El primer reclutado
Publicado en Sep 09, 2014
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El Viejo había estado dudando en reclutar al Lagarto. Lo inquietaban su mirada esquiva y su silencio constante. No sabía porqué se lo habían recomendado, pero lo que sí entendía era que por algo le habían dicho que era el tipo que andaba buscando. El Lagarto sabía que detrás del Viejo había algo gordo. Buenos datos, contactos pesados, armas, vehículos, mucha logística. En realidad, no tenía para nada en claro por donde iba la mano, pero sabía que un golpe importante se estaba gestando. “Mucha guita, seguro”, pensaba. Se reunieron tres veces. Siempre en la estación de servicios que va al aeropuerto. El Viejo, de entrada, evidenció su desagrado con el Lagarto. Simplemente, no le gustaba. El chico, que se dio cuenta al toque, primero trató de caerle en gracia, pero fue peor. Casi al final del último encuentro, cuando el Viejo se disponía a tacharlo, el Lagarto sintió que era el momento de arriesgar todo y hacer una última jugada. Entregar su secreto mejor guardado a cambio de entrar en la banda. Ya para entonces, la idea de un golpe que lo salvara para todo el viaje había comenzado a trabajarle la cabeza con mil ideas. 2 El Viejo estaba por llamar al mozo cuando el Lagarto abrió la boca y no paró hasta largarlo todo. En cambio, el hombre que tenía adelante apenas gesticuló hasta que el otro no terminó la historia. El joven se refregó los ojos con ambas manos y se revolvió el pelo como queriendo poner las ideas en orden. Después, miró al tipo y le dijo: “Vos no sabés un carajo de mí”. Cuando el hombre levantó la vista, sintió como el muchacho lo apuñalaba con la mirada. Luego, agarró al Viejo fuerte de una mano y siguió: “Para que vayas entendiendo te voy a contar un poquito. No lo hago para darme corte delante tuyo, sino porque no puedo creer que teniendo los años que tenés no puedas darte cuenta de que no te voy a fallar en este trabajo”. Y seguramente era cierto. El Lagarto confesó entonces que fui él quien se llevó la recaudación de fin de año de la Megatienda. “Es verdad, ni se te ocurra reírte, todo fue idea mía”, dijo, muy serio. 3 Claro, alguien le contó que la guita de las ventas por las fiestas de fin de año iba a quedar ahí hasta el dos de enero. Pero lo otro, pensar un plan y sacarlo adelante, eso fue autoría suya. Fue así: una semana antes alquiló una cochera en el estacionamiento de al lado. Desde ahí se trepó hasta el techo en la madrugada del 31. Y ahí se quedó. Acostado sobre las chapas, inmóvil, haciendo esfuerzos enormes para controlar la cabeza y ganarle a los miedos; para calmar los latidos del corazón, galopando desbocado por la adrenalina. Los fuegos artificiales estallando en la noche limpísima, le indicaron que era el momento. Las chapas del techo se abrieron como latas ante la presión de las tenazas. El resto fue descolgarse y arremeter contra las cajas registradoras. Era cierto, todos esos billetes estaban ahí. Juntó la plata en dos bolsas de consorcio. Sacó del bolso el mameluco de la empresa de recolección de residuos y salió por una puerta lateral, cargando el botín. No dudó siquiera un segundo cuando se cruzó con dos canas cerca del estacionamiento. “Qué le vamos a hacer muchachos, solamente a los policías y a los basureros nos puede tocar trabajar un primero de enero”, les dijo. Los polis se rieron y le respondieron que era cierto. “Feliz año, amigo”, se despidieron. 4 “El resto te lo podés imaginar, no vale la pena seguir contando”, dijo el Lagarto y ahora sí se quedó callado, consciente de que acababa de poner su vida en manos de ese hombre que lo miraba concentradísimo, desde el otro lado de la mesa. Por fin el Viejo sonrió, sacó una tarjeta desde un bolsillo interior del saco y se la entregó. Después, puso 50 pesos sobre la mesa y se marchó. Cuando leyó el nombre escrito en letras de imprenta, el Lagarto supo que era el primer reclutado para integrar la banda. Cuando salió a la calle, la brisa fresca lo sacó de sus pensamientos. Acababa de sellar su destino con un pacto que marcaría su suerte. Pero estaba feliz. Presagios de una nueva vida comenzaban a delinear el horizonte. Esperanzas de un último golpe para cambiarlo todo.
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