Amor en cuatro ocasiones (Cuento)
Publicado en Feb 01, 2015
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La primera vez que la vi pensé en el paraíso terrenal. Había notado cómo me miraba de una manera tan penetrante que dejé, por un momento, de leer. ¿Qué clase de razonamiento lógico podía haber en aquel encuentro de miradas si yo, al fin y al cabo, sólo estaba en un estado tan lamentable que no sabía qué dirección iba a tener mi vida? De todas formas, sin saber por qué, entretejí en mis pensamientos una historia de encuentro mágico. Así que continué leyendo haciéndome pasar por el héroe que la salvaba de caer en un precipicio,
 
- Gracias -me dijo solamente.
 
Y en medio de aquel silencio de palabras imaginadas, levanté de nuevo la vista para poder confirmar que todavía estaba presente. Comprobé que seguía el latir de mi corazón adelantándose más de lo debibo y vloví a dejar de leer. ¿Por qué no acercarme a ella y acabar con la incógnita de saber si era cierto o no era cierto que estaba esperando a que yo le dirigiera la palabra? Medité en lo que podría yo decirle cuando lo que estaba experimentando era una sensación de inquietud que me cortaba el habla. ¿Y si resultaba que había alguien más con quien yo no contaba? Al fin y al cabo sólo era una desconocida,
 
- De perdedores al río -pensé ya totalmente decidido a acabar con aquel desasosiego.
 
Me levanté y fui directo a donde ella se encontraba.
 
- ¿En qué momento te he visto yo antes?
 
- Posiblemente hace unos cuarenta días más o menos.
 
- ¿Cuarenta días y yo sin haberme dado cuenta?
 
- Es que estoy descubriendo que eres un tipo tranquilo, despreocupado, incluso frío. 
 
- No es eso. Es que desde la infancia aprendí a cuidarme demasiado.
 
- ¿Es eso verdad o es una forma de tapar tus sentimientos?
 
- De hecho viene a ser lo mismo.
 
- Perdona que no esté de acuerdo contigo.
 
- Sin embargo, es maravilloso que me hallas mirado.
 
No hubo más diálogo en aquella ocasión porque, asustado de que se alejara para siempre, me volví a mi silla para seguir leyendo. Primera ocasión fallida.
 
La segunda ocasión sucedió en la cafetería. Recuerdo algunas cosas que no he podido olvidar jamás. Pero era muy extraño todo aquello. ¿Tendría el valor suficiente como para volver a dirigirme a ella nuevamente? Supuse que era lo mismo triunfar que fracasar en el intento y, superando la extrema timidez de mis sentimientos, me puse de nuevo a soñar. Ahora era el héroe que la salvaba de caer en manos de algún facineroso. 
 
- Gracias -me dijo solamente.
  
Yo, totalmente dispuesto a terminar con aquella sensación de zozobra interna, volví a cerrar el libro y, con el alma en vilo, me acerqué de nuevo; pero ahora sentía la extraña sensación de que era mucho más difícil saber qué decirle.
 
- ¿Se puede establecer algún tipo de comunicación contigo?
 
- Hace veinte minutos que lo estoy esperando.
 
- ¿Cuántos rivales existen entre el amor y la desesperación?
 
- No entiendo tu pregunta.
 
- Me parece que estoy haciendo las cuentas de la lechera.
 
- Quizás te estás confundiendo demasiado.
 
-  Llevo días pensando en ello.
 
- ¿Y qué te has contestado a ti mismo?
 
- Absolutamente nada. 
 
 
No pude hacer nada más que volver de nuevo a fracasar en mis intentos por enhebrar una conversación concreta que tuviera la lógica razonable de lo congruente; así que, no pudiendo resisitir aquel deseo de abandonarme a las circunstancias, regresé a mi esquina y, de nuevo, me puse a leer aquel interminable libro de la historia sin final posible. Aquel segundo fracaso no me dolió tanto como el primero, pero iba acumulando, en mi interior, una especie de pesadilla de la cual no podía escapar. Intenté concentrarme en la lectura. Las palabras me sonaban a contradicción entre lo que leía y lo que pensaba. Levanté la vista y alli seguía ella, mirándome directamente como si yo fuera algo así como un bicho raro al cual había que diseccionarlo. Pensé que lo mejor era volver a la realidad de mis fracasos, así que me levanté de la silla y me alejé con el libro cerrado bajo el brazo. Segunda ocasión fallida.
 
