El Greco (Cultura)
Publicado en Mar 25, 2014
EL GRECO
Hace 400 años que murió el pintor Doménikos Theotokópoulos, conocido a nivel mundial como “El Greco”. Este pintor nació, en 1541, en Candía (la antigua Keráklon de los griegos) que es la ciudad más importante de la isla de Creta, famosa por su trigo, sus viñas, sus cítricos, sus olivos y el turismo. Cuando “El Greco” nació, Candía pertenecía a Venecia y por eso se formó, en sus inicios, en la escuela de iconos proveniente de la época bizantina. En este sentido, su primera época de pintor, su período inicial, se desarrolló según los conceptos dominantes de la pintura bizantina que, junto al empleo de los fondos de oro, usaba la técnica del temple de huevo (presente en la iconografía tradicional) caracterizándose por el hieratismo en las composiciones y un paisaje convencional, aunque no se poseen suficientes datos de sus comienzos como artista. Después se instaló en Venecia, donde formó parte del talle de Tiziano, conociendo también a Tintoretto, El Veronés, Bassano y a manieristas como Domenichino, Parmigianino y Pontorno. Allí, en Venecia, contactó con los grandes pintores de la escuela veneciana; resultando una mezcla peculiar de rasgos bizantinos y venecianos. En algunas de sus obras de esta época se distinguen, incluso, lo arquitectónico de lujosos mármoles y violentas perspectivas que demuestran la influencia de Tintoretto, así como de algunos retratistas ya que comenzó también a pintar retratos. Luego pasó un corto tiempo en Roma y conoció a Miguel Ángel Buonaroti., respirando la atmósfera de las obras monumentales clásicas, con soltura de expresión que, junto al aislamiento pictórico que tuvo que vivir, hizo que tuviera la valentía de atreverse con algunos escorzos (aunque de composición un poco espesa), predominando los amarillos y azules y algunas pervivencias manieristas con la multiplicidad de acciones históricas en un solo espacio. En esta época el cuerpo humano cobra valor como una especie de espíritu frente a unos paisajes cada vez menos escenográficos y de celajes dramáticos. Durante su época de obras italiana, sufrió una evolución hacia un estilo muy personal y genial porque a la fórmula primitiva de los iconos superpuso un fastuoso colorido y pintó escenas pobladas de figuras. De los manieristas adoptó sus formas alargadas, envolventes y sinuosas y también desarrolló una gran labor como retratista. Cuando llegó a España, primero a Madrid y después a Toledo donde fijó su residencia definitiva y encontró la muerte en 1614, terminó de consolidarse como un pintor genial pasando a la posteridad gracias a las escenas en primer plano, desentendiéndose del fondo. Es entonces cuando se vuelve un pintor introspectivo y espiritual con un profundo sentimiento religioso y plasmó un impresionante colorido a sus pinturas con gama a lo Tiziano y dejando unos efectos de luz que iluminan sus figuras alargadas, retorcidas, flameantes, casi irreales en su exaltación mística. Debido a su pasado como manierista, desarrolló un amaneramiento estético, con expresiones rebuscadas y reducción al formalismo; pero el’ espiritualismo pictórico de aquella época tomó dos vías: la pintura “deductiva” (cuyo mayor exponente fue “El Greco”) y la pintura “inductiva” (cuyo mayor exponente fue Pieter Brueghel “El Viejo”). Su concentración con lo piadoso y el espiritualismo de su pintura le hizo penetrar en el fondo de sus personajes por su fuerte expresividad, en su adaptación a la conciencia española de aquella época toledana. Fue entonces cuando pintó cuadros devotos, varias versiones como novedades iconográficas llenas de abundantes éxtasis y arrebatos místicos. “El Greco” se fue emancipando, cada vez más, de la realidad empírica y se orientó hacia un estilo completamente visionario y espiritualista, con rostros apasionados y cuerpos de sutil estructura con formas cada vez más alargadas (algunos dicen que lo hacía porque ya estaba perdiendo mucha vista en sus ojos y veía borroso lo que le rodeaba), apartándose de lo sensible para crear un mundo propio e ideal. A medida que pasan los años su colorido, lejos ya de las riquezas venecianas, se limita a una escala relativamente reducida y carece, casi siempre, de matizaciones; separándose en sus agudos contrastes de la armonía cromática establecida por el Renacimiento. Prefiere, ahora, los colores duros, azules fríos, amarillos y verdes penetrantes, maduros y violentos, que se refuerzan con los soportes de luz, en efusiones directas del espíritu que las anima. Modificó también su pincelada y emprendió, al final de su vida, una nueva etapa con la pintura de retablos, además de retratos de personajes famosos, en lienzos pequeños con fisuras afiladas; formando un silvestre tejido cromático: lienzos de proporciones alargadas en los que prescindió de lo natural y desarrolló los desproporcionado de las visiones de sus propias transformaciones. Por su arte único y tan profundamente personal dejó muy pocos discípulos y escasa influencia contemporánea pero, con el tiempo, los críticos de la Pintura le consideran ya como uno de los grandes maestros de todas las épocas.
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