Y en el principio era Nada (Cuento)
Publicado en Jun 10, 2015
Y EN EL PRINCIPIO ERA NADA.
Hace muchos miles de años, quizás hace millones de años, había un lugar en la Tierra llamado Paraíso. Todo alí era pura naturaleza: montañas, ríos, árboles, animales… y un hombre eterno llamado Adán. Adán vivía muy contento poniendo nombres a todas las cosas y animales que, día a día, iba descubriendo en su eterno caminar; porque Adán se diferenciaba del resto de las criaturas allí vivientes en que sabía hablar, y quizás por eso, por saber hablar, era eterno. Nunca estaba triste. Se ocupaba de ver, oír y experimentar la convivencia con todo lo existente en aquella paradisíaca naturaleza donde todos los seres vivientes morían y volvían a renacer a través de otras generaciones que perpetuaban su especie. Sólo Adán nunca moría… Adán hablaba con todo lo que encontraba en su caminar por el extenso Paraíso. Toda la naturaleza (montañas, ríos, árboles y animales) escuchaba atentamente a Adán, pero nada podía hablar con él porque nada tenía, salvo Adán, el don de la palabra. El momento más feliz de todos los días de Adán fue cuando conoció a una ave del paraíso que por las mañanas, cuando salía el sol, venía a visitarle. Con ésta sencilla pero muy hermosa ave pasaba largas horas simplemente admirando su extraordinaria belleza y viéndola surcar todos los espacios aéreos. Entre todo lo que formaba parte de la vida de Adán había una compañera muy especial: su propia Sombra. La Sombra de Adán era su eterna compañera. Visible a la luz del sol y de la luna, en las noches oscuras, cuando desaparecía la luz, la Sombra se refugiaba en el interior de Adán y éste entonces creó el monólogo. Como no podía dialogar con nadie, comenzó a comunicarse con su propia Sombra a través del monólogo interior. Era un diálogo entre el yo de Adán y el yo de su propia Sombra. Y Adán empezó a producir ideas, pensamientos y sentimientos; pero todo ello bajo la costumbre, la tradición, una fórmula primaria, un código estructural y una estricta regla que Adán se había impuesto a sí mismo. Esta autoregla consistía en que sólo él podía iniciar el monólogo-diálogo con su Sombra a través de preguntas y la Sombra sólo podía ir contestando a las preguntas que formulaba Adán. Así Adán fue evolucionando desde ideas sencillas y pensamientos simples hasta ideas más complicadas y pensamientos más complejos. Y Adán fue creando, con su propia Sombra, un macrocosmos de filosofía existencial… y Adán comenzo a ser analítico… Una mañana Adán observó con más detenimiento a aquella ave que venía a visitarle todos los días. Y empezó a analizar la situación. Él era libre, el más libre de todos los seres del Paraíso, pero siempre estaba sujeto a la tierra. Ella, sin embargo, a pesar de que algún día tendría que morir, podía surcar libremente los espacios aéreos. Andaba por la tierra pero cuando lo deseaba se elevaba por los aires. Y Adán dudó de su libertad. No era tan libre como pensaba. Entonces comenzó a nacer un sentimiento que nunca antes habia experimentado: los celos. Tenía celos de la hermosa ave porque ella podía volar gracias a una libertad que él no poseía. En principio no fueron celos enfermizos, pero el carácter de Adán comenzó a cambiar por primera vez en su eterna existencia. Primero fue de una manera sutil, ligera, apenas perceptible; mas luego comenzó a ser más visible, más notable, más densa y más voluminosa… hasta que nació otro nuevo sentimiento: la envidia. Y por primera vez en su eterna existencia Adán empezó a sentir un poco de infelicidad. Adán comenzó a hacerse más serio, más introvertido, más circunspecto y ya muchas noches se olvidaba de dialogar con su propia Sombra. No tenía deseos de hablar. Poco a poco se acostumbró al silencio en las oscuras noches sin luz. Fue en