La mujer que era vagabunda (Novela) -1-
Publicado en Mar 30, 2015
Moscú, 25 de octubre de 1962
El comisario Nikieto Jrutchevinski dio un brutal puñetazo sobre la mesa del escritorio. - ¡Eso no es verdad, señora! ¡Usted está mintiendo! ¡El camarada Micola Pokony no puede ser, jamás ni bajo ningún concepto, un hombre violento! ¡Ningún camarada que forme parte del Politburó puede ser un animal! ¡Usted está mintiendo, señora, o se ha vuelto totalmente loca! - A no ser que se demuestre lo contrario. El comisario Nikieto Jrutchevinski se encolerizó todavía más y arreó otro puñetazo, ahora mucho más fuerte, sobre la mesa del escritorio. - ¿Cómo ha dicho usted? - ¿Cuántos son los camaradas que forman parte del Politburó? - En estos momentos, y al día de hoy, somos un total de quince. - Pues considere usted que el Politburó, en estos momentos y al día de hoy, está formado por un total de quince animales. El comisario Nikieto Jrutchevinski comenzó a echar espumarajos por la boca mientras hablaba con voz cavernosa. - ¡¡No la envío, en este mismo instante, a Siberia porque usted es una dama!! Ella mantuvo su calma... - ¿Es usted aficionado al ajedrez? El comisario Nikieto Jrutchevinski cambió de expresión y desapareció la ira de su rostro. - El Ajedrez, con A mayúscula para ser más exactos, es uno de los grandes logros de la enseñanza que hemos implantado los bolcheviques del Partico Comunista de la Unión Soviética. Tenemos campeones mundiales hata un número total de infinito. - Ustedes todo lo totalizan, camarada Jrutchevinski. - Es nuestra obligación totalizar y totalizamos porque es nuestra obligación. ¿Por qué me ha preguntado por el Ajedrez? - Porque yo me siento, más que una dama, un verdadero peón. - Puedo saber lo que me está usted insinuando... - Siempre he supuesto que era usted inteligente, camarada Jrutchevinski... El comisario Nikieto Jrutchevinski se puso a la defensiva. - ¡Y lo soy! - Pues me está decepcionando. - ¡Yo nunca he decepcionado jamás! ¡Usted sólo está suponiendo pero no afirmando! - Para afirmar ciertas cosas basta y sobra con suponerlas. - ¡No entre en filosofías decadentes conmigo, señora, o no respondo de mis actos! - ¿Puedo saber qué opina usted de las mujeres? - ¡No me interesa, para nada, el mundo de las mujeres! ¡Ese asunto no tiene para mí ni tan siquiera un interés secundario! ¡Lo primero es La Causa! ¡Lo segundo es La Causa! ¡Y lo tercero es La Causa! - ¿Quiere decir que le gusta Stalin? - ¡Por supuesto que me gusta Stalin! - Entonces me parece que nunca me va a comprender, camarada Jrutchevinski... - ¿Por qué razón dice eso? - Porque yo soy una mujer... El comisario Niquieto Jrutchevisnki tembló de ira. - ¡¡Deje de molestarme ya y váyase a su casa de inmediato!! - ¿Por qué precisamente a mi casa? - ¡¡Porque lo digo yo y punto!! - ¿Se me permite encender un cigarrillo mientras me marcho a mi casa o también me va a prohibir usted, camarada Jrutchevinski, darme el gusto y el placer de encender un cigarrillo? - Sabe usted muy bien, camarada, que está en un país de libertades. - Supongamos que sí. Supongamos que estamos soñando y es que sí. ¿O también está prohibido soñar? - ¡Haga el favor de encender el cigarrillo y perderse de mi vista para siempre! - ¡Pues entonces tenga usted un muy feliz 45 Aniversario de la Revolución de Octubre! Ella sacó el cigarrillo del interior del bolso, lo encendió muy lentamente mientras observaba la congestionada cara de Nikieto cuyos ojos echaban chispas de odio, se levantó de la silla y abandonó el despacho mientras él, a punto de reventar por la ira contenida, descolgó inmediatamente el aparato telefónico e hizo una llamada... - ¡Aquí el camarada Valdimir Semicastradof! ¿Qué desea, camarada