Carta roja en Catarroja (Novela) -Captulo 7-
Publicado en Nov 13, 2015
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Veinte minutos más tarde, el Jefe y el teniente Garbayo llegaron a la calle Ricote de Alto Real. 
 
- ¡Ostras, Pedrín! ¡Este tiparraco será todo lo líder comunista que quiera ser pero vive de puta madre!
- Todos los comunistas que conozco viven así, Jefe. Estos tiparracos, como los llama usted, deben de ganar en un mes más de lo que gana un campeón mundial de rallys en un año. 
- ¿Lo dices por Carlos?
- Sí. 
- No es campeón del mundo sino bicampeón. 
- Pero el ejemplo es el ejemplo.
- Y has puesto un ejemplo muy bueno. ¡Cuánta cantidad de Carlos, seguidores acérrimos de Carlos, viven de puta madre como pequeño burgueses pero hablando del proletariado! Estoy seguro de que este señor don Santiago vive como un maharajá. 
- Yo diría que vive como un sátrapa. 
- ¡Pues vamos ya a por él, Garbayo!
 
Santiago Solar De Gijón respondió por el telefonillo.
 
- ¿Quién es usted para molestarme a estas horas de la tarde?
- ¡Somos dos! 
- ¿Y qué buscan ustedes dos en mi casa?
- ¡De momento no buscamos nada de nada pero a lo mejor tenemos suerte y por eso hemos venido a hacerle una visita!
- ¡No atiendo visitas a estas horas! ¡Acudan ustedes mañana a mi oficina privada!
- ¡Ostras, Pedrín! ¿Defiende usted a muerte lo de la propiedad pública pero tiene usted una oficina privada? ¿Puede explicarnos esa paradoja?
- ¡Váyanse ustedes dos a hacer puñetas! 
- ¡Espere! ¡Espere usted un momento, don Santiago y cierra España!
- ¿Se están ustedes riendo de mí? ¿Qué puñetas tengo yo que esperar y a qué santo y seña viene eso de Santiago y cierra España? ¡Si no se van ya mismo aviso a la policía!
- ¡Yo soy Jefe de Policía y me acompaña el teninte Garbayo, así que deje ya todo eso de que nos vayamos a hacer puñetas porque es un oficio que ya hace muchos años que ha desaparecido por todo esto de la modernidad industrial! ¡Vaya usted a asustar a los niños que, al parecer, debe dársele muy bien, y por su bien ya que hablamos de bien le recomiendo que abra la puerta! 
- Esto... bueno... esperen unos segundos... pero que no sirva de precedente...
- Me parece que este tipo está mal de la cabeza, Garbayo.
- A lo mejor es que a su edad es tan lúcido que nadie puede ya entenderle de lo sabio que debe ser.
- ¡Si dentro de unos segundos no nos abre la puerta de su casa, señor sabihondo como dice el pueblo llano, se pondrá la cosa mucho más fea de lo que ya está! ¡Al parecer usted no cree en nada pero a la hora de la verdad parece ser que usted se lo cree demasiado! ¡Queremos poder enterarnos si usted se lo cree o no se lo cree!
- ¿Es que... es que... es que sucede algo malo... Jefe?
- ¡Sucede que no sucede pero puede suceder!
- ¿Entonces por qué vienen a mi casa?
- ¡Sólo venimos para conocernos un poco mejor! ¡Nos gustan las personas de buen ver pero, a pesar de lo muy feo que es usted, queremos desarrollar la amistad con toda la gentuza... esto... no... quiero decir con toda la gente... para demostrar que somos normales!
- ¿Es una visita de cortesía?
- ¡Puede usted pensar lo que quiera, señor librepensador, pero nosotros venimos en son de paz; así que la hoz y el martillo se los mete en el calzoncillo! ¡Resulta que el teniente Garbayo me ha enseñado a hablar con poesía! 
- Yo creo que ustedes se están burlando...
- ¿Por lo de la hoz y el martillo metidos en el calzoncillo?
- Dudo que ustedes sean policías.
- ¡No sea usted infantil y abra la puerta! ¡No somos Mortadelo y Filemón sino el Jefe y el Campeón!
- ¡Se está usted cachondeando!
- ¡Pues se equivoca! ¡O abre usted o abrimos nosotros! ¡Sabemos abrir hasta latas de sardinas cuando es necesario hacerlo porque el hambre lo pide!
 
