Memorias de un líder inesperado -Capítulo 5- (Diario)
Publicado en Dec 19, 2013
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Así que la cuestión era volver a empezar, una y mil veces, con aquella tragedia diaría que yo convertía en comedia jocosa, en farsa estudiantil mientras seguía cursando Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, para salvarme del naufragio colectivo y generalizado. Se me ocurrió la feliz idea de solventar el asunto con alguna que otra aventura pasajera de pasajero; algo así como como el vuelo sin retorno que había yo leído en alguna de esas novelitas que caían entre mis manos. Transformar la tragedia diaria en comedia jocosa era ya un arte muy elaborado en mi forma de ser, en mi forma de pensar y hasta en mi forma de actuar e incluso en mi forma de sentir. Cuando me dio por presentarme a las votaciones para elección de los enlaces sindicales y, al mismo tiempo, para la elección de los representantes estudiantiles, fue, por esas cosas del Destino, una decisión totalmente acertada porque gracias al masivo voto femenino (y el de algunos pocos amiguetes) fui elegido en ambas elecciones y con puestos muy altos al ser a través de listas abiertas. En medio de todo aquel laberinto de siglas y más siglas, el tiempo se me hacía siglos ante la falta de mi amigo y compañero Aldaro, pero cuando Dios cierra una puerta te abre, si confías en Él en base a Jesucristo y a través del Espíritu Santo, mil ventanas y yo esperaba, siempre esperaba, a que todos ellos creyeran que había sido vencido, pero nunca pudieron imaginar, ellos, que ahora era mucho más victorioso que nunca gracias al masivo voto femenino y a los pocos amiguetes que seguían confiando en mí. De esta manera, desempeñando papeles de espía y de contraespía al mismo tiempo, en medio de aquel laberinto de siglas sindicales logré pasar más desapercibido que un camaleón aferrado a la tabla de salvación de un olivo verde y, más verde que nunca, me iba a ser de gran utilidad todo lo aprendido en el oficio bancario y en la vida de las calles. Comencé a apretarle los tornillos a más de uno y a más de dos gracias a mis pequeñas revistas culturales que pasaban de mano en mano mientras sus ventas aumentaban mis escasos recursos económicos y me servían para poder seguir publicándolas. Lo de Salud, Tándem, Atalaya, Cigarras y Saltamontes y Aquellos tebeos nuestros... me lanzaron hacia la cúspide pero yo, recordando mis tiempos triunfales en Cima, cada vez me sentía más lejano de todo aquel sórdido murmullo de los envidiosos (y alguna envidiosa) y me pasaba todas las mañanas soñando con aquellas fascinantes historias, cuentos y relatos, que después publicaba en las paredes del espacio en donde se encontraban las máquinas de café. Hasta se me ocurrió, en una ocasión, la genialidad de escribir, como dije antes, Aquellos tebeos nuestros... y, convertido en invencido e invencible personaje de aventuras, seguí el camino de los más pequeños que, de repente, se hicieron los más grandes o, mejor dicho, el de los pequeños que se hacen genios gracias a los disparates que yo solía publicar diciendo las grandes verdades que se ocultaban en aquel torbellino político y social en el cual iba perfeccionando mis artes camaleónicas para poder subsisistir y sobrevivir mientras otros, a pesar de sus pelos, caían eliminados porque no les querían ni sus propios compañeros cuando ellos pensaban que saldrían elegidos.