La tercera oportunidad fue mucho más difícil de explicar. Viajábamos en el mismo vagón del metro y yo seguía leyendo aquella extraña historia que me llevaba desde un principio a otro principio. Las estaciones se sucedían sin cesar y ella seguía estando presente. Fue cuando imaginé que me levantaba bruscamente y apartaba al acosador que buscaba echarse sobre ella.
 
- Gracias -me dijo solamente.
 
Aquello sí que era algo que necesitaba mi ánimo para volver a recuperar el aliento de las esperanzas. Cerré el libro y pude aguantar su profunda mirada sin ponerme nervioso; al menos no daba esa impresión. Me levanté de nuevo, como el boxeador que no permite que se producta el fuera de combate a la cuenta de diez. Sólo lo pensé durante tres cortos segundos.
 
- Resulta imposible que te admire.
 
- Haz entonces el último esfuerzo.
 
- Siempre pones el listón demasiado alto.
 
- Estás por delante de todos los demás.
 
- Y sin embargo no tengo la fortuna de coincidir contigo.
 
- En el momento más importante es cuando debes de dar el paso.
 
- He perdido ya noventa y seis veces. ¿Es necesario perder una vez más?
 
- Tienes que luchar para evitarlo.
 
- Hablas demasiado sobre la lucha como si contara demasiado.
 
- Al principio siempre cuesta.
 
- ¿Entonces te doy mala imagen?
 
- Tienes una imagen perfecta.
 
Es entonces cuando, de repente, me volví a venir abajo. Toda mi teoría sobre la forma y manera de poder conseguirla eran sólo manifestaciones más o menos ideales de cómo hacerlo pasando lo más inadvertido posible. Deseé ser invisible y me refugié, de nuevo, en el silencio de las páginas del libro; hasta que salí en la estación mientras ella se perdió por el túnel del tiempo. Tercera ocasión fallida.
 
Lo más difícil de todo se produjo en la cuarta ocasión que se me presentó en aquella vida de imposibles sueños. En el jardín su cuerpo casi se rozaba con el mío y nadie más interrumpía la lectura de mi libro salvo su insistente mirada. Imaginé que la libraba de un maníaco enloquecido buscando aprovecharse de ella.
 
- Gracias -me dijo solamente.
 
Todo comenzó a ser como una partida de ajedrez en la cual yo no sabía cuándo enrocarme a tiempo o, mejor dicho, cómo atacar a su rey. En el jardín todo el murmullo de voces ajenas había desaparecido por completo. Sólo quedábamos ella y yo. ¿Cómo poder evitar la nueva derrota? ¿Cuándo poder enrocarse a tiempo para salvar mi reina de héroe salvador? Era mejor intentarlo.
 
- Como puedes ver, todavía no he tirado la toalla.
 
- Lo puedes hacer mucho mejor.
 
- ¿Y qué sucede con mi corazón? ¿Puede mi corazón resistir tanto?
 
- Estás ya muy acostumbrado a eso.
 
- Pero mentalmente me estoy agotando.
 
- Debes remontar la corriente y seguir estando firme.
 
- Sería mucho mejor si me hubieses rechazado.
 
- No te queda mucho tiempo y a mí tampoco.
 
- ¿Alguien te está buscando más que yo?
 
- Puede ser que sí o puede ser que no...
 
Nunca me han interesado las dudas. Ante las dudas he preferido siempre seguir leyendo historias de aventuras antes de iniciarme en los poemas de amor y en las cartas sentimentales. Ahora es el mejor momento para salir de este laberinto y pensar en el próximo maratón de las oportunidades. Me levanto con el libro siempre en la mano y me marcho hacia la puerta de salida. Sé que me sigue mirando con sus bellos y grandes ojos mientras salgo a la calle y respiro profundamente porque me he dado cuenta que la vida de un perdedor es mucho más interesante, mucho más atractiva y con mucha más emoción que la de cualquier conquistador necesitado de muchos ligues con sexo para poder sentirse alguien. Cuarta ocasión fallida. 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Cuento.

Palabras Clave: Literatura Prosa Cuento Relatos Narrativa Ficcin.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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