Cromos (Diario)
Publicado en Feb 05, 2014
El último texto de Carlos Montuenga ha hecho viajar a mi memoria hasta los confines de mi tierna niñez. ¡Qué entusiásticas oleadas de emociones inundaban nuestras almas infantiles con aquellos cromos que surgían, mágica extrasensorial, de aquellas chocolatinas que nos hacían ensoñar con el Nautilus, las aventuras del Kon-Tiki o el avión supersónico que batió por primera vez en la historia humana la barrera del sonido! ¡Y las razas humanas! A la mujer tirolesa, al campesino mongol y al viejo jefe dakota, se podrían añadir el fiero guerrero watusi, la joven lapona de mirada esteparia o cualquier otro rostro de aquella galería de personajes humanos que nos miraban cara a cara y que a mí me hicieron aprender a amar a todos los seres humanos. Y aquella colección de banderas, de todas las banderas del mundo, que con sus brillantes colores y las respectivas figuras humanas representativas de cada país me hicieron aprender a respetar a todas las naciones. Y estaba aquella historia de animales que comenzaba con los antediluvianos habitantes de la Tierra, anteriores a la presencia del hombre sobre la misma, y que contenía figuras tan extraordinarias como las del guepardo, el chow chow o las terribles pirañas amazónicas. ¡Cuántas soñadas aventuras en paises lejanos realicé con ellos junto al hogar donde nos reuníamos la familia numerosa al calor del brasero o al borde de la estufa de carbón!
Pero había más. Recuerdo a los antiguos artistas del cinematógrafo que entonces empezaba a ser technicolor y cinemascope. Allí estaban, amontonados en mis manos, los héroes del film como Gary Cooper, Burt Lancaster, Richard Burton, John Wayne, Ricardo Montalbán, Joel Mac Crea... junto a las entonces excitantes Brigitte Bardot, Sofía Loren, Gina Lollobrigida, Grace Kelly, Jane Mansfield... ¡Y que decir de aquellos hieráticos futbolistas de una época dorada en que todavía este deporte tenía mucho de amateur! No sólo era indescriptible la alegría que producía el abrir el sobre y extraer a Distefano o Kubala sino que también despertaba emoción encontrarse con nombres tan proletarios y populares como el de Pepín el del Betis, Peporro el de la Real Sociedad, Joselín el el Valladolid, Pepillo el del Sevilla o Toni el del Oviedo y Rodolfo el del Zaragoza. ¡Y que angustiosa tristeza quedó en el ánimo de todos nosotros, los cuatro inseparables hermanos varones, cuando no pudimos completar un álbum porque nunca nos salió Marcaida el del Atlético de Bilbao! Qué soledad más agridulce ver todo el álbum completo excepto aquel cuadro en blanco que me hizo aprender que todos los seres humanos, por más que nos esforcemos, cuando terminamos de completarnos del todo es porque siempre queda un hueco en blanco en nuestras historias personales. Pero ¡cuántos partidos imaginarios realicé en aquellos coloridos estadios, de otra serie de cromos posterior, con nombres tan sugestivos como La Rosaleda, Los Cármenes, la Romareda, Chamartín, Metropolitano, San Mamés! Y después llegaron los ciclistas y ¡cuántas obligatorias siestas (empeñada siempre nuestra madre en hacernos seguir las costumbres de papá) me las pasé barajando aquellos rutilantes ciclistas que subían y bajaban mi imaginario Mont Ventoux del Tour de Francia comandados por Bahamontes o Anquetil! ¡Cromos! Inolvidables imaginarios sociales de una época ya nostálgica que cambiábamos (dos por uno y a veces tres o cuatro cuando se trataba de conseguir a los más difíciles de la colección) en el aula donde Don Florencio se empeñaba, incansablemente, en hacernos aprender la resta de los quebrados, y que comprábamos a veces en el humilde quiosco de Doña Vicenta, la vendedora de pipas, cromos y caramelos, de la madrileña calle de Ibiza o a veces en el más moderno comercio de Denis, junto al colegio de la Sagrada Famila (nuestros encarnizados rivales del Safa). ¡Cromos! Sueños de infancia que convertían en aventura diaria aquel fantástico y placentero trajín de abrir, trémulos y expectantes, los envoltorios de las chocolatinas o los sobres de donde surgía, por encantamiento milagroso de la soñadora niñez, nuestras más queridas aventuras cotidianas... Recuerdo que no pude ver "El puente sobre el río Kwai" que se proyectaba en la pantalla del cine Narváez porque aquel sábado por la tarde solo habíamos podido reunir dinero para ir al Alcalá (entonces casi tan barato como el Doré) pero ¡qué alegre suceso cuando pudimos terminar la colección de cromos de aquella película, o la de tener cromos sueltos de "Los diez mandamientos", o de "Las minas del rey Salomón!. Allí estaban completas todas las principales secuencias de aquellas películas para poder revisarlas una y otra vez. Y nos introducíamos en las aventuras como heroicos personajes. Y más allá, en el último rincón de la memoria, cuando ésta se nos hace tan fragmentaria que no sabemos si fue real o soñada, estaba la carbonería de la calle Alcalde Sáinz de Baranda, en cuyas negruzcas paredes, junto a sacos de picón y almendrilla, con la pátina del tiempo y del hollín, estaba pegada la colección completa de aquellos toreros que fueron insignes referencias populares para nuestros padres, abuelos y tíos paternos y maternos. Cromos de color azul sepia con los bustos egregios de Manolete, Bienvenida, Ordóñez, Ostos, Dominguín... leyendas de tardes gloriosas contadas por los juglares del barrio, aquellos mozos veinteañeros que antes de ir a la mili nos hacían creer a los niños coleccionistas de cromos, en la esquina del Doctor Esquerdo, que ellos habían debutado en las Ventas. ¡Faroles basados en las estampas de los cromos que ellos tenían en sus bolsillos! ¡Cromos! ¡Compañeros de niñez! ¡Cuánta razón tenía el pensador adulto que un día dijo que todos somos niños, niños que vamos creciendo sin dejar de ser nunca niños! Y siempre seremos seres infantiles atrapados en la ilusión que se nos convierte en nostalgia con el paso de tiempo...
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|