Diez meses (27, 28 )
Publicado en Mar 03, 2014
27
Por segundo día consecutivo la noche le alcanzaría antes de llegar a casa. Estaba cansada. El dolor de cabeza se extendía sin control por el cuello. Aún así, ignoró el autobús que se detuvo en la parada, muy cerca de ella. Las caminatas a la salida del trabajo le ayudaban a desprenderse de la multitud de preocupaciones que, con facilidad pasmosa, acumulaba durante la jornada. Para conseguirlo, Alicia procuraba poner la atención en los lugares por los que pasaba, en la gente con la que se cruzaba a diario. Situaciones que durante años habían permanecido ocultas quedaron al descubierto como si su sola mirada les hubiera dado vida. Vestidos de blanco y rosa, los almendros contribuían a embellecer la avenida donde se encontraba el prestigioso restaurante a cuya puerta era frecuente ver aparcado algún lujoso coche apropiándose de la acera. Aquella tarde, como cada lunes, la entrada del afamado restaurante estaba desierta. Pronto divisó el hospital infantil. A través de las ventanas, ya iluminadas, se podían apreciar figuras desdibujadas, personas que envidiaban la normalidad de la que ella pretendía huir. En pocos minutos recuperó la ruta habitual. Se internó por calles desiguales donde los edificios, más próximos entre si, dificultaban la visión de un cielo despojado de estrellas. Las vio más adelante. Contó cuatro en la fachada del hotel. La quinta quedaba oculta por el pomposo sombrero del portero que guardaba la entrada. Hinchada por las recientes lluvias, la puerta de madera se resistía a abrirse. Las escaleras, también de madera, se quejaron al igual que sus piernas ante los dos pisos que tenían por delante. Un olor dulzón inundaba el descansillo del primer piso. Sin ser de su agrado, logró iniciar una tímida queja en su desorientado estomago. El gruñido de chico, el perro de su vecina, se transformó en un lamento. Alicia escuchó el interés de su hocico pegado a la puerta y le dedicó unas palabras antes de entrar en casa. Con el teléfono sobre las piernas marcó el número de Amalia. Nunca le había entusiasmado la división de las vacaciones en dos periodos. El verano se hacía eterno con sólo dos semanas de descanso y en invierno, todavía era peor, se sentía fuera de lugar con todo el mundo trabajando. Sin embargo, hoy había sido ella la que, anticipándose a sus compañeras, había solicitado el primero de los dos periodos de vacaciones. Necesitaba tranquilidad. El silencio del que hablaba Pedro era una fantasía, y ya no se permitía fantasear. Dejar de pensar y descansar, sólo ambicionaba eso. 28 Despreocupado, sin clientes de los que ocuparse, Luís desembalaba paquetes mientras Alicia rehacía un montón de impresos derrumbado sobre el mostrador. – ¿Crees que tardará mucho? –Ya tendría que haber llegado – dijo Luís rasgando el plástico que protegía dos elegantes tomos de color negro. Alicia se volvió hacia la puerta, silenciosa desde que ella la cruzara quince minutos antes. Tenía que preparar el equipaje, pero no le llevaría mucho tiempo guardar algunos pantalones y los gruesos jerséis que constituían su indumentaria habitual durante el invierno. El viaje no alteraría su vestuario. Todo lo que planeaba hacer en los días siguientes era establecerse en la vida cotidiana del pueblo e impregnarse del sosiego que apenas la rozó en el anterior viaje. Se acercó a la mesa central, repleta de novedades. Hacía meses que no leía un libro sin otra pretensión que la de pasar un rato entretenido. – ¿Qué libro escogerías para un viaje? Alicia siguió la mirada de Luís por la librería hasta que ésta se detuvo en una de las estanterías del fondo. Luís parecía dudar y se demoró unos segundos antes de salir de detrás del mostrador. Salió sin apartar la