Viendo que el asunto se estaba poniendo serio, Santiago Solar De Gijón abrió la puerta y se encontró, cara a cara, con el Jefe y el teniente Garbayo. 
 
- Perdonen lo del pijama pero es que me iba a meter ya en la cama. 
- ¿Es usted también poeta? ¡Caramba! ¡Parece que la poesía se está poniendo al día! 
- Dense prisa que tengo sueño. 
- Es muy pronto para dormir, pero cada uno puede vestir como le dé la gana, don Santiago. Quizás es que usted tiene la conciencia muy tranquila. Algo así como la de Tranquilino.
- ¡Jajajajajá! No se preocupe de momento señor Solar. El teniente Garbayo se está refiriendo a Tranquilino Sandalio, notable sabio naturalista, geógrafo, agrimensor, agrónomo, periodista y ensayista cubano de cuando en Cuba se podía vivir algo interesante y no existía la castración del pensamiento. ¿Entiende usted el chiste o se lo tengo que explicar? ¿Qué le parece mi teniente?
 
Santiago Solar De Gijón se quedó pasmado mientras los dos policías entraron ya en la vivienda. 
 
- Menos mal que usted sí me comprende, Jefe.
- Espero que don Santiago llegue a comprenderle también.  
 
Los dos policías pasaron a la lujosa sala y se sentaron en un sofá mientras don Santiago se sentaba, frente a ellos, en un sillón. 
 
- ¿Les gusta el ponche?
- Para el teniente y para mí que sea Caballero...
- ¿Hay alguna razón especial para ello?
- La razón que tenemos no es especial que yo sepa.
- No le entiendo del todo bien. 
- Lo especial nunca sale de la razón sino del corazón. Me parece que hay demasiados prejuicios contra los policías. 
- ¡Muy bueno, Garbayo! Eso mismo es lo que iba a decir yo. 
- Me extraña mucho encontrarme con dos policías que saben filosofar. 
- Hablando de eso... ¿cuál es su filosofía particular, don Santiago?...
- Digamos que, por ejemplo, me gusta ser hedonista, teniente.
- No se preocupe usted tanto porque yo sea teniente. Me puede llamar Garbayo y no me sentiré ofendido por eso ya que ha de saber usted que no ofende quien quiere sino quien puede y usted ya está demasiado maduro para ofender a alguien mucho más joven que usted. ¿Le gusta a usted lo de maduro? 
- Eso lo dejo para el futuro. 
- Bien, bien, bien y bien. Si usted también se siente joven podemos llegar a entendernos. ¿Cuando usted se refería a ser hedonista se estaba refiriendo al placer por el placer?
- Eso quise decir, teniente. 
- ¿Es usted seguidor de la doctrina que proclama como fin supremo de la vida conseguir toda clase de placeres?
- ¿Tiene algo de malo ser así?
- Nada malo hay en ello pero... ¿qué sucede cuando el placer se vive a costa de la ignorancia de los demás?...
- Supongo que eso se llama egolatría. 
- ¿Es usted ególatra, señor Solar? 
- ¿Qué entiende usted por egolatría, teniente?
- Un inmoderado, inmoral y excesivo amor que se tiene sobre sí mismo y que le hace atender desmedidamente a su propio interés sin tener para nada en cuenta el interés de los demás. En términos más sencillos y comprensibles se llama egoísmo caiga quien caiga.
 
Santiago Solar De Gijón prefirió cambiar de tema ya que se estaba liando demasiado...
 
- ¡Un minuto, señores! ¡Voy a servirles los ponches!
 
Poco después ya estaban servidos... 
 