 
Cambiando de ropas continuamente -porque siempre me vestía como a mí me daba la real gana- me presentaba cada día dando una sorpresa. A pesar de eso yo nunca jamás fui un chaquetero -como si ocurrío con una inmensa mayoría que traicionaron todas sus ideologías por unos miserables puestos de jefezuchos de ínfima categoría y me sobran ejemplos para demostrarlo pero supongo que todos se dieron cuenta- yo cambiaba continuamente el color de mis ropajes pero no traicioné nunca a nadie por dos razones fundamentales: la primera (muy importante) es porque siempre era y sigo siendo autónomo independiente y la segunda (también muy importante) es que, debido a ello, puedo votar a quien me de la real gana porque no traiciono a ninguna ideología -como sí hicieron y hacen muchos que se llaman íntegros- ya que al no tener ideología alguna me siento liberado de todas ellas y me muevo solamente por las ideas. Y de ideas sé tanto que me sobran para poder defenderme en cualquier lugar y ante cualquier adversario. Fue aquello lo que hizo que me votaran las chavalas en gran mayoría y algunos amiguetes que me comprendieron. La rapidez con que manejaba las máquinas habían hecho que mi agilidad mental fuese mucho más rápida que la pereza mental de los demás y así captaba, en breves segundos, ideas y análisis de ideas que ellos no acertaban a poder ni captarlas ni analizarlas. Y como además sabía mover muy bien mis fichas me apunté a la lista sindical que la inmensa mayoría de los empleados y empleadas iba a votar, pero con la gran ventaja añadida de que aparecía en ella como Autónomo Independiente, lo cual duplicó y hasta triplicó el número de los votos que obtuve ante la sorpresa de quienes creían que iba a ser eliminado -tanto en el Banco como en la Facultad- y se quedaron con la boca abierta y los ojos más abiertos todavía; pasmados todos ellos porque en el fondo sólo eran unos pasmados más tontilocos que los picaflores que de flor en flor iban y en ninguna sabían quedarse y lo digo por los que cambiaban de Sindicato por ver si les salía bien la jugada y tengo ejemplos, tanto de compañeros como de compañeras, para demostrarlo porque incluso los había que habían salido de los autónomos independientes para convertirse en prigados y pringadas sólo por ser elegidos y zanganear como vagos y como vagas (¡Quiénes os han visto y quiénes os ven Marianín y Anita!) para no luchar por ninguna causa laboral sino para tumbarse en los sillones y rascarse esas partes de la anatomía humana que todos conocemos muy bien pero que no escribo pero que ambas empiezan por c. Y eso, repito, que habían salido de los autónomos independientes de los cuales siempre fuimos fieles y nunca cambiamos jamás tanto Dudú (que no era brasileño sino un español macanudo) y yo (que tampoco soy brasileño sino español macanudo también).
 
Cambiando de ropas pero sin ser nunca un chaquetero, me presentaba cada día como me daba la real gana, que es la mejor forma de ser tú mismo, o para que se enterase algún despistado eso quería decir que me dedicaba a solucionar lo que consideraba necesario solucionar. Me había convertido algo así como en un diseñador de interiores tan perfecto que demostré lo que había estudiado de Diseño a través de la Real Academia de la Lengua Española, por cuya puerta pasaba yo algunas veces para encontrar el camino más adecuado para mis grandes dones que me había otorgado Dios a cambio de seguir siendo como era. Algunas chavalas me habían pedido, tiempo atrás, que nunca cambiase aunque fuese un camaleón y, en medio de todos aquellos disfraces que usaban muchos, actúe como El Zorro aunque fuera El Llanero Solitario. Táctica, Estrategia y Técnica. Así fue cómo llegué a ser Diesel gracias a mis propias facultades físicas y psíquicas, o sea, deportivas y culturales (cuerpo sano en mente sana era un lema que siempre me significó y me significa siempre) y a mi extraordinaria visión del juego y mi colocación en el terreno de juego, que dejaba a muchos totalmente descolocados. Había aprendido el arte de colocarme en el lugar adecuado tanto en el negociado bancario como en el autobús o como en las aulas universitarias. Todo era cuestión de permanecer en silencio mientras las voces iban corriendo de chisme en chisme, de cotilleo en cotilleo y de pelotas en pelotas. Pero yo jamás me dio por hacer la pelota (ni la puñeta dicho sea de paso) a nadie, absolutamente a nadie, y seguía todos los días con mis ocultos quehaceres que siempre se me ponían a tiro al disfrutar de las tardes y de las noches. Por eso era capaz de renunciar a cualquier ofrecimiento de jefatura, de subjefatura o de cualquier alto cargo bancario o estudiantil para no embarcarme en el barco de los negreros y ser un esclavo más. Yo no. Yo no he sido ni seré esclavo de nadie. Muchos cayeron en esas trampas y recogieron lo que tanto ansiaban en su fuero interno que se llama, en términos claros para que todos lo entiendan, la esclavitud por un puñado de monedas. Amarrados al duro banco sus voces fueron calladas por los altos directivos. Se vendieron al mejor postor. La mía no. Mi voz siguió escuchándose siempre y no me preocupaba, para nada en absoluto, lo que seguían diciendo de mí los envidioso chupatintas ahora a cargo de los chupasangres. ¡Eso sí que era ser un libre pensador! Lo que pensaba yo, en realidad, era imposible de describir, así que compré el libro titulado "Cómo no ser jefe sin ser esclavo" y se lo mostré a todos y a todas y gracias a aquel libro fui cada vez más libre mientras rechazaba una y hasta mil veces las tentaciones de formar parte de alguna de aquellas siglas que, para mí, sólo eran como papeles mojados. El caso era actuar liberado para no mojarse nunca con nadie; excepto cuando había que caminar, tanto de día como de noche, hasta debajo de cualquier tormenta que a todos atemorizaba pero a mí resulta que no. Aquello de demostrar esa clase de valentía me venía muy bien para aclimatarme a cualquier cambio social que ocurriese en España y, sin cambiar nunca de dirección ni de rumbo (como sí habían hecho muchos traidores a sus propias ideologías) jamás daba a entender que no me convencìan ni lo unos ni los otros. A mí sólo me seguían convenciendo las chavalas que más me gustaban; o sea, dicho en términos cristianos para demostrar que soy un cristiano verdadero, las más guapas, las más sexys, las más atractivas, las más inteligentes, las más interesantes y las que más me divertían, sobre todo a mis ojos, y me hacían reír. Las manos quietas por favor. A algunas les tuve que cantar esa canción para que no me confundieran con un profesional de los primeros auxilios. Yo no tenía la culpa de que estuviesen como locas por eso de los primeros auxilios y por eso lo dejé bien claro antes de que fuese peor para ellas. Y entonces, para que ellas me entendieran, me convertía otra vez en cantautor. Y vaya que si canté lo de échame a mí la culpa de lo que pase cúbrete tus espaldas con mi dolor que allá en el otro mundo en vez de infierno encuentres gloria y que una nube de tu memoria me olvide a mí.
