Memorias de un líder inesperado -Capítulo 9- (Diario)
Publicado en Dec 26, 2013
Lo que me sucedía era muy normal si lo hubiesen visto desde el lado normal de los sucesos; porque cuando alguno se desviaba de mi ruta yo no estaba dispuesto a retroceder sino que seguía siempre con aquello de dar dos pasos hacia adelante y sólo uno hacia atrás; tres pasos hacia adelante y sólo uno hacia atrás, cuatro pasos hacia adelante y sólo uno hacia atrás, cinco pasos hacia adelante y sólo uno hacia atrás, seis pasos hacia adelante y sólo uno hacia atrás, siete pasos hacia adelante y sólo uno hacia atrás, ocho pasos hacia adelante y sólo uno hacia atrás, nueve pasos hacia adelante y sólo uno hacia atrás, diez pasos hacia adelante y sólo uno hacia atrás... que era la mejor manera de obtener victorias cuando las apuestas me eran contrarias.
De esta forma rompía yo todos los pronósticos y seguía siendo uno de los caballeros de armas tomar pero teniendo sumo cuidado de no tomar más de la cuenta porque lo nuestro estaba bien claro: o sobrevivíamos a todos aquellos atropellos de la movida madrileña o moríamos en el empeño de crear nuestra propia movida y, que yo sepa, todavía estábamos los dos más vivos que el grueso pelotón de los torpes. Recuerdo aquella vez en que Dudu y yo (cuando yo era enlace sindical autónomo e independiente) nos dirigimos a todos los compañeros y compañeras del negociado y les hicimos saber que eran libres para pedir lo que de verdad quisieran pedir ellos y no sus representantes sindicales. Por primera vez en la historia del Banco todos ellos y todas ellas se sintieron de verdad liberados de las amenazas de lo Justo o lo No Justo. Les hicimos saber que todas las peticiones que habían hecho salidas de sus propios corazones las habíamos apuntado en un papel y que luego todo eso lo llevaría yo a discusión con el resto de los enlaces sindicales bancarios para decidir qué se podía lograr y qué no se podía lograr. Eso era precisamente lo que predicábamos siempre los autónomos independientes. Pero mira por dondoe alguien se chivó al Justiciero Canario y apareció, de repente como un búfalo enrabietado, en el negociado amenazando a todos y a todas, y exigiendo que le dijeran quiénes habíamos demostrado lo que era la verdad de las decisiones democráticas escuchando a todos y a todas. Se puso como un basilisco cuando le dije que había sido yo y, ante sus groseras amenazas de publicar que estaba yo loco, todos los compañeros y compañeras (mientras Dudu guardaba silencio) comenzaron a arrepentirse de haber hablado, por una vez en sus vidas, con entera liberación y ante el miedo, el temor y el pavor que les infundía El Justiciero Canario, mintieron miserablemente al decir que Dudu y yo les habíamos engañado. No fueron capaces de decir que por primera vez habían dicho lo que de verdad querían decir y habían pedido, con entera liberación, lo que querían pedir. Era la demostración que yo estaba buscando. Sabía que la reacción de todos ellos y todas ellas sería de una cobardía de tal tamaño pero regresé al puesto de trabajo y seguí luchando por todos aquellos cobardes incluso en las calles madrileñas si era necesario y mientras ellos jamás participaban en ninguna de aquellas batallas pero, siguiendo con sus cobardías, eran los primeros en tender la mano para recoger el fruto de nuestras luchas aun arriesgando nuestras propias vidas por todos ellos y por todas ellas. Les demostré lo que quería demostrarles. Que, por un lado, era imposible que los autónomos independientes presentásemos nuestra propia Lista para las Elecciones Sindicales porque no tenían conciencia de lucha obrera y que, por otro lado, una vez yo elegido por todos ellos y por todas ellas no podría hacer más porque no me lo iban a permitir ninguno de los sindicalistas del color ideológico que fuese. La demostración palpable era lo sucedido con el Justiciero Canario que les infundía miedo, temor, terror... mientras que yo sólo sonreía mientras seguía trabajando sin descanso alguno... Hasta que llegó el momento de acelerar el paso y dejar atrás a Dudu y a Llotín porque ellos ya no podían seguir mi ritmo de corredor de fondo. Entonces conocí lo que es