Con tan sólo 8 (Diario)
Publicado en Nov 24, 2014
He escapado del monje y ahora tengo que escapar del zapatero. La única vía de escape es abstraerse en medio de la modorra que produce esta salmodia educativa. Los días se me hacen monótonos y tengo que darles calor; así que me caliento las manos y empiezo a escribir historias imaginarias. Estoy convirtiéndome en pura imaginación. Las declinaciones verbales me resbalan del todo y los adjetivos se me vienen y se me van en cuestión de segundos. Algunos de ellos son hasta irreproducibles. En medio del aburrimiento general muchos tienen miedo. ¿De qué tienen miedo mis compañeros? Tal vez de algo que es mejor olvidar. Yo sonrío mientras me alejo a la distancia prudencial del silencio acusador.
Clases plúmbeas en sumo grado. No he conocido jamás clases más anodinas que las de este menda con bastón que levanta el pulgar de su dedo derecho para querer tapar el sol. Pero hay asuntos que no se pueden tapar y todos temen al bastón. Yo no. Yo me concentro en los poemas que empiezan a hacer actos de presencia. Basta con decir que las metáforas son evidentes: panza de burro para los días grisáceos y con nubes; boca de lobo para no entar en esta aritmética que no hay manera de entenderla; lengua de trapo para hablar mucho sin decir nada; pie de atleta para poder salir de naja antes de que te pille la pelagra o cualquier otra enfermedad rara. Y la novedad es que han hecho, en el patio, un pequeño rectángulo de arena para que podamos saltar sin rompernos los tobillos. El aire contaminado de la atmósfera del aula huele a carne podrida. Es mejor pensar en los cromos. Por ejemplo, Ramallets; Olivella, Garay, Campanal; Vergés, Zárraga; Miguel, Kubala, Di Stéfano, Suárez y Gento. Todos ellos están en nuestras chapas. Todos ellos me hacen olvidar esta ausencia de emociones salvo la de seguir soñando con mi Princesa. En los recreos los "tirillas" juegan al "burro" por ver si crecen un poco más. Pero mentalmente están más retrasados que la cola de un ciempiés. Bien. Hay que aprender técnicas del despiste y saber por dónde andan los juegos del zapatero. Entre la distancia de una portería a la otra se pueden meter goles a mansalva. De portería a portería guarrería. Es el grito de guerra para decir que hay que "estar al loro" y saber cubrir bien la retaguardia. Cada zancada del zapatero es como tres disparos de escopeta de feria; los dos pies y el bastón. Menos mal que salvé la honra mandando al zapatero a su cuchitril donde se acurrucaba, encogido en su chepa, para evitar ser descubierto. Pero al escondite sabíamos jugar de maravilla; así que podíamos pescar algún resfriado que otro pero mis pensamientos estaban muy lejos de allí mientras los palurdos seguían dando puñetazos en la espalda jugando a "morcilla". Yo, mientras tanto, anotaba en mis cuadernos las mejores jugadas que inventaría a la hora de saber cómo dominar antes de ser dominado. Así pegué el estirón y todos se quedaron boquiabiertos, ojituertos y más cortados que las lonchas de jamón que vendían Abilio y Emilio un poco más allá del 56. Y es que ya era el 57.
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