Luis se salva de recibir dos hostias (Diario)
Publicado en Dec 15, 2014
Hubo un tiempo en que Luis me invitaba, tarde tras tarde, a dar vueltas por Madrid y sus alrededores, en su Renault. Llegó a decirme, una de aquellas tardes inolvidables, que cada vez estaba más enamorado de su automóvil; quizás porque, en el fondo y aunque no quisiera aceptarlo, estaba dándose cuenta de que Encarnita estaba cada vez menos enamorada de él, si es que alguna vez lo había estado que lo dudo bastante o por lo menos era los más improbable o quizás sospechoso por lo que me dijo en la Academia de Rogelio que, traducido en lenguaje comprensible por todos y para acabar ya de una vez con la farsa, me dijo que no le quería ver ni en pintura.
El asunto es que Luis cada vez tenía peor carácter (de genio tenía muy poco) y se molestaba continuamente por cualquier cosa por muy nimio que fuese el tema. A partir del rechazo definitivo de Encarnita (con lo cual se demostró que yo le estaba contando la verdad a un Luis incrédulo cuando se le decían las cosas tal como eran y no tal como él deseaba que fuesen) fue cuando comenzó con la feísima costumbre de dirigirse a los camareros de los bares y cafeterías a los que íbamos frecuentemente (él para olvidarla y yo para acompañarle en el esfuerzo de olvidarla aunque no tuviese la hombría de reconocérmelo como un mérito y señal de verdadera amistad pero a mí me importaba menos que un lunar en el pelo de una pulga y valga esta figura literaria) con prepotencia, como creyéndose un ser superior a todos ellos aunque no tenía ni terminado el Bachillerato Elemental y mucho menos el Bachillerato Superior: una costumbre feísima que, según iba en aumento su mal carácter (de genio no tenía ya nada) y a pesar de que yo siempre hablaba bien y le podría haber servido de ejemplo de buena educación como me habían criado desde niño, fue aumentando con la pésima personalidad de ir llamando "hijoputas" a todos los que no le reían la poca gracia y el poco salero que tenía; además de hacer siempre el gesto de "los cuernos" con los dedos de su mano derecha; porque era tan de derechas que era facha perdido sin haber evolucionado nada más que para creerse el más chulo de todas las barras americanas a las que solíamos acudir yo por nada y el por algo que ni me importó jamás conocer ni le pregunté jamás porque ya éramos los dos de edades suficientes como para saber lo que hacíamos o dejábamos de hacer. A buen entendedor punto y aparte. Este gesto de poner "los cuernos" con los dedos de su mano derecha (ya he dicho que era muy facha) estuvo a punto de costarle que alguno de los hombres a quienes les hacía tales gestos le partiese, un día, la cara a guantazos o, en términos más castizos, dándole dos hostias. Quizás porque el desamor de Encarnita le había agriado el carácter del todo (de genio totalmente cero a la izquierda) o porque se había criado siempre como un niño maleducado al que todos los de su familía le reían las "gracias" (entrecomillado porque carecía de gracia suficiente como para considerarle gracioso o agraciado ya que era más bien tirando a bastante feo) y al que se le consentía, en su familia, todos sus caprichos (hasta toda una completa colección de trenes eléctricos tenía "el pavo" como su juguete favorito pero de jugar al fútbol menos que nada) el caso es que le llegó el momento que él tanto se estaba buscando con sus gestos. Y el caso fue que, viajando los dos en su Renault, cerca de tierras catalanas, por una empinada cuesta de la carretera (se les llama puerto en Geografía Española) con su Renault adelantamos a un enorme camión. No sé cuál fue la razón pero Luis (cada día más irracional como le podría haber cantado Ana Belén en tiempos de finales de la dictadura que él tanto amaba y ya se sabe a qué dictadura me estoy refiriendo porque fue uno de los que desfiló ante el cuerpo del fallecido cuyo nombre no es importante citarlo ahora) enseñó, al camionero al que habíamos adelantado, por el retrovisor, el gesto de "los cuernos" con su mano derecha (Franco era su ídolo). Mira por dónde lo vio el camionero con total nitidez y se lanzó a por nosotros. No nos alcanzó