Diez meses FIN
Publicado en Mar 28, 2014
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Después de callejear durante un rato por el barrio, Alicia se encontró en las inmediaciones de la catedral, ya libre de obras, y se sentó en un banco de piedra a cierta distancia del monumento. Curiosos, fieles y turistas se concentraban delante de la entrada principal del templo. Alicia miró su brazo desnudo y sonrió al comprobar que no llevaba puesto el reloj. A pesar de los tres meses transcurridos desde que renunció al trabajo, seguía gozando de su recuperada libertad como el primer día. Mañana estaría nuevamente sujeta a un horario, pero hoy todavía era libre de administrar el tiempo a su antojo. A pocas horas para la inauguración de la tienda, eran muchos los detalles que aún quedaban por concretar y, sin embargo, estaba tranquila. Confiaba, no en el éxito del negocio, sino en su capacidad para convertir en realidad lo que empezó siendo una imagen borrosa; confiaba en su inteligencia que, estimulada por un futuro incierto, se afanaba en resolver problemas proporcionando alternativas y suministrando soluciones con una fluidez que no dejaba de asombrarla; confiaba, en definitiva, en que si había superado aquel prolongado invierno sería capaz de superar cualquier cosa. Claro que no siempre se había sentido así, segura y confiada. Acudir de una oficina a otra recabando información, cumplimentar trámites administrativos, vender su idea en el banco, dar con un local apropiado, bien situado, no muy grande, pero con espacio suficiente para exponer los productos… Todo era tan complicado y extraño que en más de una ocasión su mente temerosa quiso rendirse. Pero, por entonces, ya había aprendido a diferenciar su verdadera voz; aquella que no atendía a razones, ni entraba en discusión con ella, ni admitía replica, del ruido de fondo que intentaba silenciarla, y se negó a escuchar. En aquellos días la galería se transformó en una asesoría donde Pedro supervisaba los pasos que iba dando. Descendieron de la literatura a los negocios, palabras que jamás había escuchado se hicieron frecuentes en su vocabulario, hasta que un día dio por concluida la primera fase de su sueño. Lo que vino después fue más grato: volver al pueblo y recorrer la comarca para reunirse con los posibles proveedores con los que Antonio, el primo de Amalia, le había puesto en contacto. Ya sólo faltaba decorar el local, tarea para la que requirió la ayuda de Elena. Implicarla en el proyecto fue la manera más eficaz que encontró de acallar sus temores. Mañana sería oficial. Iniciaba una nueva vida a treinta minutos en autobús de la antigua. Desde un principio supo que no era una distancia insignificante. Había empleado mucho tiempo y esfuerzo en recorrerla, pero había merecido la pena. Dominaba la más difícil de todas las convivencias, la de vivir consigo misma, atrás quedaba la angustia de despertar una mañana sin encontrar una razón para levantarse y, día a día, adoptaba una actitud positiva que, paulatinamente, iba menoscabando la tristeza a la que se había abandonado. Más fortalecida, con una ilusión y el deseo inquebrantable de seguir adelante, se enfrentaba al presente. Y el presente pasaba por regresar a la tienda. El letrero que aludía a la fabricación propia del contenido del escaparate la atrajo más que los dulces que en él se exhibían. Se volvió hacia la catedral. La vetusta puerta se había abierto colmando las expectativas de las personas que aguardaban junto a ella. Acercó la cara al escaparate. Si además de pastelería era también cafetería, no le quedarían dudas. Se dirigió a la única mesa que daba a la calle, convencida de que sería la que hubiera escogido Pilar de estar allí. –Tiene que levantarse. Envuelta en una nube de vapor, una mujer vestida de blanco ordenaba platos y tazas a toda velocidad. – ¿Cómo dice? – preguntó Alicia. –Tiene que pedir aquí lo que vaya a tomar. –Tomaré tarta de manzana – dijo Alicia sin detenerse en el tentador surtido del escaparate. Le costó tragar el primer trozo. Con su muerte, Pilar le había proporcionado el impulso definitivo para cambiar su situación. Se despidió de ella como tantas veces, escuchando