 
Con mucho gusto y placer seguían cumpliendo con todos los castigos de Grogüe y después con todos los castigos del carnicero Gominolas y por eso ellos se volvían cada vez más mal de los nervios mientras yo seguía sonriendo. Trabajando era el más rápido de todos y de todas pero, a su vez, también era el más seguro de todos y de todas porque había aprendido a usar atajos laborales y los dominaba yo para no ser dominado por ellos. Y mientras ellos (los otros) se volvían cada vez más pesados y perdían sus fuerzas mientras se les enrojecía la cara de la poca vergüenza que tenían yo me encontraba cada vez más lozano que el autor de La lozana andaluza; porque algo de andaluz aprendí yo en algunas aventuras que me dejaron totalmente encantado aunque no les daba a ninguna de ellas mi número de teléfono, salvo rarísimas ocasiones, para que no me confundieran con un pedigüeño de amor porque ya estaba Ella en el interior de mis pensamientos, en el interior de mis sentimientos y en el interior de todo mi Ser. Lo de el compañerismo se busca, la amistad se encuentra y el amor nos sorprende... pero ninguna de estas tres cosas se deben mendigar era una completa realidad desde que tenía yo solamente 7 años de edad pero ahora lo estaba continuamente demostrando. Más contento que un chaval me encontraba yo comiendo milojas tras milojas mientras seguía devorando kilómetros tras kilómetros para acostumbrarme a llevar a cabo aquellos maratones que a todos dejaban anodadados cuando descubrían que seguía siendo autónomo e independiente a pesar de cualquier circunstancia mientras corría sin parar para alcanzar la Meta. Yo no era yo y mis circunstancias, como predicaban los de Ortega y Gasset, sino que Yo era Yo y eso me bastaba, y hasta me sobraba, para ir regalando algún que otro poema salido de no sé cual ignota fantasía de mi mente. Diez. Lanzados los dados del azar yo conseguía un 10 a pesar de que me hubiese conformado con un 8. Había quienes dudaban de que yo era muy lúcido y muy lucido y afirmaban que yo sólo era un loco surgido del más allá. Pero más acá estaban las chavalas que más me gustaban y yo permanecía muy a gusto con mi propia autonomía y mi propia independencia. Así que no me interesaba para nada lo que pensaran ellos, los otros, los que no me interesaban para nada ni tampoco me interesaba para nada lo que pensasen de mí. 
