Nuevo Cuaderno: A la carta en Yakarta.
Publicado en Feb 23, 2015
Cuando me informaron (se dice el pecado pero no el pecador) que el mejor restaurante de Yakarta era el Namaaz Dining, se me despertó un apetito voraz. Harto ya de tantos estofados de calabazas en España (lo de las calabazas no era solamente una forma de hablar sino una triste realidad), lo primero que hice fue echarme el macuto a la espalda y volar en vuelo directo de Iberia hasta la capital de Londres. Estaba dispuesto a comerme el mundo entero si era necesario porque cuando se despierta el hambre no hay que perder el tiempo en minucias de poca monta. Monté en el avión sin pensarlo dos veces. Como era un inolvidable 18 de abril, encontré un vuelo barato desde la capital inglesa hasta mi destino (ida y vuelta) por tan solo 156 euros que conseguí reunir tras vender unos cuantos tebeos que me quedaban de los coleccionados con tanto afán en "Utopía" de Madrid. Merecía la pena.
El vuelo Londres-Yakarta me resultó tan aburrido que dormí como un lirón, porque el hambre produce sueño y soñando se come muchos más y mejor que nunca; así que cuando desperté en la capital de Indonesia lo primero que descubrí fue que caía una ligera lluvia pero la temperatura era muy agradable. 24 grados centígrados señalaba el barómetro del Aeropuerto Internacional de Soekarno-Hatta, que es el principal aeropuerto de servicio para la mayor parte de la ciudad de Yakarta en la isla de Java, Indonesia. El aeropuerto lleva el nombre del primer Presidente de Indonesia, Soekarno, y del primer vicepresidente, Mohammad Hatta. También se lo conoce por el nombre de Cengkareng entre la población local. El código IATA del aeropuerto, CGK, tiene sus origenes en el nombre de la localidad de Cengkareng, un barrio situado al noroeste de la ciudad. Como durante el vuelo no había probado ni tan siquiera un sanduche de mortadela, mis tripas me sonaban más que las de un león rugiente con hambre de tres semanas y media. Pero yo aguantaba perfectamente para poder comer con más apetito. Así que pasé olímpicamente de la oferta de cymbopogon que me ofrecía una linda javanesa ataviada con su ornamentado traje de fiesta popular. La linda javanesa, que estaba mejor que el cymbopogon pero que no me entusiasmaba tanto como para caer en sus trampas, se esforzó locamente en hacerme comprender que el cymbopogon es un género de plantas de la familia de las Poaceas, con cerca de 55 especies originarias de las regiones cálidas y tropicales de Asia. Según me siguió explicando la linda javanesa, con gran entusiasmo pero poca eficacia ante mi firme postura de no ceder ante la tentación, se conoce como hierbalimón en Panamá; hierbaluisa en Perú, Chile, Ecuador y Bolivia; limonaria o cedrón en Colombia; paja cedrón en Bolivia; mal ojillo o malojillo en Venezuela; y zacate limón en Honduras, El Salvador, Costa Rica, Nicaragua y México. La linda javanesa, que me miraba directamente a los ojos como queriendo hipnotizarme con su oferta (cosa que no logró conseguir debido a mi fortaleza espiritual) siguió insistiendo y me explicó que en República Dominicana se llama limoncillo; en el Noroeste Argentino se lo denomina cedrón pasto; en la parte occidental de Cuba le llaman caña santa y en la parte oriental limoncillo o yerba de calentura. Ya me estaba yo poniendo bastante caliente con tanta insistencia de la linda javanesa pero aguanté hasta que terminó su ataque (parecía volverse histérica por momentos) explicándome que en Paraguay se llama Cedrón Kapi-i y que también es conocida como té de limón, pasto de limón y pasto de citronella. Hasta que ya no pude aguantarme más y le solté (cosa que le pilló de improviso y con la guardia ya baja) que yo era carnívoro y que estaba ya harto de tantos estofados de calabazas como me habían estado dando en España. No sé si me entendió bien del todo pero huyó despavorida con su enorme cesta llena de cymbopogon. Un famélico grupo de muchachos indonesios se me quedaron mirando algo así como espantados y huyeron rápidamente. Estaban pidiendo unos cuantos euros pero se perdieron por entre las callejuelas creyendo que me los iba a comer vivos porque entendieron lo de carnívoro. Yo no tenía ganas de reír pero no pude aguantarme más y solté una carcajada hasta que todos y todas se apartaron de mí creyendo que estaba completamente loco; así que, libre ya de tanto acoso, me dirigí a un quiosco de información para turistas y compré un plano de la ciudad donde venía la dirección de los mejores restaurantes de Yakarta. Busqué, ya con ansiedad incontenible, la dirección del Namaaz Dining. ¡Allí estaba la dichosa dirección! Tomé nota en un papel aparte por si perdía el plano: Calle Gunawarman, número 42. Lo mejor de todo era la idea de subirme en un becak. Los becak fueron prohibidos dentro de los límites de la ciudad de Yakarta en 1994 debido a su propensión a causar atascos. El ex presidente Suharto (y otros) también querían erradicar becak de las calles de la ciudad porque sentían que el trabajo era degradante para los controladores. Pero los becak están de nuevo en servicio porque son ampliamente extrañados por personas que viven en complejos de viviendas fuera de las principales carreteras y caminos pequeños que no son atendidos por las rutas de autobús, pero llegaron a ser muy numerosos en la ciudad antes de la represión y de eso dan fe los que ampliamente los utilizaron. Antes