4'99 (Relato)
Publicado en Jun 10, 2015
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José Otero de Baranda sabía que lo había dado todo en el examen; sabía que su relato corto era sencillamente magnífico y sabía que se merecía, al menos, la calificación de sobresaliente. Lo sabía con total certeza cuando se encaminó hacia el fanelógrafo donde Don Hernán Rodríguez Castillo, más conocido como "El Encantador de Alagansí", había hecho pública la hoja de las calificaciones. 
 
Amanda Ordóñez de Molina había quedado eliminada; o sea, suspendida con una nota de 0'99 cuando José Otero de Baranda la encontró llorando y sentada en la escalera.
 
- ¿Qué te sucede, Amada?
 
- ¡Ni un punto1 ¡El muy sinvergüenza me ha calificado solamente con un 0'99!
 
- ¿Es que no te ha aprobado?
 
- ¡Me ha puesto un 0'99! ¡Ni tan siquiera un 1'00!
 
- ¿Y cómo se puede saber la diferencia que hay entre un 0'99 y un 1'00?
 
- ¡Pregúntaselo a él porque yo no puedo contestar a eso!
 
- Y supongo que él tampoco.
 
Así que mientras se dirigía al fanelógrago iba recordando, mentalmente, su relato.
 
- "Las ratas surgían desde todos los ángulos de la habitación de Don Hernán, crecido como Cortés, que se imaginaba conquistador de princesas indígenas pues, en su sueños, le acosaban suplicándole una sola mirada. Don Hernán, el Cortés de las Letras huancavilcas, gran estudioso de las literaturas precolombinas, se veía rodeado de todas ellas, y sonreía con su gesto de Sumo Pontífice de la Comunicación; así que era un ser superior a todos los demás escritores que comenzábamos con las tareas de crear imaginaciones varias. Don Hernán sonreía con el vaso de chicha en su mano derecha mientras las vírgenes del sol le adoraban cual supremo hacedor de cuentos, relatos y hasta críticas de ensayos literarios basadas en su propio interés no por aprender sino por hacer que otros no aprendieran. Las ratas surgían desde todos los ángulos de la habitación, allí donde el conqusitador de chavalas incaicas se atribuía los honores propios, los honores ajenos y los honores de cuelquier otro vasallaje. A sus pies, todas ellas le reclamaban una mirada, una sonrisa, un gesto de admiración de aquel tal Don Hernán, cortesano y cortés de lo puro académico que era, que se creía el "sumsum corda" de todos los críticos literarios. El fantasmita de las gafas verdes se paseaba, por todo el recinto donde Don Hernán reinaba cual cacique y señor de todas las historias fuesen cortas o fuesen largas. Y pensaba, como dice la canción, en aquello de no tengo padre ni madre ni perro que a mí me ladre pero mi palabras es la ley. Y ahora su palabra era el silencio y todo lo demás existía para celebrar su grandeza; aquella grandeza que iluminaba a todos los ineptos que, como yo mismo, intentaban ocupar un pequeño lugar en "El Diccionario de los Conocidos". Pero... ¡ay con el tal Don Hernán!... se justificaba como creador de todo lo humano y aún de casi todo lo divino en cuanto a escribir fuese lo que fuese mientras observaba, con lupa de enorme aumento, pues de la vista ya andaba bastante cansado aquel Don Hernán, para encontrar gazapos, comas extraviadas, figuras literarias mal empeladas, giros que no eran giros y multitud de fallos, errores, desconcertantes paradojas... en todas aquellas obras que tenían la desgracia de cer en sus manos para ser analizadas. Como todo un verdadero cirujano de las letras, aquí cortaba, allí empalmaba, un poco más allá eliminaba... hasta llenar los escritos de sus asombrados alumnos y de sus enamoradas alumnas de tantas correcciones y advertencias que el resultado final era un verdadero rompecabezas, un galimatías donde uno ya no sabía si lo que había escrito era genial o simplemente lo que ocurría es que a Don Hernán, el académico y conqusitador de los ensayos incaicos, le gustaba hacer la puñeta todo lo que podía y daba de sí su extraña inteligencia. Terminada su obra correctora, el ínclito e impoluto Don Hernán daba vueltas por el salón de las vanidades siempre perseguido y lisonjeado por aquellas vírgenes del sol ante las cuales él se creía el más astro de todos los astros, algo así como un galán de cuento, un príncipe de relato, un monarca de novela y, en definitiva, un emperador de lo literaturnal, puesto que le gustaba decir literaturnal en lugar de literario ya que consideraba que literaturnal le parecía mucho más trascendente"
 
