Carta roja en Catarroja (Novela) -Captulo 6-
Publicado en Nov 05, 2015
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Los dos policías llegaron rápidamente a la Jefatura.
 
- ¡Buenos días a todos y a todas! ¡El teniente Garbayo y yo no estaremos aquí para nada ni para nadie! ¿Entendido, señorita Amparo?
- Entendido, Jefe.
 
Los dos policías entraron en el despacho privado del Jefe.
 
- ¡Vamos a ver, Garbayo! ¿Cómo podemos localizar a este tipo?
- ¿Se refiere al señor don Santiago Solar De Gijón?
- ¡Sí! ¡No sé por dónde empezar! 
- ¿Para qué sirven todas las guías telefónicas de España que tenemos en la Jefatura?
- ¡No me sirven para nada! ¡Hasta son aburridas de leer!
- ¿Cómo que no le sirven para nada porque son aburridas de leer? Si este tipo tiene teléfono fijo es fácil localizarlo y eso no es aburrido sino muy interesante.
- ¿Pero cómo diantres busco yo Alto Real si no existe ninguna ciudad ni ningún pueblo con ese nombre?
- ¿Usted ha escuchado al señor don Paco Ravel Valtierra?
- Le he escuchado, pero eso tampoco me ayuda para nada.
- ¿Pero no nos dijo que vive en un lujoso conjunto residencial privado a pesar de que dice que no cree en la propiedad privada?
- Pues ahora resulta que sí que es interesante...
- Dejemos eso para cuando llegue la ocasión de que él mismo nos lo aclare si es que puede aclararnos tal paradoja.
- ¡Demonios, Garbayo! Por eso mismo digo que no me sirve para nada.
- Pero hombre de Dios... busque usted en la guía telefónica de Murcia en las hojas correspondientes al pueblo de Molina de Segura y aparecerá... si Dios quiere claro está...
- ¡Ostras, Pedrín! Pues es verdad...
- ¿Pero dónde tiene usted hoy la cabeza, Jefe?
- ¡En todas partes y en ninguna!
- Eso mismo me dijo a mí un envidioso viéndome jugar al fútbol mientras él no daba ni una a derechas.
- ¿Viéndote jugar al fútbol?
- Sí. Pasaba muchas veces. Pero en aquella ocasión concreta estábamos jugando con las chapas.
- ¡Caramba! ¿Tú has jugado al fútbol con las chapas?
- Como dice alguien a quien conozco muy bien: todo lo que se hace nos sirve para algo.
- ¡Muy interesante! ¡Eso de que jugabas al fútbol con las chapas durante tu infancia lo apunto ahora mismo en tu currículo profesional.!
- Si usted lo cree interesante...
- ¡Es muy interesante para conocer mejor tu personalidad!
- Está bien. Anótelo en mi currículo profesional pero dese prisa porque tenemos que localizar a ese tal Santiago antes de que se nos vaya por los cerros de Úbeda.
 
El Jefe encendió su computadora, entró en el currículo profesional de Garbayo y añadió, a sus ya múltiples anotaciones, una que decía: "Cuando era niño jugaba con las chapas". 
 
- ¡Ya está, Garbayo! Ahora busquemos en la guía telefónica de Murcia.
- No olvide que también jugaba a las chapas en mi juventud.
- ¡Ostras, Pedrín! ¿En tu juventud seguías jugando con las chapas?
- Gajes del oficio, Jefe.
- ¡Jejejé! ¡Eso si que lo anoto en tu currículo profesional como algo mucho más que interesante.
 
El Jefe añadió otra de las muchísimas notas que tenía anotadas en el currículo de su teniente preferido: "Cuando era joven seguía jugando con las chapas"
  
- ¿Ha terminado ya de añadir notas, Jefe?
- De momento sí, pero tu currículo ya parece el Laberinto de Creta y la Historia de Nunca Acabar al mismo tiempo. 
- Entonces dejemos ya de hacer el indio...
- ¡Un poco más de respeto con tu Jefe, Garbayo!
- Está bien, Jefe. Pero anote también que en mi infancia soñaba con aventuras en la selva además de leer Aventuras del FBI y que fue por ello por lo que me dio por ser policía. 
- ¡Ostras, ostras y ostras! ¡Eso es demasiado interesante como para dejar de anotarlo!
 
El Jefe anotó también estas dos notas más.
 
- ¿Entramos o no entramos en faena?
- Fin de Notas por el día de hoy. Busquemos. 
- Busque usted que para eso es el Jefe y, por eso mismo, el que más manda aquí. Y no olvide que tiene que venir en las páginas de Molina de Segura. 
- ¡Ya lo estoy buscando! ¡Un poco de paciencia, Garbayo!
- No podemos tardar un siglo, Jefe...
- Te prometo que sólo serán unos minutos.
 
Después de unos minutos...
 
