El Molino de Calabria (Novela) -Captulo 19-
Publicado en May 28, 2015
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Ya estaba tan cansado, mentalmente, de dar vueltas y más vueltas pensando en buscar la verdadera solución al asesinato de Horacio Craignone que, nada más tumbarme sobre la cama, totalmente vestido y con las zapatillas de tenis puestas, de inmediato quedé profundamente dormido y comencé a soñar una terrible pesadilla. Me veía encerrado en un ascensor, abarrotado de una muchedumbre de hombres y mujeres, niños y niñas incluídos, que de repente comenzó a descender desde el piso número 30 de un edificio de los llamados rascacielos en medio de un grito infernal. 
 
- ¡¡¡Vamos a morir!!! ¡¡¡Vamos a morir!!! ¡¡¡Vamos a morir!!!
 
Intenté calmar a la señora.
 
- Por favor, señora, que me está usted poniendo nervioso.
 
- ¿Pero es que usted no se da cuenta de que vamos a morir?
 
- Me doy cuenta de que vamos a morir pero tengamos un poco de dignidad humana.
 
Un anciano elevó su voz cascada.
 
- ¡¡¡Vamos a morir!!! ¡¡¡Vamos a Morir!!! ¡¡¡Vamos a morir!!!
 
En esos momentos el ascensor llegó hasta el fondo y estalló en miles de pedazos. Yo me veía arrojado al espacio catapultado por la manaza de un monstruo horripilante que se reía a carcajadas.
 
- ¡¡¡Jajajajajá!!! ¡¡¡Jajajajajá!!! ¡¡¡Jajajajajá!!!
 
El monstruo era una especie de enorme y gigantesco hipopótamo de color verde, con púas en todo su rostro donde yo conté hasta tres ojos sanguinolentos de color rojo como las brasas de una fogata infernal, que sacó su asquerosa lengua amarilla para irse tragando moscas, abejas, caballitos del diablo, cucarachas, y toda una enorme fila de bigotudos ratones grises, mientras su panza se abultaba por segundos hasta que, de tanto comer, estalló en otros miles de pedazos mientras yo caía, de cabeza, en un profundo y negro agujero. 
 
- ¡¡¡Muere!!! ¡¡¡Muere!!! ¡¡¡Muere!!!
 
Quien gritaba en esos momentos era un repugnante sapo de color terroso que, en el fondo de aquel negro agujero, portaba un tridente con el cual esperaba pincharme sin remedio alguno. De pronto se levantó un huracán dentro de aquel agujero que parecía nunca acabar y los gritos del repugnante sapo de color terroso eran ahora mucho más terroríficos mientras yo salía expulsado hacia el exterior. 
 
- ¡¡¡Te voy a matar!!! ¡¡¡Te voy a matar!!! ¡¡¡Te voy a matar!!!
 
 
Pero, en medio de un profundo silencio, escuché una voz melodiosa, como proveniente de otro mundo distinto a la Tierra.
 
- Hiciste un buen trabajo en el asunto Craignone pero... no puedo evitarlo Giuseppe... no puedo evitarlo.
 
- ¿Qué es lo que no puedes evitar seas quien seas?
 
- ¡La cólera de Satanás!
 
Cuando escuché aquella especie de veredicto sentí cómo alguien me agarraba de los hombros y me giraba sobre su cabeza con intención de lanzarme contra un grueso muro de cemento. Ví que era, de nuevo, el gigantesco hipopótamo de color verde, con púas en todo su rostro y tres ojos sanguinolentos, que ahora babeaba de sumo placer una especie de líquido amarillo y grasiento que, arrojado por las enormes fauces de aquel bicho del averno, se pegaba en el grueso muro de cemento al cual me lanzó gritando frenéticamente. 
 
- ¡¡¡Ya estás muerto!!! ¡¡¡Ya estás muerto!!! ¡¡¡Ya estás muerto!!!
 
Sin embargo yo seguía viviendo en medio de toda aquella pesadilla porque otro ser, ahora desconocido, me había sujetado por las piernas y me hizo dar tres vueltas de campana en medio del vacío. 
 
- ¡¡¡Baila!!!
 
