Memorias de un líder inesperado -Capítulo 6- (Diario)
Publicado en Dec 20, 2013
A partir de entonces mi táctica estratégica era dar dos pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, tres pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, cuatro pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, cinco pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, seis pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, siete pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, ocho pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, nueve pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, diez pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás... y de esta manera, cuando mis rivales se creían que iba a desfallecer, resultaba que mi distancia sobre ellos era cada vez mucho más grande. Se abría un abismo entre sus ambiciones y mis esperanzas. Todo consiste en algo tan sencillo como saber aplicar la táctica del corredor de fondo y acelerar más el ritmo cuando todos ellos están desfondados del todo. Estar arriba no es lo más aconsejable, porque desde arriba ellos no podían distraerse de lo envidiosos que eran; así que yo seguía trabajando al ritmo que más me convenía para estar cada vez más lejos de ellos; con ese ritmo de corredor de fondo que sabe realizar los sprints cuando menos se lo esperan los rivales que se agotaban hasta el máximo les sacudía bien la badana; como sucedió con Don X (el que había menospreciado a mi compañero y amigo Aldaro) que tenía una apariencia de griego que tiraba de espaldas por lo mal que estaba confeccionado, pero que tiró la toalla a las primeras de cambio cuando se enfrentó abiertamente conmigo. Aquello de ni envidioso pero sobre todo ni envidiado que le había dicho, públicamente, a Aldaro en la jubilación de éste, no se me había olvidado a pesar del poemita que le dediqué pero, después de la paliza que le di, Don X me olvidó para siempre aunque eso a mí me importaba menos que un palo santo porque con tal de que me olvidara para siempre me sentía yo feliz.
Con el ritmo del corredor de fondo agotaba a los rivales y a los traidores. Había que seguir hacia la Meta y los tiempos se estaban cambiando, así que dejé de acelerar siempre (me permitía esos lujos por la enorme diferencia que les sacaba de distancia) y, a manera de un faraón con las mujeres, al jefecillo Gominolas le enseñé lo que era ser un tenista aunque él se creía superior. Eran mis primeros combates contra este extraño y raro jefecillo del cual hablaba pestes su propio hermano (se decía, y yo sólo escuchaba, que dejaba ciegos a los pobres canarios que caían en sus garras para que cantaran mejor). Yo ponía tierra de por medio y, siempre caballero de gracia, procuraba no hacer demasiadas gracias salvo a las chavalas que estaban de muy buen ver, pues en viéndolas lo demás no tenía importancia. ¿Yo era un mentiroso? Falso. Yo era alguien que estaba descubriendo a los mentirosos aplicando sus mismas tácticas para desenmascararles. La verdad de la mentira no era más que el fuego de artificio para poder solventar aquellas meteóricas carreras en que yo no estaba compitiendo absolutamente contra nadie (y menos contras los ineptos e ineptas que intentaban seguir mi ritmo creyendo que competía contra los demás), porque lo único que me interesaba era demostrar a más de uno y a más de una que Yo era Yo y no me picaba con los demás. Lo mejor era arrear de lo lindo para que se me pasara el tiempo y poder llegar a la hora de la salvación diaria (las 3 de la tarde) en plena forma física y mental. Estaba compitiendo solamente contra mí mismo y jamás me preocupaba lo rápido y seguro que trabajasen los demás y las demás. Sólo lo giles (de los cuales abundaban demasiado) creían lo contrario. Así que enfrascado en las batallas diarias, el tiempo se me convertía en un breve suspiro. Alguna que otra suspiraba pero no era mía la culpa. Yo no pedía a ninguna que suspirara por mí porque advertí, en más de una ocasión y bastante claro, que tenía solamente una novia desde que cumplì los 7 años de edad. Y, en medio de aquella procelosa procesión de sentimientos, yo seguía con el corazón en bandolera; pero cuando alguna se me acercaba demasiado, y sólo para no hacerla daño fuese quien fuese, decía lo de pies para que os quiero. Por eso, a las 3 de la tarde, salía zumbando hacia la Universidad donde me esperaban mis amistades para seguir con la labor de zapa. Apoyaba