mirada de su objetivo, un estante a ras del suelo de donde extrajo un reducido y manejable ejemplar. –Intriga bien construida, ritmo vivo y una pincelada de misterio. No podrás dejar de leer. Alicia sonrió al coger el libro que Luís le tendía. De regreso al mostrador comenzó a leer la escueta información que se ofrecía en una de las contraportadas. El argumento prometía, tal vez, consiguiera atraparla esa misma noche. No contaba con dormir demasiado. Siempre la asaltaban absurdos temores la víspera de un viaje. ¿Sonaría el despertador? ¿Le impediría un inoportuno atasco llegar a tiempo a la estación? Pasó varias páginas y en la primera que encontró escrita dejó uno de los impresos que había estado ordenando. – ¿Te lo llevas? –Si – dijo Alicia abriendo satisfecha el pequeño monedero que, por poco, no había olvidado. –Espero que te guste – dijo Luís con la misma formalidad que empleaba con todos los clientes. Con una sonrisa, Alicia dejó a un lado del mostrador la familiar bolsa en tonos verdes y amarillos. Le gustaba Luís, sus silencios, la seriedad en su cara cuando estaba concentrado en el trabajo, la amabilidad que afloraba sin dificultad al dirigirse a él. Nada que ver con la impresión que le causo aquella tarde cuando se refugió en la librería después del incidente en el autobús. Entonces, pensó que aquel joven, indiferente a todo lo que no fuera la pantalla del ordenador, parecía un poco huraño, pero también que le permitiría curiosear cuanto quisiera. – ¿Cuánto tiempo hace que trabajas en la librería? –Algo más de seis años – dijo Luís retirando los embalajes del mostrador. –Empezaste muy joven – dijo Alicia atribuyendo a Luís una edad ligeramente inferior a la suya. –Tenía dieciséis años. Había vuelto a suspender y en casa ya no sabían qué hacer conmigo – dijo Luís mirando a un punto indeterminado de la librería, entre el escaparate y la sección de poesía. – Pedro es amigo de la familia desde que recuerdo, y les propuso a mis padres emplearme en la librería. ¿Te imaginas? No quería estudiar y me iba a pasar todo el verano entre libros. –No tiene nada que ver – dijo Alicia. – Yo tampoco era buena estudiante, pero no había nada que me hiciera más feliz que recogerme en un lugar tranquilo para leer. –No era mi caso. Yo no leía un libro si no me veía obligado a ello – dijo Luís sentándose delante del ordenador. – Sólo Pedro podía ver en un chico que había suspendido cinco asignaturas el ayudante que andaba buscando. –Si, es muy observador – dijo Alicia. –A veces, parece saber incluso, mejor que yo como me siento. Luís giró la silla hasta quedar de cara a Alicia. –Pedro ya te conocía cuando viniste por primera vez a la librería. Alicia se quedó callada esperando que Luís se decidiera a desvelar el secreto con el que tanto estaba disfrutando. –Te había visto en la biblioteca. Qué le hizo fijarse en ti, no lo sé. Pero cuando entraste en la librería te reconoció y quiso atenderte en persona. Alicia si tenía una idea de cómo había podido llamar la atención de Pedro y que explicaba lo acertado de la elección del libro que le prestó en el que para ella había sido su primer encuentro. La campanilla que se interponía en la apertura de la puerta quedó ahogada entre las risas de las dos chicas que acababan de entrar. La más alta de las dos llevaba un papel en la mano. Su cara, castigada por el acne, enrojecía a medida que bajaba los tres escalones. –Voy a pasar unos días fuera de la ciudad. ¿Se lo dirás a Pedro? – dijo Alicia subiendo el cuello de su abrigo. –Nunca ha mostrado tanto interés por nadie – dijo Luís mirándola con curiosidad. –Lo hizo contigo – dijo Alicia cogiendo su bolsa antes de que quedara sepultada bajo una gruesa carpeta.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|