American Frapp (Relato)
Publicado en Jan 14, 2015
La enfermera avanzó por entre las camas en busca de Parker quien, con el brazo derecho estirado y colgando de una polea, sólo estaba deseando salir de allí, de aquel ostracismo en medio del revoltijo de enfermos desparramados por todas partes, para poder respirar aire puro; ese aire puro de Springfield que tanto añoraba desde que, hacía ya un mes, había sufrido el accidente con la moto. El cuerpo de Parker estaba en el hospital; pero su mente se encontraba a muchos kilómetros de distancia, en el bar de Cooper donde solía pasar tardes enteras entre jarras de cerveza o jugando a los dardos.
Parker la vio llegar, con la temible jeringuilla ya preparada, apretó los puños y cerró los ojos. Lo último que vio, antes de lanzar el último suspiro, fue a su querida Margot caminando tranquilamente por la Calle Mayor de Springfield tranquilamente y acompañda del cartero que sonreía con cara de idiota. En el cementerio, un grupo de mujeres vestidas de luto desde la cabeza a los pies, chismorreaban de todo lo habido y por haber. Recordaban al difunto Parker como un hombre bueno, generoso, fácil de convencer mientras que, al borde de su tumba, Margot se sentía verdaderamente culpable. La guapa viuda depositó un ramo de flores sobre la lápida y, con un pañuelo de seda, se secó las fingidas lágrimas. El cartero, a su lado derecho, seguía sonriendo como un idiota. En el mármol de la tumba alguien había escrito el epitafio: "Cansado estoy de las cartas que nunca he podido leer". Y es que Margot las ocultaba en un rincón de su gaveta. El cartero musitó una pequeña oración de despedida, se caló el sombrero de fieltro con alas como de cuervo e hizo un guiño, con su ojo izquierdo, a Margot quien, todavía, seguía junto al borde de la lápìda haciendo como que lloraba de verdad. Levarime fue el último que se quedó ante la tumba de Parker. Era el único, de todos los asistentes al entierro, que sentía de verdad la pérdida de aquel amigo con el cual ya nunca más volvería a ir de pesca o a jugar en la bolera apostando diez dólares por cada partida. Los gorriones volaban bajo, casi rozando las alas del sombrero de Levarime quien, después de terminar su plegaria, miró al cielo. Lo más decente era tener un poco de compasión por aquella tal Margot que, como todos los vecinos de Springfield sabían de sobra, había estado engañando siempre a su fiel Parker con aquel cartero de sonrisillas tontas. Levarime no lo podía comprender. ¿Cómo había podido traicionar a un hombre bueno y simpático, como había sido Parker durante toda su vida, con aquel imbécil que le enviaba cartas ridículas, copiando versos románticos de grandes autores porque él era incapaz de inventar ni tan siquiera un sencillo estribillo. A Levarime le gustaba de verdad Margot. Le gustaba incluso para estar loco de amor por ella. Pero ni tan siquiera había pensado jamás en traicionar a su amigo Parker. Al llegar a su domicilio, Levarime, un gran aficionado a tocar el arpa, se concentró en seguir intentando componer una sinfonía para Dolly, la doncella de la casa de los Parker que tanto soñaba con ser algún día su esposa. Pero Levarime todavía retenía en su memoria la tonta sonrisa del imbécil cartero que, casualmente, había sido invitado a su casa como ejemplo de buena vecindad. El cartero, apellidado Carter para mayor jolgorio general de todos los ciudadanos de Springfield, llegó saludando a Levarime con un par de besos en ambas mejillas y Levarime, al sentir los labios del cartero, sintió unos enormes deseos de vomitar y de muy buena gana lo habría hecho sobre aquel ridículo traje de chaqueta cruzada de su enemigo. Una catarata de elogios interminables surgía de la boca del cartero hasta que Levarime se acercó al arpa y continuó ensayando mientras el estúpido invitado se sentaba en una banqueta de madera haciendo como que entendía la sinfonía musical que surgía de aquellas cuerdas por donde los dedos de las manos de Levarime seguían