Casa Yustas de Madrid (Diario)
Publicado en May 03, 2015
Recién cumplidos los 18 años de edad, en el mismo mes de enero, me llegó la hora de trabajar. Me había examinado en el Banco Hispano Americano y en la Central de Ahorro Popular y había aprobado en las dos entidades. Primero me contestaron con el sí los de la Caja (enero, febrero y marzo) pero cuando yo ya estaba harto de ciertas injusticias y, a pesar de haberme dado ya el puesto de fijo como administrativo en la Oficina de la Plaza de Olavide (en Madrid), me dieron también el sí los del Banco Hispano Americano y, como me convenía en todos los sentidos en que se analizase la situación, en el mes de marzo comencé a trabajar en la Oficina Principal del Hispano de Madrid (Plaza de Canalejas).
Fue entonces, cuando me llegó la hora de aparcar momentáneamente los estudios (sólo momentáneamente) y comenzar a trabajar y a aprovechar los tiempos de ocio aprendiendo cosas profundas de la vida, el momento en que mi madre me llevó a la Casa Yustas de Madrid (Plaza Mayor número 30) que era donde mi padre se hacía su ropa a medida, en dónde yo también hice lo mismo: buenos trajes, buenas camisas, buenas corbatas y, por si fuera poco, buenos zapatos. Como tenía un cuerpo de verdadero modelo muy bien proporcionado con mi 1'78 metros de estatura, unos 72 kilos de peso y un rostro atractivo, resultaba que todo me venía perfecto. Tanto los trajes hechos a medida como la ropa sport o cualquier clase de ropa que comprase según mi gusto que era superior a cualquier clase de moda; aunque recuerdo que también eran tiempos de "fredperrys" y "lacostes" de los cuales también vestí a veces. O sea que, una vez más, rompí el fuego para ser ejemplo de mis dos hermanos pequeños (el mayor seguía a su bola sin preocuparse para nada de ellos) pero con la condición de que se acercaba la hora de mi liberación y que estaba dispuesto a seguir enseñándoles cosas de la vida si ellos querían... pero confiaron en el mayor y el mayor les salió rana... porque jamás les hizo caso alguno en aquella época tan trascendental de nuestras experiencias vitales. Pero eso ya no era mi problema y por eso jamás me metí a opinar nada sobre eso. Casas Yustas de Madrid. Allí fue donde empecé a vestir con suma elegancia mientras no dejaba de ser un trabajador con conciencia de que era un trabajador. Para mí lo cortés nunca quitó lo valiente y, por eso, vestía a veces con trajes de moda o a veces con otros tipos de ropas incluídos los pantalones vaqueros y las zapatillas de tenis. Revolucionario no; porque nunca he creído jamás en ningún tipo de revolución con nombre más o menos rimbombante, sino solamente un transformador social. Y a quien le doliese de pura envidia peor para él. Tampoco era eso mi problema y tampoco jamás hablé sobre eso mientras duró mi experiencia en el Banco. Quien diga lo contrario es que miente como siempre mienten los envidiosos. Yo me fijaba en otros asuntos muchísimo más importantes y muchísimo más agradables. Buenos entendedores somos todos así que sobran más palabras. ¡Felices saludos estimado Don Luis de parte, por ejemplo, de Doña Encarna!
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