Memorias de un líder inesperado -Capítulo 12- (Diario)
Publicado en Dec 30, 2013
Yo siempre seguía la senda de los anónimos para triunfar más allá de las apariencias. No era yo como otros muchos que aparentaban contactar con las más guapas, las más sexys, las más atractivas, las más inteligentes, las más interesantes... pero que no se comían ni una rosca con ninguna de ellas porque carecían de gracia suficiente para conquistarlas aunque se creyeran que eran conquistadores. No las conseguían porque se las daban de donjuanes pero de los que, a la hora de la verdad, se quedaban con la boca abierta viéndolas pasar sin conseguir ni tan siquiera una sonrisa de parte de ellas. Y es que conquistarlas no se trataba de ser más o menos graciosos, puesto que a los que se las daban de graciosos (sin serlo) les daban unas calabazas monumentales. Lo mejor era seguir aprendiendo a través de lo aprendido sobre el cálculo mercantil, la contabilidad y el método ciego. Eran historias para no dormir y por supuesto que yo no me dormía en los laureles sino que me mantenía siguiendo solamente un ocho en los terrenos de juego. ¿Qué número era yo en el corazón de las de mejor buen ver? Como era un centrocampista natural, yo abarcaba todo el terreno de juego y, claro está, me situaba de tal manera, en los lugares más estratégicos, que podía observarlas a todas las que me gustaban sin que ellas se dieran cuenta de que todo aquello de Caja, Mercaderías, Gastos Generales y hasta el Derecho Mercantil, se me quedaba en el cerebro pero nunca en la memoria puesto que la tenía ocupada en grabar los rostros de ellas, los de las más agraciadas. Con todas estas cosas pasaba de todos los envidiosos mientras seguía acelerando más con las máquinas bancarias mientras el vaivén de las horas pasaba vertiginosamente y yo seguía sin sucumbir ante los encantos de algunas que conocía demasiado bien pero que, disimulando, era mucho mejor que los demás. El torbellino de la sangre me circulaba por dentro pero existía una gran distancia entre los rivales y mi personalidad. Aprendí a medir las distancia: corta, media y larga. Lo mejor era no pensarlo demasiado y dejar que lo que el viento se llevaba era lo que se perdía, pero lo que se ganaba era mucho mejor.
Cada día un nuevo reto, un nuevo desafío, un nuevo principio con un nuevo rostro de chavala fenomenal. Aquello parecía el parte meteorológico, pero con imágenes a todo color y sonidos llevados hasta las últimas consecuencias; o sea, que siempre había un abismo que saltar y, una vez saltado dicho abismo, aparecía otro abismo que había que saber sortear como un torero sin miedo de caer herido de vez en cuando. De verdad que a veces me herían ciertos ojos de chavalas de muy buen ver... pero yo, que tenía buena sangre gracias a las cebollas crudas que me regalaba mi abuela materna, conseguía que todas aquellas heridas se cerraran tan pronto que las olvidaba al día siguiente y seguía jugando en todos los partidos y en todos los campos como si nada hubiese sucedido. Sobre todo porque no falté nunca a las citas con el fútbol no para olvidar, pues nada tenía que olvidar en realidad, sino por seguir sonriendo a pesar de todo y de todos. El sufrimiento de sobrellevar era gratificante y lo escandaloso no era parte de mi persona, así que pasaba de largo de todos los escándalos ajenos utilizando la salida que consistía en escribir algún poema, contar algún disparate en forma de chiste y salir a las tres de la tarde para recuperar mi Destino. Yo era feliz y todo lo que veía me inspiraba confianza, salvo las miradas de odio de Gominolas, Grogüe y un largo etcétera de jefes, subjefes, administrativos y hasta ordenanzas con deseos de ser algún día jefes o subjefes bancarios. De vez en cuando, algún soplagaitas me recriminaba por cosas tan absurdas como por correr tanto con las máquinas. No se daban cuenta de que era, precisamente, para poder liderar con mis propias ideas sobre el terreno de juego y que la rapidez la había aprendido desarrollando, al mismo tiempo, mi agilidad mental para ir superando obstáculos y seguir defendiendo a todos ellos y a todas ellas se lo merecieran o no se lo merecieran. Cuando nos pusieron hilo musical muchos creyeron que aquello era Jauja o El País