- ¡Aquí está, Garbayo! ¡Lo acabo de encontrar! ¡Vive en la Calle Ricote de Monte Real!
- ¡Zambombas, Jefe! ¿Cómo puede ser que viva en Ricote cuando van diciendo a todo el mundo que él es un pobrete del proletariado?
- Otra paradoja que tendrá que explicarnos ese tipo cuando le coja y hablemos cara a cara.
- Guarde las fuerzas para más tarde, Jefe. Ahora llame a su teléfono y cuando sepamos que está en su casa cuelgue sin decir nada.
 
El Jefe marcó el número del telefóno del señor don Santiago Solar De Gijón.
 
- ¡Soy don Santiago! ¿Quién me llama a estas horas? ¡Ha de saber que no pienso atender ningún asunto porque es mi día libre y no voy a salir de mi casa para nada ni por nadie!
 
El Jefe cerró la llamada cortando la comunicación.
 
- ¡Está en su casa y no va a salir de ella en todo el día! ¿Te apetece el vermú, Garbayo?
- De acuerdo, Jefe. ¡Vamos a por los dos vermús!
 
El Jefe sacó una botella de Cinzano...
 
- ¿Vale que sea Cinzano?
- Vale.
 
El Jefe sacó dos copas de cristal, las llenó de vermú Cinzano y siguió hablando...
 
- ¿Tú crees que ese tal don Paco nos contó la verdad?
- Yo creo que nos dijo la verdad que él conocía.
- ¿Y crees que es cierto eso del botín de los cinco millones de dólares?
- Es muy fácil de creer. Para eso existen en los Bancos las cuentas en moneda extranjera.
- ¿También sabes de banca?
- Antes de trabajar como policía fui empleado en un Banco.
- ¡Ostras, Pedrín! ¡Eso va después a tu currículo! ¿En qué lugar trabajaste de banquero?
- De banquero no, Jefe. Jamás he trabajado de banquero y jamás lo haría porque yo no soy como Ramírez ni ningún otro pelota como Ramírez. Sólo fui bancario que es cosa tan diferente como escritor o escribiente en este mundo estrafalario. 
- ¿De verdad te gusta la poesía?
- Me encanta la poesía y recito día tras día.
- ¡A tu currículo! ¡Eso va a tu currículo! Pero dime ya en qué lugar trabajaste de bancario.
- Muy cerca de Sevilla. 
- ¿Tú has trabajado en Sevilla?
- No he dicho en Sevilla sino cerca de Sevilla.
- ¿Quizás cerca de Dos Hermanas?
- No. Yo sólo tengo una hermana y no dos hermanas, Jefe. Hoy no está dando usted pie con bola. 
- Pues si has trabajado de bancario cerca de Sevilla eso hay que celebrarlo tomándonos los dos vermús, estimado Garbayo.
- ¿Y también lo celebraremos si le digo que no me refiero a Sevilla ni a Sevilla la Nueva sino a la estación de Sevilla del Metro de Madrid?
- Eso sí que no me lo esperaba yo de ti, teniente.
- Ni yo tampoco de usted que sea tan lento de entendimiento, Jefe. 
 
El Jefe ya no estaba dispuesto a perder mucho tiempo discutiendo por cuestiones sin importancia...
 