Nikieto Jrutchevinski? - ¿Cómo ha sabido que soy yo el que le está llamando? - ¡No olvide nunca que soy el Director General de la KGB y la KGB lo sabe todo! El camarada Nikieto Jrutchevinsky palideció ligeramente... - Buenos días, camarada Semicastradof, tengo que pedirle algo muy importante. - Los de la KGB no hacemos favores ni a nuestros padres. - No le estoy pidiendo un favor para mí sino un favor para La Causa. - ¿Algo relacionado con los misiles de Cuba? - Algo más importante que eso. - ¿Hay, en estos momentos, algo más importante que eso, camarada Jrutchevinski? - Sí. ¡Quiero que vigilen estrechamente a María Simonova Pavlova! - ¿La amante del camarada Micola Pokony? - ¡Exacto! ¡Piensa usted con una exactitud milimétrica, camarada Semicastradof! ¡Me estoy refiriendo a "La Marieta"! - ¿Se está refiriendo, de verdad a "La Marieta"? - Sí. Me estoy refiriendo a "La Marieta". ¡Sé muy bien lo que me digo! - ¿Y qué quiere que hagamos con ella? - ¡Vigilen estrechamente todos sus movimientos! ¡Me da la sensación de que es una mujer muy peligrosa y que está a punto de estallar! - ¿Existe algún serio problema con ella? - ¡Si habla más de la cuenta podemos tener muy serios problemas a niveles internacionales! - ¿Qué tipo de asunto tenemos que abortar? - ¡Ha venido a mi despacho a quejarse del mal trato físico y psicológio que le da su amante el camarada Micola Pokony y que, si no la liberamos de ese animal, está dispuesta a hacerlo público para que todo el mundo se entere! ¡Es necesario abortar esa posibilidad! - ¡Descuide, camarada Jrutchevinski! ¡Está usted hablando con la KGB y los de la KGB sabemos muy bien lo que tenemos que abortar! - ¿No me va a agradecer usted que les haya avisado? - ¡La KGB no agradece nada a nadie! ¡Usted tiene la obligación de defender La Causa y nosotros no agradecemos ninguna clase de obligación! ¡En la URSS todos somos partes indisolubles de La Causa y nadie tiene por qué sobresalir sobre nadie salvo los grandes padres de La Causa, que son, como usted muy bien debe saber, el trío compuesto por Marx, Lenin y Stalin! ¡Son a ellos a los únicos que tenemos que agradecerles el hecho de que la URSS esté como está hoy en día! ¡No podemos admitir el culto a la personalidad de nigún ser humano salvo a Marx, Lenin y Stalin porque son nuestros dioses! ¿Está usted de acuerdo, camarada Jrutchevinski. Al comisario Nikieto Jrutchevinski le tembló ligeramente la mano izquierda con la que sujetaba el teléfono. - De... de acuerdo... camarada... de acuerdo... - ¡Pues una vez que usted nos ha dado ya el aviso, que viva La Causa! En el mismo momento en que el comisario Nikieto Jrutchevinski dio por terminada la llamada, "Marieta" terminaba el cigarrillo. Por alguna razón que ella misma ni se podía explicar se encontraba ya en la Plaza de las Catedrales. Se sentó en uno de los bancos intentando no llamar la atención de nadie, aunque era tan bella que le resultaba casi imposible pasar inadvertida y, una vez que observó que nadie la estaba mirando, sacó el cuento del bolso y volvió a leerlo detenidamente. Llevaba el título de "Entre Marx y una mujer desnuda". Leyó muy despacio y marcando acertadamente las pausas... "Y se pusieron muy serios conmigo. !Que fea costumbre tenían de ponerse siempre muy serios por todo! Y me llamaron al orden. !Qué manía tenían de no comprender aquello de que la Revolución triunfa si comienza por ser la Revolución de la Alegría! Y me plantearon un dramático dilema... - Escucha Diesel. Esto es muy serio. Déjate ya de anarquismos y concéntrate en la Causa. Te lo vamos a decir directamente y sin ambages. Elige. No pueden ser las dos cosas. O Marx o la mujer desnuda. Y yo sin pensarlo dos veces elegí mortalmente