de las Maravillas; sin darse cuenta de que los altos cargos directivos lo habían instalado para anular la comunicación interpersonal y así alienarlos por completo al evitar que hablasen entre ellos mismos. Por otro lado comenzaron a dividir a los trabajadores y trabajadoras que se enfrentaban escandalosamente por escuchar uno de los canales musicales (de los varios que había) mientras otros querían escuchar otro diferente. A mí me daba pena verlos discutir porque sabía que habían caído en la trampa sin darse ni cuenta. Divide y vencerás. Ese fue el lema que les aplicaron "los de arriba" para hacerles callar y que trabajaran servilmente sin dirigirse la palabra para hablar de cosas trascendentales. Yo, la verdad sea dicha, no ponía ningún interés en el asunto del hilo musical. Y entonces "los de arriba" inventaron otra estrategia para dividir aún más a todos los trabajadores y trabajadoras que ya estaban totalmente divididos: crear el plus de productividad que era otra trampa mortal y que consistía en pelearse todos contra todos por recibir unas pocas monedas de más en el sueldo mensual. Para caer en dicha trampa había que firmar el consentimiento de que querías participar en aquellas batallas que destruían el compañerismo. Yo seguía recordando lo de ¡compañeros unidad! ¡compañeros unidad! y me daba lástima de cómo habían periddo hasta la dignidad los que lo habían firmado. Fuimos muy pocos los que no firmamos aquella forma de desestabilizar toda la poca armonía que quedaba ya entre los trabajadores y trabajadoras. Más del noventa por ciento de la plantilla lo había firmado. Seguimos publicando que aquello era una trampa mortal para la unidad de los trabajadores pero muy pocos, poquísimos, nos hicieron caso. En realidad, todo aquello del hilo musical y el plus de productividad me importaba menos que un carajo. Seguía siendo el líder de la resistencia. Pero muchos y muchas no lo supieron entender y cayeron como moscas en aquella tela de araña que les habían preparado "los de arriba". Y entonces fue cuando, surgiendo de los más hondo de mi alma, comencé a escribir "Setamor y Bisalma". ¿Qué era "Setamor y Bisalma" y qué sigue siendo? Era mi primera gran novela, en cuanto a número de páginas, y en ella recogía todo aquel enorme bagaje de experiencias llenas de conciencia social. "Setamor y Bisalma" me sorprendió a mí mismo porque me fluía como un manantial lleno de mensajes a la sociedad, conteniendo en su interior un amor incontestable por ser noble y verdadero. Algo así como una larga historia de amor llena de entusiasmo juvenil. Todos sus personajes eran las mil y una formas de aquella mi existencia por los diversos mundos que conocía, que integraba en mi conciencia de líder inesperado, de líder natural por supuesto, y que me surgían desde ese rincón donde los escritores guardamos mil y una sorpresas. Pero "Setamor y Bisalma" no era un producto para el consumo de las gentes desprovistas de imaginación sino una verdadera obra literaria al servicio de las personas humanas. Humanicé mis ocho sentidos y expresé la obra como una liberación de cada uno de los personajes (salvo una excepción en la que no podía hacer nada por salvarlo). ¿Quién era yo entonces en el concierto vital de la existencia? En aquellos días yo había escuchado mucha música de cantautores que me sirvieron para crear mis propias canciones para demostrarles a ellos, y de paso al mundo, que se podía ser consciente manteniendo la conciencia en medio de aquella movida madrileña que se desviaba hacia los vicios y la corrupción. Y me hice más bohemio todavía. Bohemio de las luces del Sol, de las luces de las estrellas y de aquella Luna que me agrandaba el pensamiento hasta poder sentir la verdad de quienes estaban esperando surgir como personas. Un bohemio lejos del mundo mundano de los viciosos y los corruptos; porque la bohemia de "Setamor y Bisalma" era lúcida y lucida. La lucidez y el lucimiento de un soñador. ¿Qué lejos estaba ya de aquellos grilletes y cadenas bancarias? Tan lejos que nunca más volví a sentir entusiasmo alguno por aquel trabajo rutinario, de máquinas deshumanizadoras, de eslabones de una cadena de producción mercantilista que ya no llegaba a llenar ninguna de mis ilusiones. Me había