Diez meses ( 21, 22)
Publicado en Feb 11, 2014
21
La voz de Amalia llegaba débil y entrecortada a través del teléfono que Alicia mantenía entre el cuello y el hombro, al tiempo que buscaba en el desbarajuste de paquetes que ocultaban la mesa aquel que liberaba una delicada fragancia a rosas. Le había desorientado el envase, una lata alta y estrecha, en lugar de la cajita plastificada que compró en la feria. Agitó la lata y un rumor menudo chocó contra sus paredes. Sonrió. Estaba a rebosar de aquella deliciosa mezcla de plantas con propiedades sedantes, digestivas y alguna más que no lograba recordar. –Creía que sólo ibas a mandar las infusiones – dijo Alicia sujetando el teléfono con la mano. –Lleva algo a Elena si es mucho para ti – se escuchó nítidamente al otro lado de la línea. Por supuesto que llevaría algo a Elena, pensó Alicia, sin salir de su asombro ante la gran cantidad de dulces, conservas y demás paquetes, de los que aún ignoraba su contenido, que se amontonaban en la mesa. – ¿Cómo se te ha ocurrido comprar tanta comida? –Empecé comprando las plantas que me pediste, después miel para endulzar las infusiones; como se aproximaban estas fechas me pareció buena idea comprar licores, con las conservas rellené los huecos que quedaban libres… –Sabes que no volveré a encargarte nada, ¿verdad? –No es necesario que lo hagas, ahora tengo tu dirección. – ¿Cómo estás pasando las fiestas? – preguntó Alicia riendo. – ¿No te lo he dicho? Estamos incomunicados por la nieve. – ¡Qué emocionante! –No tanto. Llevamos tres días sin pan, no podemos salir de casa. El medico no puede subir hasta aquí, es muy incomodo. –Ya supongo – dijo Alicia mirando distraída por la ventana. –Me has dicho que estabas a punto de salir y yo aquí, entreteniéndote. Cuídate y da recuerdos a todos. –Lo haré y gracias. –De nada cielo. –Adiós – se despidió Alicia. Se quedó junto al teléfono sin saber muy bien cómo había pasado, en los pocos minutos que había durado la conversación con Amalia, de la risa al abatimiento. Entregarse a él era iniciar un arriesgado descenso por emociones que temía no poder controlar. Salió al balcón. Todavía era temprano para ver sus dos estrellas. Las tenía un poco olvidadas, pero aún así se dejarían ver esa noche. El fuerte viento de las últimas horas había limpiado el cielo y bajado las temperaturas, pero no lo suficiente como para ver de blanco la ciudad. Amalia ya estaría de vuelta en la cocina después de hablar con ella en la salita donde tenía el teléfono. Habría acercado la cafetera a la lumbre y, con el sonido de la radio de fondo, se sentaría a hacer alguna de las labores que recogían las numerosas revistas que acumulaba en el banco que había bajo la ventana. La única señal de vida que, periódicamente, salía del convento la devolvió a la realidad. Con la quinta campanada entró de nuevo en casa. Comenzó a guardar, en la misma caja donde habían llegado, todos los productos enviados por Amalia. Todos excepto un tarro de miel y un dulce de manzana. Despejada la mesa, miró a su alrededor. Entre el sofá y la pared quedaba un espacio perfecto para colocar la improvisada despensa. Hacia allí empujó la caja. 22 – ¿Te gusta la miel? –Pues si – dijo Pedro mirando el tarro de cristal que había dejado Alicia sobre la mesa. –Es miel pura. – ¿Dónde la has comprado?– preguntó Pedro examinando el contenido del tarro a la luz de la ventana. – Me lo ha enviado Amalia, mi tía – dijo Alicia acercándose a las estanterías. Pedro asintió antes de volver a poner su atención en los papeles que había sacado de uno de los archivadores que habitualmente estaban en la ventana. –Vive en un pueblo rodeado de montañas. Llevan tres días incomunicados por culpa de la nieve – dijo Alicia pasando la mano por los libros, casi sin rozarlos. – ¿Les había ocurrido antes? –Amalia parecía acostumbrada. La nieve causa muchos inconvenientes, pero a mí me parece emocionante. –Si tú vivieras allí, no te parecería tan excitante. –A veces lo hago. – ¿Qué haces? –Me imagino viviendo en el pueblo. Pedro se quitó las gafas y buscó a Alicia con la mirada. La encontró apoyada en la barandilla de hierro observando la planta baja. –Huir no es la solución. –No se trata de huir – dijo Alicia incorporándose. – ¿Y cómo llamas tú a querer marcharte a un pueblo incomunicado? Alicia miró a Pedro extrañada por la dureza del tono que había utilizado, muy alejado de la calidez con la que solía dirigirse a ella. –Yo no he dicho que me vaya a ir –dijo Alicia apartándose de la barandilla. –Pero lo piensas. Y fantasear es otra manera de huir. –Tú no lo entiendes. No tienes idea de lo difícil que es afrontar cada día cuando no le encuentras sentido a nada. –Lo encontrarás. – ¿Cómo lo sabes? – Porque vas a seguir insistiendo. Y ese es el modo de conseguir lo que se desea. –Estoy cansada – dijo Alicia cogiendo las llaves que había dejado encima de la mesa. –Tú lo dijiste. ¿No lo recuerdas? Alicia vio su silla vacía y se dio cuenta de que todavía llevaba puesto el abrigo. No sabía de qué hablaba Pedro. Quería salir de allí. El desaliento se había adueñado de ella en el único lugar donde se creía a salvo de él. –Aún no has llegado a ninguna parte. Alicia se paró a mitad de camino de la escalera. Sus palabras en boca de Pedro no parecían suyas. – ¿Y si no hay a dónde ir? – ¿Te gustaría que este silencio –dijo Pedro abriendo las manos en un gesto que pretendía abarcar la galería – fuera lo normal en tu interior? Si te dijera que esa es la recompensa que te aguarda si no desfalleces, ¿merecería la pena seguir adelante?
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