lo que era justo pero a lo injusto no lo apoyaba. Claro que fui uno de los que derribaron aquel muro que habían levantado, y lo hice con sumo placer, para acabar con la injusticia del muro, pero cuando las reivindicaciones eran injustas simplemente no les hacía ni caso. Para eso haia yo aprendido lo de los zapadores ferroviarios, el arte de saltar todas las barreras saliendo siempre indemne. El motor de mis recuperaciones estaba siempre funcionado dentro de mi mente y mi mente estaba ideando el modelo de chavala que era el modelo que yo, de verdad, soñaba desde aquella mi infancia de los 7 años de edad. Trabajar. Estudiar. Trabajar en solitario. Estudiar en solitario. Pero sobre todo jugar al aire libre sin tener ninguna clase de ataduras a ningún partido político ni a ningún sindicato laboral o estudiantil. Lo mío era tener conciencia para aplicarla al equipo de fútbol que siempre seguía creyendo y confiando en mí. De ahí, de esa labor de líder, nació lo de Diesel gracias a Juan Manuel. Ninguna ideología -sea del color que fuera- me asfixiaba porque no era ningún anhelo pertenecer a alguna de ellas. Me servia de pregunta lo de ¿por qué siempre tengo yo que sacar las castañas del fuego de los demás? No era cuestión de ser demasiado inteligente para darse cuenta de que era mi obligación por ser líder natural y entonces hube de asumir esa realidad y la asumí pero sin dejar de soñar, añadiendo aventuras tras aventuras al diario trajinar. Eso si que era lo más interesante y lo más agradable de mi existencia. Objetivo: pruebas de amor. Pruebas que servían como precaientamientos antes de iniciar la carrera y, con la sonrisa bohemía siempre, seguir corriendo cuando los demás iban tirando la toalla y el frío o el calor no hacía ninguna clase de mella en mi resitencia física ni en mi racionamiento mental ni en mi anhelo espiritual. Yo me daba cuenta de las dificultades de los rivales y sacaba todo el máximo provecho de ello. Dos pasos hacia adelante y uno sólo hacia atrás, tres pasos hacia adelante y uno sólo hacia atrás, cuatro pasos hacia adelante y uno sólo hacia atrás, cinco pasos hacia adelante y uno sólo hacia atrás, seis pasos hacia adelante y uno sólo hacia atrás, siete pasos hacia adelante y uno sólo hacia atrás, ocho pasos hacia adelante y uno sólo hacia atrás, nueve pasos hacia adelante y un sólo hacia atrás, diez pasos hacia adelante y uno sólo hacia atrás... era muy divertido y muy provechoso para mi futuro llevar a cabo esta estrategia. De esta manera conseguimos un récord inolvidable: dos larguísimas temporadas ganando siempre (sin ningún empate ni ninguna derrota sino todo victorias) que quedará para siempre en la memoria de quienes lo vieron y en la memoria de quienes lo experimentaron. Estaba haciendo perfectamente mi labor. Los de Ciencias tuvieron, al final, que sucumbir y abandonar ante la imposibilidad de empatarnos o vencernos. ¡Fueron dos larguísimas temporadas inolvidables! Correr bien y hacerlo primero con la cabeza, teniendo yo la cabeza muy bien amueblada, y después con el resto de mi anatomía física y mi fuerza mental y espiritual. Los adornos frontales (ya sabéis a lo que me refiero) de algunos de mis rivales no eran causa de juicio. No les enjuiciaba pero los rechazaba como Dios manda. Allá cada uno con su vida y yo dando las gracias a Dios por no ser como ellos. Mi ocio nunca era un vicio. Mi ocio era seguir siempre aprendiendo para convertirme en maestro de los necesitados. Mi especialidad era sacar las castañas del fuego para que los míos no se quemaran y, después, despedirme de todos ellos y de todas ellas para buscar nuevos horizontes. En el negociado nadie podía comprender por qué hablaba yo conmigo mismo, pero no me importaba nada en absoluto lo que dijeran de mí ya que estaba hablando con Jesucristo. Para mí lo que me interesaba era saber cómo preparar la salida de aquel infierno bancario donde ya no sentía ninguna clase de amor hacia el Banco (al cual sin embargo nunca traicioné) mientras seguía estudiando en las aulas del conocimiento superior y en las calles madrileñas. ¿Me consideraba yo superior a los demás o eran los demás los que me consideraban superior a ellos? Que lo respondieran mis profesores y mis profesoras. Yo solamente seguía dando pasos hacia adelante, con alguno hacia atrás para sorprenderles a todos mis rivales, como si fuese un pequeño Distéfano, aunque sólo era un 8, en el arte de estar en todas partes