Carta roja en Catarroja (Novela) -Captulo 3-
Publicado en Sep 18, 2015
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El portal de la calle Pelayo, en donde había sucedido la tragedia, estaba repleto de mirones que intentaban incluso entrar dentro; pero la policía mantenía acordonada la planta del piso bajo sin dejar que nadie lograra introducirse aunque tenían que redoblar sus esfuerzos para evitarlo. 
 
- ¿Qué pasa aquí?
- Gracias a Dios que llega usted a tiempo, Jefe. Ya era casi imposible mantenerlos a todos a raya, especialmente a tantos periodistas metidos a cotillas.
- Está bien, sargento Díaz. Ahora hagan el favor de alejar a todos estos mirones, periodistas incluidos, mientras el teniente Garbayo y yo nos ocupamos de registrar la vivienda.
- ¡Como usted mande, Jefe!
- ¡Deles a entender que o se alejan por las buenas o se alejan por las malas! ¡Que elijan ellos mismos el método que prefieran!
 
El sargento Díaz tomó el altavoz.
 
- ¡¡¡Hagan todos ustedes el favor de alejarse de la zona por las buenas o tendremos que emplear otros argumentos más contundentes!!!
 
Los mirones y los periodistas, al ver que los policías estaban dispuestos a usar la fuerza si era necesario, fueron despejando la zona mientras el Jefe y Garbayo entraban en el piso Bajo D.
 
- ¿Qué te parece, Garbayo?
- No hay señales de violencia por ninguna parte... pero alguien ha estado buscando algo...
- ¿No ha sido un suicidio? ¿Cómo deduces eso? No parece, para nada, que alguien haya estanod buscando nada. No hay nada revuelto.
- Porque quien haya sido lo ha hecho cuidando mucho en hacer que no se notara.
- ¿Entonces es cierto que no ha sido un suicidio?
- No estoy seguro del todo mas creo que no. Pero antes de afirmar nada vamos a registrar las ropas de la víctima.
- ¿Crees que puede haber algo valioso en ellas?
- Puede ser. Lo mejor que podemos hacer es poner manos a la obra. 
 
En las ropas de la extinta Dolores De Carrillo Ibarra no encontraron nada. 
 
- Nada, Garbayo, absolutamente nada.
- Las botas, Jefe. Busquemos dentro de las botas.
- Parece que era muy aficionada a montar.
- Dejemos la cháchara ahora y luego ya hablaremos de eso. Usted busque en la bota derecha mientras yo busco en la bota izquierda.
 
Mientras el Jefe busco sin encontrar nada en la bota derecha, Garbayo había encontrado la carta escrita con leta roja dentro de la bota izquierda; pero, sin decir nada, se la guardó en el bolsillo derecho de su chaqueta. Después el Jefe buscó en un cajón secreto de la mesa que servía de escritorio.
 
- ¡Mira lo que acabo de encontrar en este cajón, Garbayo!
- ¿Qué es?
- Una casette que tiene un título escrito a mano.
- ¿Qué dice ese título?
- Solamente "Matarratas".
- Puede ser una buena pista, Jefe. Guárdela para poder escuchar luego si es que tiene algo grabado.
- A mí me parece demasiado absurdo...
- Lo absurdo es muchas veces más concreto de lo que parece. ¿Hay algo más por aquí?
- Nada, Garbayo, aquí ya no hay nada más que tenga interés para nosotros.
- Entonces es hora de empezar a ponernos a razonar.
- ¿Por dónde empezamos?
- ¿Quién fue la persona que avisó a la policía?
- Un vecino del piso Primero A que dijo llamarse Antonio Pardo Jareño.
- ¿Dónde se encuentra ahora?
- Le dijimos que se quedara dentro de su casa y no hablar con nadie, especialmente con ningún periodista, porque tendríamos que hacerle algunas preguntas.
- Ya sabe, Jefe, que trabajamos sólo en tándem nada más, así que solamente suted y yo vamos a hacerle esas preguntas.
- De acuerdo. Es la promesa que te di y la cumplo. Por otro lado, de esta manera no se pondrá tan nervioso como si se viera rodeado de una multitud de personas.
- Ordene que los muchachos no dejen entrar ni salir a nadie.
 
