Memorias de un líder inesperado -Capítulo 10- (Diario)
Publicado en Dec 26, 2013
Me entusiasmaban tanto las aulas universitarias y todo aquello del Periodismo con P mayúscula de Profesional que me dio por apuntarlo todo y todavía me quedaba tiempo de sobra para estar observando los panoramas femeninos y las traicioneras acciones de los fascistas y neonazis que por allí pululaban. Me entusissmaban las chavalas de muy buen ver tanto cuando me las encontraba dentro de las aulas, por los pasillos de la Facultad o en la misma cafetería; aquella pequeña y estrecha cafetería con la que nos teníamos que conformar aun sabiendo que había posibilidades de edificar otra mucho mejor en todos los sentidos si derribábamos el "Muro de las Discordias" de lo cual hablaré en el próximo párrafo. A veces me quedaba sorprendido ante aquellas bellezas femeninas pero nunca jamás traicioné a la Princesa que llevaba yo dentro de mí desde que tuve 7 años de edad. Pero yo, a la vez que las observaba, me dedicaba a seguir aprendiendo cómo realizar artículos, crónicas, columnas de opinión y los demás géneros periodísticos (desde entrevistas de alto nivel hasta chistes de humor inclusives y todo los demás) que yo ya sabía practicar desde mi tierna infancia pero que ahora estaba demostrando que las dominaba a la perfección.
Yo era el que se atrevía a opinar cuando los otros (rivales) estaban callando y de los que se atrevían a callar cuando los otros (rivales) se las daban de verdaderos oradores a lo Castelar pero que no hacían más que lanzar peroratas llenas de palabrería inútil (pues en verdad que eran inútiles a la hora de la verdad todo lo que decían pero que no eran capaces de cumplir).Y cuando yo callaba y ellos (los rivales) pensaban que ya me habían derrotado, yo me levantaba y decía algunas frases que impactaban tanto que se volvían a quedar callados (los rivales) ante las risas y el jogorio general de los míos y las mías. Me encantaba eso de llevar la contraria a tantos listos (o que se las daban de listos) porque sólo lanzaba proclamas de justicia cuando creía que era una justicia decirlas. Fue proverbial aquella tarde en que lancé una de ellas que mi amigo El Granadino la llamó la Ley de Pepe. Se trató de lo siguiente: "Cuando un alumno o alumna no acude a un examen queda suspendido o suspendida; así que cuando el que no acude al examen es un profesor, todos y todas nos merecemos un aprobado general". Lo dije por "El Bombilla" pero lo estaba también diciendo por todos, porque yo jamás me vendía a ningún postor. Hasta los profesores y las profesoras que me estimaban me consideraban un joven justo y que sólo buscaba justicia para todos y para todas. Mi postura era no claudicar jamás y cuando los ideólogos pedían que hiciésemos huelgas, yo pensaba y meditaba si era justa o no era justa fuesen quienes fuesen las que las planteaban. Si las consideraba justas (por mis ideas y no por ninguna ideología) era uno de los primeros en apoyarlas y llevarlas a cabo; pero si las consideraba injustas (por mis ideas y no por ninguna ideología) jamás las llevaba a cabo y me integraba a las aulas aunque sólo fuésemos 4 ó 5 los valientes que no secundábamos aquellas injustas huelgas o aunque me quedase más solo que la una dentro del aula (como me ocurrió más de una vez). Repito que si las consideraba justas me unía a ellas tanto dentro de la Facultad como en las calles; pero si las consideraba injustas (me insultasen o no me insultasen los déspotas y autoritarios que se creían que me iban a achantar) no perdía el tiempo en vanas discusiones con ninguno de los ideólogos y pasaba de todos porque yo no creía ya en la Justicia humana (por lo sucedido en el Banco) y sólo creía y sigo creyendo en la Justicia de Dios. Aprendía a no perder el tren que me guiaría hasta la consecución del título de Licenciado Profesional (y no como otros que trabajaban y no tenían ni estudios medios