José Otero de Baranda, la verdad sea dicha, se había quedado satisfecho con aquella redacción que había presentado como prueba final de junio, pero sentía una gran pena pro lo sucedido con su compañera Amada Ordóñez de Molina que había sido tan despreciada y depreciada con aquel 0'99 que ni siquiera le valía como punto de consolacion ya que no era un 1'00. Así que José empezó a temer que, en lugar de un 9'00, Don Hernán Rodríguez Castillo le iba a calificar con un 8'99 por aquello de no hacerle pasar, ante los demás, como sobresaliente. Claro que, viendo cómo calificaba a todos los demás y a todas las demás, obtener un 8'99 era ya tan meritorio como haber sido el primero en descubri a los salasaca de Tungurahua. Por lo menos. 
 
- Que tengas suerte, José...
 
- Gracias por acompañarme al patíbulo, Amada. Esepremos que a Don Hernán le haya impresionado lo suficiente.
 
- Yo creo que te mereces una Matrícula de Honor.
 
- No, Amada. Pero si yo me conformo con un 5'00 nada más...
 
Ella se aparto del camino para dejar que él buscara su nombre entre todo el listado de los apabullados alumnos y las desoladas alumnas. Buscó su nombre y se encontró con que tenía una calificación de 4'99 en lugar de un 5'00. Hernán Rodríguez Castillo le había endosado un 4'99 como calificación final de junio pero a todos los demás, compañeros y compañeras de estudios, les habñia calificado con puntuaciones tan míseras que daba la casualidad que el 4'99 de José Otero de Baranda era la nota más alta de todos y de todas; así que eso le sirvió de consuelo y pensó en aquello de que en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Pero decidió aclararlo; así que se acercó al ampuloso, engolado y admirado Don Hernán Rodríguez Castillo quien, con su lujosa bufanda de tercipelo, caminaba de una lado para otro siempre seguido y perseguido por aquel grupo de fanáticas que le imploraban una mirada, tan sólo una mirada para guardarla como recuerdo imborrable y para la posteridad de sus vidas.
 
- Don Hernán... no es por molestarle...
 
- ¡No me molestas, hijo mío, no me molestas!
 
- Perdone, Don Hernán... pero no le hablo como a mi padre porque resulta que usted no es mi padre...
 
Don Hernán Rodríguez Castillo se quedó mirando fiajmente a José Otero de Baranda con aquel tic nervioso que le entraba en los ojos cuando alguien le hablaba de tú a tú auqneu tuviera la cortesía de llamarle de usted.
 
- Quisiera preguntarle algo que me llama poderosamente la atención.
 
- Te atiendo... te atiendo...
 
- Pues muchas gracias por atenderme.
 
- ¡Pero sólo tienes diez segundos!
 
Así que José Otero de Baranda tuvo que disparar la pregunta como si fuera una granada de mano a punto de explotar.
 
- ¿Puedo saber cómo es usted capaz de distinguir entre un 4'99 y un 5'00?
 
A Don Hernán Rodríguez Castillo, el académico, le dio un ataque de nervios antes de responder bajando ligeramente su mirada, ya un poco cansados sus ojos de tanto afinar las calificaciones, hacia los humildes zapatos de José.
 
- ¡Esa pregunta me la vuelves a hacer en septiembre!
 