El jefe salió al portal para dar la orden y organizar la situación. Fue en ese momento cuando Garbayo sacó la carta del interior del sobre y leyó para sus adentros...
 
- Matarratas: P2CR
 
Tan sólo era un pedazo de papel con aquella especie de clave secreta. Observó también que el sobre venía solamente con el nombre de Dolores De Carrillo Ibarra y el número de la calle Pelayo sin especificar ningún piso. El remitente era solamente las inciales P.V.A. y el nombred de la ciudad de Moscú pero sin Distrito Postal. Observó el sello con el dibujo del Kremlin y notó dos curiosidades bastante raras: todo venía escrito con tinta roja y el sobre estaba excesivamente limpio como para haber venido desde tan lejos a través del Correo Posta. Se guardó de nuevo el sobre, con la carta dentro, en el bolsillo derecho de su chaqueta y no dijo nada.
 
- Vamos al Primero A, Garbayo.
- Usted delante, Jefe.
 
En el Primero A se encontraban, totalmente desolados y compungidos, Antonio Pardo Jareño y su esposa Marisa Tello Álvarez. 
 
- No se preocupen. De momento no vamos a detener a nadie porque no tenemos ninguna prueba contra nadie; pero el teniente Garbayo tiene que hacerles algunas preguntas que considera muy necesarias.
- No sabemos nada de nada...
- No tan deprisa, señor...
- Antonio. Me llamo Antonio Pardo Jareño, teniente.
- ¿Fue usted quien se encontró con el cadáver?
- Sí. Yo fui quien tuvo esa amarga experiencia.
- ¿Cómo fue que la encontró?
- En este portal no existen secretos entre ningún vecino ni ninguna vecina.
- ¿Está usted seguro de eso?
- Totalmente seguro.
- ¿Y qué tiene que ver todo eso con lo de haber encontrado el cadáver, Garbayo?
- Un momento, Jefe. Deje que el señor Pardo nos lo explique.
- El asunto es que la señorita Dolores...
- Espere un momento. ¿Ha dicho señorita?
- Sí. La llamábamos señorita porque estaba divorciada.
- Bien. Cuéntenos cómo fue que la encontró muerta.
- Eso estyo intentando hacer.
- Perdone las molestias, pero los policías tenemos la fea costumbre de preguntarlo todo.
- ¿Puedo ya decir cómo fue que la encontré?
- Muerta. Se le ha olvidado decir muerta a no ser que todavía estuviese viva.
- ¿Insinúa algo, teniente?
- No insinúo nada, don Antonio. Sólo estoy pensando en voz alta.
- ¿Puedo entonces eeguir?
- Eso estamos esperando.
- ¡Pues entonces no me interrumpa con otras preguntas que no vienen a cuento!
- Un momento, señor Pardo. En primer lugar baje usted la voz mientras esté hablando conmigo. Y en segundo lugar, sean cuentos o no sean cuentos, yo soy quien decide qué preguntas hago y cuándo las hago. ¿De acuerdo?
- Perdone usted a mi esposa. Son los nervios.
- Entonces anímele para que se tranquilice y responda solamente a mis preguntas sin levantar la voz.
- Cálmate, Antonio, por favor...
- Siga, señor Pardo.
- El caso es que nada más terminar de comer llegó un cartero...
- ¿Ha dicho que llegó un cartero?
- Sí. Llegó un cartero muy viejo. 
- ¿A dónde llegó?
- A nuestro portal.
- ¿Conocia usted a ese cartero?
- Era la primera vez que le veíamos en Catarroja; pero dijo que se llamba Paco Ravel Valtierra.
- ¿Cómo sabe usted su nombre y sus dos apellidos?
- Porque tuvimos una pequeña conversación.
- Continúe.
- Después de entregarle una carta a la señorita Dolores...
- ¡Espere! ¡Espere un momento! ¿Ha dicho usted que le entregó una carta?
