El culatazo de Flo (Diario)
Publicado en Mar 09, 2015
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Los 27 años que tuve que pasar trabajando para el BHA de Madrid fue como una condena que tuve que sufrir por querer ser diferente al resto de la familia; algo así como haber pasado 27 años de cárcel con libertad concedida, día tras día, gracias a mi voluntad de no ser nunca un prisionero atado a los caprichos de los banqueros. Fueron 27 años trabajando en las tareas más duras del BHA de Madrid pero nunca lograron convertirme en una máquina. Cuanto más me quisieron robotizar los jefezuchos de ínfima categoría que tuve que soportar... más humano me fueron haciendo, más desarrollé todos mis ocho sentidos y la sensibilidad de todos mis ocho sentidos y más firme y serena personalidad fui adquiriendo. Y a todo ello, aunque a los jefezuchos de ínfima categoría les chirriasen las muelas por culpa de la envidia, jamás perdí el buen humor y retengo en mi memoria miles y miles de anécdotas de mis 27 años en el BHA que, a veces, me hacen sonreír ligeramente pero, otras veces, no me aguanto y suelto risotadas a pleno pulmón. O sea que, aunque me tuvieron 27 años encadenado al BHA, me sentí como el ser humano más liberado del mundo porque pasé de todos los jefezuchos de ínfima categoría que buscaron siempre hacermo daño y que, muy a pesar de ellos y aunque se cabreasen como monos que no ligan con ninguna mona (que es lo que en realidad les sucedía), lo único que consiguieron es que los altos directivos me consideraran un trabajador excepcional y las chavalas de muy buen ver me admiraran cada vez más aunque, a decir verdad, ninguna de estas dos cosas busqué conscientemente sino que los jefezuchos de ínfima categoría que tuve que soportar me conviertieron, en contra de lo que querían, en una especie de héroe para los altos directivos del BHA y, sobre todo y eso sí que era emocionante, para las chavalas de mejor ver del BHA. En cuanto a los compañeros hubo de todo como en botica pero ni los recuerdo; porque a los envidiosos no merece la pena ni darles las gracias por su envidia; puesto que a más envidiado que eres más heroico te hacen y, como decía Parrondo, algo tendrá el agua cuando la bendicen. 
 
Pues bien, de todas las numerosas anécdotas que me sucedieron en el BHA y de las cuales guardo recuerdo hay una muy especial. Yo la llamo "El culatazo de Flo" y cuando la visualizo, porque lo pude ver en directo, a cámara lenta y con toda clase de detalles, me troncho de risa aunque se cabree Carnicero. Para mí Carnicero era solamente un carnicero más, un alimoche del montón, un quebrantahuesos sin personalidad definida, así que lo de "El culatazo de Flo" dejó en mi memoria una escena inolvidable por dos razones: la primera de estas razones es que fue como para partirse de risa (como así sucedió con quienes lo vieron y con quienes se enteraron cuando dio la noticia la vuelta a todo el edificio de Alfonso XII corriendo de boca en boca) y la segunda razón es que fue un acto de verdadera justicia porque Flo era sarcástico, irónico, despótico, ortera y hasta vulgar cuando trataba con los empleados que tenían la desgracia de tener que soportarle. Yo, al fin y al cabo, siempre me lo pasé por los cataplines y nunca me asusté jamás como si le sucedió a él cuando, en el suelo, se dio cuenta que había hecho el ridículo más insoportable y más difícil de aceptar por un jefezucho de banca de ínfima categoría y por eso o pidió el traslado o se lo dieron porque ya todos y todas se pitorreaban de él. Toca detallar lo que fue "El culatazo de Flo".
 