de pasada sus lamentos y sus historias, como la de aquella tranquila cafetería donde merendaba cada tarde. Pilar no se adaptó a la vida que le habían impuesto, sólo se resignó. No pudo elegir, pero ella si. 44 Alicia se disponía a marcharse cuando tocaron en el cierre que permanecía a medio bajar. El anuncio que señalaba la apertura para el día siguiente estaba bien visible, pero últimamente se habían acercado algunos vecinos con curiosidad por saber qué tipo de negocio iba abrir. Antes de ver su cara, Alicia ya había reconocido a Pedro. – ¿Puedo pasar? –Te has adelantado un día – dijo Alicia haciéndose a un lado para dejarle entrar. –Mañana estarás muy ocupada y he preferido venir hoy. Alicia cerró la puerta y encendió todas las luces. –Bueno, ¿qué te parece? Pedro comenzó a pasear por la tienda bajo la atenta mirada de Alicia, que le observaba sentada en un banco de madera situado junto al mostrador. El verde de las plantas, presentes en varios puntos del local, contrastaba con el suave color de las paredes decoradas con fotografías de pueblos inmutables, poderosas montañas y una ermita solitaria. A través de su cámara, Paula había captado la belleza, la quietud, esa calma que la conquistó cuando contempló el pueblo desde la ermita, las sensaciones que no pudo explicar a Marta cuando le preguntó cómo eran las montañas. Pedro se tomó su tiempo en recorrer toda la tienda. Se detuvo a leer las vistosas etiquetas que Mario había elaborado en el ordenador y se interesó por alguno de los productos perfectamente alineados en las estanterías, no demasiado altas, de fácil acceso. Sólo se volvió a mirar a Alicia cuando descubrió un mueble de caña con libros y publicaciones donde se describían los beneficios que para la salud tenían los diferentes alimentos que allí se encontraban. Tras el exhaustivo recorrido, Pedro se sentó en el banco con Alicia. – Has hecho un gran trabajo. Estoy impresionado. –Quería que fuera un lugar agradable, y no sólo por los clientes, después de todo voy a pasar aquí mucho tiempo. –Pues lo has conseguido – dijo Pedro mirando satisfecho a su alrededor. –Ya que no vas a venir a la inauguración, déjame que te invite a un café – propuso Alicia. –Está bien. Cambiaron de acera para evitar a la gente que a esa hora salía del teatro. Pedro estaba más serio de lo habitual, o así se lo parecía a Alicia que caminaba despacio decidida a recrearse en el paseo, aunque Pedro tuviera que pararse a esperarla. –Hace frío. –Si, se acerca el otoño – dijo Pedro. Alicia se preguntó que extraño mal les asaltaba cada vez que se veían fuera de la librería impidiéndoles mantener una conversación normal. Alzó la vista más allá de los tejados. No tardó en localizarla. –Hay luna llena. –No me había dado cuenta – dijo Pedro despegando la mirada del suelo. –Si no prestas atención a lo que te rodea, te perderás muchas cosas – dijo Alicia que por fin vio algo parecido a una sonrisa en la cara de Pedro. – ¿Entramos aquí? Pedro abrió la puerta de la cafetería donde ya estuvieron en otra ocasión, pero Alicia siguió andando. –Conozco un sitio más tranquilo. El frío se hizo más intenso al llegar a la plaza. De noche, el centro cultural perdía parte de su encanto recordando a Alicia cuál había sido su fin original. –Estabas en la biblioteca el día que cogí un libro con los ojos cerrados, ¿verdad? Pedro se paró de improviso y a punto estuvo Alicia de chocar con él. Fue entonces cuando reconoció su propia incertidumbre, de tantos meses, en la mirada cansada de Pedro. –Debiste de pensar… –Que necesitabas ayuda – concluyó Pedro. Durante unos metros Alicia tomó la iniciativa en el paseo hasta llegar ante una descolorida puerta de color marrón. –Aquí es donde vivo. –Está muy cerca de la tienda – dijo Pedro mirando la puerta como si Alicia no estuviera delante de ella. –Hay algo que quería decirte desde hace mucho tiempo – dijo Alicia introduciendo la llave en la cerradura. Pedro seguía inmóvil, pendiente de cada palabra de Alicia. –El café que preparas es horrible. – ¿Tú lo haces mejor? – ¿Quieres probarlo? –Me encantaría – dijo Pedro aproximándose a la puerta. FIN
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