una noche de ésta época en que la angustia comenzó a desarrollarse en el corazón de Adán cuando se desató una tan terrible tormenta que se convirtió en tempestad. Las nubes se estrellaban unas contra otras, rayos estrepitosos despedían relámpagos sobrecogedores que alumbraban tétricamente el paisaje. Los truenos retumbaban en los valles y las montañas. Adán, por primera vez en su eterna existencia, quedó sobrecogido y atemorizado. Y buscó, entonces, refugio en una umbrosa caverna. La noche descargó toda su furia en forma de diluvio torrencial y luego se volvió espectralmente oscura, profundamente oscura, hondamente oscura… y Adán, estremecido, se adentró hasta lo más recóndito de la oscura caverna y allí quedó totalmente desolado. La sombra, fiel y eterna compañera de Adán, se refugió en lo más íntimo y profundo del hombre. Se hundió en su corazón. Jamás Adán estuvo tan taciturno, inaccesible e inexpresivo. Pero la Sombra tenía urgente necesidad de comunicarse a través del monólogo de Adán. Y la Sombra de Adán superó el miedo y rompió con la costumbre, con la tradición, con la fórmula primaria, con el código estructural y con aquella estricta regla que había sido autoimpuesta por el hombre. Y dispuesta decididamente a romper con todo ello para sacar a Adán de su mutismo, fue ella quien inició las preguntas en el monólogo-diálogo con su interlocutor: – ¿Qué te sucede, Adán?. – Tengo miedo. Por primera vez en mi eterna existencia conozco lo que es tener miedo. – ¿Y qué clase de miedo es ese, Adán?. – Algo que ha roto todos mis esquemas. – ¿Puedo yo ayudarte a eliminar ese miedo, Adán?. – Es inútil, Sombra. Esto es el final. – ¿Pero no eres eterno, Adán?. – Esa es mi tragedia. Saber que soy eterno y saber que voy a vivir eternamente con el miedo siempre dentro de mí. – ¿Por qué tanto negativismo, Adán?. – Porque desde esta noche sé que ya no sé quien, en verdad, soy. – ¿Quieres saber quien, en verdad, eres, Adán?. – No creo que tú, mi propia Sombra, puedas decirme a mí quien soy en realidad. – Te equivocas, Adán. No existe ningún otro ser viviente como tú y por eso es tu prpia Sombra la que, en verdad, puede ayudarte a saber quién verdaderamente eres.. – Antes estaba seguro de mí mismo, sabía interpretarme con exactitud. Ahora, quizás por los celos y la envidia, dudo ya de saber quién soy… – La duda es las antesala del conocimiento, Adán… – En mi caso la duda es el final del conocimiento, Sombra… La Sombra quedó pensativa durante unos segundos antes de continuar: – ¿De verdad quieres saber quién eres, Adán?. – De verdad quiero saber quien soy. – Para saber quien eres verdaderamente sólo tienes que darte la vuelta a ti mismo. Conocer la cara oculta de ti mismo. – ¿Cómo me doy la vuelta a mí mismo?. – Es fácil. Tu nombre es tu identidad visible. Dale la vuelta completa a tu nombre y sabrás quién eres en verdad. Y entonces Adán perdió el miedo y recuperó toda su capacidad. Volvió a tener fe en sí mismo y comenzó a dar la vuelta a su nombre. – Mi nombre es Adán. – Dale la vuelta, Adán. Date la vuelta a tí mismo. Y Adán dio la vuelta a su nombre y descubrió, por primera vez en su eterna existencia, que Adán era, verdaderamente, Nada. Y Adán sintió una inmensa tristeza al saber que en el fondo era Nada. Y por primera vez en su eterna existencia sintió dolor, amargura, desolación. Por primera vez en su eterna existencia se sintió verdaderamente solo. Y lloró amargamente. Adán nunca había llorado. No sabía lo que eran las lágrimas. Pero, en aquella madrugada, cuando todavía no había cesado la tormenta ni el sol había aparecido sobre el Paraíso, conoció el lloro, las lágrimas recorriendo sus mejillas y el sabor salado de éstas al llegar a la comisura de sus labios. Lloró tan abundante y desconsoladamente que comenzó a sentirse más