- Y bien, don Santiago... ¿podría responder ya a mi pregunta?...
- Procuro vivir bien...
- ¿A costa de los demás o por su propio mérito?
- Escuche, teniente... es usted demasiado joven... 
- ¿Demasiado joven para comprender y entender lo que es la vida humana?
- Eso quiero decir. 
- ¡Un momento, don Santiago! ¡Usted puede ser todo lo viejo zorro que quiera serlo, pero mi teniente Garbayo no es precisamente un pardillo! 
- Gracias, Jefe. Le debo otra.
- Yo no quise decir que su teniente Garbayo fuese un pardillo...
- ¿Puede entonces explicarme a mí lo que quiso usted decir sobre Garbayo?
- No lo conozco lo suficiente. 
- ¿Entonces por qué hace usted juicios sobre alguien al que no conoce lo suficiente? El teniente Garbayo le podría dar verdaderas lecciones magistrales sobre el tema de los buenos comportamientos humanos. 
- Podría ser... pero como es tan joven todavía...
- ¿Es usted comunista, don Santiago?
 
La pregunta repentina de Garbayo dejó, por unos segundos, en silencio a Santiago quien, sin embargo, pudo reaccionar a tiempo. 
 
- ¿Es ilegal estar afiliado al Partido Comunista de España?
- No. Lo que es ilegal es el crimen organizado por parte de quien sea incluyendo en ese quien sea a los comunistas. 
- ¡No sé de qué me está usted hablando, Jefe!
- ¿Podría explicarnos lo que es una CAM?
- ¡Usted se confunde conmigo, teniente Garbayo! ¡Yo no tengo nada que ver con la Caja de Ahorros de Murcia! ¡Ni tan siquiera tengo una simple libreta de ahorros en esa entidad bancaria!  
- ¿Se ha enterado ya de la noticia del día?
- ¿Cuál de ellas?
- Lo de la Dolores lo dejaremos para más tarde. Me estoy refiriendo a que en Madrid se ha abortado el intento de golpe de estado liderado por Tejero. Al parecer en Valencia pasan cosas muy extrañas. 
 
A Santiago Solar De Gijón le sorprendió aquel cambio de tema tan inesperado y esperó otros varios segundos para responder mientras temblaba ligeramente...
 
- Ya estoy enterado. No me sorprende para nada esa noticia. 
- ¿De verdad que no le sorprende para nada esa noticia?
- Pues no. Peores cosas he visto yo en la vida.
- ¿Puedo saber entonces por qué le ha temblado el pulso?
- ¡Es usted muy observador, teniente!
- ¿Me quiere enseñar a no serlo?
- Tenga usted en cuenta, teniente, que yo ya soy una persona muy mayor de edad. 
- Lo tengo en cuenta. ¿Usted cree que se ha acabado el conflicto?
- Supongo que sí. Supongo que ya no hay conflicto. 
- ¿Qué sabe usted de la muerte de un tal Alexis?
 
Otra vez le tembló el pulso a Santiago...
 
- No recuerdo...
- ¿Cómo es eso de que no recuerda cuando todo el mundo sabe que tiene usted una memoria de elefante y perdone el ejemplo pero le veo bastanta trompudo?
- Jejeje. 
- No interrumpa, Jefe, por favor. Sucedió hace un par de meses en un callejón sin salida de la ciudad de Valencia, entra mierda y basura.
- ¡Ah, ya! ¡Creo que fue un sujeto al que acribillaron a balazos! 
- ¿Tiene usted alguna hipótesis sobre cómo pudo suceder ese asunto?
- Ni soy policía ni soy investigador y, por lo tanto, no me interesa para nada esa noticia. 
- ¿Es usted comunista y no le interesa para nada lo que le sucede a los demás? ¿Dónde queda entonces eso de queridos camaradas y lo de el pueblo unido jamás será vencido?  
- Esto... yo... pues... 
- Le voy a intentar contestar yo mismo para no hacerle pensar demasiado, don Santiago. ¿Quizás el punto más exacto de todos los marxismos pasa por ser una prostitución de la libertad que cuando se pone al rojo vivo significa sálvese quien pueda y si te he visto ya no me acuerdo, camarada?
 
Ahora sí. Ahora Santiago no pudo encajar el golpe...
 