- ¿Qué quiere usted que baile?
 
- ¡¡¡Baila la Danza!!! 
 
- ¿A qué danza se refiere usted?
 
- ¡¡¡Baila la Danza de la Muerte!!!
 
Al terminar de dar las tres vueltas de campana en el vacío terminé sentado en un piso de mármol tan frío que empezaba a congelarme por segundos cuando, de repente, en la pared que veía yo de frente, surgió la representación exacta del cuadro de La Danza de la Muerte del pintor esloveno Janez iz Kastva y algunos de sus ayudantes. El cuadro tomó vida: una serie de esqueletos caminaban en procesión hacia la tumba, donde una figura de la Muerte aguardaba, representada también como esqueleto, en un trono. Los personajes eran un papa, un rey, una reina, un cardenal, un obispo, un monje, un comerciante, un caballero, un mendigo y un bebé. Todos ellos gemían lastimosamente con sonidos guturales que me ponían los pelos de la cabeza totalmente de punta mientras el esqueleto del trono hablaba con una voz de ultratumba.
 
- ¡¡¡Al Infierno!!! ¡¡¡Al Infierno!!! ¡¡¡Al Infierno!!!
 
Y, en sólo una décima de segundo más, todo desapareció de golpe para quedarme colgado de un vacío hasta que se llenó, de pronto, de repelentes gorgonas que estiraban las serpientes que tenían como cabellos, intentando atraparme con sus bocas venenosas que abrían de forma desmesurada. Las Gorgonas eran tres monstruos y se llamaban Esteno, Euríale y Medusa. Las tres eran hijas de las divinidades marinas Forcis y Ceto. De las tres, sólo esta última era mortal, pero era considerada la Gorgona por excelencia. La cabeza de estos monstruos estaba rodeada de serpientes, tenían grandes colmillos, manos de bronce y alas de oro. Su mirada era tan penetrante que el que osaba mirarlas a los ojos quedaba convertido en piedra. Tuve el gran acierto de ponerme dando la espalda a Las Gorgonas pero, de repente, apareció otro cuadro tomando vida. Clamé a Dios.
 
- ¡Dios mío! ¿Es que no va a parar nunca este suplicio?
 
Antes de que aquel vcuadro tomara vida, vi a Sigmund Freud mamando leche de su propia madre. Lo hacía con un rostro de melancolía donde contemplé la destrucción de su familia. Sigmundo Freud gritaba a todo pulmón. 
 
- ¡¡¡Saturnino!!! ¡¡¡Saturnino!!! ¡¡¡Saturnino!!!
 
Es en ese momento cuando, con una expresión terrible, el Saturno de Goya comenzó a devorar a su hijo Chronos con las fauces abiertas, los ojos en blanco, totalmente avejentado y con la masa del suerpo sanguinolento de su hijo introduciéndose, lentamente, en la boca del padre. Cuando terminó de devorarlo alargó su asqueroso brazo derecho hacia mí con intenciones claramente canibalescas. Cerré los ojos y, al abrirlos, yo estaba atado a un árbol y una tribu de caribes se encontraban dándose un gran festín, devorando cuerpos enteros de otros caribes que habían tomado como prisioneros. En medio de una desenfrenada danza guerrera aquellos hombres animalizados me gritaban mientras daban vueltas alrededor del árbol donde yo estaba atado.
 
- ¡¡¡Ahora te toca a ti!!! ¡¡¡Ahora te toca a ti!!! ¡¡¡Ahora te toca a ti!!!  
 
Pensé en la antropofagia. Yo sudaba copiosamente por la frente y, entonces, me acordé de William Shaespeare y de la madre de William Shakespeare, que apareció acariciando la enorme cabeza de William, y les grité a todos los caribes habidos y por haber.
 
- ¿Qué pecado he cometido contra vosotros naciendo?
 
Oí unas horrorosas carcajadas.
 
- ¡¡¡Jajajajajá!!! ¡¡¡Jajajajajá!!! ¡¡¡Jajajajajá!!!
 