en la cuesta arriba pero, al llegar las cuesta abajo (a todos los fachas les sucede que les llega siempre su cuesta abajo para que dejen de creerse seres superiores por su complejo de inferioridad como le pasaba a Luis) se nos abalanzó a tumba abierta, nos adelantó, cruzó el camión en medio de la carretera y salió del mismo dirigiéndose al Renault de Luis quien, al ver que era un bigardo de casi dos metros de altura y unos cien kilos de peso, comenzó a empalidecer de terror y se quedó paralizado por culpa del miedo escénico mientras que yo, que ya era todo un experto en judo, estaba tranquilo esperando acontecimientos. El camionero asomó su cabeza por la ventanilla de Luis y le dijo que si era hombre y tenía cojones que saliese del Renault porque le iba a partir la cara con un par de hostias bien dadas. Luis sudaba y no pronunciaba palabra alguna así que yo, para salvarle del asunto en que se había metido él solo por sus bravuconadas fuera de lugar, le dije al camionero que le perdonase a Luis porque Luis ni sabía lo que decía (como lo demostró muchas veces refiriéndose a mí y eso queda para contarlo en otro momento más oportuno) ni sabía lo que hacía despues de aquellas sonoras calabazas que le había dado Encarnita cuando todavía estaba de moda Encarnita Polo por ejemplo. El camionero me dijo que yo no me preocupara (en realidad yo no estaba preocupado porque ya sabía defenderme con el judo) sino que se estaba refiriendo solamente al facha que le había dirigido el gesto de "cornudo" y que era, ni más ni menos, que el facha de Luis quien estaba ya tan asustado que ni tan siquiera dijo mú. Al final el camionero le hizo saber que no le rompía la cara con un par de hostias (que bien se las merecía por cierto) ya que estaba yo delante y yo había tenido el detalle de la hombría de haber salido en su defensa pidiendo perdón al camionero. Que por ese detalle mío le dejaba seguir el camino sin romperle la cara. En aquel momento era como si Luis hubiese nacido de nuevo. Si aprendió la lección o no la aprendió ya no era cuestión mía. Y si lo recuerda y no me lo quiere agradecer pues mucho mejor todavía porque yo no soy de los que hacen favores para que me lo agradezcan sino porque hay gente (como este tal Luis) que me dan verdadera lástima. Después de pasado el peligro le hice saber a Luis que si el camionero se hubiese liado a hostias con él yo, a pesar de que siempre estaba a su lado para defenderle, en esa ocasión no estaba dispuesto a intervenir por tres razones muy poderosas: la primera era que yo ya tenía la suficiente experiencia en judo como para tener el Carnet de la Federación Española y que por su culpa no iba yo a consentir que la Federación Española me quitase el Carnet metiéndome en peleas ajenas; la segunda era que en aquella discusión el camionero tenía toda la razón y Luis era el que se merecía las hostias; y en terce lugar, y esta era la más importante de todas, es que yo no iba a salir en defensa de un fascista (a los que conocíamos como fachas). Ahora que llegó el momento de dejarlo todo bien claro lo escribo en mi Diario para que no haya ninguna clase de dudas entre la enorme dirferencia que existía entre mi personalidad (si lo quiere reconocer Encarnita que lo reconozca porque tampoco me importa en absoluto si lo hace o no lo hace y no me refiero a otra cosa que tampoco me importa) y la "personalidad" (lo pongo entre comillas para ser más concreto porque de personalidad era otro cero a la izquierda por muy de derechas que fuera y por mucha águila imperial que llevase en su correa que a mí me hacía partirme de risa cada vez que me la enseñaba) de Luis. Y así queda claro del todo. Cada cual era cada cual y cada cual es cada cual. Más claro, agua bendita. Y bendito sea el día que Luis se salvó de recibir dos hostias gracias a mi presencia. Si yo era aburrido (cosa que nunca ha sido cierta), era verdad que Luis aburría hasta a las ovejas en una tarde de verano. A aprender a Salamanca, porque lo que Naturaleza no da, la Universidad no lo presta. Y a otra cosa mariposa y todo eso que se dice en estos casos. Adiós.
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