Lugares pblicos (Reflexiones)
Publicado en Sep 05, 2014
Paseamos por las grandes ciudades del mundo y nos preguntamos siempre, cuando tenemos tiempo suficiente para hacernos preguntas, ¿qué hacen los seres humanos en los lugares públicos?. Normalmente, uno se distrae siempre lo suficiente como para no preocuparse en saber qué hacen los demás en las grandes ciudades de la Tierra. Parece como si, imbuidos en el torrente tumultuoso del tráfago humano, es como ponerse una concha de tortuga en lugar del sombrero o la gorra y, claro está, la concha de tortuga, apretándonos los sesos, funde lo que tenemos de curiosos y nos anula el ansia de saber qué pasa a nuestro alrededor en los lugares públicos. O pasan demasiadas cosas como para poder preocuparse de todas ellas o, simplemente, las cosas que pasan ya las damos por conocidas aunque no sea cierto.
Caminamos por los lugares públicos de las grandes ciudades siempre con las manos bien ocupadas: el cigarrillo, la bolsa del supermercado, el móvil, la pelota del bebé, esos paquetes extras que nos endilgan nuestras parientas... demasiadas cargas como para poder enfrentarnos al quehacer de descubrir qué hacen los ciudadanos cuando cada uno va a lo suyo y lo suyo deja de ser lo nuestro aunque tenga tanta semejanza con lo nuestro que somos todos más o menos iguales. Pero no. En los lugares públicos puede parecer que todos somos el mismo personaje de los de "sin Tierra" y, sin embargo, cuando se acaba el cigarrillo, cuando hemos dejado la bolsa del supermercado en la parte trasera de nuestra moto, cuando el móvil se queda por fin mudo en el fondo de uno de los bolsillos de nuestro pantalón, cuando el bebé ya juega con la dichosa pelota que teníamos que defender para evitar su pérdida, cuando los paquetes extras ya se los hemos entregado a la tía que nos esperaba ansiosa... observamos, por fin, a los demás seres humanos que pasean por las avenidas de las grandes ciudades y, de repente, se nos borran todos los iconos del imaginario colectivo y nos vemos algo así como desnudos ante los demás. ¿Qué hacemos en los lugares públicos que no sea un sinsentido tan absurdo como para ponernos a pensar? La respuesta no está en lo que vemos. La respuesta está en lo que somos. Ocupados en la labor de diseñarnos una vida experimental que no nos convierta en extraterrestres, somos lo más parecido a documentos anónimos de la época medieval. Entonces comenzamos a novelar un capítulo mental de la última aventura de ficción que hemos visto en el cine y, convertidos en héroes legendarios, olvidamos la cotidianidad hasta darnos cuenta de que estamos a punto de ser engullidos por el meteorito que nos han lanzado desde algún planeta de nuestro vivir. Y, de repente, despertamos de la ensoñación y respiramos profundamente porque el meteorito no existe sino que es la mirada de una extraña pareja que nos observa como si fuéramos un dúo de la orquesta internacional espacial. Nos quitamos el casco de ir en moto y volvemos a ser normales.
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