sin que mis rivales me pudieran detener. El negociado bancario era la fábrica de mis tácticas y las aulas universitarias eran los talleres de mis estrategias. Como la técnica ya la tenía más que bien aprendida desde mi infancia, resulta que en mí se unían los tres principios fudamentales de Kubala: poder, saber y querer. Ser fuerte. Ser resitente. Estar mentalizado para desbodar la sensualidad de los relativo y buscar la atracción de lo absoluto. Parecía yo un antecedente del futuro siglo XXI y todo lo hacía sin tener que ser un "trepa" (como muchos lo fueron) para ascender en un escalafón de jefes y subjefes que era esclavizante. Eso era lo más emotivo, lo más emocionante de aquellos años de travesía por el desierto. Al llegar la noche siempre me encontraba en el lugar oportuno para seguir investigando y por eso ya era un perfecto investigador del futuro. Medía mi interior para no dejar huella pero, sin yo quererlo, dejaba unas huellas tan profundas que algunos y algunas lo comprendieron. Comprendieron por qué actuaba yo de aquella manera. Los destinos son los destinos y era mucho mejor existir dentro de mi propio Destino. Muchos eran los desterrados hacia lugares ignotos pero yo mantenía mi ritmo para no ser destinado a donde no quería ir. El toque perfecto era algo que aprendí a manejar en el fútbol con total soltura, solvencia y acierto; tanto en el toque corto como en el toque medio o en el toque de larga distancia. Allí donde ponía el punto de mira de mi disparo allí que iba el balón. Y si era cuestión de ser goleador pues lo era además de dar pases de gol a mis compañeros. Lo mejor de mi juego, tanto en lo colectivo como en la particular, era siempre buscar el gol de la victoria. La victoria me convirtió en Diesel para no tener que aburrime demasiado y, como era incansable, yo no hacía carreras inútiles (como sucedía con muchos que poco después se venían abajo) sino que sabía correr cuando era necesario pero de manera siempre inteligente. No me importaba cómo corrían los demás. Corría de manera inteligente pensaran lo que pensaran los demás. No me interesaba otra cosa salvo aprender lo que tenía que hacer un líder natural como yo y que lo aprendiesen los míos. Hacía solamente lo que debía hacer y a nadie le debía nada. Si alguien se equivocaba conmigo es porque estaban acostumbrados a traicionar sus sueños -¡y vaya que las traicionaban!- pero yo nunca traicioné al mío -Mi Princesa desde que tenñia yo 7 años de edad- y su búsqueda se me hacía cada vez más clara, algo así como si cada amanecer fuera cada vez más brillante. Por eso brillaba en medio del marasmo general. Yo aprendía a diferencias los marasmos de las marismas y los horizontes lejanos, cuanto más lejanos de aquel infierno mucho mejor para mí y peor para los envidiosos, porque yo ya era un caballero superior mientras ellos seguían siendo, cada vez más, chupatintas a cargo de chupasangres. Algunos y algunas quisieron seguir mi ritmo y se quedaron asfixiados y asfixiadas porque vieron que eran incapaces de acortar las distancias que les sacaba (Diegorum, Alvargorum, Fernandorum, Angelorum y un largo etcétera más) y que era la que me hacía siempre diferente de todos ellos y de todas ellas. Era Ley de Vida. Vivir o morir en el intento. Y muchos morían en el intento por no saber dosificarse. Dosificar el esfuerzo era algo que había aprendido desde que estudiaba en Cima contra algún que otro pipiolo; así que cuando me tocó la pesada labor de trabajar con las máquinas más pesadas yo ya no era una máquina sino un joven formado y un hombre bien plantado que las dominaba a todas ellas. Yo era alguien que dominaba los diferentes ritmos como para no enloquecer jamás con mis victorias, alguien que era el más veloz de todos pero que nunca perdía la cabeza por ir demasiado acelerado como le sucedió a más de uno de mis rivales. Yo era como un piloto de Fórmula 1 pero mi mejor característica era no apretar el acelerador cuando llegaban las curvas peligrosas (jejeje) y salir de ellas mucho más rápido de lo que muchos se creían (jejeje) proque de esta manera les dejaba a todos mis rivales totalmente engañados (jejeje). Nunca me fallaba la intuición y, gracias a la intuición, conseguí rebasar a los desafortunados que se atrevían a enfentarse conmigo, cuando de curvas peligrosas se trataba, pero que siempre terminaban cayendo y besando el suelo. Jejeje.
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