Memorias de un líder inesperado -Capítulo 7- (Diario)
Publicado en Dec 23, 2013
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Al fascista El Pelirrojo le tumbé rápidamente en el primer asalto cuando se atrevió a enfrentarse conmigo insultando a las chavalas latinoamericanas. Lo dejé tan KO que se quedó mudo y se tuvo que largar con la cartera a hacer vientos. También tumbé rápidamente a El Aguacero con el mínimo esfuerzo de mi parte. Se acobardó como un conejo asustado y quedó fuera de mi vista para siempre. Era de los que siendo de CCOO lloraba como mariquita porque no le hacían jefezucho para traicionar a los de la clase obrera. Mientras tanto seguía combatiendo al jefe Gominolas que se ponía cada vez más nervioso y resultaba cada vez más patético puesto que ni le tenía miedo ni le llamaba de usted porque para mí no merecía la pena llamarle de usted aunque el muy cobarde se chivó, cuando se vio derrotado definitivamente, al diretor Perezoso. Al director Perezoso también le mandé un directo que le hizo abandonar con el rabo entre las piernas porque se lo tocaba demasiado para hacer sonar la calderilla, aquella calderilla que había aceptado, el muy ruin, para irse a la opé.
 
A la hora de la verdad lo que más me interesaba era que, al llegar la noche, yo estuviera tan fresco como en cada amanecer y, al llegar cada amanecer, yo siguiera dispuesto para seguir acelerando. Dos pasos hacia adelante y un sólo paso hacia atrás, tres pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, cuatro pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, cinco pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, seis pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, siete pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, ocho pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, nueve pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás, diez pasos hacia adelante y sólo un paso hacia atrás... y nunca me fallaba la intuición. Gracias a la intuición conseguí rebasar a todos los desafortunados envidiosos y las desafortunadas brujas que se atrevían colectivamente y en grupos (como los maricas y las amachorradas hacen) a enfrentarse conmigo pese a que terminaban siempre cayendo y besando el suelo. ¡Y eso que decían Las Tres Brujas que me iban a enseñar a ligar a mí cuando ya había ligado definitivamente a la más difícil de todo el Mundo que era y es mi Princesa! Hacía ya bastante tiempo que estaba luchando completamente solo para conseguir a mi Princesa porque hacía ya bastante tiempo que habían ido cayendo, por orden de peligrosidad de menos a más, Meme, Mama y Bobo, que entonces comenzaron a dedicarse a decir memeces mientras mamaban bobadas alcohólicas para poder olvidarla sin haberla tan siquiera conocido. El Tío de la Boina (conocido como Bebe) ni tan siquiera era peligroso y no se arriesgó a perder lo poco que le quedaba de resistencia así que se retiró a tiempo antes de ser destrozado física y moralmente y empezó a beber para olvidarla aunque tampoco la conocía de verdad. 
 
Sí. Me llamo Diesel desde el mismo momento en que hice acto de presencia en las crónicas futboleras del Madrid de los barrios bajos y pobres como Lavapiés, a donde yo acudía, de vez en cuando, para festejar con sus vecinos y con sus vecinas. Y es que sucedía que Juanma, un castizo de Lavapiés, era el autor de aquel sobrenombre y en Lavapiés bien que conocen tanto a Juanma como a mí. En realidad, aquella tarea que parecía imposible, se revestía domingo tras domingo en hazaña heroica, en aventura de lo increíble, en vencer y convencer desde el amanecer hasta que llegaba la hora del aperitivo (sin descansar ni un segundo). Al final de cada combate (con todos tumbados por los suelos) yo seguía resistiendo en pie. Que se lo pregunten a los camareros de Casa Mingo cuando les dio pena el resto de competidores y repartió café con sal entre todos ellos hasta que vomitaran todo ante mi sonrisa y la mirada nublada de El Rijoso que sí, que estaba todavía aguantando porque se había dosificado más que yo pero que al llegar a su casa se derrumbó sobre la cama para dormir la mona mientras yo no sólo no me quedé en casa sino que salí disparado para seguir la fiesta con alguno de mis pocos amigos de verdad o en plan solitario. Me daba igual cualquiera de las dos cosas.
 