solía ser un lugar común en Yakarta ver a los conductores de becak llevar a los niños a la escuela cada mañana, y las mujeres a casa desde el Pasar (mercado tradicional). Por eso todavía se puede encontrar algún que otro conductor de becak ocasional ignorando la prohibición en algunos lugares dentro de los límites de la ciudad. Yo tuve la gran ocasión de encontrar uno. En un becak se pueden encajar dos pasajeros cómodamente y posiblemente incluso más, dependiendo del tamaño del pasajero. Tuve suerte de encontrar a un inglés, más chuchufrío que un spagueti de secano, quien estuvo interesado en viajar conmigo. El becak es un triciclo para uno, dos o hasta tres pasajeros. Una lámina de plástico que desciende sobre el frente ayuda algo a la protección del sol y, sobre todo, durante las tormentas. Gracias a Dios no hacía sol y sólo caía una ligera lluvia cuyas gotas resonaban en el plástico como sí algún grupo de gamberros nos estuviesen apedreando con pequeñas lentejas. Eso al menos era lo que mi imaginación reproducía en mi mente. Negociamos el precio antes de iniciar el trayecto. En realidad el inglés se ofreció gustoso a invitarme y por eso no supe nunca cuanto le costó el viaje, ni se lo pregunté por si me pedía que colaborase; pero al llegar al Namaaz Dining me dio un poco de pena el conductor y le regalé una moneda de euro que, casualmente, encontré en el bolsillo trasero derecho de mi pantalón vaquero. El conductor del becak miró el euro con desprecio y arrojó la moneda al suelo. No me importó volver a cogerla y, antes de entrar en el restaurante, sin importarme las palabrotas que soltaba el conductor del becak y lo nervioso que estaba el inglés chuchufrío y escurridizo de carnes que siguió su camino en el triciclo, se la regalé a un mendigo que pedía limosna con un mono disfrazado de niña y que me lo agradeció con una amplia sonrisa. Sin más preámbulos entré en el mejor restaurante de Yakarta. Allí pedí la carta y me puse como "El Quico" devorando platos de saté (llamado también satay) que es carne de barbacoa ensartada; tongseng (llamado también krengsengan) que es carne de cordero con salsa de soja; babi guling, que es cerdo asado al estilo de Bali, comparado con el cerdo hawaiano al estilo de Iuau (a donde pienso acudir en mi próximo viaje) y ayam, que es pato asado. Lleno ya del todo mi estómago, pedí un gran vaso de limonada y me lo bebí de un sólo trago, solté un par de eructos como señal de que me había encantado la comida y, a la hora de pagar, me ofrecí voluntario para lavar platos porque alegué que no tenía suficiente dinero (si era verdad o era mentira sólo queda entre Dios y yo) y, después de una fuerte bronca por parte del dueño del restaurante, éste aceptó que a cambio de haber comido gratis lavara todos los platos. Así lo hice y, una vez terminada mi labor, salí pitando para el aeropuerto; pero esta vez viajando en un microbús, que pagué con otra moneda de euro que, casualmente, encontré en el bolsillo trasero izquierdo de mi pantalón vaquero. Estos microbuses aquí se llaman pete-petes. Sólo me resta recordar que una vez en Londres ya no tuve nada más que hacer que volver a viajar en Iberia con regreso a Madrid. Por suerte para mí, los estofados de calabazas de España ya sólo son un mal recuerdo olvidado o, quizás, podría decir lo de "sangre, sudor y risas". De mi estadía en Yakarta no tengo más recuerdos que una bonita fotografía que le hice a una monumental y bellísima bailarina callejera semidesnuda, nativa de Bali, que observé en la calle después de salir del Namaaz Dining. Es mi único testimonio para demostrar que fueron verídicas tales aventuras en la capital de Indonesia. Dicha fotografía es igual e idéntica a un cromo que tuve yo en mi infancia. Por eso sé que no lo he soñado. Y, antes de que se me olvide definitivamente el asunto, también traje de Yakarta un buen puñado de varillas para ver si Benito ya sabe contar cuántas he cogido yo o sigue siendo tan paleto como siempre que ni tan siquiera sabe contar bien. De chiste. Aparte de lo de las varillas, Benito no tiene ni la menor idea de lo que es contar un buen chiste. Por eso hasta Eneas se burla de él y que conste que lo aclaro sin maldad alguna; porque lo que es yo, ahora, sólo estoy pensando en mi próximo viaje a Iuau mientras le dejo a Benito que siga contando todas las varillas que he cogido desde que tengo uso de razón y que se dé cuenta, a ver si se baja ya una vez del guindo donde está más colgado que un mono indonesio, de que conozco demasiado bien lo que son las chavalas guapas, interesantes y, para mayor inri, inteligentes. Como, por ejemplo, la que está casada conmigo. Ni se lo puede imaginar tan ocupado como está con sus tomateras mentales por culpa del Anís del Mono. Nota Adjunta: para conocimiento de Benito, gracias a las explicaciones que me dio el inglés chuchufrío y unas fotografías que me enseñó durante el viaje en el becak, existe en Indonesia el llamado macaco negro crestado. Su nombre científico es "Macaca nigra" y tiene mucho de parecido a alguien que no quiero decir su nombre no vaya a ser que se mosquee demasiado y le pique un avispero por haberme entendido mal desde que yo era un niño y ya sabía escribir cuentos, historias, redacciones y alguna que otra carta jacarandosa. A buen lector sobran más letras.
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José Orero De Julián