sino que estaban enchufados por la Falange, el Opus Dei, o cualquier otra clase de poderes fácticos). Muchos de mis amigos y amigas (y por eso me duele más) fueron tan ingenuos que creyeron en los ideólogos y luego tuvieron que abandonar la carrera de Periodismo en medio de las lágrimas, los lloros y los cabezazos pesarosos de un lado otro porque habían caído en la trampa de los fascistas. Entonces, viendo tantas injusticias contra los más humildes, me juré a mí mismo y juré ante Dios que no me iban a derribar y que iba a terminar la carrera para, una vez siendo Licenciado y habiendo demostrado que era un extraordinario profesional, llegaría un día que lo contaría todo tal como sucedió y no como tal dicen que sucedió los interesados en no contar la verdad. Y eso estoy haciendo. Yo podía ser un creyente cristiano -y lo era- pero nunca un ingenuo y a mí las proclamas ideológicas me importaban menos que una mosquita muerta (y cierto es que había muchas mosquitas muertas en aquellas aulas pero que vistos de cerca, como los vi yo, no tenían ni la más remota idea de lo que es ser Periodista con P mayúscula de Profesional). Las ideologías no me movían de mi asiento si consideraba que estaban cometiendo injusticias Ya me estaba dando cuenta de que yo era un líder natural y un líder inesperado. Así que decidí atacar de frente a todos los fascistas y neonazis que por allí pululaban como Pedro por su casa. Ser un líder natural (y además inesperado) me llevaba a actuar como un líder contra las injusticias así que mi bandera de lucha era luchar contra todo lo injusto y es por eso por lo que formé parte de aquel pequeño grupito de estudiantes que derribamos a martillazo limpio aquel "Muro de Las Discordias" con lo que dejamos el camino abierto para que las futuras generaciones de periodistas no tuvieran que seguir sufriendo la aglomeración de estudiantes en cada aula, para que tuviesen una cómoda y amplia biblioteca (en la cual también ayudé algunas veces) y otras ventajas que nosotros no tuvimos como, por ejemplo, una amplia y lujosa cafetería que es la que usan ahora. Hablando de nuestra humilde, pequeña y estrecha cafetería, recuerdo que yo iba allí, en los momentos de descanso entre asignatura y asignatura, no sólo para charlar con mis amigos sino, sobre todo, para ver a las más guapas e interesantes que se atrevían a entrar a ella. Y es de destacar a una superguapa que estaba como un tren vestida con chándal deportivo rojiblanco pero a la cual nunca jamás molesté, ni me dirigí a ella de ninguna manera porque no iba a traicionar jamás a mi Princesa. Con todo lo que anotaba en mis apuntes y con todo lo que aprendía observando la forma de actuar de unos (los míos) y de otros (los rivales) además de seguir calibrando la calidad de la belleza de las chavalas (sin engañar jamás a mi Princesa repito una y mil veces) iba yo armando una cultura mosaico; esa cultura mosaico que había aprendido a construir sólidamente desde mi más tierna infancia, cuando comencé a saber leer, a través de aquellos pequeños libritos de la Colección "Pulga" que me regalaban los Reyes Magos. Con esa cultura mosaico en general yo aprendía más y mejor a estar siempre al loro para saber qué clase de decisión debía tomar saliendo de mi propia conciencia y si mi propia conciencia les molestaba a los ideólogos de cualquier color político o sindical, sea cual fuese el pensamiento de esos ideólogos, a mí me importaba menos que un comino aderezado con ajo arriero y, como los verdaderos y buenos arrieros, seguía mi camino sin pararme a discutir cosas necias como intentarme convencer de lo que era justo o lo que era justo. Insisto en que ya no creía en la Justicia de los humanos sino en la Justicia de Dios; así que acudía a la cafetería para ver la cara de la superguapa del chándal deportivo rojiblanco o de otras que estaban de tan buen ver pero, por lo demás, yo pensaba que las aulas