se ha puesto de moda el pluriempleo para ganar dos grandes sueldazos en dos grandes empresas, aunque sea por supuesto gracias a los enchufes y no a los méritos propios, mientras hay otros muchos que se patean las calles para poder encontrar sólo un puesto de trabajo aunque sea sólo de media jornada para poder sobrevivir! Sigo, como siempre, siendo solidario. Y entonces me convierto de nuevo en cantautor y canto con todo el alma que me ha regalado Dios: ¡Ay pena penita pena pena de mi corazón! ¡Unos se mueren de hambre y otros tienen doble ración! ¿Qué sucede? ¿Qué está pasando en el mundo laboral? ¿Es esto lo que predican todos los partidos políticos y todos los sindicatos sean cuales sean sus colores y las ideologías que defienden? Repito la canción de nuevo: ¡Pena penita pena pena de mi corazón! ¡Unos se mueren de hambre y otros tienen doble ración! Y es que tengo muy bien aprendido lo de que, en llegando la hora de la verdad, no es lo mismo predicar que dar trigo.
Pero la vida continúa como si nada. Yo recordaba siempre lo de que me quiten lo bailao y todo lo demás (lo de los dos sueldazos en grandes empresa aunque sea por estar enchufados y no por merecimientos propios), es un baile de misteriosas sensaciones ocultas o que se desean ocultar. Alguien, que es uno de ellos por supuesto, viene y me suelta la estupidez de que la mujer del César no basta con ser la mujer del César sino que lo parezca. Me quedo mirando su cara y se pone más nervioso que un flan chino mandarino. Le digo que si la mujer del César, para serlo, tuviese que aparentarlo, él si que aparentaba ser lo que no era. Los fascistas son así de hipócritas y sepulcros blanqueados. Así que Aldaro y yo seguimos partiéndonos de risa cuando vemos a El Calvo y a El Nene aplastados contra la pared y mirándonos. ¿Les suelto un par de castañas, Aldaro, ya que soy judoka y así se les quitan las ganas de seguir deseando ser cazadores de conejos? Aldaro me responde que no, que no es necesario porque la verdad es que ninguno de los dos tiene ni media hostia y que no pierda el tiempo con esa clase de zanguangos. ¿Son de los que cuando no pueden cazar conejos se dedican a matar a inocentes y pobres gorrioncillos? Son de esos, me responde Aldaro. El Calvo y El Nene se quedan petrificados cuando Aldaro les hace saber que soy un experto judoka y desaparecen como almas en pena. No volvimos a verlos nunca más por nuestras cercanías. Me vuelvo otra vez cantautor mientras ellos se cagan a la pata abajo. ¡Ay pena penita pena pena de mi corazón! ¡Ella se marchó con otro y yo sigo en campeón! A Aldaro ya le duelen las tripas de tanto reír. Y es que en el fondo de aquel pozo pensaban los muy ignorantes que yo era solo poeta efectista, exagerado, trágico... pero nada de eso era verdad... nada de eso era verdad... yo era un sólido poeta en medio de aquel vertedero de señores severos y de pelotas de señores severos. Lo mejor era ser mas rufián, en el buen sentido de la palabra, que todos aquellos rufianes, en el mal sentido de la palabra. Para algo debía de servir que yo fuese de los piratas con muchas tablas, como los buenos cantautores de verdad; algo así como un asalta caminos pero metido a torero bajo las miradas oblicuas ¡qué costumbre más fea no saber mirar de frente! de Grogüe y la mística de turno que se hacía cruces cuando me veía cruzar por el patio de operaciones de la opé. Las mentiras, imprescincibles para ser un buen diplomático (y yo ya era un buen diplomático) eran más que necesarias. Las había aprendido yo desde cuando era el embajador especial presentando sus credenciales a Fidel Castro. ¿Verdadero o falso? Verdadero que el señor Brito, por dos veces consecutivas y con Carlos de testigo, no quiso que fuera a Cuba para descubrir la verdad de Cuba. Pero de política hablábamos mucho menos que El País entero (con suplemento dominical incluido y ja ja ja) y preferíamos pasarlo a lo grande en Cleofás. Y es que me daba por hacerme el mudo en las discotecas madrileñas. Por eso no discutía con nadie aunque sabía que Fidel Castro estaba zumbado del todo y su locura le venía desde su infancia. En las discotecas madrileñas sacaba a relucir mis lenguajes narrando aventuras a mis amigos o compañeros y no discutía con nadie. Me hacía mis pinitos en la quinta del sordo, Goya para ser más exactos, y seguía llevando a la práctica aquello de ande yo caliente y ríase la gente. De cada siete discotecas madrileñas que visitaba casi todas las semanas, junto con Teryo y con Sanrrillo, más o menos en las siete guardaba silencio no por escuchar aquellas músicas "disco" que ni las entendía ni me importaba entenderlas, sino para concentrarme más y mejor en mirar y observar todos los detalles de las más guapas, las más sexys, las más atractivas, las más inteligentes y las más interesantes; aunque no me interesaba para nada saber si estaban comprometidas o no estaban comprometidas con algunos de aquellos bailongos