En el negociado, la chispa se encendía, de tiempo en tiempo, mientras las chavalas más guapas, más sexys, más atractivas, más inteligentes, más interesantes y las que más me hacían reír; cosa que yo hacía ante los ojos de los demás sin importarme que dijeran lo que dijeran porque mi Princesa ya era mía y me importaba menos que una ñorda lo que dijeran los envidiosos ylas brujas que hablaban por la espalda pero callaban cuando yo estaba presente. Yo seguía con el ritmo más apropiado en aquella cadena industrial en que se había convertido el Banco del cual ya sí que no me acordaba, para nada, de su nombre. Industria de los disparates pero todos más disfrazados y más disfrazadas que los participantes de una mascarada de carnaval. A mí me daba lo mismo. Yo nunca llevaba máscara porque no era El Zorro ni El Llanero Solitario sino solamente Diesel. Si por cada golpe de tecla me hubiesen pagado un céntimo de ganancia ahora yo seguiría siendo como soy (porque jamás me he arrepentido de ser como soy y no como ocurre con otros muchos) pero multimillonario; algo así como el hombre más millonario de la Tierra. Pero tampoco me importaba serlo o no serlo. Sabía de sobra que el hombre propone y Dios dispone... y por lo tanto seguía sin cambiar para nada pero acumulando méritos propìos y no méritos ajenos como hacían todos aquellos que parecían estar tocándose las bolas en lugar de aprender y saber cuadrar los paquetes de cheques que nos endilgaban los jefes y los subjefes no sin antes mirarnos como inquietos a Chema ya mí (Chema era el único que se aproximaba un poco a mí pero tuvo el honor de reconocer que yo era superior) por si acaso nos daba en desear sus puestos. Ni a Chema ni a mí nos apetecía jamás ser jefezuchos de ínfima categoría. Y, de vez en cuando, llegaba de repente un traslado inesperado para aquellos que lamían las botas de quienes les traicionaban mandándoles a trabajar al quinto pino. A Guadalajara, a Soria o hasta a las Islas Canarias por ejemplo.
 