- ¿Y cómo es que dejaste de trabajar en ese Banco?
- Porque cuando reuní una buena cantidad de miles de pesetas me fui a divertirme a Kansas City.
- ¿Te fuiste a celebrar tu autodespido a los Estados Unidos de Norteamérica?
- No. Me estoy refiriendo al Bar La Jarana de la calle Kansas City de Sevilla. Y fue muy emocionante porque allí, en medio de una jarana tras otra jarana, llegué a conocer a un tipo flacuchento y sin dientes que jugaba a dos bandas.
- ¡Qué interesante! ¿Un doble espía tal vez? ¡Cuenta, cuenta porque soy todo orejas!
- Exacto. Tenía un buen par de orejas que le colgaban como soplillos con aretes incluídos porque era más bien dudoso y usted ya me comprende. Era moreno, parecía bastante espinoso aunque no tenía ni media hostia, solamente bebía leche y en el mundo de los espías se le conocía como Nandoyo.
- ¿Otra gallego como tú?
- No. Éste era madrileño y además Nandoyo no es su apellido sino que todos los chivatos como él le llamaban de estaba manera. Aunque Garbayo y Nandoyo terminan en yo él estaba muy lejos de ser como yo... sobre todo ligando chavalas guapas porque mientras él no se comía ni una rosca yo me las apañaba para que no se enterase de las que ligaba yo... ¿me comprende, Jefe?
- ¡Perfectamente! ¡Así se debe alternar con chivatos!
- Añada también lo de cotillas.
- ¿Además de chivato era cotilla?
- Exacto. Por eso tenía tan mala fama entre los espías. Me lo contó, una noche de jarana, una canaria que nos conocía muy bien a los dos y prefirió decirme la verdad a mí mientras él se quedaba en la inopia sin saber por dónde venían los tiros. 
- ¿Al decir que se quedaba en la inopia quieres decir que no se enteraba de nada de lo que pasaba a su alrededor?
- Efectivamente, Jefe. Como todos los demás espías sabían que era cotilla, y además chivato, le contaban historias para no dormir y se las creía del todo. Por eso no triunfó jamás en la profesión.  
- ¿Y cuál era su verdadero nombre?
- Logré saber, gracias a la citada canaria y otras muchas chavalas guapas que llegué a conocer en el mundo de las jaranas, que se llamaba Fernando Reno Espín.
- ¡Atiza! ¡Vaya nombrecito!
- Tal como se lo cuento también he de decirle que ese tipejo tan dudoso, y ya sabe a lo que me refiero con lo de dudoso, no me importaba ni un bledo. Fue un sujeto muy secundario, yo diría que hasta terciario o cuaternario por su mentalidad tan antigua y cerrada, que nunca despertó en mí ningún interés. No se aprende nada hablando con un ignorante. Tal y como le dije a la canaria aquel sujeto no tenía importancia alguna ni por activa ni por pasiva. Después de aquello es cuando me entraron ganas de ser policía y, una vez aprobado, me puse a trabajar con usted. 
- ¡Chispas! ¡Cuántas aventuras a pesar de tener todavía tan corta edad, Garbayo! ¡Cuando se entere el capitán Mariano se va a poner muy celoso! 
- Eso tiene una solución muy fácil, Jefe.
- ¿Dándole dos hostias para que se le pase? 
- No. Nada de violencia entre nosotros, Jefe. Deje en paz a ese pobre hombre de Mariano Felguera Seco porque bastante tiene ya con lo de ir de un lado para otro con su cartera a cuestas. 
- ¿Entonces cómo evito que sea super celoso de tus triunfos en tantas canchas de la vida?
- Si le gusta ser un super celoso déjele que al menos sea un super en algo...
- ¿Pero qué hago entonces?
- Muy fácil, Jefe. No le cuente nada de nada sobre mis aventuras.
- Es que son tan emocionantes...
- Mejor las dejamos ahora olvidadas al igual que se olvidan a las que en verdad no amamos, como sucede con Maribel y la extraña familia. La de Mihura. ¿Me comprende?
- Te comprendo.
- Y ahora volvamos a nuestra trabajo si no tiene usted ningún inconveniente.
- ¿Nos vamos ya para Alto Real?
- Sí. Antes de que sea demasiado tarde.
- Si le meto bien al acelerador llegamos en un par de horas.
- Pues vamos ya.
 
Los dos policías salieron del despacho.
 
- ¡Atención todos y todas! ¡El teniente Garbayo y yo vamos a salir por un tiempo indeterminado para resolver un asunto muy importante el cual sólo él es capaz de resolverlo porque para eso es el que mejor preparado está! ¡Mientras yo esté fuera de esta Jefatura ordeno que quien ocupe mi lugar sea el teniente Miguel Ángel Feó Parra! ¡Él ocupará mi lugar durante mi ausencia!
- ¡Pero Jefe! ¡Yo soy todo un gran capitán y él sólo es un simple teniente! ¡Me complacería mucho que, por esta razón, sea yo quien le sustituya durante sus ausencias, estimado señor! 
- ¡Ni señor ni leches en vinagre! ¡Escuche bien, capitán Mariano, porque no se lo voy a decir dos veces! ¡En primer lugar deje de hacerme la pelota para que le ascienda de grado! ¡No tengo ni idea, ni me importa saberlo o no saberlo, sobre la cantidad de enchufes que habrá usted usado hasta alcanzar el cargo de capitán! ¡Sólo sé que como policía puede ser usted muy bueno pero como capitán es usted algo así como un cero a la izquierda! ¡Así que ordeno y mando que quien ocupe mi lugar sea el teniente Miguel Ángel Feó Parra que no trabaja como policía gracias a los enchufes y no me hace la pelota para nada! ¡Él tiene muchas más cualidades para ser capitán que las que tiene usted! ¡Y ordeno y mando que cumpla usted mis mandatos a no ser que prefiera que le degrade de capitán y le convierta en un simple ordenanza!
- ¡No, por favor, mi estimado Jefe! ¡No me quite la estrella de gran capitán! ¡Es esta estrella lo que más amo en mi vida!
- ¿Por encima de su propia mujer?
 
El capitán Mariano se quedó mudo...
 