la soledad del corredor de fondo. La soledad del corredor de fondo era un asunto que no me llamaba demasiado la atención pero tuve que conocerla muy bien y me dediqué por entero a la Universidad. En mi carrera de fondo en la Facultad de Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid, había alguien que me recordaba a alguien del pasado (Romanosky) y para dejarle los recuerdos de cuando yo era compañero de él y él solamente un gilitonto más dejé que observara las huellas que yo iba grabando en la memoria de los universitarios y las universitarias. Nunca contabilicé el número de mis huellas, aquellas huellas que iba dejando en el pensamiento de las que más me gustaban ver y tampoco era asunto de moletar a ninguna de ellas, por muy buenas que estuvieran, así que, de manera totalmente voluntaria, alguien se equivocó de número cuando se fijó en mí ya que yo siempre seguía soñando, nada más, con mi Princesa y no tenía ningún tiempo que perder con otras aunque me gustasen tanto que eran muy interesante conocerlas. No. Preferí que no se confundieran conmigo. Si había aprendido a dominar mis impulsos naturales era solamente mi forma y manera de ser siempre fiel a la que estaba dentro de mis sueños desde que tenía yo solamente 7 años de edad. Y en cuanto a las "varillas" de la noche no me importaban en absoluto. Eso quedaba para tios como Bebe que no servían para ligar otras cosas. Mi forma de ser y de actuar me elevó, entre las chavalas de mejor bien y de mejor estar, a la categoría de Caballero de Honor auqnue yo había renunciado, desde siempre, a eso de intentar ser un futbolista profesional del Real Madrid y seguía siendo un león de los del Athletic Club de Bilbao. Al principio no querían creerlo, pero tanto Llotín como Dudu y Sanrrillo no tuvieron más remedio que aceptar que yo levantara el vuelo para seguir la ruta de mis equilibradas aventuras que se repartían entre el Banco y la Facultad y desde las calles a los hogares a donde solía acudir como invitado especial pero no por nada en especial salvo conocer ciertas amistades peligrosas y hacerselo saber a quienes quisieran escucharme. Cuando consideraba que ciertas amistades (Quique Facha por ejemplo) eran peligrosas, yo acudía a su casa para demostrarle que ni le tenía miedo a él ni tampoco a sus peligroso perros dobermanes de presa a los que con sólo mirarles una vez a los ojos los dejé más mansos que los corderitos de leche. La mala leche que se les puso a los fascistas y a los neonazis se la tuvieron que tragar para sus adentros proque también demostré que no les tenía miedo en las calles de su "Zona Azul" por donde me paseaba cuantas veces me daba la real gana y sin compañía alguna. También enseñaba a quienes me querían escuchar lo que era ser un "tonto útil" para que ellos dejaran de serlo si ya lo eran o nunca lo fuesen si es que todavía no lo eran. Los tontos útiles no entraban en mis planes ni en mis cálculos porque les daba esquinazo poor aquello que decía mi abuela materna de "cuanto menos bulto más claridad". Originalmente, desde mi nacimiento, yo ya estaba señalado por el Destino de Dios para ocupar un lugar en las famosas tertulias de los cafés y así lo hacía acudiendo en solitario a algunas de ellas sólo para aprender a escuchar y llevándolas a cabo con amigos como Sanrrillo, Dudu y Llotín, donde les contaba todo lo aprendido más otras muchas cosas que me inventaba yo sobre la marcha (improvisar siempre se me ha dado muy bien) y ellos se partían de risa mientras me admiraban por el par de huevos que le echaba yo a todos esos asuntos. Cuando terminó aquella experiencia de las tertulias yo aparecía y desaparecía, como por encanto, en cafetines de mala muerte más o menos interesantes o en salones de lujo más o menos importantes, donde observaba para saber lo de "Estoy luego existo", una versión libre y original de "Pienso luego existo" porque me parecía más interesante, más emocionante y más divertido que lo vivido por Descartes y los realistas descartianos a los que tenía complemente aturdidos y despistados (descartados por supuesto) porque pasaba olímpicamente de todos ellos.
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