Memorias de un líder inesperado -Capítulo 13- (Diario)
Publicado en Dec 30, 2013
"Setamor y Bisalma" no manipuló nada, sino que era una novela realista basada en una gran verdad donde le di vida a un mundo de seres humanos que se aglutinaban alrededor de un autor que los trataba de tú a tú, de empatía a empatía, de ser a ser y de pertenencia a pertenencia. El Periodismo con P mayúscula de Profesional era otra gran verdad y una pasión para escribir una gran novela, mi primera gran novela, con el único instrumento del amor sin barreras. Más que aburrida, la vida en el Banco era desigual, clasista, con decenas y decenas de enchufados y pelotas por todas partes menos por una: la puerta de salida a partir de las tres de la tarde. Aquella realidad laboral ya me era totalmente ajena y mis nobles ilusiones se quedaban solamente en los recuerdos de las chavalas más guapas, más sexys, más atractivas, más inteligentes, más interesantes y que más me hacían reír. La noria de la vida giraba a mi alrededor y yo giraba alrededor de nuevos sueños que me hacían reinventarme día tras día para seguir sorprendiendo a quienes no creían en mí y para seguir entusiasmando a quienes habían depositado su confianza en mi persona; sobre todo las chavalas que más me gustaban en todos los sentidos. Todas formaban un conjunto que yo traspasaba al papel de mis escrituras. Formaban un conjunto coral de ángeles que me acompañaban en el diario transcurrir. De vez en cuando surgía de mi silencio abrumador pequeñas sorpresas porque era imposible que yo me doblegara por capricho de nadie y jamás engañaba a mi voluntad que ya era mi Princesa. Bien lo supo Toño (El Perezoso) que, haciendo sonar las monedas en sus bolsillos del pantalón que llevaba puesto pero que parecía que se le iban a caer de un momento a otro, intentaba convencerme de que lo mejor era ser como él y aspirar a ser como él. Pero la personalidad, si tienes personalidad, es no ser como otros quieren ser. Le tuve que cortar sus insinuaciones con un par de desplantes, como un torero juvenil, que le dejaron totalmente descolocado. Por ejemplo cuando le hice saber que cualquier miembro de mi familia valía un millón de veces más que llegar pronto o llegar tarde a aquel Banco cuyo nombre se me había olvidado ya hacía años. Y Toño se rindió. Yo jamás sería como Toño ni tan siquiera ligeramente parecido a Toño aunque me llamó a su despacho varias veces para salir de él nuevamente victorioso. Ni anciano como Toño ni leches en vinagre. Lo mío no era solamente escribir. Lo mío era, sobre todo, y como siempre, sentir lo que estaba escribiendo. Yo sonreía porque Caperucita Roja se había comido al Lobo Feroz ante la prsencia atónita del Leñador. Era mi pensamiento y mi sentimiento y a ninguno de los dos iba a traicionar por un puñado de miserables monedas o por una jefatura de banca de la cual huí como de la peste bubónica cuando me la estaban ofreciendo en bandeja, ni todo un anciano de Teología Religiosa porque quien quiera ser anciano como Toño que lo sea pero yo jamás de los jamases.Recordaba a mi abuelita materna haciéndome señales de que el camino estaba despejado y, sin apenas detenerme para tomar aliento, seguía practicando aquella sui géneris manera de corredor de fondo infatigable pero, sobre todo, inteligente. Todos se quedaron pasmados cuando renuncié al cargo de jefe en el Banco. Yo seguía siendo cada vez más Diesel y seguía palpitando mi corazón al ritmo sincopado de mis pulmones de acero y una voluntad tan férrea que acojonaba a mis rivales desde el primer minuto de cada contienda. Hasta alguno se rindió y me ofreció sus servicios debido a mi especial manera de ligar chavalas guapas sin traicionar a la mía que es la más guapa de todas. Por supuesto que lo rechacé. Para mí valía todo menos traicionarme a mí mismo y, de paso, no traicionar a quien había apostado todo por mi manera de ser. Era tal como había nacido pero ya tan joven como la eterna primavera de aquella Caperucita Roja que, tomando el castillo por asalto, había transformado mi existencia de forma tan honda y profunda que todo mi ser se expandía entre los oleajes de sus eternas miradas y aquella mi eterna y bohemia sonrisa de joven soñador que estaba transformando la sustancia de la vida en alimento de mi alma. Al grito de ¡a por ellos oé oé oé! seguía dando dos pasos hacia adelante y tan sólo uno hacia atrás, tres pasos hacia adelante y tan sólo uno hacia atrás, cuatro pasos hacia adelante y tan sólo uno hacia atrás, cinco pasos hacia adelante y tan sólo uno hacia atrás, seis pasos adelante y tan sólo uno hacia atrás, siete