- ¡No se preocupe por su estrella porque no se la voy a quitar como haría igualmente el teniente Garbayo si estuviera en mi lugar!
- Eso es, Jefe. Yo tampoco se la quitaría por nada del mundo. No me gusta cortarle a nadie sus aspiraciones ni en cuanto al trabajo ni en cuanto a ligar que, para mí, son dos cosas sagradas.
- Muchas gracias, estimado Jefe, y muchas gracias, estimado teniente. 
 
Garbayo no pudo contener la risa...
 
- ¡Jajajá! Es la primera vez que sucede que un capitán estime a un teniente de esta manera tan sorpresiva. Menos mal que ya estoy acostumbrado a todo y he visto cosas peores en mi vida.
 
El Jefe ya tenía prisa por resolver este asunto antes de salir a la caza de Santiago.
 
- ¿Usted cree, capitán Mariano, que esto es el cine y usted es Omar Sharif trabajando de héroe salvador de chavalas en peligro por estar en las calles?
 
Garbayo se aguantó la risa y solo sonrió ligeramente... 
 
- Tiene usted que aprender mucho todavía, capitán Mariano, porque hasta el teniente Garbayo, tan correcto como es siempre, está a punto de soltar la carcajada.
- Deje ya en paz al capitán sin mando, Jefe, antes de que me ría de verdad. Bastante tiene este tal Felguera Seco con lo de resolver el asunto de las cartas de desahucio y las reclamaciones de los vecinos de Catarroja por culpa de las cartas de desahucio.
- Está bien. Lo dejaré en paz siempre que no vuelva a querer ser más importante que nadie. Así que quien manda aquí mientras yo esté fuera es el teniente Feó Parra. Asunto terminado. No acepto reclamaciones porque yo no soy vecino de Catarroja sino el Jefe de la ciudad. Y en cuanto al teniente Feó quiero que sepa que cuando yo vuelva de esta misión tiene ya concedido el ascenso a capitán y el traslado a la ciudad de Madrid que es lo que tanto está deseando desde hace años.
- Gracias, Jefe.
- Dele gracias a Garbayo porque sólo si es capaz de resolver este asunto cumpliré con lo que le he prometido.
- Gracias, Garbayo.
- ¿Crees en Dios, Miguel Ángel?
- Sí. Creo en Dios aun que me da vergüenza decirlo.
- Pues a mí no me de vergüenza afirmarlo y espero que Dios me ayude para que el Jefe cumpla con lo ofrecido.
 
Los dos policías salieron de la Jefatura y, una vez que ya se encontraban dentro del automóvil del Jefe, se pusieron en marcha desde Catarroja hasta Molina de Segura. 
 
- ¿No te importa si escuchamos un poco de música, Garbayo?
- Está bien, Jefe. En toda buena misión de los policías siempre hay una buena música de fondo. Sale mucho en las películas de cine y es verdad que relaja nuestros pensamientos.
- Entonces voy a sintonizar una emisora que sólo emita música española.
- Como quiera, Jefe... pero por mí no se preocupe en cuanto a gustos musicales...
- ¿Ponemos música española o no ponemos música española?
- Ya que hablamos de España, y como estamos con España, vayamos con música española.
 
El Jefe encendió el aparato radiofónico y surgió una canción de Los Panchos... 
 
-  Nadie comprende lo que sufro yo, canto pues ya no puedo sollozar. Sólo temblando de ansiedad estoy, todos me miran y se van. Mujeer.. si puedes tú con Dios hablar pregúntale si yo alguna vez te he dejado de adorar. Almaaa...espejo de mi corazón las veces que me ha visto llorar la perfidia de tu amor. He buscado por doquiera que yo voy y no te puedo hallar. Para qué quiero otros besos si tus labios no me quieren ya besar. Y túuu...quién sabe por dónde andarás quién sabe que aventura tendrás qué lejos que estás de mí. He buscado por doquiera que yo voy y no te puedo hallar. Para qué quiero otros besos si tus labios no me quieren ya besar. Y túuu... quién sabe por dónde andarás quién sabe que aventura tendrás qué lejos que estás de mí.. De mí.
 
Garbayo apagó el aparato radiofónico...
 
