El día que salvé a González (Diario)
Publicado en Jan 16, 2015
Fue en 1983 y no me refiero a Felipe (el del PSOE) sino a José Luis (también del PSOE). Estaba yo terminando mi carrera de Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Todavía no era, oficialmente, novia de mi Princesa aunque ya sabía yo que era ecuatoriana desde mi primera infancia. El caso es que, en un atardecer de invierno, estábamos viendo una película de cine, en el Príncipe Pío de Madrid, González, la mujer "oficial" de González (Ángela) y yo. González se encontraba tan entusiasmado que comenzó a hablar en voz algo alta contándome asuntos relacionados con varios temas de cine pero, delante de nosotros, estaba sentado el clásico chulo de cine que, molesto por la charla de González, se puso como un gallito intentando obligarnos a guardar silencio. Como no le hicimos ni puñetero caso, el chulo de cine (barriobajero para ser más exacto) nos soltó la tontera de que ya sabían todos que nosotros dos éramos muy guapos pero que, si éramos hombres, nos esperaba en el descanso (puesto que la película era de tan alta duración que había un descanso) par arreglar el asunto a ostias. Yo solamente sonreí.
Efectivamente, en el descanso, le avisé a González de que saliésemos al hall de entrada para ver si aquel chulito de cine nos daba las ostias que nos había prometido. Pero el muy gallito, que se pensaba que González (inválido de una pierna y sin musculatura alguna) se iba a quedar solo ante el peligro, cuando me vio a mí se acojonó tanto que se jiñó a la pata abajo y no sólo bajó la cabeza y se metió de nuevo en la sala de proyecciones sino que se cambió hasta el extremo opuesto par aque no le pillase yo del pescuezo y le diese alguna colleja que otra. González se partía de risa. Pero meses después volví a descubrir (una vez más en mi intensa y emocionante vida) que el mundo está lleno de desagradecidos porque, una vez que ya apareció en escena mi Princesa, González se quedó alelado ante su belleza y, después, cuando se enteró de que gracias a Ella me había convertido al Cristianismo, rompió definitivamente su amistad conmigo (por la envida de no tener a una chavala como la mía y porque pensaba que yo iba a ser ateo como él cuando nunca jamás he sido ateo). No me importó ni un rábano que González olvidase las muchas veces que yo le había hecho reír (y a toda la tropa de sus amigos y amigas) para que superara el trauma que tenía desde que Francisco Umbral le llamó "nenita". Así que un día le llamé por teléfono para decirle que no me importaba si tenía tan falta de respeto a su esposa Ángela cuando le metía mano a su cuñada delante de ella (y eso que era la hermana de la propia Ángela), pero que podría haber tenido, al menos, el agradecimiento hacia mi persona por haberle hecho pasar tantos momentos felices y por haberle salvado. aquella tarde de cine, de recibir unas cuantas ostias de parte de aquel chulo de cine (barriobajero para ser más exactos) gracias a mi presencia que le hizo jiñarse a la pata abajo. En cuanto al "Nuevo Enfoque" de González, lucía menos que una luciérnaga en el fondo del Mar Muerto de lo pésimamente que estaba pensada como revista. Y es que para fundar revistas hay que ser muy buen profesional y elegir nombres más atractivos como, por ejemplo, "Cigarras y Saltamontes", y crear artículos algo más divertidos que "La noche del Nembutal" y otras cosas tan cutres como "La noche del Nembutal". Así que cogí todos los recuerdos de González y toda su tropa de amigos y amigas y los tiré por el cañete de la tubería del desagüe del water hasta dejarlo todo doblado mientras me dedicaba a la alegre tarea de escribir sobre "Aquellos tebeos nuestros". Y es que, al final, y a pesar de mis canciones para divertir (aunque lo de "vale un imperio" me la traía floja porque en Rosa ni me había fijado para ligar con ella) resulta que yo sí tenía padre, sí tenía madre y sí tenía un perro que me ladraba para avisarme de la "trampa de la canaria". Y es que mi Princesa ya estaba en Madrid, claro que sí, y no era de Fuerteventura sino de otra ventura fuerte -mucho más fuerte ventura- que me llevó a alcanzar la felicidad. Quizás todavía González siga envidiándome por mi chavala pero los asuntos de entre vías me importaban ya menos que los asuntos de estado. Jejeje.
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