BALADA II
Publicado en Sep 09, 2009
Sé que van de la mano por alguna
arteria de esta ciudad que amo. Lo sé porque las mías palidecen desde hace siglos por el frío de la pena, la soledad, el olvido y la huella del vacío que dejaron. Lo sé porque escribo versos cursis como este, cuando debería estar haciendo el trabajo que nunca hago. Que postergo en el dolor diminuto, incrustado en la vena más recóndita, imposible de alcanzar por más que pasen los días o los años. ¿Qué harán mientras escribo estas palabras? ¿Adónde irán sus pensamientos más felices, más llenos de recados? Irán del uno al otro en la distancia, a pesar del cielo o del infierno que fueron dejando a su paso. ¿Qué les importará haber pisado las flores, la hierba fresca, el perdón una y otra vez otorgado, cuando ahora sus dedos se enlazan en un cielo que sólo en ellos es un hermoso cielo estrellado? ¿Dirán el nombre de los muertos, de los que languidecen, aún gimientes, al exilio de sus manos? ¿Sabrán reconocer la huella, la sangre con que al unirse hicieron brotar y se salpicaron? No ve la marca escarlata de la vergüenza quien vive prendido de unos ojos, de una pasión y de unas manos. Por eso este dolor no quiere pasar sin ser visto cuando una voz susurra: "Iban uno al lado del otro por la Plaza, en la noche, unidos, como quien ignora a los que ha ignorado." No les importa quien los mire, ni los cadáveres de aquellos que más los quisieron y que ahora pasan por su lado. ¿No temen a sus propias sombras? ¿No temen la sentencia que da la vida, tarde o temprano? En su paso, lento, seguro, unido, se escucha el regio compás del que nada teme, nada espera, la confianza del tirano. ¡Ah, si la vida fuera, por lo menos, una rosa, una piedra, una nube, cualquier cosa, algo! Y no esta letanía del cobarde que la nombra para disculpar los horrores que lo cercan, los errores con que teje su disfraz de bufón semihumano. Entonces pediría retribución para los que quedan, en la orilla, abandonados. Estatuas de sal que no alcanzaron a escapar del castigo infame a la hora de la pregunta, de la duda, del atónito volver sobre los pasos cuando no se comprende porqué el fuego arrasa a pesar de la pasión de lo entregado. Por alguna arteria de la vida, unidos en la complicidad de lo negado, sé que van, cantando o riendo, tomados de la mano.
Página 1 / 1
|
Verano Brisas