- Pero Jefe... ¿de verdad está usted llorando?... 
- No puedo evitarlo, Garbayo... parece como si estuvieran leyendo mis pensamientos...
- Ya le estoy diciendo muchas veces que hay dos...
- ¿Puedo confesarte algo que nadie sabe, Garbayo?
- Si es cuestión de mujeres sería mejor esperar a que saliera la luna.
- No. No puedo seguir silenciando por más tiempo.
- Está bien, Jefe. Le escucho.
- ¿Prometes que no te vas a reír?
- ¿Es que usted cree que yo no he llorado también algunas veces?
- Como te veo tan seguro de ti mismo...
- Precisamente porque sé lo que es el dolor.
- Lo que sucede es que no puedo olvidarla.
- Ya decía yo que era algo de mujeres. ¿A quién no puede usted olvidar?
- ¿Te he contado alguna vez que estoy divorciado y casado por segunda vez?
- No. No me lo ha contado nunca.
- Pues lloro porque no puedo olvidarla...
- ¡No joda, Jefe! ¿Es que la segunda también se le ha escapado?
- A la que no puedo olvidar es a la primera...
- ¡Jodeeeeeeeer! 
- Cuando me casé con ella le permití que siguiera estudiando y cuando estaba terminando su tesis doctoral en la Universidad resulta que conoció a uno de esos de los amores libres y se fue con él. 
- Si no me quiere contar nada más no es necesario que siga...
- A los dos meses de su abandono me casé con otra.
- ¿Y no ama a su segunda esposa?
- No lo sé. No sé si la amo o no la amo pero no tenemos hijos.
- ¿Es por eso por lo que no puede olvidar a la primera?
- Supongo que por eso y por mucho más.
- ¿Qué sucedió con ella?
- ¡El cabrón de los amores libres la abandonó por otra!
- ¿Y dónde terminó ella? ¿En brazos de otro de esos cabrones de los amores libres?
- Mucho peor que eso...
- Si no quiere no me lo cuente.
- Es que sí te lo quiero contar. Se encuentra encerrada en un manicomio.
- ¿Y el cabrón de los amores libres sigue suelto?
- Eso es lo que más me duele.
- ¿Qué tipo de cabrón es?
- De los que sólo creen en Marx mientras joden la vida a los demás.
- ¡Jodeeeeeeeer!  
- ¡Enciende de nuevo el aparato radiofónico, Garbayo!
- ¿Es una orden?
- ¡Es una orden!
- Está bien. Esta vez lloraremos los dos juntos para que vea que sé acompañar en el sentimiento...
 
Garbayo volvió a poner en funcionamiento el aparato de radio. Ahora le tocaba el turno a José Luis Perales...
 
- Mirándote a los ojos juraría que tienes algo nuevo que contarme. Empieza ya mujer no tengas miedo, quizá para mañana sea tarde, quizá para mañana sea tarde. ¿Y Cómo es él? ¿En qué lugar se enamoró de ti? ¿De dónde es? ¿A qué dedica el tiempo libre? Pregúntale, ¿Por qué ha robado un trozo de mi vida? Es un ladrón, que me ha robado todo. ¿Y cómo es él? ¿En qué lugar se enamoró de ti? ¿De dónde es? ¿A qué dedica el tiempo libre? Pregúntale, ¿Por qué ha robado un trozo de mi vida? Es un ladrón que me ha robado todo. Arréglate mujer se te hace tarde y llévate el paraguas por si llueve. Él te estará esperando para amarte y yo estaré celoso de perderte. Y abrígate, te sienta bien ese vestido gris. Sonríele, que no sospeche que has llorado. Y déjame que vaya preparando mi equipaje. Perdóname si te hago otra pregunta. ¿Y cómo es él? ¿En qué lugar se enamoró de ti? ¿De dónde es? ¿A qué dedica el tiempo libre? Pregúntale, ¿Por qué ha robado un trozo de mi vida? Es un ladrón que me ha robado todo.  
- ¡Apaga ese cacharro ya, Garbayo!
- Está bien, Jefe. Seguiremos el camino los dos llorando en silencio.
- No necesito el silencio... ya no tengo en quién pensar...
- Es que no sé que decirle, Jefe...
- Cuéntame algo de tu vida que merezca la pena ser incluído en tu currículo.
- ¡Jajajá! Está bien, Jefe. Le puedo contar que una noche cualquiera, de un frío invierno, me fui a pelear contra una estatua en la Universidad de Madrid.
- ¡Jajajá! ¿Eso es verdad o te lo estás inventando para hacerme reír?
- Es una pura verdad.
- ¡Jajajá! ¿Y quién venció de los dos?
- La dejé noqueada de un solo derechazo y se me pasó el dolor.
- ¿De verdad dejaste noqueada a una estatua de un derechazo y se te pasó el dolor?
- Tal como se lo estoy contando y tal como usted lo está escuchando.  
- ¿Cómo pudiste conseguir tal hazaña?
- Tengo mis propios trucos, Jefe.
- ¿Algún chiste?
- Eso es. Cuento chistes para no pensar demasiado mientras a los tipos duros les dejo pensando más de la cuenta y como la cuenta sólo llega hasta diez pues los noqueo antes de que les dé tiempo a reaccionar. No me resisten ni un solo asalto.
- ¿Y qué pasó con la estatua?
- Que hasta le hice un poema para la posteridad.
- ¡Jajajá! ¿También eso es cierto? 
- Sólo le puedo decir lo siguiente: Cuando tú te hayas ido te responderá la blanca paloma y el navío que surca el poderío de la marítima aroma. Y tú, estatua de armiño, que estás callada a mi lado, cuando yo me haya ido sólo serás mi pasado. ¡Y pasó! ¡Le juro que pasó! Asi que anímese, Jefe. 
- Es que no tengo ánimo alguno...
- Vamos a ver, Jefe. ¿Quién es ese donjuan?
- Ya no tiene importancia alguna, Garbayo. Solamente es un pelagatos.
- ¿Quiere usted que nos riamos a carcajada limpia de ese tal pelagatos?
- De verdad que ya no tiene importancia.
- Insisto en que nos riamos a carcajadas. Espere un momento y escuche...
 