que es que se conocían todas las músicas y todos los movimientos en la pista de baile como verdaderos especialista en hacer el ridículo con sus ridículos movimientos. Me fijaba solamente en cómo se movían ellas y si eran atractivas o no atractivas porque no sólo era un especialista en lo de la psicología femenina sino tambien un experto en física anatómica de aquellas chavalas. Psicología más física aplicada a la psicología resultaba ser que salía siempre ileso de todas las discotecas mientras los bailongos sudaban la gota gorda y nosotros nos repantingábamos en los sillones para gozar más de la fiesta. Y el asunto era que, emocionado yo tras estas extraordinarias experiencias vitales y vitalistas, volvía siempre a la mañana siguiente al negociado de los cartones más contento que unas pascuas floridas aunque, eso sí, con la moral también más fortalecida para seguir soportando los berridos de Grogüe que ahora, en viendo que había sido descubierto, se esforzaba en hacerme desaparecer con la ayuda de su "amiguito" Espinete -jefe de personal tan enchufado como él- y me mandaba a lugares lejanos para llevar a cabo duros y trabajos pesados de investigación bancaria que, según sus cálculos, me llevaría meses o incluso años terminar de hacerlos. Pero Dios seguía estando atento y a los muy pocos días volvía a aparecer ante los atónitos ojos de Grogüe una vez cumplidas todas las misiones que me había encomendando. Los altos dirigentes de la opé tuvieron que darle un aviso al Espinete -jefe de personal- del cual hablaré en otro momento pero al que todos los trabajadores le conocían como un c..... (no pongo la palabra pero se supone que saben lo que quiero decir) porque hacía lo que le daba la real gana a la hora de enviar a algunos trabajadores a lugares que no habían pedido ir y otras p...... (no pongo la palabra pero se supone que saben lo que quiero decir) con otros trabajadores. No me extaña que el tal Espinete tuviera la fama que tenía aunque hay que pedir perdón a España porque España no tenía la culpa (Me refiero, por supuesto, a España como nación porque lo otro es mejor saberlo pero no decirlo). Y entonces me volvía más cantautor solidario que nunca y cantaba lo de "¡Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón! para que se enteraran los fascistas que tanto abundaban por allí, como el tal Espinete, que seguía siendo yo fiel al pueblo de los trabajadores y las trabajadoras mientras seguía cantando, siempre autónomo e independiente porque no pertenecí jamás ni perteneceré nunca a ningún partido ni a ningún sindicato, cosas como ¡Y a la mujer del obrero se la tiran cuatro tunantes de esos que tienen dinero! Yo me seguía esforzando en mantener en todo lo alto el espíritu de todos los trabajadores (y trabajadoras) se lo mereciesen o no se lo mereciesen, pero sobre todo, como es lógico, de aquellos trabajadores (y trabajadoras) que se atrevían a dirigirme la palabra y que resulta que eran los que nosotros esperábamos como agua de mayo aunque estuviésemos, por ejemplo, en octubre, el mes de los conquistadores que celebrábamos con alguna que otra conquista misteriosa e incógnita. Ser portero no era mi oficio verdadero pero yo me había fijado en cómo lo hacía Iríbar y a veces me daba por imitarle con pleno acierto, aunque mi verdadero lugar era el de centrocampista a lo largo y a lo ancho de todos aquellos terrenos de juego que, por ser de tierra, eran campo de abono para muchas anécdotas mientras a veces la sangre manaba por mis piernas sin que yo le diera importancia alguna. Tengo hasta una anécdota con Aldaro mientras colocábamos a González detrás de Fernández y a Fernández delante de González en el fichero. No parábamos de reír hasta que le llegaba el turno al siguiente; pero la bobada del siglo ya tenía dueño (Luis) y no era cuestión de cambiar el veredicto por muchas tonterías que escucháramos. De esta, y de otras maneras parecidas, iban discurriendo las horas laborales y cada día existía una nueva emoción. De emoción en emoción cambiaba la estación y así pasábamos de la primavera al verano, del verano al otoño, del otoño al invierno y del invierno a la tan siempre esperada primavera. La verdad es que algunos de los otros siempre hacían de primaveras todo el año como verdaderos pringaos. Pero eso nos resbalaba como el jabón con el que nos lavábamos las manos antes de sacar el chocolate de la máquina de café o incluso el café de la máquina de chocolate porque hasta ese extremo llegaba nuesta lúcida locura. El caso era ir siempre a contra corriente como los salmones. Y en todo esto algún salmón que otro se equivocaba y creía que estábamos más perdidos que Nerón cuando quemó Roma, pero nosotros demostrábamos siempre que sabíamos colocar a González detrás de Fernández y a Fernández delante de González ante el asombro de esos salmones. Lo más divertido de todo aquel trajín de cartones era cuando te encontrabas algunos