Propiedad privada (Cuento)
Publicado en Dec 30, 2013
El sol alargaba las sombras de los cipreses. ¡Había pasado tanto tiempo! Con el rostro invadido de añoranzas, iba paseando la pequeña y menuda Rosario con su infaltable ramo de rosas. El sol alargaba las sombras de los cipreses y la sombra de ella regateaba, tumba tras tumba, hasta llegar a su destino. ¡Había pasado tanto tiempo!
Desde aquel momento en que Emiliano se había ido a esa aventura llamada Muerte, ella renunció a cualquier otro amor. Muchos fueron los hombres de cualquier edad (jóvenes, adultos, ancianos) que intentaron, y siempre en vano, ocupar el lugar de su corazón... pero el corazón de Rosario había dejado de funcionar cuando dejó de funcionar el corazón de Emiliano. Sí. Estaba viva pero lo que había muerto era mucho más que su hombre. Había muerto su vivir. Rosario era algo así como una de aquellas sombras de los cipreses y, desde su pequeña distancia con la tierra, ella rechazaba siempre cualquier compañía excepto la de "Bríos", el caballo tordo que, día tras día, la llevaba hasta el cementerio donde Rosario se quedaba hasta el mediodía sentada junto a la tumba de Emiliano y pensando... - Bueno... ¿qué me cuentas hoy, amado sueño? - Que no está frío el cielo, Rosario... - Pues todos dicen que este año el invierno ha sido el peor de todos. - Será porque se han olvidado de amar. - Yo nunca dejaré de hacerlo. - ¿Y por qué tengo que seguir siendo yo? - Porque nadie vive dentro de mi corazón. Nadie mas que tú. - Yo no soy más que nadie, Rosario. - Pero tienes algo muy especial. - ¿Yo especial? ¿Cuándo he sido yo especial? - Cuando me diste aquel beso... Rosario rememora aquel anochecer, bajo la luz de las bombillas de la feria, cuando él buscó el pretexto adecuado para alejarse de todos los demás y guiarla hasta la orilla del río. Allí fue. ¡Había pasado tanto tiempo! - Eso fue un tiempo pasado, Rosario... - Nunca jamás un beso así es un tiempo pasado. - ¿Y nadie más te ha besado de esa manera? - Si lo han hecho habrá sido en sus sueños pero sus sueños no son mi realidad. - ¿Y qué es la realidad para ti? - Este ramo de rosas diario. No hay otra realidad, Emiliano. - Eso es porque tienes buena la conciencia. - Y eso es lo que tiene nuestro mejor hijo. - ¿José? - No hay otro ser humano que pueda ser superior a ti. - ¿Y los demás? - Los demás no aprendieron nunca lo que es amar de verdad. - ¿Tú crees que nuestro José también sabe besar así? - Me lo ha dicho la única novia de su vida. - ¿Y cómo es ella, Rosario? - La mujer más bella que mis ojos han visto jamás. - ¿Sabes por qué José tiene tanta suerte? - No, Emiliano. José no tiene nunca suerte. - Que yo sepa siempre ha estado rodeado de mujeres hermosas que le han querido... - Pero nunca ha tenido suerte con ellas. - ¿Y cómo ha conseguido enamorar a la más bella de todas? - José no ha tenido nunca suerte con las mujeres y por eso Dios le ha concedido aquella a la que todos suspiraban por poseerla. - Entonces es que José sabe sentir de verdad el amor. - Exacto, Emiliano. Tú lo has dicho. Rosario miró el reloj. Eran las doce del mediodía y, silbando ligeramente hasta que apareció "Bríos", depositó su ramo de rosas sobre la tumba de Emiliano, montó en su caballo tordo y se dirigió hasta la ciudad. José estaba besando a su Lina, su propiedad privada, la única novia de toda su vida. La que se llama Liliana y se la han traído los ángeles.
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