Garbayo volvió a encender el aparato radiofónico. Le tocaba el turno a Pedro Infante...
 
- Entre copa y copa se acaba mi vida llorando borracho tu pérfido amor que negros recuerdos me traen tus mentiras como cuesta lágrimas una traicion. Traigo penas en el alma que no las mata el licor en cambio ellas si me matan cuanto más borracho estoy. Quiera Dios que a ti te paguen con una traición igual para que cuando te emborraches tú sepas lo que es llorar. Solo por quererte dejé yo mi casa dejé padre y madre por seguirte a ti solo por tu culpa me hundí en la desgracia ni el cielo ni nadie se apiadan de mí. Traigo penas en el alma que no las mata el licor en cambio ellas si me matan cuanto más borracho estoy. Quiera Dios que a ti te paguen con una traición igual para que cuando te emborraches tú sepas lo que es llorar. Quiera Dios que a ti te paguen con una traición igual para que cuando te emborraches tú sepas lo que es llorar. Quiera Dios que a ti te paguen con una triación igual para que cuando te emborraches tú sepas lo que es llorar. 
 
Garbayo apagó de nuevo el aparato radiofónico. 
 
- Ríase un poco, Jefe.
- Jajajajajá.
- ¡No, Jefe! ¡Así no! Observe cómo lo hago yo. ¡Jajajajajá! ¡¡Jajajajajá!! ¡¡¡Jajajajajá!!!
- ¿Como un loco, Garbayo?
- Como un loco, Jefe. 
- ¡Jajajajajá! ¡¡Jajajajajá!! ¡¡¡Jajajajajá!!!
 
Una vez acabadas las carcajadas...
 
- Ya estamos llegando, Jefe. Estamos en Alcantarilla, así que haga el favor de detener al coche.
- ¿Detener al coche? Pero si el coche es inocente...
- ¡Jajajajajá! Eso de que el coche es inocente tendría que demostrarlo como lo demostramos todos los demás, pero como no tenemos tiempo de investigar si el coche es inocente o no es inocente, le pido con todos mis respetos que lo detenga.
- ¿Pero se puede saber por qué tengo que detenerle?
- Para brindar los dos.
- ¿Con un par de copas?
- Eso es. Con un par de copas pero dejando que yo elija lo que vamos a beber.
- Está bien, Garbayo... pero que sea fuerte...
- Será lo más fuerte que usted se imagina.
- Ten en cuenta que yo no soy un bebedor.
- Ni yo tampoco. Pero un día es un día y como estamos con lo de España...
- ¿Qué pasa con lo de España?
- ¡Menuda historia la de España, Jefe, menuda historia! Menos mal que existe el Banco.
- ¿El Banco?
- Si el Banco de Datos para poder comprobar ciertas acciones.
- Nunca me he divertido tanto en toda mi vida profesional, Garbayo. Vamos a por esas dos copas.
 
El Jefe dirigió su automóvil hacia el pueblo de Alcantarilla y lo aparcó ante la puerta de El Cepo.
 
- ¿Te parece bien esto del cepo?
- Muy bien, Jefe. Nos conformaremos con el cepo y esperemos no tropezarnos con algún ceporro que otro. 
- Yo pienso que somos dos inocentes, Garbayo.
- Eso está totalmente comprobado. Somos dos inocentes pero estamos vivos.
- A veces es difícil comprenderte...
- Es que veo demasiado cine y luego pasa lo que pasa...
- ¡Jajajá! No lo entiendo pero supongo que lo dirás por algo...
- Vamos para dentro, Jefe. Es mejor brindar.
 
Una vez dentro de El Cepo se les acercó un camarero.
 
- Sírvanos un par de copas, camarero.
- ¿Qué es lo que quieren beber ustedes dos?
- Se le olvida lo de caballeros.
- ¡Perdonen, caballeros!
- Que le perdone Dios si Dios está dispuesto a perdonarle... pero haga usted el favor de servirnos dos copas de agua...
- ¡Caballero! ¡El agua es gratis!
- Pero yo voy a pagar dos pesetas. Una peseta por la copa del Jefe y otra peseta por mi copa. ¿Lo ha entendido bien?
- ¿No van a beber nada más?
- ¿Quiere usted beber algo más, Jefe?
- Ni una sola gota más.
- Ya ha escuchado a la autoridad. Tome estas dos pesetas y sírvanos dos vasos de agua de la fuente. Si no lo hace tanto el Jefe como yo estamos dispuestos a llevarle a juicio por inducirnos a la borrachera.
 
