Calata emocional
Publicado en Mar 23, 2015
Pasó mucho tiempo antes que se diera cuenta que siempre lo había amado.
Corrió por los pasillos de todo el edificio mientras bajaba a prisa con su corazón en una mano y su cuaderno en la otra. Salió por las calles de Abancay, cruzó Puente Nuevo y siguió de frente hacia el sur. Al caer la noche ya había llegado. La puerta era marrón nueva y limpia como el resto de la fachada. Sus manos temblorosas alcanzaron el timbre con dificultad. Era posible que no estuviera en ese momento. Un señor alto y desagradable de terno le abrió la puerta. “Lo estoy buscando”… El hombre la miro y le cerró la puerta en las narices. “Que hombre tan vago y descortés” pensó ella mientras volvía a emprender la marcha. Llego aún más al sur, a su primera casa juntos, aunque nunca la llegaron a comprar, lo sueños que habían empeñado aún estaban bajo los cimientos. Cogió la reja y la deslizo suavemente pero esta hizo mucho ruido. Al instante salió una señora baja de tez tosca y ruda. “Lo estoy buscando”. Ella la miro con aún más desprecio que el señor de la casa bonita y le cerró la puerta con mucho gusto. Ella aún caminaba, ahora un poco desorientada, sin embargo tenía que caminar. El calor la empezó a invadir, no tenía a donde ir, estaba cansada y ya se acercaban las seis de la tarde. Se quito la casaca y la metió a un depósito de basura. Se quito las joyas e hizo lo mismo. “¿A dónde llegaré?” se preguntaba. Llegaron las 8 de la noche y aún caminaba, solo que ahora mucho más al norte. El cansancio la destruía, decidió sacarse el pantalón y el sostén, pues el peso de la ropa sola lo volvía más lenta en sus andares. Caminaba sin pantalón y sin sostén por las calles de Miraflores, por la calle Berlín, subió dos cuadras y pidió una cerveza. Cuando se la hubo traído, el cantinero, un hombre que parecía bastante amable para ser un cantinero la observó por unos segundos “Lo estás buscando”, le dijo, “el se acaba de ir, corrió hacia el bar del frente”. Ella se paro y antes de salir le dio su blusa al joven en señal de agradecimiento. Corrió al bar del frente, ya no podía más, era el momento que había esperado durante 50 años, atinó a quitarse la última prenda que mucho peso le hacía y poder llegar lo antes posible. Ahí estaba el, tan viejo como ella lo recordaba, sentado tomando una copa de vino. “Te estaba buscando” le dijo. El la miró, de arriba para abajo, limpió sus gafas y la volvió a mirar “vístete, estás haciendo el ridículo”-y dándole su chaqueta agregó- “Mis tíos me llamaron. No sé porque aún te dejan salir así del sanatorio mamá”
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Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Buen relato, o cuento corto, giro rápido del final e inesperado Felicitaciones Alejandra