Diez meses ( 12 )
Publicado en Dec 21, 2013
12
No había dejado de llover desde que regresó del pueblo. Tres días seguidos de una lluvia pausada, monótona, casi opresiva. El otoño mostraba su verdadero rostro uniéndose al de Alicia en el cristal de la ventana. No le temía. Sentía que se adaptaba a él con mayor naturalidad que a las demás estaciones del año. Detuvo el vaivén de la mecedora y alternó la taza entre las manos para soportar mejor el calor que desprendía. Ayudándose con la cuchara presionó el contenido de las dos bolsitas contra la pared de la taza. El agua se tiñó de color rojizo y el aroma a rosas se hizo más intenso. Se demoró en cada sorbo y, más tarde, en escoger una prenda apropiada para la lluvia. Dudó si llevar la mochila o guardar en los amplios bolsillos del impermeable lo estrictamente necesario: las llaves, un pequeño monedero y, lo más importante, el libro. Había decidido ir a la librería y pagar su importe. El trato consistía en comprarlo si le servía de ayuda. No estaba segura de que hubiera sido así, pero de lo que si estaba convencida era de que tenía que volver a la librería y agradecer el gesto, desinteresado, que aquel hombre tuvo con ella. Finalmente, desechó la idea de cargar con la mochila. La librería estaba a pocos minutos y no emplearía mucho tiempo en pagar el libro, intercambiar alguna palabra amable y volver a casa. Dos mujeres mantenían ocupado al que Alicia ya consideraba el dueño de la librería. Las miradas de los tres se detuvieron en ella, después de que el tintineo de la campanilla delatara su presencia. Presurosa, bajó los escalones y se puso a hojear los libros de la estantería más cercana. El mostrador se encontraba desierto y no había señal alguna del joven que, dos semanas antes, la arrancó de su ensimismamiento en el mismo sitio donde hablaban en voz queda el librero y las mujeres. La decepción se dibujaba en la cara de la menor de ellas cuando los tres se dirigieron hacia el mostrador. – ¿No prefiere esperar en la galería? – preguntó el hombre al pasar junto a Alicia. –No quiero molestarle, está ocupado y yo sólo… –Enseguida estoy con usted – la interrumpió él retirando la cadena de la escalera. La galería era más espaciosa de lo que parecía a simple vista. Al fondo, una ampliación había sido transformada en un rincón de trabajo con una mesa redonda y dos sillas. En el alféizar de la ventana se amontonaban archivadores junto a una cafetera eléctrica a medio llenar y una torre invertida de vasos de plástico. Alicia eligió, para sentarse, la silla más próxima a la ventana, y esperó. A excepción del mostrador y el recodo que había detrás de él, donde comenzaba la escalera por la que había subido, veía la práctica totalidad de la librería. Rodeada de todos aquellos libros, aguardando pacientes que alguien les diera vida, se reafirmó en su primera impresión de haber descubierto un lugar especial. – Y bien, ¿qué opinión le merece el libro? ¿Le ha sido útil? – preguntó el librero haciendo su aparición en la galería. –Si le digo la verdad, no lo sé. Pero me ha dado mucho en que pensar. –Eso quiere decir que ha cumplido su misión. –Siendo así, tendré que comprarlo. Una leve sonrisa suavizó el semblante del hombre. – ¿Cómo te llamas? –Alicia. –Encantado de conocerte Alicia, yo soy Pedro. Alicia estrechó la mano que, por encima de la mesa, le ofrecía Pedro. –Veo que has tomado notas – dijo Pedro reparando en la hoja escrita que sobresalía por la parte superior del libro. –Son reflexiones que me surgían según iba leyendo – dijo Alicia atrayendo el libro hacia si. Pedro apoyó la espalda en el respaldo de la silla sin dejar de mirar a Alicia. – ¿Te apetece un café? Alicia asintió en silencio, todavía sorprendida con el giro que tomaba el encuentro. –Me gustaría que me recomendara otros libros – dijo mientras miraba consternada el vaso de café negro que dejaba Pedro delante de ella. –Aún no hemos hablado de éste. Dime que has sacado en claro de su lectura. Alicia ya esperaba la pregunta, pero renunció a la respuesta que llevaba preparada. –Pues que no necesito vitaminas y que no me estoy complicando la vida a propósito. Pedro movió afirmativamente la cabeza. –Creo que ésas eran, exactamente, las conclusiones a las que pretendía llegar el autor cuando escribió el libro. Alicia se extrañó al escuchar su propia risa y el efecto que en ella causaba. El semblante adusto de Pedro dejó de impresionarla y se olvidó de todo lo que no fuera aquella conversación lentamente construida, entre silencios e interrupciones, en un ambiente de irrealidad. Sin embargo, el sabor del café amargo en la boca y las protestas con que era recibido en su estomago eran auténticos. Se encontraba en el segundo piso de una librería hablando con un desconocido que, desbaratando los numerosos consejos que había recibido hasta ese momento, le animaba a continuar profundizando en el malestar que sentía. –Observa adónde te lleva, pero con prudencia – le dijo antes de despedirse. Se llamaba Pedro, eso era todo lo que sabía de él cuando salió de la librería; eso, y que volvería a sentarse en aquel rincón tranquilo y ordenado, muy distinto del caos en el que se había convertido su vida.
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