humano que nunca, algo así como si comenzara a dejar de ser eterno para empezar a ser simplemente tan mortal como el resto de los seres vivientes del Paraíso. Y amaneció. La tormenta ya había desaparecido y llegó la luz. El astro Sol ya estaba a punto de aparecer. Y la Sombra salió de lo profundo del corazón de Adán y, comenzando ambos a caminar, se extendió nuevamente sobre aquella tierra que tan atado tenia al propio Adán. Y Adán comenzó a hablar, por primera vez en su eterna existencia, con su Sombra a plena luz del día. – Estoy solo, terriblemente solo, Sombra. – Tienes razón, Adán. Estamos solos. – ¿Y cómo podría yo superar esta soledad, Sombra? – ¿Cómo podríamos superar esta soledad, Adán? – ¿No se te ocurre nada?. – Se me ocurre una sola cosa. – ¿Cuál es esa cosa, Sombra? – Soñar. Podemos soñar. – Pero yo sueño muchas veces y sigo estando solo. – No me refiero a esa clase de sueño. – ¿Hay otra clase de sueño? – Existe el sueño de la Esperanza. – ¿Qué es eso de la Esperanza?. – Soñemos juntos Adán, porque dos seres juntos soñando pueden descubrir mucho más que uno solo. – Es cierto, Sombra. Soñemos. – ¿De qué color soñaremos a la Esperanza, Sombra? – Soñemos que es de color verde. – Verde como la rama del olivo… Guardaron unos segundos de silencio mientras seguían caminando hacia la laguna donde Adán era visitado, todos los días, por la ave del paraíso. – Adán, ¿te has dado cuenta de que todo lo que existe, salvo nosotros, tiene su lado opuesto? – Es cierto. La noche se opone al día – Y el fuego se opone al agua – El sol se opone a la luna – El frío se opone al calor. – El verano se opone al invierno. – La risa se opone al llanto… Adán quedó un mento pensativo antes de continuar con su turno… – La leona se opone al león… – ¿Qué has dicho, Adán? – Que la leona se opone al león. Es igual pero distinta. Y todos los animales tienen compañía de otros animales iguales pero diferentes. Un enigmático silencio envolvió a ambos. Su caminar se había detenido pues Adán ya se encontraba en la orilla de la resplandeciente laguna y la sombra de Adán, alargándose a causa del oleaje de las aguas de la laguna, comenzó a crecer y crecer más allá de la verdadera estatura de Adán. – !Díos mío, Sombra, qué sólo estoy! – ¿Cómo has dicho, Adán? – !Qué solo estoy! – No. Te pregunto cómo me has llamado. – Sombra. – Antes. Antes de llamarme Sombra. – Dios mío… creo que he dicho Dios mío… pero no lo sé con exactitud. Ambos volvieron a guardar silencio, hasta que la Sombra de Adán rompió de nuevo con la costumbre, la tradición, la fórmula primaria, el código estructural y la estricta regla autoimpuesta por el hombre: – Adán, qué es lo que más deseas… – Escúchame bien, Sombra. Muchas veces acaricio al león, al tigre, al gato… acaricio al perro, al toro, al caballo… acaricio a cualquier animal que encuentro a mi paso, pero… – Pero qué, Adán… – Pero preferirá poder hablar con ellos. Dialogar de una manera diferente al monólogo conmigo mismo. – Y qué más Adán. ¿Qué más deseas en el fondo de tu corazón? – En el fondo de mi corazón no acierto a saber que deseo hay. – Haz un esfuerzo, Adán. En el fondo de tu corazón hay un deseo. Recuerda que yo he estado refugiada, esta noche, allí. – Escucha, Sombra. El león tiene a su leona, el tigre a su tigresa, el gato a su gata… el perro tiene a su perra, el toro a su vaca, el caballo a su yegua… y todos y cada uno de los animales tiene, por compañera, a otro animal igual pero distinto. Cada animal, con su pareja se acaricia, se besa, hacen el amor, viven juntos y mueren… pero antes de morir engendran otra generación de descendientes que son iguales a ellos pero distintos… y así van perpetuando su especie. – Pero tú eres muy feliz acariciando a cada animal. – No del todo, Sombra. Cuando les acaricio siento una