a la mujer desnuda. Y se pusieron como fieras conmigo. Y me dijeron que había perdido el rumbo. Y me llamaron traidor a la Causa. Y me quisieron apagar la voz. Y me expulsaron. Y me condenaron a vivir en la masa silenciosa del lumpenproletariado. Y me hicieron hablar con El Gran Maestro. - Escucha Diesel. No esperaba eso de ti. Sabíamos que teníamos que corregir tus efusiones ácratas. Pero esto es muy serio. Deja a la Gaviota Roja. Deja a la mujer desnuda y concéntrate en Marx. Esperamos mucho de ti. No traiciones la Causa. Entonces yo ya no pude aguantar más mi silencio y estallé ante El Gran Maestro. - Escuche usted por una vez en su vida. ¿La Causa? ¿Cuál es la Causa de todos ustedes? La están siempre enredando con dialécticas y praxis complejas, con sombras y luces. No. No es esa mi Causa. Mi Causa es y será siempre la de los gorriones. Y entonces me cerraron las puertas de sus grandes conciliábulos. Pero no me importó porque a cambio elegí la libertad. Y tomé mi guitarra y mi voz que habían querido silenciar. Y la Gaviota Roja se volvió a desnudar una vez más y con la risa cantarina de todo su cuerpo tomó también su guitarra y se vino conmigo. Y desde entonces nos dedicamos a la Causa que es, sencillamente, ir de lugar en lugar y en lugar sembrando gorriones grises que hablan de amor y de paz". Rápidamente, y mientras volvió a comprobar que nadie la había observado ni que estaba siendo vigilada, volvió a introducir las hojas de aquel cuento en el bolso en el mismo instante en que se le acercó un joven que, por su acento al hablar, parecía ser extranjero aunque hablaba casi perfectamente el ruso. - ¿Señorita o señora? - Digamos que ni lo uno ni lo otro. Al joven le hizo gracia la respuesta de "Marieta" - ¿Quieres decir que no tienes todavía claro cual es tu género? Ella también sonrió ligeramente antes de continuar con la charla... - Digamos que soy la amante. - ¿La amante de un hombre o la amante de una mujer? - Buena pregunta, camarada, buena pregunta. - En realidad no soy un camarada sino alguien que está de paso... - ¿Ave de vuelo con retorno? - Eso es. Me llamo José. Solamente José. Y soy un ave de vuelo con retorno. Ella estrechó suave y delicadamente la firme mano derecha que él le habÍa extendido. - Yo soy "La Marieta". Solamente "La Marieta". Pero no sé si soy ave con retorno. - ¿Puedo sentarme a tu lado? Ella dejó el suficiente espacio para que él se sentara a su lado a una prudencial distancia. - ¿Por qué dices que no sabes si eres ave con retorno? - Porque en estos momentos no estoy deseando retornar a mi casa y posiblemente no retorne nunca jamás a ella. - ¿Vives con tus padres? - Vivo en un departamento. - ¿Propio o de alquiler? - Me lo pagan por los servicios prestados. José la miró directamente a los ojos. - ¿He dicho algo improcedente? - No. Solamente estoy comprobando algo... - ¿Puedo saber qué estás comprobando? - Que tienes una mirada angelical. - ¿Lo puedo considerar un piropo? - No. Yo no sé decir piropos ni estoy acostumbrado a decirlos jamás. Considéralo una gran verdad; solamente una gran verdad. - ¿Lo de angelical me lo has dicho por el color azul de mis ojos? - Lo de angelical lo he dicho porque me pareces una chica inocente. María Simonova Pavlova, conocida por los del Politburó como "La Marieta", jamás se había quedado tan admirada después de hablar con cualquier clase de hombre. Tenía ganas de darle un beso pero le dejó continuar... - En lo que concierne a los soplones siempre los he despreciado, Marieta. - ¿Siempre? - Siempre hay una excepción que confirma la regla. - ¿Y en el caso de los soplones cuál es esa excepción? - Cuando se está pìsoteando la honra de un ser humano y, de manera muy especial, si ese