pasos hacia adelante y tan sólo uno hacia atrás, ocho paso hacia adelante y tan sólo uno hacia atrás, nueve pasos hacia adelante y tan sólo uno hacia atrás, diez pasos hacia adelante y tan sólo uno hacia atrás... ¡y de repente!... cuando todos creían que ya no aguantaría más cambié la táctica dando once pasos hacia adelante, doce pasos hacia adelante, trece pasos hacia adelante, catorce paso hacia adelante, quince pasos hacia adelante, dieciséis paso hacia adelante, diecisiete paso hacia adelante y ¡dieciocho paso hacia a delante! ¡Había logrado escaparme del todo y de todos y convertirme en el mismo chaval de los 18 años de edad que había salido triunfador de Cima! La distancia que saqué a todos mis rivales que envejecían sin poder creer lo que había hecho yo fue definitiva. Lo mío ya era solamente salir hacia el infinito. El infinito era lo que yo buscaba para afianzar aquel liderato con el que Dios me había iluminado. Dios. Era Dios. Por eso afirmé que no era Jesucristo quien daba la espalda sino que era el mundo que no da la cara. Frase que me recuerda siempre a mi compañero y amigo Aldaro porque la escribí como pie de un dibujo que se lo enseñé a él y a todos quienes quisieran verlo. Muchos creyeron que era una simple tontería pero yo ya no estaba allí, había vuelto a los 18 años de edad y nunca había conocido ni el Banco ni la Caja donde tuve que trabajar en contra de mi voluntad. Y como había decidido, ya transformado del todo, salir de aquella masa de gentes que ya no significaban nada para mí, me reí a todo trapo cuando la entrevistadora me llamó a su despacho para decirme que en el informe laboral ponía que yo era un pésimo empleado y que no tenía ni tan siquiera estudios elementales. Me encogí de hombros porque me daba igual lo que dijeran de mí; pero como insistió en que le dijese la Verdad, le hice saber que hacía ya bastantes años que había sacado el Título de Licenciado en Ciencias de la Información, rama de Periodismo, en la Universidad Complutense de Madrid y que había entregado una copia para la alta dirección de la OP porque lo pidieron públicamente. Le dije que me daba lo mismo si se lo creía o si no se lo creía. Ella dijo que se abriría una investigación y la investigación descubrió que había dos informes sobre mi persona: el que tenían los más altos cargos del Banco hablaba de que yo era un sensacional trabajador, un tipo muy inteligente y, además de cumplidor de todas las tareas laborales como el mejor de los mejores, era todo un Licenciado en Periodismo (aunque ese informe hubo que ser buscado en los cajones de alguna fea secretaria) y que en su lugar había un falso informe donde se me ponía mal por todos los lados. Desde las alturas del Banco se enfadaron mucho y estaban dispuestos a "cortar cabezas" cayera quien cayera; pero yo ya no quería formar parte del Banco aunque me indicaban que, para solucionar y compensar todo aquel atropello de años y años sufridos injustamente, aceptara el cargo de jefe que me ofrecían. Dije que no. Dije que se lo diesen a quienes habían estado engañando con sus falsos informes. Y me marché volando... con mi familia... al otro lado del Atlántico. ¡América! ¡América! ¡Que bien se vive en América donde me abrieron todas las puertas para trabajar en lo que me gustaba! ¿Hubo alguna "Mano Negra" que impidió que yo hubiera alcanzado a ser un alto ejecutivo de aquel Banco? Ramírez era mucho peor estudiante que yo en Cima, donde estuvimos estudiando los dos al mismo tiempo, y había llegado a ser un alto directivo. Todos se preguntaban por qué yo, siendo superior que Ramírez cuando entré a trabajar en el Banco, no había progresado tanto como él. No me importaba en absoluto que fuese por la falta de cariño con que trataron a otros muchos pelotas y enchufados fascistas. Solo quise irme cuanto más lejos mejor de aquel inmundo mundo y me fui. Supongo que sí. Supongo que hubo alguna "Mano Negra" o varias "Manos Negras" que tal vez estaban dirigidas por El Capitán Mostachete (jefe de personal de HM) y Espinete (jefe de personal de BHA) con la ayuda de tantos fascistas como pululaban por el Banco. Yo me fui feliz porque al querer hacerme daño me habían hecho un gran beneficio ya que a partir de entonces trabajé y sigo trabajando en las dos cosas que me gustan: escritor y periodista. Y de estas manera dejé de ser el líder inesperado para transformarme (a pesar de tanto cabrito que tuve que soportar) en un líder consolidado que está siempre al servicio de Jesucristo y los necesitados y necesitadas de verdadero amor.
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