sensación muy agradable, pero noto que no es una sensación tan completa ni tan profunda como si pudiera acariciar a otro ser vivo igual a mí pero distinto; un ser vivo que hable igual que yo pero diferente; que piense conmigo pero de forma distinta; que produzca ideas, pensamientos y sentimientos igual que yo pero de otra manera. Que sea una persona opuesta a mí pero complementaria. – Para eso estoy yo, Adán. – Escucha, Sombra. Tú eres mi otro yo pero eres demasiado abstracto… y yo necesito algo más concreto para sentirme verdaderamente complementado, verdaderamente realizado, verdaderamente humano… – ¿Y cómo llamarías a esa compañera? – Puesto que soy hombre la llamaría hembra. Y Adán comenzó de nuevo a sentirse triste porque comprendía que lo que pedía era un imposible. Pero se atrevió a sentenciar: – Por ella sería capaz de renunciar a mi eternidad. Y la sombra se estremeció profundamente al escuchar la solemne declaración de renuncia hecha por Adán. Cesó entonces el oleaje de las aguas de la laguna y ésta quedó apacible y serena, mientras la Sombra comenzó a contraerse hasta alcanzar, de nuevo, la misma estatura real que la de Adán. – Yo sólo soy tu Sombra, Adán, y por eso puedo decirte que lo que deseas no puede ser real pero te queda la Imaginación para hacerlo verdadero. – ¿La Imaginación? ¿Qué es la Imaginación? – El más grande y hermoso de los sueños. – ¿De qué me serviría la Imaginación si no es capaz de hacer real a mi hembra? – Ten Esperanza, Adán. La Imaginación no puede hacer real a tu hembra, pero puede hacerla verdadera. Lo que se desea simplemente hablando por la boca es siempre una mentira, pero lo que se imagina hablando con el corazón siempre es una verdad. – Entonces… ¿quieres que imagine a mi hembra? – Sí Adán. Imagínala con todos tus ocho sentidos: vista, oído, tacto, olfato, sabor, intuición, equilibrio y orientación. Recuerda que no la harás real pero la harás verdadera. Adán comenzó a imaginarla con todos sus ocho sentidos. La imaginó hermosa y bella; igual que él pero distinta, capaz de hablar como él, pero diferente; creadora de ideas, pensamientos y sentimientos como él pero de diferente manera. Opuesta a él pero complementaria. – ¿Has terminado ya, Adán? – Si. Ya he terminado. – Cuéntame cómo es tu hembra. Y Adán le detalló a su propia Sombra todo el contorno físico de su hembra imaginada y le contó que era capaz de producir ideas, pensamientos y sentimientos iguales a los de él pero diferentes. – Has creado algo hermoso, Adán, porque no es una mentira nacida de la boca, sino una verdad imaginada con el corazón y nacida del alma. – ¿Qué has dicho? – Una verdad. Algo que yo no puedo definir con exactitud pero que está presente en todo lo que te rodea. – No me refiero a la verdad. Me refiero a la otra palabra que acabas de inventar, Sombra. – ¿Alma? ¿Te refieres a la palabra alma? – Sí. Es nueva para mí. ¿Qué significa? – Tampoco sé definirla con exactitud. Sólo sé que la puedo sentir a través de la Esperanza. – Pero, Sombra… tampoco sabemos, en verdad, qué es la Esperanza. – Te autoengañas, Adán. Eso sí lo sabemos. Es cierto que la Esperanza es lo último que se pierde pero, sobre todo, es lo primero que se conquista. Así que conquista a la Esperanza para conquistar a tu hembra y no la pierdas nunca… En esos momentos surgió el sol tras las montañas. Era un sol majestuosamente anaranjado que se iba, poco a poco, conviritiendo en amarillento. Y apareció, entonces, la ave del paraíso que, sobrevolando ligera y grácil por encima de Adán se posó, suavemente, sobre la verda rama de un verde olivo. Estaba más bella y hermosa que nunca y Adán la observó totalmente ensimismado. Y observó el verde de la rama y el verde del olivo… y pensó en el verde de la Esperanza. – !Buenos días, Ave! Hoy estás más bella