- Eso ha dicho el señor Pardo, Jefe. Pero le noto un poco nervioso.
- ¡Ostras, Pedrín! ¿No será esa carta lo que estuvo buscando esa persona que según tú estuvo en la vivienda de la señorita Dolores De Carrillo Ibarra?
- Puede ser...
- ¿Y por qué iba a buscar una carta?
- Expero que don Antonio nos de alguna explicación.
- De la carta no sé nada de nada.
- Pero usted sabía que existía esa carta.
- No me ponga nervioso... teniente...
- Continúe.
- Sucedió algo muy raro.
- ¿Como cuánto de raro?
- La señorita Dolores tenía la sana costumbre de salir todos los días de su casa, nada más terminar de comer, para ir a montar durante un par de horas a caballo.
- ¿Cómo sabe usted todo eso y con tal exactitud?
- Ya le dije antes que en este portal no existen secretos para nadie.
- Esperemos que sea cierto. Cuándo ella recibió la carta ya había terminado de comer porque murió con las botas puestas. 
- ¡Ostras, Pedrín! ¡Acabas de decir el título de la famosa pelícual dirigida por Raoul Walsh y protagonizada por Errol Flynn y Olivia de Havillard!
- Simple casualidad, Jefe, pero ahora deje que don Antonio continúe.
- Efectivamente cuando recibió la carta ya tenía las botas puestas pero no la vi salir ni la vi regresar dos horas después.
- ¿Sabe usted a dónde iba a montar?
- Por supuesto. No es un secreto. Todas las tardes iba a montar al Centro Ecuestre Cortijo Santana en Albal.
- ¿Dónde está eso?
- A dos kilómetros y medio de aquí. En su coche, la señorita Dolores sólo tardaba nueve minutos en llegar y nueve minuntos en regresar.
- ¿Cómo sabe usted tanto de la vida privada de la señorita Dolores De Carrillo Ibarra?
- ¡Es que era como una más de la familia!
- Veo que en esa fotografía que preside este comedor s eles ve a ustedes tres muy felices. ¿Es Dolores la que se encuentra en el centro?
- Sí. Dolores era para mí como una hermana y para Antonio era como una hija.
- ¿Es eso verdad, don Antonio?
- Esto... claro... claro... como una hija...
- Noto que parece usted dudarlo.
- No... no... lo que pasa es que esa pregunta... esto... me ha pillado por sorpresa...
- Era muy atractiva esa señorita. ¿No es cierto, don Antonio?
- Esto... sí... sí... muy atractiva...
- Le veo a usted en plena forma física. ¿Es que practica usted algún deporte?
- ¡Mi esposo es todo un gran campeón de karate!
- ¡Cállate, Marisa! ¡No creo que eso le importe al teniente!
- Pues resulta que sí que me importa lo suficiente. ¿En qué gimnasio practica usted el karate?
- En el "Armonium" de la Ronda Norte.
- ¿Puedo saber qué título tiene ya?
- Soy cinturón negro, tercer dan.
- ¿Y su entrenador? ¿Cómo se llama su entrenador?
- El maestro Julio.
- ¿El maestro Julio? ¿Cómo se apellida el maestro Julio? 
- Julio Azares Gaspariño. 
- ¿El que fue Campeón de España?
- ¿Cómo sabe usted eso, teneinte?
- Los policías también practicamos deportes y que yo sepa las artes marciales son deportes. ¿Comprende, don Antonio?
- Comprendo.
- ¿Le gusta a usted la música?
- Sí. Bastante.
- ¿Sabe usted algo de una cinta de casette relacionada con Dolores?
- No sé lo que me está usted contando.
- No le estoy contando ningún cuento. ¿Lo sabe o no la sabe?
- No lo sé.
- Jefe, ¿puede hacer usted el favor de sacar el casette?
 
El Jefe lo sacó y se lo entregó al teniente quien se lo mostró al vecino del Primero A.
 