El camarero tembló visiblemente...
 
- ¿De la fuente?
- Sí. Y no me estoy refiriendo a la Fuente del Avellano porque es propiedad privada de Don Antonio Molina y sus sucesores incluyendo a Ángela por supuesto no vaya a ser que luego pase lo que siempre pasa con el asunto de las herencias. 
- ¿Qué pasa con el asunto de las herencias, Garbayo? 
- Si yo le contara o contase o si yo le narrara o narrase o si yo relatara o relatase...
 
El camarero debió de pensar que aquellos dos policías estaban locos de remate... así que tomó las dos pesetas, se dirigió hacia el grifo y volvió con dos copas llenas de agua apartándose rápidamente de allí.
 
- Y ahora, Jefe... dígame ya cómo se llama ese cabrón.
- Fulano.
- ¿Y qué más?
- Fulano Mengano de Zutano y Perengano.
- ¡Jajajajajá! ¿Se ha dado cuenta de que todo termina en ano?
- ¡Jajajajajá! ¡Entonces que le den por el ano al menda!
- ¡Eso es, Jefe!
- ¿Por qué estamos haciendo todo esto, Garbayo?
- Se llama risoterapia. En lugar de ponernos a hacer lo que hacen esos absurdos de la meditación transcendental, que siempre están algo así como amodorrados, nosotros profundizamos en nuestas mentes riendo a carcajadas. Es mucho mejor que salir con todos los huesos destruídos por culpa de esas posturas del yoga y otras tonterías del mismo estilo.
- Contigo se me pasan todas las tristezas, Garbayo. ¿Cómo consigues hacerlo?
- Le repito que contando chistes.
- Está bien. Brindemos.
 
Los dos policías brindaron con sus copas llenas de agua del grifo de El Cepo.
 
- No olvide usted nunca, Jefe, que tengo que hacerle saber que me siento muy lejos de aquí.
- Pero si estamos sentados alrededor de la misma mesa...
- No es eso, Jefe. Yo diría que hay algo que nos une más que una simple mesa de bar.
- ¿Haber perdido alguna vez?
- Eso es. Usted me entiende cada vez mejor. Resulta que es como si nos hubiésemo criado juntos durante toda la vida.
- Tenemos que seguir adelante, Garbayo.
- Ese es mi lema. Seguir adelante con el corazón en bandolera. ¿Recuerda usted esa canción de Adamo?
- Me la sé toda entera.
- ¿Le da vergüenza cantarla delante de todos los presentes aunque pueda haber algún ceporro que otro que intente hacerle callar para que no llueva?
- Contigo de maestro de ceremonias no me da vergüenza cantarla delante de todos los presentes ni delante de todos los ausentes sean ceporros o no sean ceporros aunque intenten evitar que cante para que no llueva.
 
- ¿Y si son ceporros fumando porros?
- Deja ahora la poesía de lado, Garbayo.  
- Pues cante, Jefe, cante...
 
El Jefe se puso de pie...
 
- Con mi ilusión castillos levanté. Los vi caer, perdí la fe. Me desengañé porque en el mundo nunca tanta farsa imaginé. Yo que en ella creí porque siempre fui con mi corazón en bandolera. Crecí después, veinte años yo cumplí y a un hombre cruel decirle oí. Lucha contra el mundo en esta vida porque el mundo lucha contra ti. Después ocurrió que ya no iba yo con mi corazón en bandolera. Vi que de cierta canalla me debo apartar que una sombría muralla tendré que salvar. Y la salvaré con tu inmenso amor que me reconcilia con el mundo. Siempre soñé tu rostro juvenil y tu reír casi infantil en los que forjaba el universo donde mis castillos levanté.  Por que te encontré volveré a vivir  con mi corazón en bandolera.
 
Ante el asombro de todos los presentes, el Jefe se volvió a sentar.
 
