RECONOCIMIENTO
Publicado en Mar 04, 2009
Conciencia
Era media tarde. Regresaba del Hogar de Trànsito donde regularmente hago una guardia de voluntaria. Estaba bastante apesumbrada y cargada de la miseria humana con la que conviví un rato antes. Era tremenda la impotencia que sentía por no poder resolver las situaciones que se plantean allí cotidianamente. No me gusta caminar. Me resulta difícil. Soy haragana. Mis piernas pesadas y de mala circulación son el impedimento, así como mi sobrepeso general. También, camino mal. Suelo arrastrar los pies y tropezar con facilidad perdiendo rápidamente el equilibrio. Todo ello además de la gran inseguridad que reina en nuestro medio. El remis me había fallado y mi disgusto era enorme. Mi cara reflejaba la crispación. Cuando crucé la calle vi. que alguien cruzaba conmigo a mi derecha. Miré de reojo. Esa inseguridad reinante en todos los lados nos pone alerta a todos. Era una señora más bien grande y rellena como yo. Tenía el cabello rubio corto, con un corte "panqui" despeinado. No quería mirarla mucho, pues caminaba a la par mía y me ponía muy nerviosa. vi. su Jogging verde y el cuello rojo de su polera. Eran iguales al mío. No me animaba a confirmarlo pues encima me parecía familiar. Mi respiración se agitaba como siempre cuando camino rápido. La persona junto a mí también aceleró el paso y llegué a vislumbrar un rostro cansado y crispado. Sus ojos verde pardos me miraban a través de los anteojos con vidrios foto cromáticos como los míos. No quise mirar más, doblé la esquina casi corriendo. Legué a casa y entré apresurada. Otro sobresalté creí ver a mi acompañante en el espejo de la sala de entrada. Rápidamente fui a la cocina y me cercioré de que estaba sola. Respiré aliviada y comencé a preparar mi tardía merienda. Con el té y las tostadas me senté frente al televisor tratando de distraer de mi mente las imágenes de las huéspedes del hogar intentando aprender no hacer su problema, un problema mío. Se hizo de noche. Cené solamente fruta. Me fui a duchar y cuando regresé al dormitorio secándome la cabeza miré en el espejo encima de la cómoda y allí la vi., allí estaba de nuevo. Esta vez sin el Jogging, en la salida de baño y con un turbante de toalla en la cabeza. Era yo, con todas las comodidades, en una casa calefaccionada y una cama mullida. ¿Por qué entonces ese rostro crispado de la tarde? Una sola incomodidad me había sacado de quicio, cuando las asiladas en el hogar se ponen contentas con una cobija gastada, una sonrisa y un mate cocido caliente. Aceptando con resignación su destino. Sentí una enorme vergüenza. Me había visto a mí mismo y no me reconocí pues yo no quería ser eso. Una señora gorda que juega a la voluntaria, juzga la miseria de los demás y no es capaz de aceptar alguna incomodidad. Esa imagen crispada que acompañó mi regreso no debía repetirse. Si yo quiero ofrecer ayuda debo simplemente ofrecerla y sentir alegría no dar lo que sobra y encima ponerme en juez.
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