 
Recuerdo, por ejemplo, mis famosos posters autonómicos que superaron a los plúmbeos panfletos sindicales y que fueron una colección inolvidable. Ellos dejaron su huella no sólo en las desnudas paredes de las salas de las máquinas de café -donde los expuse con todo placer- sino en el alma de alguna que otra chavala que se quedaba algo así como enamorada del anónimo autor que no era otro mas que yo mismo pero en estado, como siempre, de total lucidez. Una vez que ya no estaba Aldaro a mi lado aquellos posters me servían de evasión mental y mis pensamientos, mientras trabajaba como un jabato contra todo y contra todos los otros (y digo los otros para no confundir a nadie) se perdían entre sueños y más sueños de independencia. Ante aquello, Grogüe y Gominolas no tuvieron otra cosa que hacer más que claudicar y dejarme el campo libre. Yo entonces comencé a volar y a volar... y a volar tan alto que volví a ser, otra vez de nuevo, el chaval de los 18 años que nada sabía pero que todo lo entendía. Y, mientras los conocimientos bancarios se me me iban olvidando y quedando cada vez más fuera de mí, mi mente comenzó a funcionar en el campo de las bellas artes. Y me convertí en un artista que era capaz de pasar por la cuerda floja sin caerme jamás (como otros muchos caían y ya sabéis a lo que me refiero) y sin perder nunca el equilibrio natural (como ocurría con otros muchos o pocos o vaya Dios a saber cuántos pero que sabéis también a lo que me refiero). Lo mejor de todo era superar el cabreo de los jefes, subjefes, administrativos y hasta ordenanzas que suspiraban por ser jefes y subjefes a cualquier precio. Por suerte para mí no elegí nunca el camino de Villada que se vio, de repente, trasladado a una sucursal de Zaragoza porque ansiaba ser como Martín Villa. Yo me conformaba con ser más listo que Cardona (en este caso más listo que Villada) porque eso era algo que Villada no entendía pero que yo había aprendido ya en mi infancia y que me venía como anillo al dedo (ya sabe usted señor Villada por qué nunca quise ser como usted) para emerger del anonimato y convertirme en El Anónimo De Los Pentagramas Musicales que yo cantaba cuando salía la Luna por aquello de cuando salga la Luna (o mejor dicho cuando salga la Lina) cuando salga la Luna (o mejor dicho cuando salga la Lina) voy a verte porque no te quiero ver a oscuras ni sin luz para quererte. Años más tarde se demostró que yo llevaba razón bajo la luz del Sol y bajo la luz de la Luna (mejor dicho bajo la luz de la Lina).
 
Como surgidos de la niebla de algún relato de Pío Baroja o Valle Inclán (al gusto de cada consumidor dejo este asunto) yo tan pronto veraneaba en La Rioja como pasaba algunos veranos por alguna costa milagrosa o, para llevar la contraria a todos, por algún que otro desmonte de Castilla la Nueva. El asunto era estar allí donde alguien me esperaba porque me necesitaba urgentemente y llegué a aparecer, inéditamente, hasta por Andorra y Liechstenstein; al igual que podría ser en Benidorm o una gira artística por toda Suiza. Yo me daba cuenta de que la camaradería de la que tanto hablaban los que decían ser verdaderos (y luego resultaban ser más falsos que un dólar de metano) había dejado de existir pero nunca quise ser un adscrito a cualquier grupo que se me presentaba a ojo de cuen cubero y a los cuales yo cazaba al vuelo para seguir liderando a quienes confiaban en mí -porque nunca presenté mi dimisión aunque no me dejaban actuar y eso es lo que les debe quedar en la conciencia, si es que la tienen, tantos sindicalistas laborales y representantes estudiantiles que valían menos que un penique de los baratos- mientras seguía estando liberado y ellos se aferraban a las cadenas de las ideologías que les transmitían, desde las alturas, sus propios líderes. Yo no. Mi único líder era siempre, como sigue siendo, Jesucristo. Muchos caían en la trampa y quedaban siendo explotados laboralmente cuanto más ambiciosos se mostraban. Aquello de las traiciones era campo de batallas para ellos pero a mí no se me había perdido nada en aquellos campos de batallas y prefería seguir siendo (sin haber presentado jamás la dimisión pero trabajando y estudiando siempre codo con codo con quienes confiaban en mí) El Caballero de la Rosa y, claro está, seguía repartiendo flores entre las que me encotraba por las calles duras, peligrosas, nocturnas, cuando me salían al paso en aquellas mis correrías nocturnales. Y comencé a conocer las calles como si fueran el patio de mi propio hogar. Hogar. Dulce hogar el de las calles más difíciles de caminar. Caundo llegaba al hogar familiar ya tenía yo preparada la cena y la cama y todo lo demás sólo era dejarse llevar por los sueños. Sueños. Mis sueños eran dar vueltas alrededor de la cara oscura de la Luna (mejor dicho de la cara oscura de la Lina) para, al despertar al día siguiente, ir tranquilo al negociado donde nadie sabía por dónde me escapaba para ir a tomar el bocadillo y su consabido café. Lo que nadie sabía es que siempre acudía a la llamada de las más guapas, las más sexys, las más atractivas, las más inteligentes, las más interesantes y las que más me hacían reír. Yo había aprendido, incluso desde lo 7 años de edad, a ser un chico de la calle que sabía administrar mis historias, algunas de ellas hasta gitanas por cierto y para desconcierto de los racistas, de los xenófobonos y de los machistas, mientras yo no paraba de sonreír. Eran historias para no olvidar y yo caminaba mejor que nadie cuando alumbraba el sol por la mismísima Puerta del Sol recordando esas noches inolvidables.  
 
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