La conjura del Apollo (Novela) Conclusin
Publicado en Mar 15, 2015
- ¿Puedo hablar con usted en privado, Jefe Morris?
- Pase y siéntese, sargento Reagan, pero espero que sea usted muy breve. Hoy tengo que despachar muchos asuntos y quiero terminar enseguida para llegar pronto a casa porque no quiero tener problemas con mi linda esposa. Bastantes problemas tengo ya con mi querida suegra. - Hablando de problemas, Jefe Murray, es precisamente un problema lo que tengo que contarle. - ¿Un problema tan importante como para que me lo cuente en privado? - Eso es. Necesito hacer una confesión porque no tengo la conciencia tranquila. Esta noche no he podido dormir ni un par de minutos tan siquiera. - ¡Un momento, sargento Reagan! ¡Se está usted confundiendo de persona! Yo soy el Jefe Superior de la Policía de Nueva York, pero no soy el obispo de la Catedral de San Patricio. Si tiene usted problemas de conciencia mejor es que se lo confiese a él. - Ponga atención, Jefe Morris. Es un problema muy grave. - ¿Y por qué me lo tiene que confesar a mí? No tengo capacidad para resolver problemas de tipo moral. - Es que no es un problema de tipo moral sino de ética de comportamiento. El Jefe Morris puso, por primera vez, atención. Se sentó más adecuadamente en su sillón y quedó atento. - ¡Cuente, sargento Reagan! ¿Qué clase de confesión quiere hacerme? - No tengo más remedio que hacerlo. Tarde o temprano, pero más bien temprano, se iba usted a enterar por otras personas y prefiero ser yo quien lo haga. - ¿Puedo saber ya de qué se trata, sargento Reagan? ¡Me está poniendo más nervioso que cuando mi suegra se mete por medio en mis peleas con mi linda esposa! Como es su madre siempre le da la razón a ella y yo, como no tengo ya a mi madre para que me defienda siempre estoy en desventaja. ¿Me comprende? - ¡Sé perfectamente quiénes son los policías corruptos de Nueva York! El Jefe Murray puso, ahora, la máxima atención. - ¿Cómo ha dicho, sargento Reagan? ¿Puede repetirme otra vez lo que ha dicho? - ¡Le repito, Jefe Murray, que yo sé quienes son los policías corruptos de Nueva York! - Cuidado con contarme rumores sin fundamento alguno. Lo que intenta contarme debe ser cierto o en caso contrario nos metemos en un buen lío. - ¿Puede brindarme un vaso de whisky? - Puede servirse usted mismo, pero no tome demasiado porque espero que sepa muy bien lo que me quiere confesar. Reagan llenó un vaso con whisky de la botella que había sobre la mesa y de un trago se bebió la mitad de su contenido - ¿Va a contármelo ya o tenemos que esperar a que llegue el próximo siglo? - ¡Jefe Morris! ¡Los policías corruptos de Nueva York somos el capitán Wellman y yo! Murray se puso de repente en pie. - ¿Cómo ha dicho? ¿Puede repetirmelo otra vez pero sin beber nada de whisky? - Siéntese de nuevo, por favor. Ya estoy demasiado asustado. El Jefe Murray se volvió a sentar ya totalmente calmado. - Le repito y le afirmo que los policías corruptos de Nueva York somos el capitán Wellman y yo mismo. - ¿Sabe de verdad lo que usted está diciendo o sufre de locura momentánea? - ¡Nunca jamás he estado más lúcido que ahora! - ¿Ustedes dos solamente o hay alguien más entre nosotros? - Entre los policías de Nueva York sólo nosotros dos somos los corruptos. Podríamos haber implicado a muchos más pero era muy peligroso porque cuantos más fuésemos más fácil sería que nos descubriesen. - ¿Y por qué me lo confiesa ahora? - Porque sé que el periodista Gould ya está investigando a fondo todo este asunto. - ¿El capitán Wellman y usted, sargento Reagan, han formado parte de la conjura del Apollo? - En efecto. Hemos formado parte de la conjura del Apollo para asesinar al Alcalde O'Dwyer de Nueva York. - Pero estoy seguro de que ustedes dos solos no podrían haber montado algo tan siniestro. ¿Quién ha dirigido toda esta conjura? - Tengo miedo de decirlo. - ¿Por qué? ¿Qué le impide hablar? - Mi mujer y mis dos hijos. ¿Me da usted la palabra de honor de que van a cuidar de ellos para que no sufran represalias en forma de atentados contra sus vidas? - ¿Es que el instigador de esta conjura del Apollo es alguien muy importante? - ¡Prométame que cuidará de mi familia para que no le suceda nada malo ni a mi mujer ni a mis dos hijos varones! - Si no me dice ahora mismo quién ha dirigido