Memorias de un líder inesperado -Capítulo 8- (Diario)
Publicado en Dec 26, 2013
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Panchito no podía ni comprender ni entender por qué había yo triunfado en las elecciones para enlaces sindicales en el Banco siendo autónomo e independiente. Tampoco Ovíles podía ni comprender ni entender por qué había yo triunfado en las elecciones para representantes estudiantiles en la Facultad siendo autónomo e independiente. Pero no me interesaba, para nada, lo que pensaran o dijeran Panchito u Ovíles. Yo tenía unas obligaciones que cumplir y como líder ejemplar que era tenía que defender los derechos de los trabajadores y los derechos de los estudiantes fuesen o no fuesen seguidores yseguidoras de mi manera de pensar y hacer las cosas, fuesen o no fuesen amigos, fuesen o no fuesen compañeros. No podía defraudar a quienes confiaban en mí y no les defraudé nunca.
 
Adelante con los faroles. Las farolas de las grandes avenidas y los faroles de las calles estrechas de Madrid seguían siendo, para mí, la misma cara de la misma moneda. No era yo como otros que, a las primeras horas del anochecer escondían sus conciencias bajo las almohadas de sus mullidas camas, sino que yo siempre daba la cara, a pecho descubierto, hasta llegar la madrugada del día siguiente siempre en pie, siempre dispuesto y predispuesto a seguir adelante con los faroles. Lo castizo llegó a ser mi forma de entender la vida y lo castizo, más lo bohemio, me logró atrapar en las redes literarias del idioma cervantino. No crean vuesas mercedes que en esto del querer se basa sólo el conocer sino que, amigo Sancho, lo más encantador de vuesa gruesa compañía es el escuchar baladronadas lanzadas a los cuatro vientos y válgame Dios que en llegando a nuestros hogares hemos de triunfar contra los molinos de viento sean o no sean gigantes pues de eso se han de ocupar de descubrir las futuras generaciones. Mi grueso amigo LLotín quedaba boquiabierto ante mis renuncias a ser abusador de pobres e inocentes doncellas expoliadas por el comezón de las avaricias de los muy ya deslustrados chulos. Y así, de lugar en lugar, iba yo acompañado de Llotín para indicarle cuál era la hoja de ruta que deberíamos seguir para alcanzar la gloria en los madriles; pero Llotín no entendió demasiado aunque me decía que sí lo entendía del todo. Se engañó a si mismo y eso me dolió porque era más que un amigo algo así como un hermano para mí. Yo siempre le advertía, por su propio bien pues yo me sabía muy bien el camino por dónde debía ir, que le estaba acompañando para que no cayera engañado por falsos amigos que ni eran tan siquiera compañeros de verdad y por las falsas brujas que nos rodeaban. A Lllotín yo le señalaba la Luna pero él se quedaba mirando solamente mi dedo y, claro está, los falsos amigos que ni tan siquera eran compañeros y las falsas brujas le engañaron.
 
