Diez meses ( 25, 26 )
Publicado en Feb 23, 2014
25
De las tres camas que había en la habitación, Susana descansaba en la que quedaba más retirada de la puerta. Junto a ella, una joven, apenas una niña, leía un libro de texto, por más que Alicia no comprendía cómo era capaz de concentrarse con la retahíla de frases inconexas que repetía la anciana que estaba a su lado. Pronto se dio cuenta de que tendría que imitarla y abstraerse del entorno si quería hablar con su compañera. Con dificultad, arrastrando las palabras, Susana explicaba, en un tono casi inaudible, como una noche, mientras preparaba la cena comenzó a llorar sin poder controlarse. –Si no hubiera ocurrido delante de los niños no estaría aquí. Pero al ver el miedo y la preocupación en sus caras comprendí que no podía continuar así por más tiempo. Susana tomó aire antes de seguir hablando. –Siempre triste, enfadada, sin ganas de nada. Alicia, que había pasado toda la mañana pensando en cómo comportarse cuando tuviera a Susana delante, permaneció en silencio. –Me alegro de que hayas venido – dijo Susana sin ningún matiz en el tono apagado de su voz. –Mi madre se suele marchar llorando o apunto de hacerlo, y Julián, sólo con mirarle sé que no entiende qué está pasando. Sin quererlo consiguen que me sienta culpable. Alicia se sentó en la cama. Una acción que censuraba habitualmente en el trabajo. –Has hecho lo correcto, pedir ayuda. Ahora sabes que tienes una enfermedad. El nombre es lo de menos, porque existe tratamiento y te vas a recuperar. –Llevo una semana esperando que alguien me diga eso – dijo Susana sacando un pañuelo de debajo de la almohada. La conversación quedó interrumpida con la llegada de la merienda. Susana introdujo las galletas en el café y comió como si nada la inquietara. La joven cerró el libro y trasladó su merienda de la mesilla a la mesa plegable que había a los pies de cada cama. Cambió los dos paquetes de galletas al lado izquierdo del plato, vertió la mitad del sobre de azúcar en la taza y removió el café. Para cuando quiso abrir el primer paquete de galletas, Susana ya había terminado de merendar. El café de la anciana hacía rato que había dejado de humear. Todos los intentos de Alicia por recuperar la conversación fracasaron. Consciente de que sus comentarios a propósito del trabajo no eran los más apropiados para despertar el interés de Susana trató de encontrar otros temas para conversar, pero el trabajo era, prácticamente, de lo único que habían hablado durante los últimos cinco años, y desistió de sacar a Susana de su mutismo. Le costaba creer que Susana se encontrase en aquella situación, sin que ella, que la veía a diario, hubiera percibido ninguna señal de alarma. Pero, ¿en qué tenía que fijarse? El cansancio era algo común a todas las compañeras, el mal humor lo atribuían a la tensión provocada por la falta de medios y el exceso de trabajo, y la tristeza…¿A quién quería engañar? La verdad era que estaba demasiado ocupada procurando detener su propia caída como para advertir la de Susana. Se cuestionó la decisión de prolongar dos horas su estancia en el hospital cuando había transcurrido la mitad del tiempo previsto. Susana no reparaba en su presencia. Su mirada tenía la misma intensidad cuando se atascaba en algún objeto de la habitación que cuando coincidía con la suya. Por eso le sorprendió que se mostrara receptiva a dar un paseo por el pasillo. Algunas habitaciones mantenían las puertas cerradas, pero otras muchas no, y fue en estas donde Alicia pudo comprobar que la mayor parte de los enfermos eran personas relativamente jóvenes y que el número de mujeres era muy superior al de los hombres. ¿Se habría dado cuenta Susana de aquella desproporción?, se preguntó, ignorando las habitaciones por las que pasaron hasta que se les acabó el pasillo. Una mesa alargada con varias sillas a su alrededor constituían todo el mobiliario de la sala de terapia. Susana abrió una de las dos ventanas y encendió un cigarro. Un viento frío entró por la estrecha abertura que permitía el cierre de seguridad. –De todas las visitas que he tenido, sólo tú no me has dicho que debo animarme – dijo Susana fijando brevemente