esta conjura no podré hacer nada por ellos. - Está bien. Quien ha dirigidio toda la conjura del Apollo es el Senador Pacifier. El Jefe Murray no salía de su asombro. - ¿Qué me está diciendo, teniente Reagan? Parece haber bebido demasiado whisky hoy. - Le estoy diciendo que el personaje que ha dirigido toda la conjura del Apollo, anoche, es el Senador Pacifier. - ¡Pero si el Senador Pacifier es el íntimo amigo del Alcalde O'Dwyer! ¡Han salido multitud de veces juntos en las fotografías de los periódicos y las revistas extrechamente abrazados y sonrientes. ¿Está seguro de que es el Senador Pacifier o solo lo sabe como rumor nada más? Ya sabe que los asuntos politicos son muy enrevesados para poder entenderlos. - Nada de rumor. El capitán Wellman y yo siempre actuábamos siguiendo las indicaciones del Senador Pacifier. - ¡Hasta dónde hemos llegado en el mundo actual! ¡Ya no se puede confiar uno ni de su amigo más íntimo! - El Senador Pacifier no es ni tan siquiera un simple admirador del Alcalde O'Dwyer. ¡En realidad le odia! - ¿Cómo es posible eso? ¿Cuál es la razón de ese odio? - Ha estado continuamente, y de manera constante e insistente, pidiendo a O'Dwyer que dimita del cargo de Alcalde de Nueva York. - ¿Por qué motivo le estaba intentando convencer para que cese de su cargo? - ¡Porque está sumamente interesado en que el proximo Alcalde de Nueva York sea su sobrino Richard! - ¿Y por qué no esperó a que O'Dwyer dimitiera? - Porque O'Dwyer no se decidía definitivamente a hacerlo por culpa de las dudas y se le estaba escapando la oportunidad de que su sobrino ocupara el cargo. - ¿Por qué tanto interés en eso? - Para tener muchos mejores apoyos y mayor seguridad a la hora de seguir manejando toda la droga que entra en el Harlem de Nueva York. - ¿Me está usted diciendo que el Senador Pacifier dirige la red de la droga en Harlem? - Sí. Y gana muchísimo dinero por ello. l - ¿Ustede dos también reciben dinero del comercio de drogas? - Sí. Muy buenas cantidades. - ¿Y quién de ustedes dos es el que se dedica a repartir las drogas entre los negros del Harlem de Nueva York? - ¡Se va asombrar si se lo digo! - ¿Es que es usted? - No. Yo no soy ese. - ¡Yo ya me creo todo lo que me cuente! ¡Después de ser tantos años el Jefe de la Policía de Nueva York creia que lo sabía todo, pero ahora me doy cuenta de que sólo sé la mitad de la mitad! ¿Quién es ese cabrón, sargento Reagan? - Gulliver. - ¿El viejo loco que reparte tantas leches? - Ese mismo. - ¡Pero si es una pobre criatura incapaz de hacer daño a nadie! Siempre me ha parecido una mosquita muerta comparado con lo que se ve en el Harlem de Nueva York. - Ni es una mosquita ni está muerto. Se hace pasar por un simpático pobre viejo, pero gana, cada año, cuatro veces más dinero que lo que ganamos usted y yo juntos. - ¿Cómo hace llegar ese tal Gulliver las drogas que controla el Senador Pacifier a los negros del Harlem de Nueva York? - Como nadie podría sospechar lo más mínimo de un pobre anciano que se las da de loco bonachón es muy fácil el sistema que usa. Sus lecheras tienen un doble fondo. La mitad superior de la lechera contiene leche, pero la mitad de abajo va siempre repleta de drogasque entregaba a Jones, el que era líder negro de "The Kids Courage". Como ningún policía se atreve demasiado a entrar en Harlem, y como la persona de la que menos se podría sospechar es ese repartidor de leches, el asunto era tan fácil que resultaba muy difícil de descubrir precisamente porque era tan fácil. - ¡Vaya con el repartidor de leches! ¡Me parece que ahora el que va repartir unas cuantas leches a él voy a ser yo mismo en persona! ¿Cuántos inocentes muchachos negros del Harlem de Nueva York han sucumbido ya ante las drogas? - Un número demasiado alto de víctimas inocentes, Jefe Murray. - ¡Menos mal que hemos destruido por completo y para siempre a "The Kids Courage"! Ahora sólo le pido que sea totalmente sincero conmigo, sargento Reagan. ¿Es de verdad o va de coña eso de que no hay ningún otro policía metido en este follón? - ¡Le juro, por lo que usted considere lo más sagrado de la vida, que no hay ningún otro policía mezclado en este feo fregado! - ¿Sabe usted en qué lío se ha metido? - Lo sé. Y acepto el castigo que me merezco. - ¡No le entiendo, sargento Reagan! Es