duplicados, triplicados, cuadruplicados y hasta quintuplicados y entonces decidíamos que los que tenían que sobrevivir eran los que mejor estuviesen en cuanto a presentación limpia y rompíamos los demás. Una buena forma de distinguirlos era viendo quiénes estaban mejor escriturados y apartábamos a los peores arrojándolos al cubo de los papeles inservibles. Aquel sistema tan original y esperpéntico para todo un Banco de altísima categoría era más antiguo que Nabucodonosor en persona pero era lo que había y había que ajustarse a lo que era. Especialistas del alfabeto español, y hasta profesores si llegaba el caso, nosotros nos imaginábamos que los cartones con mejores y más limpias letras eran siempre los que debíamos mantener. Si no era cierto no era nuestra la culpa sino de quien los había escrito que, a lo peor, lo habían hecho con las manos pringadas de chgorizo de Cantimpalos porque debían ser unos pringaos y los altos dirigentes de la opé volvieron a darnos la razón. Lo más mitológico de todo aquello era que, desde la A a la Z, sabíamos que a veces algún pringao había escrito Zerrano en lugar de Serrano. Era mitólógico pero verdadero. Y en esas ocasiones yo le contaba a Aldaro mis experiencias con la mitología durante el Servicio Militar Obligatorio y él decidía que sí, que lo mejor era clasificar al cartón como Zerrano porque si el pringao estaba equivocao no era por nuestra culpa sino porque era un pringao. Como llevábamos razón, las chavalas que más nos gustaban nos elevaban a la categoría de Héroes de la Resistencia y de esta manera tan primitiva pasábamos de ser Don Quijote y Sancho Panza a Don Quijote y Sancho Panza pero a lo moderno, superando incluso a todos los surrealistas y a los del existencialismo, con gran alegría de Aldaro que de esta manera pasaba a ser muy importante. Hasta que llegó la hora de la jubilación de Aldaro y uno de aquellos jefes que habían sido elegidos a dedo y que tenía menos sensibilidad humana que la de un mosquito trompetero, le tachó, en su horrendo discurso de despedida, como un hombre no envidioso pero sobre todo no envidiado. Aquello me pareció una verdadera grosería contra un hombre verdadero que se merecía todos los elogios por su capacidad intelectiva, hasta el punto de que los del ABC habían publicado que era "el gran pequeño Capablanca español". ¿No era envidiado mi gran compañero y amigo Aldaro? Mi contraataque ante aquel desaire por hacerle de menos ante los demás fue el de que, a petición de las chavalas que sí querían a Aldaro, escribí un poemita de contestación al suyo que le dejó completamente noqueado y sólo acertó a decir que no sabía que había otro poeta en el negociado. Cuando descubrió que existía otro poeta en el negociado y que era muy superior a él se quedó muy irritado y envidioso y amenazando a todos y a todas de que estaba prohibido que yo firmara en la caja de pinturas que le habían regalado a Aldaro como premio a su jubilación. Lo que nadie se podía imaginar es que al día siguiente apareció Aldaro en el negociado y dijo en voz muy alta y ante todos y todas que si yo no firmaba en aquella cajita de pinturas él mismo, ante los ojos de los demás y las demás, arrojaba la cajita al cesto de la basura. Tuve que firmarle la cajita y él me miró a los ojos y un par de lágrimas estuvieron a punto de escapárseles. Le dije que no llorara y que cantara lo de yo tenía un compañero de entre todos el mejor. Me parece que todos y todas quienes estaban presentes aprendieron de una vez por todas lo que es la verdadera amistad porque, como yo escribí más tarde: "el compañerismo se busca, la amistad se encuentra y el amor nos sorprende... pero ninguna de estas tres cosas se deben mendigar". Yo le devolví la canción. Yo tenía un compañero de entre todos el mejor. Más de uno y más de una, que es mejor no recordar sus nombres, tuvieron que agachar la cabeza. Porque la Justicia es la Justicia y lo que diga Justo sobre lo que es la Justicia me resbala por completo. Aprendí que lo justo no es lo que dice Justo sino que es lo que debe ser justo. Nadando contra la corriente general, que suelen estar siempre muy alienados por falta de conocimientos, es ser más verdaderos y nosotros éramos verdaderos y queríamos que todos y todas lo fuesen por su propia voluntad y no amedrantados por Justo ni por nadie. De esto es digno hablar más despacio pero demostrando que lo que digo fue verdad. Para saber votar es siempre necesario saber lo que se vota y eso es lo que queríamos despertar en la conciencia de todos los demás y de todas las demás: que para saber lo que se vota es necesario antes tener conocimiento. Ya lo explicaré en otro momento más adelante porque si no es así te conviertes en un "tonto útil" o en una "tonta útil" sea de donde sea que vengan las consignas y las promesas que luego no se cumplen porque no se ha sabido votar al no tener conocimiento de lo que se vota.
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