- ¡Caramba! ¡Es usted demasiado directo, Garbayo!
- Bien. Parece que me está usted tomando confianza. 
- ¡Perdón! Quise decir teniente...
- ¿Lo dice por lo de la prostitución o lo dice por lo de la libertad? 
- No le entiendo bien del todo...
- Lo que quiero que usted me explique es la razón por la cual los marxistas prostituyen a la marxistas y viceversa. ¿Quizás forma parte de un rito para iniciados que hay que celebrar para serlo? De momento le aconsejo que no responda a esta pregunta, señor don Santiago. Quizás luego será interesante saberlo. 
- Es usted muy intuitivo, teniente. ¿Dónde ha aprendido a serlo?
- En los ojos de los seres humanos. Aprendo a saber quiénes tienen miedo y callan y quienes no tienen miedo y hablan. También aprendo a saber quiénes hablan mucho para no decir nada y quiénes hablan poco para decirlo todo.
- Menos mal que me deja usted respirar, teniente... porque no sabía qué responder... 
- No se preocupe usted por eso porque más tarde tendrá ocasión de hacerlo y espero que se luzca con su famosa oratoria. 
- ¿Cómo dice usted, teniente?
- ¿Le gusta o no le gusta hacerlo?
- ¡Por favor, caballero!
- No le estoy preguntando lo que está usted pensando.
- Entonces no sé a lo que se refiere. 
- Veremos si después usted recuerda lo suficiente y todos lo vemos totalmente claro. 
- No sé a dónde quiere usted ir...
- Pues resulta que yo sí lo sé pero prefiero guardar silencio porque es un asunto para dos y no estoy hablando precisamente de nosotros, don Santiago. Después ya comprobaré por mí mismo si voy por el camino adecuado o me estoy equivocando. ¿Y ahora qué quiere usted que le pregunte? Soy de los que se ponen al servicio del consumidor. 
- Le estabas preguntando por un tal Alexis, Garbayo. 
- Gracias, Jefe. Anótese otro punto más. Bien. Tiene usted, don Santiago, muy buen memoria a pesar de la gran edad a la que ha llegado. Usted afirma que no tiene ninguna hipótesis sobre el crimen cometido con Alexis. ¿Qué pensaría entonces si la víctima hubiese sido uno de sus seres más queridos?
- Depende de cuánto fuese querido y depende de hasta dónde alcanzase su pérdida. 
- ¿A qué se refiere?
- A la pérdida de ganancias personales; pero no es un tema que me guste hablar con nadie. 
- ¿No le gusta hablar de millones de dólares?
 
Ahora Santiago tembló mucho más visiblemente...
 
- Esto... la materia... 
- No se efuerce tanto porque me lo sé. La materia no se destruye sino que se transforma. 
- Prefiero no hablar de materia... 
- ¿Aunque sea monetaria?
- ¡Es usted demasiado curioso, teniente Garbayo! 
- Perdóneme, señor cartero... pero es que como soy tan joven resulta que tengo todavía muchísimo que aprender de personas que, como usted, tienen tantísimo que enseñar...
- No sé qué decirle, señor teniente.
- Escuche, señor cartero. Lenin dijo que los hombres han sido, siempre, víctimas necias del engaño y Stalin añadió que la educación es un arma. ¿Qué me puede decir de ambas frases comunistas?  
- Me ha pillado en fuera de juego, señor teniente.
- Eso pasa por jugar demasiado adelantado, señor cartero.  
 
Santiago Solar De Gijón se quedó repentinamente mudo...
 