alejado tanto de aquel mundo mortecino -por lo de alienador que tenía- que sólo sentía la necesidad de seguir escribiendo. "Setamor y Bisalma" fue creciendo de manera irrefrenable y yo no frenaba, para nada ni ante nadie, mis impulsos literarios hasta encontrar un sentido verdadero a todo aquello que para muchos (si la envidia fuese tiña cuántos tiñosos habría) era una locura. Quizás fuese una locura... pero de esa lúcida locura de los grandes escritores, los que se forjan en las experiencias vivas y a la luz del interior de nuestras almas. "Setamor y Bisalma" suponía, para mí, el desahogo de mis tristezas hasta convertirlas en un placer literario lleno de conciencia social y vindicadora. Novela de contenido y no de continente, porque yo no me estaba preocupando por la forma sino que me iba guiando, al ritmo trepidante de la inspiración de mis musas, por la expresión y la expresividad de tantas y tantas realidades trágicas (hasta en algunos casos patéticas) observadas y analizadas por mí mismo, el joven bohemio soñador en que había terminado por convertirme de manera irremediable. Rompiendo el silencio de la mordaza (versión teatral de una existencia triste pero real) recordaba yo mi ligero paso como actor pero ya me había marcado para siempre el mundo de las actuaciones imprevistas, sorprendentes, inimaginables para quienes creían que me conocían pero sólo se habían fijado en la superficie de mi físico más o menos atractivo pero siempre varonil. Sólo se habían fijado en mi epidermis humana. ¿Y en la sustancia divina? Nadie se había fijado en mi sustancia divina. No. "Setamor y Bisalma" era mucho más que tener un físico más o menos atractivo pero siempre varonil... porque significaba todo un conjunto global de conciencias humanas revertidas en una acción liberadora gracias a un espíritu divino que se había colado en mi interior para no dejar hendiduras en la solidez de mis escrituras. Es el Espíritu Santo nada más y nada menos. Recordando los tiempos de mi infancia me he convertido y reconvertido siempre en un eterno joven licenciado que soñaba horizontes de realización personal muy lejos... muy lejos de la cárcel bancaria donde proyectaba todos mis anhelos que ya estaban liberados gracias a las expresiones artísticas que yo no tenía miedo en representar me consideraran o no me consideraran un loco quienes no entendían nada de representación artística. El arte consistía en dar formas a los contenidos y, en este sentido, "Setamor y Bisalma" era mi propio contenido existencial. Me había quedado con la esencia para ser presencia. El líder carismático que vivía dentro de mí salió a la superficie. Ya no me importaba que muchos me llamasen loco, porque cuando les veía a mi alrededor, más esclavos y esclavas que nunca, sólo se me escapaba aquella sonrisa bohemia que había terminado por apuntalar mi singular personalidad humana y divina. No existía ninguna disculpa posible y por eso seguía haciendo oídos sordos a quienes me insultaban o murmuraban de mí a mis espaldas porque, sencillamente, yo me había introducido en el interior de mis personajes, en su mundo, el mundo de todos aquellos y aquellas que sufrían mientras que el mundo de los envidiosos y las brujas no eran para mi, ya absolutamente nada; lo había desalojado de mi cerebro y representaba solamente a mis personajes, a los que de verdad había que liberar a través de mis escrituras. Así se iba forjando mi ser humano y divino y me configuraba como un líder inesperado (pero siempre natural y sin sospecha alguna de que era natural) que sólo respondía ya a los productos de mi imaginación. Nadie me regalaba nada pero los productos de mi imaginación (realidad y ficción enlazados) era la lógica consecuencia de los dones que me había otorgado Dios y Dios era y es superior, siempre superior, a todos aquellos diosecillos que para nada apoyaban las luchas sociales. Pero las luchas sociales ya no eran para mí otra cosa más que proyecciones escritas en mis obras literarias. Como no me habían dejado hablar (porque no era de ningún partido político ni de ningún sindicato) ahora hablaba mucho mejor, más fuerte y más claro, a través de la Literatura. Mi propia y singular Literatura.
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