bastante comprensible que el capitán Wellman se haya implicado en este follón debido a sus adicciones al alcohol y al juego y que, por eso mismo, haya perdido la cabeza hasta meter sus dos patas de lleno en esta intriga; pero en cuanto a usted, sargento Reagan, que siempre me ha parecido un ser feliz con usted mismo y con su familia, no llego a entenderlo... - ¡La ambición, Jefe Murray! ¡Sólo la ambición de vivir cada día un poco mejor sin tener en cuenta los medios y la forma de conseguirlo! ¡Ha sido solamente esa clase inmoral de ambición la que me ha llevado a mi fracaso como ser humano! - ¿Mejor ser humano cada día mezclándose con los tipos de más baja estofa de esta ciudad? ¡Eso no podía tener nunca un final feliz! - Lo siento por mi familia; pero sé que debo responder ante la Justicia. - Por su verdadero arrepentimiento y su enorme sinceridad, sargento Reagan, intentaré que los jueces le impongan el castigo más leve posible siempre que sea dentro de la Ley; pero... ¿sabe usted cuánto van a sufrir su mujer y sus dos hijos varones?... - Ahora me doy plena cuenta de ello. - Lo digo porque el periodista Gould es insaciable a la hora de querer ser más famoso día tras día. Ya está investigando este jaleo y lo va a publicar todo en cuanto tenga todo atado y bien atado. ¡Es un sabueso sin escrúpulos a la hora de llamar la atención del público hacia su propia persona! Sin premios importantes es un periodista vacío de contenido. Por eso necesita los escándalos sociales para ser el gran dios del Periodismo norteamericano. - Tambié lo sé. Y sé que usted no le podrá ocultar la información que tanto desea. - Le doy las gracias por comprenderme. Es ya muy conocido que el Periodismo es un poder tan grande que, si me niego a colaborar con Gould, pongo en peligro mi propio cargo de Jefe de la Policía de Nueva York. - ¡Sólo le estoy rogando, Jefe Murray, que tenga compasión con mi familia y que dejen a mi familia al margen de todo este follón! - Impediré que Gould se pase de la raya en cuanto a sus derechos de recibir información y manejar dicha información. No voy a permitir, bajo ningún concepto, que publique absolutamente nada respecto a su familia y la vida privada de su familia. Si se sobrepasa va a la cárcel como cualquier otro delincuente por muy Premio Pulitzer que sea. A mí todos los premios me la sudan, pero si ese tal Gould me toca los cojones es lo último que hace en su meteórica carrera de periodista. Se lo juro por lo más sagrado de esta vida, sargento Reagan. - ¡Muchas gracias, Jefe Murray! ¡Ya no tengo nada más que confesar! - Creo que falta algo muy importante. - No sé qué puede ser ese algo tan importante que falta, Jefe Murray. - ¿Usted me puede decir quién fue el que decidió que la obra a representar fuese "La tempestad" de Shakespeare y por qué esa obra precisamente? - ¡Ah, si! ¡Se me estaba olvidando! ¡Fue el concejal Cooper! - ¿El Concejal de Cultura de la ciudad de Nueva York eligió "La tempestad"? ¿Por qué precisamente "La tempestad"? - Era la clave de toda la conjura del Apollo. - ¿Eso quiere decir que ese concejal también formaba parte de la trama? - Parte muy importante, Jefe Morris. - ¿Cuál fue su motivo? - ¡La ambición, Jefe Morris! ¡Otra vez la ambición! - ¿Qué buscaba ser el concejal Cooper? - El senador Pacifier le había prometido la vicealcaldía de Nueva York. - ¡Dios mío con la ambición! ¡La ambición puede llegar a destruir por completo a las personas, a los países y a hasta la mundo entero! Tener ambiciones en la vida tiene sentido y es un derecho pero siempre que se sepa cuales son los límites. Hablemos sin límites pero sepamos qué clase de límites podemos rebasar cuantas veces querramos y qué clase de límites debemos respetar siempre. Si queremos un mundo mejor, como tanto estamos predicando los norteamericanos, debemos ser también nosotros un poco mejores de lo que somos. ¿Está de acuerdo conmigo, teniente Reagan? - Totalmente de acuerdo. Hay que saber manejar nuestras libertades y respetar las libertades de los demás. - ¿Alguien más está implicado en toda esta conjura del Apollo? - Sí. Hay alguien más. Es muchísimo más poderoso que el propio senador Pacifier. - ¡Dios mío! ¿Quién es? - El Diablo, Jefe Murray, el Diablo. FIN
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