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En spetiembre la nota de Amada Ordóñez de Molina no habñia sido ya de un 0'99 sino que se habñia rebajado a un 0'01, lo cual a José Otero de Baranda le pilló de sorpresa porque no podía entender que no hubiese sido un 0'00; así que se acercño a la desventurada compañera y le dijo que la entendía del todo y que haría causa justa con ella pidiendo al ínclito y probo Don Hernán Rodríguez Castelo que hiciera el favor de rebajar el 001 de Aamda a un 0'00 para ser más exactos y, sobre todo, más concretos. Amada le dio las gracias a José y esperó noticias. Era mucho más lógico que en lugar de un 0'01 huibese obtenido una calificación final de 0'00. 
 
Ahora el volvía a tocar el turno a José quien, mientras se dirigía de nuevo al fanelógrafo, iba recordando su redacción presetnada en el examen de septiembre.
 
-  - "Las ratas surgían desde todos los ángulos de la habitación de Don Hernán, crecido como Cortés, que se imaginaba conquistador de princesas indígenas pues, en su sueños, le acosaban suplicándole una sola mirada. Don Hernán, el Cortés de las Letras huancavilcas, gran estudioso de las literaturas precolombinas, se veía rodeado de todas ellas, y sonreía con su gesto de Sumo Pontífice de la Comunicación; así que era un ser superior a todos los demás escritores que comenzábamos con las tareas de crear imaginaciones varias. Don Hernán sonreía con el vaso de chicha en su mano derecha mientras las vírgenes del sol le adoraban cual supremo hacedor de cuentos, relatos y hasta críticas de ensayos literarios basadas en su propio interés no por aprender sino por hacer que otros no aprendieran. Las ratas surgían desde todos los ángulos de la habitación, allí donde el conqusitador de chavalas incaicas se atribuía los honores propios, los honores ajenos y los honores de cuelquier otro vasallaje. A sus pies, todas ellas le reclamaban una mirada, una sonrisa, un gesto de admiración de aquel tal Don Hernán, cortesano y cortés de lo puro académico que era, que se creía el "sumsum corda" de todos los críticos literarios. El fantasmita de las gafas verdes se paseaba, por todo el recinto donde Don Hernán reinaba cual cacique y señor de todas las historias fuesen cortas o fuesen largas. Y pensaba, como dice la canción, en aquello de no tengo padre ni madre ni perro que a mí me ladre pero mi palabras es la ley. Y ahora su palabra era el silencio y todo lo demás existía para celebrar su grandeza; aquella grandeza que iluminaba a todos los ineptos que, como yo mismo, intentaban ocupar un pequeño lugar en "El Diccionario de los Conocidos". Pero... ¡ay con el tal Don Hernán!... se justificaba como creador de todo lo humano y aún de casi todo lo divino en cuanto a escribir fuese lo que fuese mientras observaba, con lupa de enorme aumento, pues de la vista ya andaba bastante cansado aquel Don Hernán, para encontrar gazapos, comas extraviadas, figuras literarias mal empeladas, giros que no eran giros y multitud de fallos, errores, desconcertantes paradojas... en todas aquellas obras que tenían la desgracia de cer en sus manos para ser analizadas. Como todo un verdadero cirujano de las letras, aquí cortaba, allí empalmaba, un poco más allá eliminaba... hasta llenar los escritos de sus asombrados alumnos y de sus enamoradas alumnas de tantas correcciones y advertencias que el resultado final era un verdadero rompecabezas, un galimatías donde uno ya no sabía si lo que había escrito era genial o simplemente lo que ocurría es que a Don Hernán, el académico y conqusitador de los ensayos incaicos, le gustaba hacer la puñeta todo lo que podía y daba de sí su extraña inteligencia. Terminada su obra correctora, el ínclito e impoluto Don Hernán daba vueltas por el salón de las vanidades siempre perseguido y lisonjeado por aquellas vírgenes del sol ante las cuales él se creía el más astro de todos los astros, algo así como un galán de cuento, un príncipe de relato, un monarca de novela y, en definitiva, un emperador de lo literaturnal, puesto que le gustaba decir literaturnal en lugar de literario ya que consideraba que literaturnal le parecía mucho más trascendente"
 
Amada Ordóñez de Molina también animó a José Otero de Baranda.
 