ser humano es una mujer. - Puedes llamarme, si lo desas, María Simonova Pavlova. - ¿No te importa si te sigo llamando Marieta? Yo no tengo prejuicios de ninguna clase. - ¿En realidad a qué te dedicas, José? - Sobrevivo gracias a la Poesía. - ¿Se puede sobrevivir gracias a la Poesía? - Por lo menos no te mueres de hambre, lo cual ya es suficiente. - ¿Puedo creer que, de verdad, eres un poeta? - ¿Por qué te iba a mentir yo a ti si ni tan siquiera nos conocemos lo suficiente? - Me fío muy poco de los hombres que parecen sinceros. - ¿Tienes algún problema con los hombres sinceros? - Sí. Que sólo son excepciones que confirman la regla como tú muy bien dices. - ¿Quieres que te demuestre que sí soy un poeta? - Estoy esperando a que me lo demuestres. - ¿Te conformas con una presentación? - Adelante. Convénceme de que eres sincero. - Sólo soy un ser humano; carne, huesos, sangre y corazón. Le añado quizás un poco de razón al habla y la escritura con la mano. Esta es mi tarjeta de presentación más allá de cualquier título vano. Un libro abierto cual ventana de verano. Silencio por la noche y de día una canción. Todas las horas un caminar repleto de aprenderes sencillos y de ideas buscando la meta indefinida. Y, sintiendo, poco a poco me completo un puzzle amigo lleno de mareas en el inmenso oleaje de la vida. "La Marieta" no supo qué decir y se quedó mirando al extraño extranjero hasta que pudo, al fin, reaccionar... - ¿Eres así de verdad? - Soy mi verdad. Lo que piensen los demás de mí no me interesa para nada salvo que yo esté interesado por los demás. Como comprenderás no puedo pasarme toda mi vida intentando convencer a todos los hombres y mujeres del mundo, al menos del mundo que voy conociendo, de que soy un hombre verdadero. En este momento, por ejemplo, sólo me interesa lo que opines tú y nadie más que tú. - ¿Podemos tomar juntos un par de vodkas? - Si poder es querer entonces podemos si tú quieres. - Te estoy diciendo que te invito a mi departamento. - ¿Y no se enfadará ese a quién le prestas tus servicios? - Ese ya es un don nadie para mí ahora que has aparecido tú en mi vida. - Espera. Espera, Marieta. Acepto esa copa de vodka. En cuanto a tu vida es solamente tuya. ¿Me comprendes? - De eso podemos precisamente hablar para hacer la reunión interesante. - ¿Dónde vives, Marieta? - En la calle Tverskaya. - ¡Atiza! Tu chulo debe ser alguien muy poderoso. - Digamos que sí... pero olvidemos para poder comenzar... - Olvidar es imposible. Pero superar al olvido sí es posible. Y es demasiado fácil lograrlo. - ¿Estás hablando en serio, José? - Tan en serio que lo he tenido que vivir para poder entenderlo. - Además de joven, atractivo y poeta, resulta que eres interesante. - Una vez dijo Georges Clemenceau que la vida de un hombre es interesante cuando ha cometido errores; es una muestra de que intentó superarse. - Pues tú, al parecer, te has superado muchísimo. - ¿Por la gran cantidad de veces que me he podido equivocar? - No. Estoy segura de que te has equivocado tan pocas veces que te has superado sin necesidad de hundirte como les ha sucedido a muchos hombres a lo largo de la Historia. - Del corazón surge el éxito, de la cabeza el fracaso. ¿Qué te parece a ti, Marieta? - Que tienes muchísimo corazón. - ¿Y qué opinas de los comunistas? - ¿Te interesan los comunistas, José? - No me interesan nada más que para no ser como ellos. A mí me parece que tienen demasiada cabeza. - ¡Jajajá! ¡Vamos para la Tverskaya!
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José Orero De Julián
Áristov, Beliáyev, Brézhnev, Ignátov, Kozlov, Kuusinen, Mikoyán, Súslov, Fúrtseva, Jrushchov y Shvérnik, Mujitdínov, Nicolás Podgorni, Kosygin, Polianski
25 de octubre de 1917