- Está bien, don Santiago. ¿Usted cree que es bueno utilizar la razón para triunfar mintiendo?
- ¡Eso no es cierto, teniente!
- Ya veo que las verdades duelen. 
- ¡Es que no es verdad! 
- ¿Entonces qué son los eufemismos ideológicos?
- Como buen marxista que soy, creo que la ideología sirve para el bien de los hombres. 
- ¿Y deja usted fuera a las mujeres?
- Esto... caramba... no había pensado yo en eso... 
- Por ahora dejemos a un lado el asunto de las mujeres porque después tendremos tiempo para hablar de ellas ya que ustedes, los marxistas, tienen tanto miedo que les produce pánico tenerlas a su lado. ¿La ideología marxista es de carácter universal?
- ¡Claro que es de carácter universal!
- ¿Está usted seguro de lo que dice?
- Totalmente seguro. 
- ¿Qué es para ustedes, los marxistas, un carácter universal?
- Esto... ejem... ejem... ejem... 
- Parece que le ha dado a usted un golpe de tos. ¿Puede ya contestar o se lo pregunto de otra manera?
- Quiere decir que... bueno... digamos que solamente mundial...
- O sea, la panacea que el mundo necesita. ¿Es eso?
- ¿Qué es para usted la panacea, teniente?
- Pues según lo que dicen ustedes, y me refiero solamente a lo que dicen ustedes, la panacea es la solución de todos los problemas de los hombres aunque de las mujeres no dicen nada. O sea, que una cosa es lo que ustedes dicen y otra cosa es lo que ustedes hacen. ¿Verdadero o falso?
- Esto... me he vuelto a quedar fuera de juego...
- ¿Se ha vuelto usted a quedar fuera de juego o es que ya no le gusta jugar conmigo?
- Perdóneme, teniente. 
- ¿Por decir que soy todavía demasiado joven para comprenderlo?
- No. Por lo de pardillo.
- ¿De verdad que ya no soy un pardillo?
- Pues no. En principio parece que sí pero luego se ve que no. 
- No se preocupe tanto, don Santiago. Eso lo hacen ustedes siempre. En principio parece que sí, que son la panacea para todos los hombres aunque dejan de lado a las mujeres, pero luego se descubre que no es lo mismo predicar que dar trigo. 
- Esto... sigo fuera de juego... 
- ¿Hablamos entonces de la justicia social? ¿Es esa La Causa que tanto pregonan ustedes a los cuatro vientos?
- Es un tema muy delicado...
- Ya veo que es usted un hombre muy delicado, don Santiago.
- Hablando de delicadezas, teniente... ¿no les apetece a ustedes dos probar un jamón de los que tengo yo para las ocasiones extraordinarias?... 
- ¿Es cierto que tiene usted jamones?
- Es cierto, Jefe. ¿Les apetece o no les apetece?
- Vale. 
 
Santiago Solar De Gijón respiró profundamente, se levantó del sillón, salió hacia la cocina y volvió con unas espectaculares lonchas de jamón. 
 
