De sombras y espectros.
Publicado en Oct 27, 2015
Necesitaba cambiar el aire. Había estado casi todo el día enfocado en el proyecto, de a ratos hablando con Patricia, discutiendo a veces, o como lo llaman ahora: "proceso de tensión creativa". Ya habian pasado unos minutos despues de las diez de la noche y definitivamente necesitaba cambiar el aire, salir, despejarme. A esa hora en Eldorado solo existe un lugar a donde tomar un café, la estación de servicio del automóvil club argentino. Le dije a patricia que salía, hizo cara de puchero. Me excuse diciendo que quería seguir trabajando en el proyecto, le tire un beso y tome el picaporte. Llevate la llave, escuche al abrir la puerta. Obediente, lo hice y Salí rumbo al ACA. Ya me sentía mejor. En Buenos Aires lo hacía a menudo, quizá no tan tarde, pero a menudo. Me gustaba ir a un bar con poco ruido, tomar uno o dos cafés y garabatear en un cuaderno ideas. Era una noche sin luna. Entre al bar casi vacío, iluminado con cegadoras luces blancas. Llegue hasta el mostrador y vi a Luis, un espectro, una sombra.
La primera vez. La primera vez que nos cruzamos fue de casualidad. En ese mismo lugar, días a tras, pero un poco más temprano. Entro vendiendo DVD. Le ofreció a uno, a otro y cuando paso junto a mí, preguntó: ¿Cómo anda? Aquí andamos, dije, ¿En la lucha? Indagó. No, ya no lucho mas, me salió decirle, aunque sonó como si me hubiera entregado, lo que yo realmente quería decir es que no veo la vida como una lucha, porque no quiero vivir peleando, pero sonó a resignación. De inmediato recordé que desde hace mucho tiempo estaba queriendo vender mi colección de DVD y ahí estaba la oportunidad. Después supe que el espectro se llamaba Luis, Algo bajo y con buen estado físico, nariz de boxeador, pequeña y chata, morocho, pelo muy corto de remera y jean. Al salir del bar me acerque y a un costado de la playa de estacionamiento y lo indague sobre como se le ocurría podía vender mi colección de peliculas, después de hacerlo, casi como un reflejo involuntario me pregunto si era de “Acá”, no me callo bien la pregunta, algunos misioneros discriminan al porteño, papudos nos dicen, y esa pregunta ya me la habían formulado. Si soy argentino, respondí ¿Vos sos paraguayo? No, soy porteño dijo y me arrepentí del solapado comentario que yo había diseñado para defenderme, de lo que nunca fue un ataque. ¿De dónde sos? Dije, Caballito, respondió y continuamos conversando. en un momento de la charla dijo: "tuve un country", aunque por su manera de decirlo yo sabía que, si había vivido en una casa en un country, no fue por mucho tiempo o no era de él. Los que viven en uno, suelen decir: “viví o vivo en una casa en un barrio” otra frase fue: “supe tener mucha plata, mi mujer era médica, el único cabecita en la familia era yo”. Me preguntó alguna que otra cosa de Oberá, y me habló de cómo había perdido la oportunidad de tener una empresa constructora de canchas de tenis y de cómo le robaron tabletas, teléfonos de alta gama y con ellos la oportunidad de pasar al frente. Lentamente, palabra tras palabra, la nube gris que lo envolvía degrada los colores del entorno, cual dementor tomaba mi fuerza vital, desprendiéndola de mi. Fluía hacia él, aunque no lo hacía más fuerte, ni llenaba ningún vacío, solo se perdía en un profundo gris espectral. Insistió en que anotara su número de teléfono y que lo llamara, lo anote con el único fin de que se extraviara en mi agenda abarrotada de números de espectros y sombras de otros tiempos. Sin embargo, sabía que una noche sin luna, lo volvería a encontrar. La segunda. Esta segunda vez, era tarde y el bar del ACA estaba casi vacío. Era una noche sin luna, de calles mojadas y en la que necesitaba aire. Lo encontré. No me llamaste, dijo. A lo