Yo no sé cómo lo hacía, pero los paquetes de cheques quedaban cuadrados antes del mediodía y Gominolas se quedaba con la boca abierta mirándose las muelas con ayuda de la grapadora metálica por ver si su rabia había hecho que alguna de ellas estuviese tan picada como él estaba picado conmigo. Esto le producía dolores de cabeza inimaginables y jaquecas extrañas. Yo no tenía la culpa y seguía adelante. Con la cabeza bien puesta y en su lugar adecuado (como Dios manda) yo seguía fabricando ilusiones para todas aquellas y todos aquellos que confiaban en mí como su líder inesperado. En la Universidad pasaba lo mismo o sea ídem de ídem de ídem. El ideario de mis propuestas era aumentar el caudal de mis conocimientos universitarios para poder desembocar en la Gran Avenida de Los Elegidos mientras desenmascaraba a los enchufados porque eran del Opus Dei, de la Falange, de los Guerrillero de Cristo Rey, etcétera. Yo triunfaba sin tener que ser nunca ni un enchufado ni menos mucho un pelota como otros que yo conocía y a los cuales se les veía el plumero a las primeras de cambio. Y es que no todos los sastres sirven para llevar a cabo un buen corte español. El inglés ni lo aprendí ni lo aprenderé jamás porque no me da la real gana aprenderlo. Con saber bien y a la perfección el español tengo más que suficiente. El inglés me importaba menos, y me sigue importando menos, que un pimiento morrón aunque se pongan de morros contra mí. Que no. Que yo era y soy un líder español y hablo y escribo en español y santas pascuas tengan los ingleses y quienes deseen aprender el inglés. Me sobraba con el idioma de Cervantes y con poder escribir cosas como, por ejemplo: mala la hubiste Gominolas con aquello del torero. Yiyo por ejemplo. ¡Y qué poca gracia tenía Gominolas cuando se hacía pasar por toro! Ese era su problema y no el mío. Gominolas, en lugar de trabajar, se pasaba toda la mañana zanganeando y estaba más majareta que las cabras del manillar de las biciletas de Induraín, a quien había yo dedicado un merecido homenaje alternativo cuando logró su victoria en el Tour. Aproveché, para ello, uno de los panfletos de la UGT que cayeron en mis manos. Me partía de risa cuando intentaban descubrir quién había sido el autor de aquella broma. Pero yo seguía adelante con los faroles. Los faroles de las grandes avenidas madrileñas y las farolas de las calles estrechas madrileñas eran, para mí, la misma cara de la misma moneda. No era yo como otros que a las primeras horas de la noche escondían sus cabezas bajo las almohadas de sus camas porque tenían mucho que callar ante sus mujeres sino de aquellos que sabían llegar hasta la madrugada del día siguiente siempre en pie, siempre dispuesto y predispuesto a seguir adelante con los faroles. Lo castizo llegó a ser parte importante de mi forma de entender la vida y lo castizo me logró atrapar en las redes literarias a lo cervantino: "No crean vuesas mercedes que en esto del querer se basa sólo el conocer sino que, amigo Sancho a ti te advierto, que lo más encantador de vuesa gruesa compañía es el escuchar tus baladronadas lanzadas a los tus cuatro vientos y válgame Dios que en llegando a nuestros lares hemos de topar con los cabestros pero triunfaremos contra los molinos de viento seánse gigantes o séanse solo fantasmas que me parece que lo son". Mi nuevo amigo Llomín quedaba boquiabierto ante mis renuncias a ser abusador de pobres doncellas expoliadas por el comezón de las avaricias de los muy deslustrados chulos que no tenían ni media hostia ni en lo individual ni todos ellos juntos. Y así, de lugar en lugar, iba yo acompañado a veces de Llomín (a veces a solas) para indicarle cual era la hoja de ruta que debíamos seguir para alcanzar la gloria en todos los madriles y sus alrededores; pero Llomín no entendía demasiado, dijera lo que dijera, aunque creía comprenderlo todo. Mi forma de actuar dentro y fuera de la cancha de juego le hacía dudar de mí. Hasta que un día, ya cansado de sus dudas y tras demostrarle hasta donde llegaba mi hombría, no tuve más remedio que mandarle a la mierda. 
 
Quedé de nuevo solo, después de advertirle a Llomín que no siguiera los consejos de una de aquellas brujas que él creía que las conocía muy bien cuando seguía siendo solamente un pardillo vallecano nada más, para su bien y no para el mío pues yo estaba siempre despierto y él siempre iba dormido, bajo las estrellas. Pero recuerdo que le advertí en más de una ocasión, al citado vallecano, que bajo las estrellas de las noches madrileñas era mejor no mojarse demasiado con las bebidas alcohólicas ofrecidas por las brujas y, claro está, las brujas me señalaban con el dedo acusador porque yo no las hacía ni puñetero caso mientras, asustadas, iban corriendo la noticia de que un caballero anónimo estaba suplantando a Don Quijote por las calles de Madrid. ¡Eran gloriosas aquellas gestas en las que Llotín se hacía mil cruces viendo cómo yo iba derribando rivales con el látigo de la indiferencia! Más de un pétalo de rosas quedó como recuerdo de aquellas mis andanzas nocturnales donde el conocido sereno de mi barrio se me acercaba para reírnos los dos al mismo tiempo y durante un buen rato antes de despedirme después de regalarle la propina que se merecía. Se lo conté a Llotín para que supiera muy bien quién había sido yo y quien seguía siendo yo. Yo era Yo y sigo siendo Yo y no he cambiado jamás de chavala. El Pirata de Vallecas me la traía floja, o sea que pasaba a tope de su fama de conquistador de las duras vallecanas. Repito que me la traía floja tanto si era verdad como si era invención de Llotín. A mí las duras vallecanas no me interesaban para nada porque tenía a mi Princesa y era mil veces superior, en clase y en estilo, que todas ellas juntas. Llotín bajó la cabeza avergonzado cuando le mandé a hacer puñetas por hacer caso a las brujas y llamar tonta a mi preciosa y super inteligente Princesa en lugar de seguir mis sabios consejos. Eso lo sabe hasta San Andrés que está en los cielos. La Luna y las estrellas me sirven de testigas.  
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