estaban para algo más que para perder el tiempo jugando a los naipes o a cualquier tontería similar, salvo cuando había descanso y jugaba con mis humildes amigos (los más humildes que fueron derribados por los fascistas y los neonazis a los cuales les declaré la guerra abierta) a tirar monedas contra la pared , a jugar al fútbol en los pasillos con pelotas de papel o simplemente a contarnos chistes jocosos pero sin molestar a ninguna chavala (cosa que sí que hacían los fachas). Lo mío, lo verdaderamente mío, no era ennoviarme con ninguna de las chavalas que me gustaban (yo ya tenía novia desde lo 7 años de edad) sino escuchar y anotar bien todo lo que escuchaba. Lo demás era lo que el viento se llevó. Con un extraordinario equilibrio (para demostrar que los que me llamaban loco eran tarados mentales en su totalidad) aprendía yo a que para ser una gran líder había incluso que aprender a ser un gran perdedor -antes de triunfar finalmente- para ponerse en la piel de los grandes perdedores y sufrir, por empatía con ellos, lo que sufren los grandes perdedores. Cuando los demás no estaban de acuerdo que yo conociera y experimentara ser un gran perdedor (sin serlo jamás en mi vida) yo no lo explicaba porque era un compromiso con Jesucristo y mi Princesa. Así que aprendí a ser lo que es ser un gran perdedor pero triunfando al final gracias a ello. Sabiendo lo que se siente es la mejor manera de no caer en la trampa. Por otro lado también me ocupaba en observar las acciones de aquellos simiescos personajillos que bailaban al son de los ideólogos universitarios porque se dejaban libremente engañar. Estos sólo me despertaban pena y lástima pero no podía hacer nada por ellos y yo estaba muy ocupado en ayudar a quienes creían en mí como líder. Yo nunca fui una marioneta en las manos de los manipuladores universitarios que eran, ni más ni menos, que los mismos ideólogos de las jornadas laborales introducidos en las recámaras universitarias por ver si a río revuelto ganancia de pescadores y pescaban adictos seguidores a sus ideologías. Pescaban algo pero en mi caso sólo pescaban resfriados cuando me seguían los pasos tanto por el día como por la tarde o por la noche. Que se jodan. Para mí sí que era provechoso todo aquello de la enseñanza universitaria y así fue cómo lograba llevar a cabo prácticas periodísticas de carácter genial (me importa un bledo lo que digan los chupatintas de la Agencia Efe a los cuales les tuve que mandar a la Eme o los de cualquier revista como Triunfo que resultaba, en verdad, ser un petardo para mis aspiraciones y ahora me alegro una enormidad que no me admitieran entre ellos). Era en verdad genial todo lo que salía de mis manos, pasando antes por mi cerebro, y de lo cual dejé ejemplos que se guardan en la Facultad para que los vean las futuras generaciones de periodistas. En este sentido fue genial la Entrevista que le hice a Fiodor Dostoievsky, el análisis del mamboretá de Cortázar y otros muchos trabajos que presentaba yo siempre con la vitola de genialidades (algunas de ellas totalmente voluntarias además de las impuestas). En realidad lo del Periodismo con P mayúscula de Profesional ya lo llevaba yo en la sangre, en mi genética... y lo de escribir (ser escritor) me venía desde mi nacimiento como un don natural de Dios (que otorga dones naturales además de dones espirituales). Aprendiendo un poco de todo llegaba y sigo llegando a aprender mucho de cada tema que caía y cae entre mis manos. Esto es una máxima para mí, que siempre he sido como una esponja absorbiendo todo lo que me ensañaban además de lo que salía de mi propio interior. Así elaboraba mis propias revistas y hacía las crónicas necesarias que debía aprender a dominar para no desengañar a todas aquellas y todos aquellos que habían confiado en mí. Jamás les defraudé a ninguno de ellos ni a ninguna de ellas.
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