y hermosa qe nunca y por eso es por lo que me atrevo a confesarte que tengo celos de tu belleza y tengo envidia de tu libertad. Eres capaz de estar sobre la tierra y luego, cuando libremente lo decides, puedes volar por los espacios aéreos. Yo , sin embargo, estoy eternamente atado a la tierra. Eres frágil y ligera, suave, sensible, cariñosa… pero sobre todo quiero decirte que pronto encontrarás a otro ave igual que tú pero distinto, y te acaraciarás con él y te irás con él olvidándote de mí. Vivireis juntos y morireis pero antes de morir habreis procreado otra generación de aves que perpetuarán vuestra especie. Te irás y yo quedaré solo. Eternamente solo. Y Adán se atrevió a detallar a la ave todo el contorno físico de su imaginada hembra, que podía producir ideas, pensamientos y sentimientos iguales a los de él pero distintos. Y Adán comenzó a llorar más desconsoladamente que nunca. El llanto de Adán era mucho más profundo que el de la noche anterior. El llanto de Adán era verdaderamente hondo y verdaderamente real. Aquella ave amaba profundamente a Adán y al verle llorar tan verdadera y hondamente sintió en su interior la enorme soledad del hombre y sufrió al sentir esta eterna soledad. – Yo sin ella no soy Adán sino Nada, Ave. Nada soy. Yo por ella, Ave, sería capaz de renuncia a mi eternidad. La ave del paraíso se estremeció al escuchar tan profunda y sincera confesión humana. Y, sin poder soportar más lo de contemplar y sentir el llanto y el dolor de aquel Adán al que amaba tanto, aquel que en verdad era Nada, remontó el vuelo, cruzó la laguna y marchó a un lejano encinar. Allí comenzó a pensar en el verbo creador del hombre y comenzó a imaginar la hembra que con tanto detalle le había descrito Adán. Imaginó tan proundamente que su imaginación se convirtió en palabras: – Yo soy Ave pero por Adán sería capaz de renunciar a mi libertad. Era tan profunda y sincera la frase humanizada de la ave que, de repente, un rayo de sol más amarillento que los demás bajó desde el cielo y se hundió en el interior de la ave hasta penetrar en su corazón. Y el nombre de la ave se dió la vuelta y la Ave se convirtió en Eva. Llegó el amanecer. La luna brillaba en el cielo y se reflejaba en las remansadas aguas de la laguna. Adán y su Sombra habían permanecido durante toda la noche allí, quietos y pensativos frente a las aguas de la laguna. Y Adán seguía pensativo hasta que sintió y vio una mano humana sobre su hombro. Igual que la de él pero distinta. Se volvió lentamente y allí estaba ella. Su hembra. – Hola Adán, yo me llamo Eva. Adán quedó profundamente enamorado de Eva. La besó en los labios y, unidos de las manos, se dirigieron hacia el extremo del Paraíso. Y Adán y Eva, en compañía de sus respectivas sombras, abandonaron el Paraíso Terrenal porque Adán había renunciado a la eternidad por ella y ella, por Adán, había renunciado a la libertad. Y se fueron a otro lugar de la Tierra sabiendo que se acariciarían, se besarían, harían el amor conjuntamente, vivirían y morirían… pero antes de morir habrían procreado una infinita serie de futuras generaciones de seres humanos como ellos pero distintos, iguales que ellos pero diferentes, que producirían ideas, pensamientos y sentimientos como los de ellos pero de otras maneras y a los cuales les habían cedido y transmitido la Eternidad y la Libertad a la que ellos habían renunciado por amor; sabiendo que, a partir de entonces, tendrían que poner nuevos nombres a todas las cosas y animales de la Tierra y que tendrían que escribir una nueva Historia. Y a todas esas infinitas generaciones, las que obtuvieron la Eternidad y la Libertad a la que ellos habían renunciado, la llamaron Humanidad. DERCHO DE AUTOR 2007
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José Orero De Julián
Daniel Vega