¡Eran gloriosas aquellas mis gestas con las que Llotín se hacía miles de cruces viendo cómo yo derribaba rivales con el látigo de la indiferencia! Lo cortés no quita lo valiente, le dije un día a LLotín cuando me criticó diciendo que yo era demasiado diplomático.Y como lo cortés no quita lo valiente yo seguía siendo cortés con los que me seguían siendo fieles y seguía siendo diplomático con los que me traicionaban, me rechaban y me ofendían insultándome gravemente mientras yo siempre les sonría a todos ellos. Lo cortés no quita lo valiente era un lema que también les decía yo a todas y a cada una de ellas, las cuales se quedaban ojituertas al verme vestido de futbolista con mi querida camiseta verdiblanca y mis pantalones cortos de color blanco -como si fuera alegre profesional del Betis- mientras no las hacía ni caso porque seguía soñando con mi Princesa hasta que sonaban los clarines de las madrugadas. Al alba todo era cada vez más blanco para mi conciencia porque mi concienca seguía estando tan blanca como el traje de mi primera comunión (Caballero de Santiago y Hermano de Jesucristo) que ya dormitaba en el baúl de los recuerdos. Cuando a la mañana siguiente de aquella gesta de aparecer vestido del Betis en cierto lugar de brujas volví a la rutina bancaria ya estaba yo preparado para poder pensar otra vez en los libros que debía seguir comprando con mis propios dineros que yo estiraba al máximo para poder divertirme leyéndolos mientras me culturizaba a pasos agigantados según me iba indicando Dudu, que entendía muchos de lecturas aunque su timidez le impedía no sólo decir nada gracioso a los demás sino escribir. Me dijo que él no escribía pero que confiaba en que yo lo siguiera haciendo. Así que, de vez en cuando, se me escapaban las escrituras y me convertía en caballero de las damas de las camelias o quizás en un personaje salido de las aventuras de aquellos tebeos nuestros donde la realidad y la ficción eran una misma cosa. ¡Cuestión de saber cómo escurrir el bulto cuando llegaban las brujas enfadadas o los grises dando cachiporrazos a diestro y siniestro porque, la verdad sea dicha, pasaba ya de todo aquello aunque siguiera defendiendo los derechos de los trabajadores y los derechos de los estudiantes! Yo siempre estaba presente cuando acudían a mí para defender dichos derechos pero, a la vez, yo siempre estaba ausente y me lanzaba hacia los horizontes más puros, más nobles, más de acuerdo con mi condición. Nunca me puse condición alguna para acudir donde se me necesitaba pero jamás me dejé atrapar en las redes de las brujas ni en las redes de los ideólogos. Lo mío era mente sana en cuerpo sano.
 
Mis pensamientos seguían siendo pautas basadas en ideas propias y no en ideologías ajenas. Aquello era un vaivén de sentires que yo trasladaba dándoles vida en las hojas de papel donde se convertían en personajes de mis historietas más o menos cómicas y en mis historias más o menos serias. Llotín y Dudu no se entendían entre ellos mismos, nadando entre dos aguas como siempre. Así que tuve que intervenir -porque los dos eran amigos míos- para que se hiciesen amigos de verdad, pero la verdad es que Llotín empezó a tirarse a los montes como las cabras que no saben lo que hacen mientras Dudu siempre se mostraba sereno y era más bueno que el pan. Para mí era divertido estar entre los dos, escuchar a los dos sin darles ni quitarles la razón a ninguno. Eran las ideas que se esgrimían en aquellas tertulias de café dónde también acudía Sanrrillo (otro amigo mío) para formar un cuarteto de la existencia humana jugando al mus de las verdades. Lo mejor era ver, oír y callar hasta que, cuando ellos guardaban silencio, comenzaba yo a explicarles cómo habían de vivirse las aventuras fuera de toda aquella perversa y fétida movida que no era la nuestra por supuesto. Y es que había dos movidas madrileñas. La de ellos (totalmente corrupta, corrompida y sin valor alguno) y la nuestra (sana, cordial, amable y llena de valores). La verdadera movida nuestra era no sucumbir antes de que llegara el Fin de Año y, cuando el Fin de Año nos encontraba bien despiertos ya les había yo indicado a Sanrrillo, Dudu y Llotín, cuales eran mis horizontes y les indicaba que allí, en la lejanía, al otro lado del Mar Atlántico, vivía mi Princesa y que yo la estaba esperando. Lo que me sucedía sentimentalmente era muy normal. Estaba verdaderamente enamorado de mi Princesa. Pero no llegaron a entenderlo del todo y yo no estaba dispuesto a retroceder. Se alejaron de mi lado porque no podían tener el mismo valor o porque el miedo les atenazaba demasiado para, a pesar de que eran valientes, no ser capaces de pasar el Finisterre (Fin de la Tierra). Pero yo sí. 
 
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Foto del autor José Orero De Julián
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Palabras Clave: Diario Memoria Recuerdos.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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