- Después todo termina igual, Jefe.
- ¿A qué te refieres, Garbayo?
- Me estoy refiriendo a todos esos tipos del ano.
- ¡Jajajajajá! ¡No sigas porque lo he entendido todo! ¡No me hagas reír más, por favor!
- ¿Es una orden?
- ¡Es una orden!
- Entonces le tengo que contar que algo sucedió en mi adolescencia...
- ¿Rompiste los cristales de algún seminario?
- No es eso. Lo que me sucedió es que conocí el amor platónico.
- ¿En algún club tal vez?
- Pues no. Todavía no. La primera vez fue en la clase.
- ¿A qué clase te estás refiriendo?
- Yo no entiendo nada de todas esas clases sociales de la que tanto hablan los comunistas llenándose la boca de estofados de faisán. ¿Me está comprendiendo?
- ¿Te refieres a otro tipo de clases?
- Yo sólo tenía unos 14 años de edad y ella unos 25 pero estaba muy buena.
- ¡Ostras, Pedrín!
- Lo que sucede, Jefe, es que me pilló leyendo "Lecciones de buen amor" de Jacinto Benavente.
- Y te castigó...
- No. Me acarició dulce y suavemente y me quedé soñando...
- ¿Y qué pasó después?
- Amor y pedagogía, Jefe. Tal como lo dejó escrito Miguel de Unamuno.
- Pero... ¿tú cuándo empezaste?...
- Recuerdo que a mis 7 años de edad...
- ¡Basta, basta, Garbayo! ¡Estoy empezando a volverme loco si es que ya no estoy loco del todo! ¿A los 7 años de edad?
- Pues sí, Jefe. Recuerdo que a mis 7 años de edad...
- ¡Que no me cuentes nada más porque me lo estoy creyendo de verdad, Garbayo!
- Es que resulta que es verdad.
- No me lo puedo creer...
- ¿Ahora resulta que es usted de esos escépticos que no creen nada más que lo que ven más allá de sus narices?
- No soy escéptico.  
- ¿Entonces de qué hablamos que sea interesante?
- ¡Era un maricón, Garbayo!
- Pero Jefe...
- ¡No! ¡No te confundas ahora conmigo! ¡El maricón no era yo sino el verdulero ese de los amores libres!
- ¿Y usted cree que es digno de que pierda minutos de su vida pensando en él?
- ¿Qué hago para olvidarlo, Garbayo?
- Estamos en el día de hoy. ¿No es cierto?
- Sí. En el día en que fracasó Tejero.
- Pues entonces viva en el día de hoy.
- ¿Y ya está?
- Ya está.
- ¡A por Santiago, Garbayo! ¡A por Santiago!
- Tranquilo, Jefe, tranquilo. Deje que yo me encargue de la parte más dura.
- ¡De eso nada, Garbayo! ¡La parte más dura me corresponde a mí! ¿Qué ideología tienes, amigo?
- ¡Jajajajajá! No me haga reír, Jefe.
- ¿Te ríes de las ideologías, Garbayo?
- Te todas juntas, Jefe.
- ¡Entonces te juro por las barbas de Marx que yo atrapo a ese tal Santiago!
- A decir verdad me producen tristezas pero me da por reír. La mejor Revolución que existe es tomarse a risa lo que todos llaman La Causa. Toda la Revolución verdadera comienza por partirse de risa de todas las causas habidas o por haber.
- ¿Tanto has vivido, Garbayo?
- Me parece muy poco todavía... así que no pienso...
- ¿Hablas sin pensar lo que dices?
- Me ahorro esa pérdida de tiempo. Es la mejor manera de decir lo que de verdad sientes y no como ellos. ¿Ha visto usted alguna vez matar a gorrioncillos inocentes?
- Muchas veces, Garbayo, muchas veces...
- Pues eso yo no lo puedo entender jamás.
 
El Jefe prefirió no entristecer la reunión.
 
- Así que jugaste al fútbol con las chapas...
- Pues va a ser que sí. Y mi equipo favorito era el Real Club Deportivo Español de Barcelona.
- ¿Pero no me dijiste el mismo día en que nos conocimos, cuándo te estuve haciendo la entrevista para ver si servías para policía, que eras un seguidor acérrimo del Atlético de Bilbao?
- Eso es cierto. Pero una cosa es la realidad y otra cosa es el juego, aunque al jugar también estamos construyendo una realidad.
- Pues no lo entiendo...
- Fue para no discutir...
- ¿Otro envidioso más?
- Si era envidioso o no era envidioso no me importa saberlo y no me ha importado saberlo nunca. Pero no tenía yo ganas de discutir como irracionales por culpa de las chapas.
- Era de esos que siempre quieren ganar haciendo trampas por supuesto...
- De eso mismo le estoy hablando, Jefe.
- Hay muchos locos en el mundo, Garbayo.
- Ya.
- El mundo es una casa de locos, Garbayo.
- Ya.
- Y en la casa de los locos los más locos son los más envidiosos.
- Ya.
- Aunque ante los demás parezcan muy cuerdos.
- Ya.
- Unos se crean la fama y otros cardan la lana.
- Ya.
- ¿Pero es que no sabes decir otra cosa nada más que ya?
- Ya es hora de seguir.
 
Los dos policías abandonaron El Cepo y, subiendo en el automóvil, siguieron su camino hacia Alto Real sin haber tenido que detener a ningún ceporro con porro o sin porro.  
 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Novela.

Palabras Clave: Literatura Prosa Novela Relatos Narrativa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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