Diez meses ( 10 y 11 )
Publicado en Dec 19, 2013
10
Andar pausado, mirada atenta y una o varias bolsas blancas con el emblema de la feria eran tres rasgos comunes a todos los forasteros que pululaban por los alrededores de la plaza. Alicia se preguntó cómo sería la vida en el pueblo a partir del lunes, sin el reclamo de la feria. – ¿Te gusta vivir en el pueblo? –Es más fácil – dijo Amalia. – ¿En qué sentido? – quiso saber Alicia. –Aquí nunca viví con tu tío. Pensativa, sin escuchar las explicaciones y anécdotas con las que Amalia ilustraba el paseo, Alicia se dejó guiar por el laberinto de calles que era el casco antiguo. Siempre había creído que con la decisión de regresar al pueblo tras la muerte de su tío, Amalia perseguía estar más cerca de su familia directa. Pero estaba equivocada. Como ella con el reciente cambio de casa, lo que Amalia deseaba era un escenario nuevo donde continuar viviendo con los únicos recuerdos que llevara consigo y, como pudo comprobar anoche, Amalia se había traído los mejores recuerdos, aquellos que merecía la pena atesorar, los más numerosos. Pero seguir el ejemplo de Amalia no era una tarea sencilla. Las circunstancias que habían hecho posible que hoy estuvieran paseando las dos solas por aquellas callejuelas eran muy diferentes, sino en el desenlace, si en su desarrollo. Su tío Paco había muerto repentinamente, sin sufrimiento. En cambio, la prolongada enfermedad que, con escasos años de diferencia, padecieron sus padres había dejado grabada en su memoria una galería de imágenes desoladoras que insistentemente se interponían en cualquier recuerdo agradable que pudiera tener. Esta situación se había venido repitiendo persistentemente, hasta ayer. Para disgusto de Alicia, las calles se ensancharon y aparecieron los coches. Como las aceras eran muy estrechas, cuando no inexistentes, la gente se veía forzada a invadir continuamente la carretera provocando un considerable atasco que, para su sorpresa, sobrellevaban todos, vehículos y peatones, con una paciencia envidiable. Más grato le resultó comprobar como las nuevas viviendas que se levantaban a la salida del pueblo respetaban el estilo de construcción, con piedra, propio de la comarca. Siguiendo la carretera principal, flanqueada por coches y algún que otro autocar, llegaron al río. El otoño, que iniciaba su andadura en la ciudad, parecía en cambio despedirse del pueblo. Mirando al cielo, Amalia no dudó en pronosticar, en las próximas horas, la primera nevada de la temporada. Alicia confiaba en que la previsión de Amalia se cumpliera antes de su partida. Hacía años que no veía nevar, tantos como los que tenía Marta. – ¿Sales con algún chico? La pregunta de Amalia le devolvió al pueblo. –No es el momento. – ¿No es el momento? Eso no lo decides tú – dijo Amalia divertida. – ¡Claro que si! – dijo Alicia. –Cuando conocí a Paco – dijo Amalia cogiendo del brazo a Alicia y llevándola hacia la carretera – tenía cincuenta años. Si alguna vez pensé en casarme, te aseguro que ya lo había descartado– La sonrisa, tan bien dispuesta en la cara de Amalia, se ensombreció por un instante– No me di cuenta de lo sola que estaba hasta que él me tocó por primera vez. Alicia trago la saliva que se le había acumulado en la garganta antes de hablar. –Un hombre sólo añadiría confusión, y créeme de eso ya tengo bastante. –No quiero entrometerme en tu vida – dijo Amalia. – ¿Pero…? – continuó Alicia. –No te cierres ninguna puerta. –No lo haré – dijo Alicia evitando la mirada de Amalia. 11 A la mañana siguiente, sin el cuidado que puso dos días antes, Alicia comenzó a preparar el equipaje. Ya no le parecía tan buena la idea de interrumpir la rutina por unos días. ¿Cómo iba a contentarse, de ahora en adelante, con el trocito de cielo que veía al asomarse a su balcón cuando aquí tenía más del que podía abarcar con la mirada? Olvidando el equipaje, se volvió nuevamente hacia la ventana. Una ligera llovizna mojaba los tejados que, como enormes escalones, descendían hasta la plaza, ocupada por la carpa que albergaba la feria. Espesas nubes le habían hurtado un amanecer cuya belleza ni siquiera se atrevía a imaginar en aquella posición privilegiada de que disfrutaba en lo más alto del pueblo, y ahora la lluvia amenazaba con arruinar los planes que Amalia y ella tenían para esa mañana. Contrariada, terminó de hacer el equipaje. Colocó en la mochila la miel, las infusiones y los caramelos que había comprado en la feria y rescató el reloj del bolsillo del pantalón. Su ánimo se fue restableciendo a medida que empeoraba el tiempo. El camino que conducía a la ermita era de una subida constante, aunque no muy pronunciada. El final del camino lo hicieron envueltas en lo que Alicia pensaba era una densa niebla. Amalia la sacó de su error. Agrupadas en una masa compacta, las nubes se habían deslizado hasta la mitad de la montaña. Amparada por la escasa visibilidad, Alicia sonreía pensando en la reacción de Elena cuando le dijera que había caminado entre nubes. Sobria y sin ornamentos, cediendo todo el protagonismo al impresionante paisaje que la acogía, la ermita apareció ante ellas en el centro de una reducida y blanca explanada. Después de rodear la ermita, Alicia se detuvo delante de la puerta. – ¿Se puede entrar? –En semana santa, cuando sacan en procesión a la virgen, y en el mes de agosto, durante las fiestas. Alicia recorrió la explanada tratando de retener cada elemento del paisaje: el pueblo encajado en las montañas, la ermita, su huella en la nieve intacta. Con sólo cerrar los ojos sería capaz de reproducirlo todo sin importar donde se encontrara. –Puedes volver cuando quieras – dijo Amalia. –Podría gustarme – advirtió Alicia.
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