¿Sueño o realidad? (Diario)
Publicado en Sep 03, 2014
Sólo soy un niño que ha aprendido a no tener miedo a la oscuridad apagando las luces de las escaleras para subir, teniendo cuidado de no caerme de bruces, cinco pisos que son como cinco retos al "hombre del saco", al "sacamantecas", a ese "coco" de las infancias que atemoriza a los timoratos... pero hoy observo el ascensor en la planta baja: "Prohibido montar menores sin acompañamiento". ¿Qué significa eso de no poder subir o bajar en el ascensor siendo sólo un niño solamente con la compañía de sus silencios?
De manera silenciosa me atrevo. Abro la puerta del ascensor como si estuviera abriendo una incógnita a mi Destino. Entro. Pulso el botón del piso número 5. Espero con el pulso controlado y el corazón moviendo el tictac acompasado de los momentos de mi serenidad. El ascensor inicia la subida y comienzo a meditar. No sé cuáles son las meditaciones de mi cerebro pero debe ser algo relacionado con algún poema de Campoamor. Hay que amar el peligro hasta liberarnos de sus miedos. Observo que la ascensión es ir encajonado entre paredes de color grisáceo. ¿Es que la existencia de los niños es de color gris? No. No puedo aceptarlo. Son grises las paredes pero mis pensamientos están llenos de color al igual que cuando subo las escaleras con las luces apagadas. Sé que aquí, dentro del ascensor, no puedo hacer otra cosa más que esperar que este silencio se acabe. Pero no se acaba. El ascensor no para en el quinto piso y todas las alarmas de mi sistema cerebral se ponen en funcionamiento. He visto algunas películas de miedo en las cuales el ascensor se descuelga y mueren todos atrapados. Y sigo leyendo: seis, siete, ocho, nueve... sólo hay diez pisos y el ascensor no tiene deseos de parar; así que sólo me queda desearlo yo. ¡Detenerse el trayecto en el piso décimo o morir en el intento! De repente la vida se me ha convertido en una película de Hitchcock. El suspense. El peligro. Esa extraña sensación de que al final todo puede ser un apagón de luces para dejar de vivir. Y, sin embargo, sigo meditando en algún poema de Campoamor. O la Poesía me salva o no alcanzaré la meta. Todo es más simple de lo que parece. Todo es desear seguir viviendo aunque dentro de la caja del ascensor sólo exista silencio. Me aferro a la voluntad de salir para poder respirar el aire de este invierno que tiene congeladas las miradas de los adultos. ¿Podré llegar a ser el joven que sueña o se acabará aquí la aventura? La familia bien, gracias. Convivir es fácil si hay voluntad para ello. El problema sólo reside en si el ascensor quiere detenerse en el piso número 10 o se pierden todos mis sueños cayendo, destruido, al abismo. Pienso en el abismo pero estoy en paz con la vida. Quizás por eso el ascensor se detiene, pacíficamente, en el décimo piso. Abro la puerta. Respiro. Salgo y comienzo a bajar por las escaleras los cinco pisos que han superado a mi Destino. Me encuentro conmigo mismo y otra vez viviendo. Tiempos después, en una de estas tardes de invierno en que se congelan los sentimientos de los adultos, observo a un hombre colgado del cable del ascensor. ¿Será que la vida también le está probando que el Destino depende de lo que decida algún Ser Superior? No sé si está pidiendo auxilio o es alguien que también pertenece a esta película de Hitchcock: una alternativa de vida llena de suspense. ¿Sueño o realidad? ¡Sí pensaba en Campoamor!: "Háblame más y más, que tus acentos me saquen de este abismo; el día en que no salga de mí mismo, se me van a comer los pensamientos". Se puede construir una leyenda con argucias y medias mentiras, pero las verdades de la razón son el increíble valor que nos hace vencer cuando se espera un milagro.
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