Una mañana cualquiera, quizás del duro invierno (aunque no recuerdo la estación), Flo se estaba tocando las narices en lugar de trabajar y esto de tocarse las narices en lugar de trabajar lo hacía todos los días laborales. El caso es que esa mañana se incorporó de su asiento, quizás aburrido de no hacer nada como siempre o quizás para intentar demostrar dotes de mando (que nunca jamás tuvo en su personalidad) por ver si de pie aparentaba tenerlos (me refiero a los dotes de mando porque de lo otro prefiero no hablar porque ni sé si los tenía o no los tenía ya que eso siempre me importó menos que un pimiento verde y vaya que si era verde el tal Flo) y como vio que a nadie deslumbraba intentó volver a sentarse otra vez en su sillón de ruedas. Como no sabía ni sentarse como los caballeros, dio un golpe con sus corvas en el borde de la silla y esta comenzó a desplazarse hacia atrás mientras Flo se dio cuenta demasiado tarde porque ya estaba encorvado y en posición de sentarse; cuando se dio cuenta de su error (ante la mirada expectante de quienes lo estábamos observando con gran deleite y placer) se agarró desesperedamente a la mesa, pero la fuerza del culo le fue arrastrando hacia el lugar donde debería estar el sillón, así que las manos de Flo fueron resbalando a cámara lenta por encima de la mesa arrastrando los papelotes que nunca servían para nada sino para hacer como que trabajaba en algo. Ante la ya inevitable tragedia, Flo intentó sujetarse con sus garfias de alimoche al borde interior de la mesa, pero le fallaron las garfias y el culo le seguía pesando tanto (lo había engordado desmesuradamente desde que le habían nombrado jefezucho de ínfima categoría) que le arrastró, siempre a cámara lenta, hacia el suelo. En un momento determinado que todos los que lo vimos nos quedamos completamente atónitos y gozosos al mismo tiempo, se quedó en cuclillas, inmovilizado en el aire como para hacerle una foto original (ya que parecía estar sentado en la taza del water pero sin taza del water) y el final fue un explosivo culatazo contra el suelo y unas explosivas carcajadas que soltamos todos lo que tuvimos el gozo y el placer de contemplarlo; sobre todo unas cuantas chavalas de muy buen ver que no sólo soltaron sus carcajadas sino que fueron contando, en cadena indetenible, lo sucedido de boca en boca (como los antiguos cantares de gestas de los inicios de la Literatura Española) y las carcajadas iban escuchándose de mesa en mesa, de negociado en negociado y de piso en piso. Muchos compañeros y compañeras aprovecharon la hora del bocata para venir al negociado por ver si había sido verdad lo que se contaba en todo el edificio de Alfonso XII. Y como descubrieron que fue verdad las carcajadas fueron todavía más explosivas. Aquella mañana Flo se dio cuenta de que, a partir de entonces, nunca jamás nadie le tendría ninguna clase de miedo y que sería el hazmerreir de todos si seguía en su puesto sin dar ni golpe ningún día. El caso es que o Pérez le trasladó en contra de su voluntad (porque ya su autoridad jamás sería respetada) o, por la misma causa, fue el propio Flo el que pidió su traslado. El caso es que pocos días después se marchó a ocupar un puestecillo de ínfima categoría en un negociado del piso de arriba para ser el último de la fila de los muchos jefezuchos que allí había.
 
Yo ya estaba casado y hacía pocos meses que había vuelto de Ecuador (antes de marcharme definitivamente) y quizás mi regreso (ante la pregunta de Flo de por qué no me había quedado allí) tenga solamente una respuesta: volví por unos años más al BHA para no perderme el gusto, la gozada, el placer y la alegría de ver con mis propios ojos el culatazo de Flo y la caída de todo su orgullo al chocar su culo con el suelo despertando las carcajadas de todos los presentes pero, sobre todo, de las chavales de mejor ver. Flo era de los que no trabajaban nada pero mandaban trabajar mucho aunque, como muy bien se sabe por parte de todos y todas, no es lo mismo mandar que ordenar. Pero es que Flo no tenía personalidad ni para pedir un café con leche en la cafetería del BHA de Alfonso XII donde, cuando se conoció la noticia de su culatazo, se celebró una verdadera fiesta de carcajadas y chistes de cachondeo. Hasta los toreros se troncharon de risa porque el tal Flo les faltaba tanto al respeto que se mofaba de El Yiyo. Y lo de El Yiyo no era para mofarse sino para guardar silencio. Así que donde las dan las toman, a la vuelta lo venden tinto y no ríe mejor el que ríe el último sino el que se ríe más tiempo. Quizás por eso, mientras escribo hoy estas notas en mi Diario personal (después de haber visto empatar al Atlético de Madrid con el Valencia en el Manzanares) todavía me estoy descacharrando de risa cuando visualizo la escena del culatazo de Flo. Y si Carnicero se enfada que se meta a cartujo que en Sevilla a lo mejor le están esperando.
 
Me falta sólo por escribir que Flo, en lugar de trabajar, se pasaba todas las mañanas urgándose las muelas con un clip y urgándose los pelos de sus orejas (puesto que tenía dos mogollones de pelos en sus orejas) con un palillo de dientes.  
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Foto del autor José Orero De Julián
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Páginas de Diario personal.

Palabras Clave: Diario Memoria Recuerdos.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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