Se habían evaporado los caribes y era Pachino, de la obra teatral "Antropofagia" de Domingo Palma. Me encontraba en mi propio domicilio y Pachino entró en escena por la puerta del dormitorio, sudando y boxeando, salpicado todo su cuerpo de sangre mientras lanzaba puñetazos al aire. Detrá de él apareció un extraño monje, con capucha en la cabeza y completamente descalzo, dándole latigazos en la espalda a Pachino. Gritaba como un poseso mientras, por ser precisamente de Palma, estaba a punto de palmar. 
 
- ¡¡¡Pégale!!! ¡¡¡Pégale!!! ¡¡¡Pégale!!! 
 
Cogí la almohada y me tapé la cabeza para no ver lo que me podía suceder si aquella especie de tarzánida boxeador, la confundía con un saco de puching ball. Todos los golpes eran tan amortiguados por la almohada que yo no sentía niunguna clase de dolor. Pero, de repente, alguien empezó a apretar la almohada contra mi garganta intentando asfixiarme mientras vociferaba. 
 
- ¡¡¡Muere!!! ¡¡¡Muere!!! ¡¡¡Muere!!!
 
Asomé un poco la mirada y vi, con enorme temor, que se trataba de "El Exterminador" Robert Ginty, que acababa de regresar de Vietnam y ahora se ganaba la vida como luchador contra los pandilleros del crimen de Nueva York. Sólo se me ocurrió confesarle una gran verdad. 
 
- No soy del Vietcong, viejo Ginty, ni tengo que ver nada con ninguna pandilla neoyorkina.
 
Dejó de apretar la almohada, desapareció de mi vista y vi, andando hacia mí, a una niña desnuda caminando por una carretera y hueyendo del napalm. Reconocí en ella a la activista vietnamita-canadiense Phan Thi Kim Phúc, que me pedía algo llorando.
 
- ¡¡¡Sangre!!! ¡¡¡Sangre!!! ¡¡¡Sangre!!!
 
Ya harto de no poder hacer nada estando en la cama, me levanté con toda la fuerza de mis energías positivas y derribé de un solo puñetazo a Josep Stalin que quería hacer conmigo una purga ejemplar. Stalin vociferó desde el suelo.
 
- ¡¡¡Imperialista!!! ¡¡¡Imperialista!!! ¡¡¡Imperialista!!!
 
Yo entablé conversación él.
 
- ¡Está usted totalmente loco de remate, señor Stalin!
 
- ¡Quiero eliminarte del todo!
 
- ¡Le repito que está usted loco sin remedio alguno, señor Stalin!
 
Miles de voces lejanas me pedían justicia mientras Stalin seguía con su ataque de histeria mental. 
 
- ¡¡¡Te voy a eliminar del todo!!! ¡¡¡Te voy a eliminar del todo!!! ¡¡¡Te voy a eliminar del todo!!!
 
De repente a Stalin le entraron ganas de defecar, se bajó los pantalones e hizo caca con los calzoncillos puestos. La habitación olía que apestaba.
 
- ¡¡¡Gases!!! ¡¡¡Gases!!! ¡¡¡Gases!!!
 
Yo estaba temiendo que aquello que, de repente, empezó a expulsar por su trasero, con estruendosos sonidos pedorreícos, podían ser gases en forma de saorín y, mientras Stalin se retorcía como una víbora en el suelo y en medio de su propia mierda, desapareció de la escena y vi a una gran multitud de japoneses y japonesas corriendo por los andenes de la estación de Kasumigaseki. En medio de todos ellos yo corría desesperadamente pero con la terrible sensación de que no avanzaba ni tan siquiera un metro a pesar de que corría con tanta mi resistencia de corredor de fondo. Hasta que una extraña energía, en forma de círculos verdes, me sacó de la estación. Estaba de nuevo corriendo pero ahora lo hacía rodeado de miles de atletas masculinos y femeninos. Era el MAPOMA de Madrid. Por mala suerte un perro de la raza Pit Bull Terrier, se había escapado y corría tras de mí mientras lanzaba mordiscos a todos los participantes en la maratón popular madrileña que aullaban de dolor. Llegó un momento en que todos los demas competidores habían desaparecido por arte de magia y estaba yo solo ante el peligro. Corría desesperadamente y rebasé la pancarta de la Meta pero el perro seguía corriendo tras de mí con ganas de devorarme; así que aumenté mi velocidad y cerré los ojos cuando, de repente, comencé a subir hacia el cielo. Me pregunté. 
 