la mirada en Alicia. –Tal vez lo haga más adelante, cuando el tratamiento comience a dar resultado. Un autobús depositó un minúsculo grupo de personas delante de la entrada principal. El grupo se dispersó entre los diferentes edificios del complejo hospitalario. –Tengo miedo a salir de aquí y enfrentarme a Julián, los niños, la casa. –No puedes incorporarte a la rutina de un día para otro. Nadie te pediría que lo hicieras si estuvieras convaleciente de una operación, ¿no? –Supongo que no. –Piensa un poco en ti, porque no quiero venir a verte aquí – dijo Alicia rozando el brazo de Susana. –Lo intentaré, si consigo recordar cómo se hace. 26 –No sabía que fumaras. Pedro bajó el periódico. Parada junto a la escalera, Alicia le observaba con detenimiento. –Lo había dejado – dijo Pedro mirando extrañado el cigarrillo a medio consumir, entre sus dedos. –El tabaco mata el olor de los libros – dijo Alicia. Pedro hizo desaparecer el cigarro en un vaso de plástico. – ¿Cómo estás? –No muy bien – respondió Alicia. –No voy a decirte lo que quieres escuchar si pienso que es un error. –Yo no me marcharé cuando no me agrade lo que tengas que decir – dijo Alicia. Pedro sonrió y Alicia se aproximó a la mesa. Descolgó la mochila de su espalda, doblo el abrigo en el respaldo de la silla y se sentó, no sin antes echar una ojeada a la ventana. El bote de leche conservaba el precinto rojo que, por pereza, no retiró dos semanas atrás, apurando los restos de un bote anterior. Una hoja de papel acumulaba polvo sobre la caja donde se encontraban las cucharillas y los sobres de azúcar, mientras que la elevada torre de vasos había perdido altura. –Había olvidado como eran las tardes antes de venir aquí. – ¿Cómo eran? –Me sentaba frente al balcón y veía pasar la gente, la vida. – ¿Son mejores ahora? La mirada de Alicia descendió hasta las manos de Pedro, inusualmente quietas, y allí se quedó hasta que Pedro volvió a hablar. –Mucha gente encontraría aburrido lo qué hacemos, leer, charlar, tomar café… –Enfadarnos – añadió Alicia. Pedro sonrió por segunda vez. –Nada especial. –Tener alguien con quien hablar es muy especial – dijo Alicia. –Si, estoy de acuerdo, pero no has respondido a mi pregunta. ¿Son mejores las tardes? –Si lo son. –Luego… algo si ha mejorado en tu vida. –Si – admitió Alicia. –Puede ser una pequeña parte. Con toda seguridad no es lo más importante, pero es un comienzo. –Si fuera cierto… – dijo Alicia mirando por la ventana. En la calle, los árboles mutilados parecían tan desconcertados como las palomas que los sobrevolaban sin acertar a detenerse en ellos. –Cuando dejes de ver en el tiempo un enemigo en vez de un aliado, todo será más sencillo. – ¿Qué quieres decir? – preguntó Alicia volviéndose hacia Pedro. –Tienes mucha prisa por hallar respuestas que, a veces, llevan toda una vida. –No tengo tanto tiempo – dijo Alicia. – ¿Qué significa eso de que no tienes tiempo? – preguntó Pedro deslizándose hacia el borde de la silla. Alicia no quería hablar de los temores que le había despertado su reciente paso por el hospital. Al margen del trabajo, la vida de Susana y la suya no podían ser más diferentes, pero esta evidencia no disminuía su inquietud. ¿Cuánto tiempo aguantaría antes de llenar, de cualquier manera, el vacío que la atenazaba? –Dejar pasar los días no es una solución. – ¿Te das cuenta de que hace unas semanas pensabas en renunciar a lo que debería ser una prioridad, sentirte cómoda en tu vida, y hoy estás convencida de que no estás haciendo lo suficiente para lograrlo? Esos altibajos te agotan. No se trata de una competición. Encuentra un ritmo que te permita avanzar sin generarte ansiedad, y mantente en él todo el tiempo que sea necesario. Verás como tienes claras más cosas de las que crees. –Preguntan por ti – dijo Luís sin terminar de subir la escalera. –Vuelvo enseguida – dijo Pedro levantándose. Alicia asintió, al tiempo que se preguntaba si sería capaz de contener su mente en el reducido espacio del día a día. –Alicia – llamó Pedro desde la escalera. – ¿Qué?– dijo Alicia que le había seguido con la mirada. –Mis tardes también son mejores.
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