- Alguien ha titulado a esta cinta con el nombre de "Matarratas". ¿Sabe usted de algo o de alguien que pueda aclararnos qué quiere decir dicho nombre.
- No tengo ni la más remota idea.
- ¿No le dice a usted nada el título de "Matarratas"?
- Esto... no... no... no tengo ni idea de lo que pueda ser...
- Sigue usted demasiado nervios, don Antonio. Cálmese un poco. Quizás sólo sea una simple balada romántica nada más. ¿Era muy romántica la señorita Dolores?
- ¡Yo que sé si era o no era romántica!
- Le estoy pidiendo que se calme. Si tanto conocía a la señorita Dolores es muy normal que usted sepa si era o no era romántica.
- Bueno... sí... sí... era un poco romántica...
- ¿Un poco, bastante o mucho?
- ¡Y yo qué narices sé de cúanto de romántico tenía Dolores! 
- Está bien. No levante usted la voz porque la sorda era Dolores pero nadie de nostros lo es.
- ¿Cómo sabe usted que Dolores era sorda?
- Porque no sólo murió con las botas puestas sino que también tenía los audífonos puestos.
- ¿A dónde quiere usted llegar, teniente?
- ¿Tiene usted alguna grabadora para poder escuchar esta cinta si es que tiene algo grabado en ella?
- ¡Garbayo! ¡Creo que lo más conveniente es que solamente la oigamos tú y yo a solas!
- Y yo creo, jefe, que es muy importante que la oigamos los cuatro juntos.
- ¿Cuál es la razón, teniente?
- Escuche bien, doña Marisa. Es verdad que he conocido ya muchos mundos humanos. Quizás demasiado para lo joven que soy todavía. Y he descubierto que algunos de esos mundos son realmente muy interesantes porque guardan muchos secretos.
- Como le dijimos antes, para nosotros dos la señoria Dolores no guardaba ninguna clase de secretos.
- ¿Está usted totalmente segura, doña Marisa?
- ¡Deje usted ya en paz a mi esposa, teniente!
- No se preocupe tanto por su esposa, don Antonio, y no me vuelva a levantar la voz no vaya a ser que se me escape una hostia y vaya a parar a sus morros. ¿Me estña entendiendo?
- Perdón... yo... yo... es que estoy muy nervioso...
- Para ser usted todo un cinturón negro y tercer dan se pone nervioso por muy poca cosa.
- Es que estoy muy conmocionado...
- Entonces no se preocupe tantro por la cinta. Quizás no contenga nada interesante o quizás hasta no contenga nada de nada.
- ¿Entonces no considera que escucharla es una pérdida de tiempo?
- A veces me encanta perder el tiempo, señor Pardo Jareño; pero lo de perder el tiempo o no perder el tiempo es algo que sólo podemos decidir entre el Jefe y yo.
- Es que... me parece que ustedes deberían estar haciendo algo más importante...
- ¿Como qué?
- Por ejemplo, buscar huellas en el Bajo D.
- Eso es muy rutinario y tenemos a demasiados expertos que ya están llevando a cabo esa labor. Al Jefe y a mí nos interesan más otros asuntos. ¿Tiene o no tiene un aparato para poder escuchar esta grabación?
- ¡Tenemos uno en la habitación, teniente!
- Gracias, doña Marisa. ¿Tendría usted la amabilidad de traerlo?
- No creo que lo tengamos, Marisa... yo hace muchos meses que no lo he visto...
- Porque lo tengo muy bien guardado en mi ropero.
 
Antonio Pardo Jareño ya no pudo evitarlo por más tiempo y guardó silencio mientras su esposa Marisa Tello Álvarez encontró la radio casette y se la entregó al teniente Garbayo.
 
- Hágalo usted, Jefe. Al fin y al cabo fue usted quien la encontró.
- Gracias, Garbayo. Quizás sirva para algo o quizás no sirva para nada; pero tenemos que tocar todas las teclas del piano... 
- Sí, Jefe. Tenemos que tocar todas las teclas del piano a ver si encontramos la que nos dé la nota definitiva. 
- Ya tengo colocado el casette.
- Entonces guardemos todos un silencio sepulcral.
- No seas tan tétrico, Garbayo.
- Es para ponernos en situación, Jefe.
 