- ¡Buen jamón de Jabugo el que nos está sirviendo, caballero! ¿O tengo que decir largo caballero tal vez para compensar lo social con lo histórico?
- Es mejor que de eso hablemos otro día, Jefe. 
- ¿No sabe usted lo que es compensar, largo caballero?
- No se lo tome a broma, teniente. 
- ¿No puedo tomarme a broma lo de compensar?
- Es que no es bueno recordar tanto...
- ¿Y para evitar que recordemos tanto lo de compensar lo que quiere usted hacer es recompensarnos?
- Esto... es que... la convivencia... 
- La convivencia contiene muchas putadas. ¿O no es verdad, largo caballero?
- Deje, Jefe, deje que hable yo en estos momentos. 
- Preferiría que hablásemos en serio y sin ironías ni sarcasmos. 
- ¿Y dejar de entendernos a través de la cultura? ¡Dios mío, don Santiago, usted me decepciona cada vez más! 
- Procuro no decepcionar a nadie... 
- ¿No son ustedes promotores de la gran cultura?
- Lo cultural es propio de personas muy especiales. 
- Ya. ¿Quiere usted decir que la alta cultura es para los altos cargos?
- Siempre ha habido diferencias y siempre las habrá, teniente. 
- Pues no es eso lo que dicen sus canciones. 
- Esto... mejor bebamos nuestros ponches mientras comemos jamón y lo dejamos para otro día... 
- Pues ya que no quiere usted hablar de la alta cultura, de la cual me parece que usted carece del todo, juguemos a otra cosa más interesante. ¿Analizamos, entre usted y yo a manera de un mano a mano, La Internacional?
- ¡Eso es un sacrilegio!
- ¿Usted no cree en Dios y sin embargo cree en los sacrilegios, don Santiago? ¿Cómo puede explicarme esa incoherencia mental?
- No... no... esto... quise decir sacrificio...
- ¿Para quién o para quiénes es un sacrificio analizar el contenido de La Internacional?
- Es que el contexto es el contexto y... esto... bueno... que el contexto no puede salirse del texto... porque el texto sin el contexto pues... esto... 
- ¿Se le ha subido el ponche a la cabeza, señor don Santiago Solar De Gijón?
- Me parece que sí... 
- Pues entonces juguemos a analizar el contexto o el texto o el pretexto de La Internacional ya que, según yo creo, es un excelente remedio para su cabeza ya que tiene usted tanta que le llaman cabeza roja como el pimentón que le regalaba mi padre a mi madre cuando yo solamente era un niño. ¿Es usted o no es usted cabeza roja?
- Me está doliendo un poco...
- ¿La cabeza?
- No. Que usted nos critique tanto. 
- ¿Pero no son ustedes partidarios de la crítica social? Según sus principios básicos la crítica social siempre es muy necesaria. ¿Tienen ustedes prejuicios?
- No. No tenemos prejuicios. 
- ¿Entonces por qué rechazan la crítica social que se hace desde fuera de su control? ¿Me está entendiendo bien? 
- No sé que decirle, teniente. 
- ¿Pero no es usted conocido como "el piquito de oro", pájaro?
- Usted me desborda y no me deja pensar... 
- ¿Se lo va a decir a su mamá?
- ¡Jajajajajá! No intervenga, Jefe, que todavía estoy toreando yo.
- Podemos hacer cualquier cosa menos analizar La Internacional, teniente.
- ¿Por qué, don Santiago? 
- Un himno es un himno y hay que respetarlo. 
- ¿Y entonces por qué no respetan ustedes el himno nacional de España? 
- Me acaba de pillar usted otra vez a la contra. 
- ¿Qué quiere decir con eso, don Santiago? 
- Que no tengo apoyo suficiente. 
- ¿Quiere decir que se ha quedado usted en calzoncillos?
- ¡Jajajajajá! ¡Muy bueno, Garbayo! 
- Jefe... un poco de respeto para La Internacional, por favor... 
- Está bien, Garbayo. Hagamos lo que ellos no hacen nunca.
- ¿Qué me estaba diciendo, señor don Santiago?
- Que no sé cómo reaccionar. 
- ¿Es que para analizar el contexto, el texto y el pretexto de La Internacional tiene usted que tener el apoyo de alguien de esos del blablabá de las universidades para engañar a las personas ingenuas?
- Que yo sepa... 
- Pues ya que usted lo sabe todo ha llegado la hora de hacerlo. 
- Está bien, teniente, otra vez me ha vencido. Hagamos dicho análisis. 
- Antes de hacerlo le recuerdo que los psiquiatras se están poniendo de moda.
- ¿Es que nos estamos volviendo locos del todo?
- Al parecer algunos de ustedes ya lo están. A los demás quizás nos salve Dios. 
- ¡Teniente!
- No se desgañite usted tanto, don Santiago, porque yo no estoy sordo. Comencemos con las rebajas y aprovechemos las oportunidades. 
- ¿Se está usted riendo de La Internacional?
- No me estoy riendo pero me parece que me va a entrar la risa. 
- ¡No está bien que se descojone usted a la hora de idolatrar nuestros símbolos!