deslizándose sin parar. Al llegar Margot, Levarime se sentía, a pesar de ser todavía muy joven, como un viejo; pero mantuvo su serenidad mientras Carter se levantó con los nervios mal controlados y tiró, haciéndolo añicos, el jarrón que tanto amaba el arpista porque era el único recuerdo que le quedaba de su ya fallecida abuela. Levarime pensó que, además de imbécil, aquel cartero era el ser más inútil que había conocido a lo largo de su vida. No podía comprender que la bella viuda Margot hubiese puesto sus sentimientos a los pies de aquel idiota. Laverime se daba lástima de sí mismo por haber tenido que invitar a Carter, debido a la gran insistencia de Margot, cuando lo que estaba deseando era estar a solas con ella ahora que Parker ya no estaba en este mundo. Pero la insistencia de Margot había sido tan impetuosa y constante que prefirió pasar la vergüenza y el oprobio de interpretar aquella sinfonía de delicados arpegios que el inútil de Carter no sabía apreciar para nada porque sólo estaba ensimismado en mirar a la guapa y joven viuda. ¡Con cuánto agrado le gustaría arrancar de cuajo una de las cuerdas del arpa y, sin pensarlo dos veces, rodear con ella el cuello del cartero y estrangularle sin ninguna clase de remordimiento! La velada musical estaba llegando a su término. Ahora vendría el brindis por un futuro mejor mientras el ridículo Carter seguía colgado del brazo izquierdo de la bella y joven viuda como luciendo un trofeo de caza que nadie le podía ya arrebatar. Levarime cerró los ojos cuando llegó la hora de alzar los vasos para brindar. No quería ver, por más tiempo, aquella estúpida sonrisa del cartero. Al arpista le volvió a acudir dentro de la memoria la figura de ella y, con su cerebro funcionando pefectamente, veía el bello rostro de Margot. Sintió cómo los rojos labios de ella se posaban en los suyos. Abrió los ojos. Sólo había sido una vana ensoñación. La bella y joven viuda seguía riendo a carcajadas los absurdos y aburridos chistes del cartero que ahora le parecía mucho más ridículo que nunca con aquella pajarita de gilipuertas en el cuello. ¿Cómo acabar con aquel gusano de una vez por todas? Se acordó otra vez de Dolly, la doncella de la casa de los Parker, que siempre pensaba en él como el salvador de su irreversible e inevitable soltería a no ser que se produjera un milagro. Sintió, una vez más, deseos de vomitar sobre el ridículo traje con chaqueta cruzada de aquel odioso cartero que ahora le miraba a él como un vencedor mira a un vencido. Levarime ya no se lo pensó por más tiempo. Ahora el estúpido cartero de la sonrisa tonta estaba de espaldas a él, besando aquellos rojos y sensuales labios de Margot. Era la oportunidad de acabar con aquel tormento, con aquel dolor, con aquella angustia que tenía retenida desde hacía ya tantos años; desde que Parker se había unido a Margot hasta que la muerte los separase. Pensó en la muerte. Sintió que la muerte podría ser incluso una alternativa muy agradable. Siguió soñando con aquellos rojos labios que, ahora, estaban siendo presos de la boca de aquel energúmeno cartero que, además, se apellidaba Carter para burla y cachondeo de todos los ciudadanos de Springfield. No lo pensó más. Arrancó de cuajo una de las cuerdas del arpa y, aprovechando que Carter había ya separado su boca de los labios de Margot y la estaba mirando como un verdadero imbécil, enlazó con la cuerda el cuello de su enemigo y apretó. Apretó con todas las fuerzas que todavía le quedaban. Hasta que lo estranguló definitivamente cortándole la yugular. De repente, Levarime despertó sobresaltado. Todo había sido un mal sueño. Parker seguía estando vivo y Margot seguía siendo la bella y joven esposa de Parker. El cartero Carter ni tan siquiera existía. (Homenaje a la Literatura de los Estados Unidos de Norteamérica) - "Al este del edén, en Manhattan Transfer, sonaba el arpa de hierba. El viejo y el mar eran dos amigos absolutos" -
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