Una vez todos en silencio, el Jefe puso en marcha el aparato y, de repente, se escuchó una canción. 
 
- Hablando de mujeres y traiciones se fueron consumiendo las botellas dijeron que cantara mis canciones y yo canté unas dos en contra de ellas. De pronto que se acerca un caballero 
su pelo ya pintaba algunas canas me dijo le suplico compañero que no hables en mi presencia mal de las damas. Le dije que nosotros simplemente hablamos de lo mal que nos han pagado 
que si alguien opinaba diferente sería porque jamás lo traicionaron. Que si alguien opinaba diferente sería porque jamás lo traicionaron. Me dijo yo soy uno de los seres que más ha soportado los fracasos y siempre me dejaron las mujeres llorando y con el alma hecha pedazos mas nunca les reprocho mis heridas se tiene que sufrir cuando se ama las horas más hermosas de mi vida las he pasado al lado de una dama pudiéramos morir en las cantinas y nunca lograríamos olvidarlas. Mujeres oh mujeres tan divinas no queda otro camino que adorarlas. Mujeres oh mujeres tan divinas no queda otro camino que adorarlas.
 
Ya no se escuchó nada más...
 
- ¡Ostras, Pedrín! ¡Esto sí que es una sorpresa, Garbayo! ¿Estamos ante un crimen por culpa de los celos?
- Podría ser, Jefe... podría ser que sí o podría ser que no...
- ¿Han terminado ya con nosotros?
- Un momendo, señor Pardo. ¿De verdad cree usted que la seorita o señora Dolores era muy atractiva?
- Para cualquier hombre que sea hombre de verdad por supuesto que era muy atractiva.
- Y usted es un hombre de verdad. ¿No es cierto?
- ¡Eso no se puede poner ni tan siquiera en duda!
- Cálmese, don Antonio. Lo que estoy suponiendo es que debería ser muy duro para usted considerarla y tratarla como si fuera solamente una hija.
- ¿Qué está usted insinuando, señor policía?
- Escuche bien, doña Marisa. Lo único que estoy buscando es saber la verdad.
- ¿Y crees que alguno está mintiendo?
- Por lo menos alguien no está diciendo toda la verdad, Jefe.
- ¡No sé hasta dónde quiere usted llegar, teniente!
- Eso quiero yo saber, señor Pardo.
- ¡Es usted demasiado fantasioso para ser todo un policía, señor Garbayo!
- La fantasía forma parte de nuestros entretenimientos, don Antonio.
- ¿Y a qué cuento viene ahora eso de hablar de fantasías?
- Suponga, doña Marisa, que en lugar de ser un cuento es una fantasía hecha realidad.
- ¿A dónde quieres llegar, Gabayo?
- Jefe... ¿cuántas personas intervienen en un problema de celos?...
- Por lo menos tres.
- Eso mismo opino yo.
- ¿Y qué tenemos que ver mi esposa y yo en ese asunto?
- Tengo una intuición, don Antonio. O me equivoco o doña Marisa envidiaba la belleza de Dolores.
- ¡Me está usted insultando, señor policía!
- Yo no estoy insultando a nadie sino exponiendo una hipótesis.
- ¿De dónde saca usted eso de que yo tenia celos de ella?
- Tal vez nos lo pueda explicar su esposo, don Antonio, que tan enamorado estaba de Dolores.
- ¡Eso sí que no se lo consiento, teniente! ¡Me está usted faltando al respeto y al honor!
- Calma. don Antonio, calma. ¿Visitaba usted muy a menudo el Bajo D?
- No creo que sea necesario que responda a esa pregunta.
- Eso quiere decir que sí visitaba muy a menudo el Bajo D.
- Pero siempre se lo hacía saber a mi esposa.
- Salvo cuando la visitaba sin que su esposa lo supiera.
- ¿Y?
- ¿Y cuántas veces tuvo usted relaciones sexuales con Dolores?
- ¡¡Eso sí que no se lo aguanto!!