- ¡¡Ahora sí que sí! ¡Ahora sí que consigues la Matrícula de Honor que te mereces!
 
- Pero mujer... si yo sólo me conformo con un 5'00 nada más...
 
- Te deseo, por lo menos, una notable alto porque, por un lado, eres muy alto y, por otro lado, eres muy notable.
 
- Gracias, compañera. A ver si he conseguido el 8'00 pelado, que es notable alto, aunque yo me conformo con el 7'00 pelado que es notable bajo pero sigue siendo notable.
 
Cuando José Otero de Baranda se vovlió a enfrentar con el fanélografo, pero ahora y en septiembre, se encontró con la admirable sopresa de que su nota, aún siendo la más alta de todos los apesadumbrados alumnos y las desanimadas alumnas, era solamente de un 4'99. Pensó que hasta era lógico, pero no se resistío a la idea de vovler a pregutnarle al ínclito y probo Don Hernán, el académico, que seguía dando vueltas de una lado para otro, con su bufanda de tercipelo, seguido siempre  de todas aquellas sus fanáticas admiradoras que parecían, en verdad, toda una corte celeste.
 
- Don Hernán... no es por moletarle...
 
- ¿Qué te sucede, mi más estimado pupilo?
 
- ¿Podría hacerle una breve pregunta?
 
- ¡Ya sabes que sólo tienes diez segundos!
 
Rápido como el rayo del dios Thor, José Otero de Baranda, disparó su pregungta.
 
- ¿Puedo saber cómo es usteed capaz de distinguir entre un 4'99 y un 5'00?
 
El académico Don Hernán no respondió.
 
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Pasado un año de tales sucesos, Don Hernán Rodríguez Castillo tocó el timbre de la vivienda familair de José Otero de Baranda. Salió la madre de éste a abrir.
 
- Señora...
 
- ¿Qué le sucede, Don Hernán? ¡Está usted tan pálido que parece que ha bebido un buen trago de sosa caustica con lejía!
 
- Lo qeu pasa es que tengo remordimientos de conciencia.
 
- No remuerda usted tanto porque vamos a terminar todos suspendidos en esta vida que nos ha tocado aguantar.  
 
- No. Lo que quiero es pedirle perdón.
 
- ¿A mí? Pero si usted y yo no nos hemos conocido nunca...
 
- Me refiero a su hijo José. Me gustaría hablar con él personalmente para pedirle perdón.
 
- ¿Para pedirle perdón después de ahberle dado una nota de 9'98? No se preocupe sutedn por eso. Mi hijo le está sumamente agradecido pro ese 9'98 que casi es Matrícula de Honor y que en realidad es un Sobresaliente muy alto.
 
- ¿Ha dicho usted 9'98?
 
- Pues sí. Mi hijo, que para esto de las explicaciones es todo un hacha, me explicó que un 4,99 en junio más un 4'99 en septiembre sumaba un total de 9'98 que aunque no sea un 10'00 pues está bastante bien. Aunquer yo, la verdad sea dicha, no soy muy entendida en calificaciones pero no sé cómo puede un maestro, por muy maestro que sea, distinguir una calificaicón de 9'98 de una calificación de 10'00
 
- ¿Y no puedo hablar yo con su hijo para aclararlo todo?
 
- Lo siendo, Don Hernán, pero mi hijo hace ya un año que está escribiendo en Thailandia.
 
- ¿José Otero de Baranda está escribiendo en Thailandia?
 
- Sí. Gracias a su 9'98 se ha convertido en el escritor más famoso y de mayor éxito que hay en Thalidandi que, como él dice, es Siam; porque Siam y Thailandia es la misma cosa.
 
Don Hernán Rodríguez Castillo, el académico "Encantador de Alangasí" guardó silencio, agachó la cabeza, se dio media vuelta y se perdió por las calles totalmente avergonzado.  
 
 
 
 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Relato

Palabras Clave: Literatura Prosa Relatos Narrativa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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