La Noche Vuelve a Bostezar
Publicado en Feb 10, 2015
Mi cama rechinó, siendo esto el parteaguas de mi toma de conciencia. Abrí los ojos con desmesurada pesadez, tomando paulatinamente el control de todas mis blandas y adoloridas extremidades. El agotamiento viejo y enmohecido había terminado por vencerme a media tarde.
La habitación completamente obscura ocultaba la realidad del exterior, aunque la sensación de haber dormido largo rato me hizo suponer que ya había anochecido; no pude afirmar con exactitud si aún atardecía o la noche ya había caído como pesado letargo, pues la luz del día no tenía poder aquí dentro, haciéndome sentir que me encontraba en un frío calabozo con muebles. Esa terrible sensación que parece succionar el pecho desde las profundidades de las entrañas hacíame sentir ajeno a la existencia de todas las personas que deambulaban, amaban y reían allá afuera. Acostado oí a la soledad caminar en la habitación contigua farfullando en susurros, su tono era amorriñado en demasía; haciendo que me estremeciera al instante tragué saliva, suspiré hondamente, cerré los ojos y los apreté con fuerza, los volví a abrir y entonces llegó ella en medio de la oscuridad. No podría decir que mi estado era desvencijado pero no pude ponerme de pie, quedando tendido en la cama por varios minutos más, contemplando cómo descendía, del techo infinitamente profundo y oscuro, la figura refulgente de la mujer que tiempo atrás fue existir entre mis brazos y ahora sólo existía en un recuerdo mudo en el tiempo. Su palpitante silueta estremeció enteramente mis neuronas con una oleada colorida de figuras autómatas que morían centelleantemente y resucitaban al instante para volver a morir en el espacio infinito de mi mente, o quizá sólo fue la falta de oxígeno en mi cerebro lo que provocó dicha visión. Sin embargo; el deseo nostálgico y la pesadumbre se aprovecharon de mi vulnerabilidad, y vulgarmente se fundieron formando menudo enredo en mi pecho, originándome dificultad para respirar, entonces no pude evitar sollozar como un niño, acto que me llevó a llorar con la valentía y la fuerza de un hombre. Puedo decir orgullosamente que no fue sufrimiento lo que me originó este estado, sino dolor, sincero dolor, de ese que cura inexplicablemente, aunque parezca paradójico. Después que las abundantes lágrimas cesaron de caer dejando un rastro frío y húmedo en todo mi rostro, y mi pecho se liberó del yugo de la nostalgia y la pesadumbre pude respirar con desbordada serenidad, libre de tedio, libre de oleadas centelleantes. Pero, <siempre hay un maldito pero> la imagen de la mujer no se desvaneció, aun flotaba frente a mis ojos; sentada, de modo que provocaba piedad y dulzura, observándome fijamente, con esa mirada escudriñadora e impávida, que siempre me hacía pensar que podía ver todos los secretos de mi alma. Sin más, caí presa de su más palpable recuerdo; su boca en la mía. Siempre me pareció un misterio lo que sus labios provocaban en mí. Tengo que confesar que me resultaba satisfactorio abrir los ojos mientras nos besábamos… pero, pensándolo bien, no era satisfacción, más bien inquietud y temor. Una sensación casi sobrenatural me invadía al sentirme observado enteramente por ella, aunque sus ojos estuvieran cerrados. Entonces la imaginaba mirándome penetrantemente desde la oscuridad de su mente mientras me brindaba la tibieza de sus labios. Ahora sus ojos me siguen a todas partes, no pudiéndome librarme de ellos, aunque francamente no sé si realmente quiero hacerlo. Ella ya no está, pero ahora la veo como recuerdo infinito dentro mi mortal existencia, observándome con sobrenatural silencio desde la triste oscuridad.
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