- Le repito que se calme usted porque a mí, la verdad, me importa menos que un pimiento que sea usted karateca y que tenga un cinturón negro con categoría de tercer dan porque si tengo que darle una chufa se la doy y le dejo enchufado para el resto de sus días.
- Escuche... yo... la verdad... la visitaba a menudo porque tengo muchas dificultades de relacionarme con la gente...
- ¿Siendo usted todo un deportista con tanta experiencia que ya ha obtenido el cinturón negro con categoría de tercer dan tiene usted problemas de comunicación? Perdone que le diga pero eso sí que es un cuento chino. Yo practico muchos deportes y precisamente el deporte sirve, en primer lugar, para aprender a comunicarse con los demás; así que no crea usted que está hablando con un novato.
- Parece que aquí hay algo oscuro...
- Sí, Jefe. Aquí hay algo oscuro.
- No tengo ganas de aguantarle más...
- Pues aguante usted los caballos porque necesito escuchar la verdad o nos tiramos todo el año dentro de aquí hablando hasta que la escuche.
- Esto... sí... yo...
- ¿Cuántas veces, señor Pardo?
- Sólo fue una vez...
- ¿Y usted lo supo, señora Tello?
- ¿Es verdad que tuviste relaciones sexuales con esa fulana?
- ¡Fue una vez! ¡Te lo juro! ¡Fue solamente una vez!
- ¿Con esa fulana?
- ¿Como la llama ahora fulana si antes dijo que era para usted como una hermana?
- ¡Qué vergüenza, Dios mío, qué vergüenza! ¡Te juro, Antonio, que esto te va a costar muy caro!
- ¡Se acabó el interrogatorio! ¡Como Jefe de la Policía de Catarroja que soy, no voy a detener todavía a nadie pero ustedes dos no pueden abandonar el pueblo hasta que se aclare todo el asunto! 
- ¿Eso quiere decir que somos sospechosos de asesinato?
- Eso es lo que quiere decir, señor don Antonio Pardo Jareño. Todavía no tengo pruebas definitivas para deterneles a usted como asesino y a su esposa como encubridora del asesino. Está bastante claro que quizás fueron ustedes dos quienes cometieron el envenamiento mortal de la señora o señorita Dolores De Carrillo Ibarra con premeditación y alevosía. No puedo todavía meterles en chirona pero ustedes no pueden salir del pueblo hasta que no tenga solamente sospechas. ¿Hemos terminado ya, teniente Garbayo?
- De momento, sí.
- Pues vámonos con la guerra a otra parte porque esto está más claro que el agua.
- No tan claro, Jefe, no tan claro.
- ¿No hemos terminado ya, teniente Garbayo? 
- ¿Me invitaría usted a un bocata de calamares en "Stadium", Jefe? Abren a las siete de la tarde y precisamente ahora son las siete de la tarde.
- Te invitaría si me dices que estás pensando.
- Con un bocata de calamares acompañado de una buena cerveza le cuento todo lo que estoy pensando.
- De acuerdo. Lo lógico es que yo te convenciera a ti porque para eso soy mayor que tú y, además, soy el Jefe; pero me has vuelto a convencer tú a mí otra vez.
- Vámonos ya, Jefe.
- ¡Hasta más ver pareja! ¡Espero que no cometan la tontería de intentar huír porque les tendré constantemente vigilados.
- ¡Nosotros no hemos cometido ningún crimen!
- Calma, don Antonio, calma y guarde sus energías para convencer a su esposa de que no le pida el divorcio.
- ¡Es usted odioso, teniente!
- Pero al menos soy honesto, señor Pardo Jareño, al menos soy tan honesto que, siendo seguidor acérrimo del Atletic Club de Bilbao nunca jamás le he traicionado.
- Déjalo ya, Garbayo. Nos vamos para "Stadium".
 
Y subiendo del nuevo al coche del Jefe se pusieron en marcha hacia la bocatería.  
 
 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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