cual respondí seco y duro. Vos tampoco, la pelota estaba en medio de la cancha. Mi respuesta pareció contrariarlo. De inmediato pregunte ¿Que tomas? Un capuchino, dijo. Mientras yo pagaba dos capuchinos y unos confites de menta y chocolate, el me entregaba, considerado, una servilleta, el palillo removedor, azúcar y el capuchino, tirado por una maquina Saeco automática. Me senté en el fondo debajo del televisor y con el café en la mano, a unos metros de donde yo me encontraba ya sentado me dijo que quería sentarse en otro lado y eligió la silla que el quería. Quiero mirar alguna noticia para ver como salieron las elecciones. De inmediato me arrepentí de haberme sentado frente a el. Con los ojos relojeando el televisor, me pregunto qué hacía, entendí que se refería de que vivía, o en que trabajaba. Dude en decirlo, trabajo en una fundación deje y le conté por arriba los proyectos. Mientras yo hablaba, su mirada iba y venía del televisor a mí y vuelta a la pantalla del televisor, en dos ocasiones me dijo mira eso lo que obligo a que me diera vuelta a mirar algo que ya había pasado y que no estaba más. Soy coach ontológico dije y pareció llamarle la atención. ¿Qué es eso? Pregunto. Le explique que los coachs hacíamos preguntas poderosas para desafiar creencias que impiden a las personas alcanzar sus metas. Por supuesto nadie entiende a la primera así que profundice, hasta que se dio por satisfecho y lentamente comenzó a confiarme sus puntos de vista, me hablo del pasado, de que en la vida y en el mundo todo es plata. Hablo de que el es un gran vendedor, que podía vender cualquier cosa que se proponga. Volvió al tema de su familia, de sus hijos y de lo que por ellos sentía y otra vez la nube gris de la de desolación, la soledad y la desesperanza avanzaba y se apoderaba de todo… Esta vez me quede, sabía que él no quería ayuda, que no veía una salida y que si presentía que había una ya no le quedaban fuerzas para tomarla. Le pregunte si tenía un sueño, me corrigió diciendo ¿Metas? Si metas, sueños, dije. Si, respondió. Pero no se lo digo a nadie, es para mí. Le pregunte si esa meta era importante y dando un pequeño brinco en su silla dijo lo más importante del mundo. Y que necesitas para cumplirla un poco de plata, 25 mil pesos. ¿Y porque no lo conseguís? Creo que el tema del divorcio me pego ahora, me pego después. Para ese momento de la conversación la nube era densa, casi no podía verlo, la soledad del espectro, de esta sombra era densa. Le dije cruel, creo que hay algo mas que te detiene, pero no me pagan para ayudarte. Insistió en que lo llame, que revisara allí mismo si ehabia anotado bien el numero de movil que me habia pasado la vez anterior. Yo ni siquiera recordaba su nombre. Debe haberlo adivinado porque sin que yo le preguntara dijo: "Luis". Y aun así no lo encontré. Volví a anotarlo, lo salude y Salí sin mirar atrás. La nube que me envolvia, subió con migo al auto y abrí la ventanilla con la intencion de que el frio en mi rostro ayudara a diciparla. Me dirigí a casa pero antes de llegar gire. Necesitaba dar una última vuelta. Podía verme en él, sentir su soledad, su angustia su profundo no ser, no encajar, el desarraigo y una vida de sufrimiento y abandono ¿Cuanto de el había en mi, cuanta sombra, cuanto miedo de convertirme yo mismo en un espectro y si ya lo era? El amor. Creo que solo el amor nos rescata de la nube gris, de la sombra y la desesperanza. El amor de nuestros hijos y amigos, el amor de nuestros padres y hermanos. El abrazo contenedor, la palabras de aliento, la confianza recibida. En noches sin luna, cuando la nube gris nubla nuestros sentidos, el amor es el unico faro en la bruma espesa del olvido y la desolación.
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