- ¿He muerto?
 
Abrí los ojos y no había, a mi alrededor, absolutamente nada. 
 
- ¿Será que estoy muerto? 
 
Me di cuenta de que no. De que seguía estando vivo en medio de una campiña italiana de Calabria. Pero delante de mí, colgaba una ahorcada de la rama de un olivo. De repente comenzó a chillar espantosamente.
 
- ¡¡¡Te odio!!! ¡¡¡Te odio!!! ¡¡¡Te odio!!!
 
Una bruja feísima surgió del tronco del olivo y, con todas las uñas de sus dos manos convertidas en puñales, intentó clavarmelos todos juntos a la altura de mi corazón.
 
- ¡¡¡Te odio!!! ¡¡¡Te odio!!! ¡¡¡Te odio!!!
 
Pude esquivar el ataque propinándola un certero golpe en la cabeza que salió despedida, separada de su cuerpo, mientras el puntiagudo sombrero de la bruja se convertía en un halcón. Recordé al ya fallecido Emiliano y volví a correr desesperadamente mientras el halcón graznaba de manera espantosa.
 
- ¡¡¡Graaaccc!!! ¡¡¡Graaaccc!!! ¡¡¡Graaaccc!!!
 
Logró asirme, con sus dos garras, por los pelos, me subió hasta la altura de cien metros y me soltó con la malévola intención de que yo me estrellara contra el duro asfalto de aquella ciudad que resultaba que era La Meca. El halcón repitió por tres veces una estúpida frase.
 
- ¡¡¡Que Mahoma te convierta en mojama!!! ¡¡¡Que Mahoma te convierta en mojama!!! ¡¡¡Que Mahoma te convierta en mojama!!!
 
Mientras yo caía sin remedio alguno, le pregunté a aquel tal Emiliano convertido en halcón.
 
- ¿Qué tengo yo que ver con Mahoma?
 
Chirrió como las ruedas mal engrasadas de una caravana de camellero.
 
- ¡¡¡Infiel!!! ¡¡¡Infiel!!! ¡¡¡Infiel!!! 
 
Vi, con gran horror, que el trozo de asfalto de la ciudad de La Meca en donde estaba a punto de caer estaba totalmente repleta de enormes y repugnantes gusanos negros que se retorcían en forma de medias lunas. Desde lo alto de un minarete, Bin Laden se rascaba las barbas atestadas de sarna. De repente Bin Laden se convirtió en un cadáver, desaparecieron los enormes y repugnantes gusanos negros que se retorcían en forma de medias lunas y caí lentamente de pie sin hacerme ni tan siquiera un rasguño. Pero todavía no había termiando todo porque apareció un numeroso grupo de fanáticos religiosos y me apresaron, construyeron un cruz y cuando ya me iban a crucificar me despertó, con una gran sobresalto por parte mía, el sonido del móvil. Comprendiendo que todo aquello sólo había sido una horrible pesadilla, pero nada más que una horrible pesadilla, contesté.
 
- ¡Hola!
 
- ¿Qué te pasa, Oreto? ¡Estoy llamándote insistentemente y no respondes a mis llamadas! ¿Puedo saber qué te ocurre?
 
- Nada importante, señor Samitti. Solamente he estado soñando con los angelitos. ¿Sabe usted que son las tres de la madrugada?
 
- ¡Dejemos las pavadas, Oreto! ¡Tienes que venir urgentemente al Stadio Nicola Ceravolo!
 
- ¿Otro crimen?
 
- ¡Sí! ¡Han asesinado a Paolo "Nostradamus"! ¡Ven rápido porque Pelikan y yo te necesitamos!
 
- Está bien, Jefe. En media hora estaré allí.
 
Y corté la comunicación.  
 

 

 
 
 
   
 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Novela de suspenso y terror.

Palabras Clave: Literatura Prosa Novela Relatos Policaca Suspenso Misterio Intriga Terror Narrativa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



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