Me retraigo en mis nocturnas hojas,
 vino, terciopelo y sangre.
 Cuando la luz se asoma por las rendijas de mi ventana
 de a poco me abro para hacer algo así como un milagro...
 mágica es la pequeña e inconsciente fuerza que uso,
 para darle vida a mis repetitivos días.
 Muero a menudo,  porque de eso se trata crecer, ser.
 Pasan mañanas y tardes en las que mis delicadas venas
 se pudren, se secan, se rompen,
 a veces por las inconsistencias de la vida,
 a veces por aquello que amo.
 Quiebro o me deslizo en la muerte y
 paso ahí horas, días, semanas y meses como en un sueño eterno.
 La tierra se seca, el aire se pone frío:
 debajo de mis propios escombros de a poco vuelvo a nacer.
 Por que no soy semilla: soy bulbo.
 De la semilla no se vuelve,
 El bulbo es eterno, aunque las peores condiciones afecten mi entorno
 si no matan mi espiritu nunca voy a desaparecer.
 En este lapsus que parece eterno, mi alma despierta.
 Se hace lugar entre mis pasados restos y surge en forma de brote,
 y con el brotar de mi espiritu, crecer es fácil.
 Porque de las lunas rojas eclipsadas y
 de las inquietudes que ellas evocan,
 quedan las persistentes huellas  de la reencarnación.
 Que de la vida se vuelve a la muerte,
 y de ella a una nueva vida.