Luter King dijo un día: "Al final no nos acordamos de las palabras de nuestros enemigos, pero sí del silencio de nuestros amigos". Opino que es mucho mejor, mil veces mejor, que se acuerden de ti aunque sea para recriminarte por acciones ajenas a tu propia voluntad. No es necesario decir nada más. Hacer caso a la indiferencia es la muerte de nuestras ilusiones. Es entonces, en medio del silencio de los amigos, cuando todo se difumina y nos quedamos como vacíos de existencia. Y es ahí, en ese crucial momento tan doliente, cuando o somos geniales de verdad o nos derrumbamos definitivamente. 
 
La magia del resurgir ante lo que otros consideran que es nuestro fracaso es precisamente no fracasar nunca. ¿Para qué luchar? Luchar siempre para darte una oportunidad de descubrir que eres capaz de hacerlo. Que eres capaz de superar los límites del silencio hasta convertirte, otra vez más, en superviviente del éxito, 
 
Al final lo que queda de ti es tu grandeza aunque los amigos hayan guardado silencio o precisamente por eso. Son los enemigos quienes más aprecian nuestras glorias. Es una de las paradojas de la vida pero es, también, una realidad; porque resulta que siempre son los enemigos los que más respeto sienten hacia ti, precisamente porque ellos siempre saben todo lo que vales. Mientras los amigos siempre te olvidan, los enemigos siempre te recuerdan. Sobre todo cuando ya has triunfado. 
 
Ser líder te hace ser consciente de todo esto. Al líder los amigos le temen. Al líder los enemigos le respetan. Recuerda que la envidia siempre reside en nuestra propia casa donde triunfamos. Olvida, pues, a todos los fantasmas y sigue escalando hacia la cima. No olvides nunca que la envidia destruye siempre a quienes no tienen ninguna clase de valor personal y se amparan en la cobardía de pertenecer a las masas. Ocurre en todos los aspectos de la vida. Por eso la mejor manera de combatir a los envidiosos es seguir dándoles motivos para que lo sean.