- Entonces comiencen ustedes a respetar las libertades. ¿No sabe usted que todos los símbolos, al final, resultan ser reaccionarios? 
- Estoy perplejo...
- Ya sabía que era usted un poco raro... 
- Esto... teniente... 
- Soy teniente por la Gracia de Dios y no por las desgracias de ustedes. ¿Me comprende otra vez?
- Sí. Lo admito. Algunos somos muy desgraciados. 
- Vamos con La Internacional. 
- Si no hay otro remedio... 
- Toda Causa tiene remedio. ¿No es cierto, don Santiago?
- Me estoy volviendo a perder... 
- Entonces deje usted que yo dirija la orquesta y si desafino usted me avisa para corregir a tiempo. 
- Es que hace ya tanto tiempo... 
- No se me ponga ahora nostálgico, señor don Santiago.
- Empiece ya porque me estoy poniendo nervioso...
- Empiezo. ¡Arriba, parias de la Tierra! ¿No le parece a usted una falta de respeto llamar parias a sus seguidores? ¡Jamás he visto en mi vida tan grande desprecio!
- Es que son despreciables... esto... no... quiero decir... 
- Ya sé lo que usted quiere decir. Si les llama despreciables a sus seguidores empezamos mal del todo. ¿Qué es lo que quería decir?
- Nada. Lleva usted razón, teniente Garbayo.
- ¡Atruena la razón en marcha! ¿Cómo es eso de que la razón atruena? ¿No defienden ustedes, teóricamente por supuesto, el pacifismo? 
- ¿De verdad dice eso nuestra Internacional?
- ¿Tiene usted amnesia pasajera? Si la razón tiene que atronar para ser razonable es por eso por lo que ustedes viven felices con la violencia pero, por otro lado, ustedes se llaman pacifistas. ¿Puede explicarme eso de que la razón debe atronar para ser razonable?
- Estoy hecho un lío. 
- Sí. Menudo lío tienen ustedes con eso de la razón atronadora. ¿Se refieren ustedes a imponerla con los cañones?  
- Eto... sí... pero...
- ¿Pero qué cosa quiere usted decir?
- Que no sé explicar esa contradicción.  
- Seguimos. ¡Es el fin de la opresión! ¿Usted se encuentra oprimido, don Santiago?
- Me siento... me siento... 
- Ya lo veo. Ya veo que está usted cómodamente sentado en su lujoso sillón. Si usted está oprimido... ¿por qué vive en un chalé rodeado de lujos en lugar de vivir en una chabola de los que usted llama sus seguidores?...
- Es que desde una chabola no se puede dirigir. 
- O sea, que el cuadro de mandos es el cuadro de mandos. ¿Quiere decir eso?
- Eso quiero decir. ¡Es usted muy inteligente, teniente!
- Pues aclarado que el cuadro de mandos debe mandar desde el lujo... ¿no le parece demasiado lujurioso el tema?...
- Prefiero seguir... 
- ¿Prefiere seguir bien sentado en su cómodo sillón mientras los de las chabolas se encuentran en las calles reclamando lo que ustedes dicen que deben reclamar y que ellos no aciertan a saber qué es en realidad lo que reclaman?
- Cierto es. Por eso prefiero seguir.
- Seguimos. ¡Del pasado hay que hacer añicos! ¡Hostias! ¿Dicen ustedes hacer añicos el pasado? Entonces... ¿cómo vamos a saber lo que tenemos que hacer en el futuro?... 
- Pues no había yo pensado lo suficiente. Está claro que si no respetamos el pasado no podemos respetar el futuro.
- Aclarado ese asunto... ¿qué me dice del presente?... ¿también tenemos que hacer añ¡cos el presente?...
- Estoy confuso, teniente Garbayo. 
- ¿Pero no son ustedes partidarios de la confusión para sacar tajada? 
- Me ha pillado otra vez...
- Escuchemos lo siguiente. ¡Legión esclava en pie a vencer! Pensemos un momento, señor don Santiago, pensemos un momento. 
- Pensemos. Es necesario pensar. 
- Si es necesario pensar me gustaría que me explicara usted por qué tienen esclavizada a su legión. 
- Pues no lo sé...
- ¿Pero no cantan ustedes legión esclava a vencer? Si ustedes tienen una legión esclava... ¿puede aclararme eso de que la van a liberar cuando la tienen ustedes esclavizada?... 
- No lo puedo aclarar. 
- ¿Y qué me dice sobre eso de que el mundo va a cambiar de base?
- De base sí que va a cambiar. 
- Pero en la cabeza van a seguir los de siempre y, en ese sentido... ¿dónde se encuentra el cambio que ustedes prometen si en la cabeza van a seguir los de siempre?...
- Pues tampoco lo había yo pensado...
- ¿Pero es que usted no piensa nunca?
- Pensar, lo que se dice pensar, nosotros pensamos demasiado.
- ¿Y pensando demasiado han creado ustedes esa birria de canción?
- ¡Un poco más de respeto para Eugène Pottier y sus Cantos Revolucionarios, teniente!
- Pues hablando de respeto, cosa que ustedes sólo hacen cuando les interesa, yo siempre he respetado el canto de los demás aunque no me interesen. ¿Sabe de lo que estoy hablando?
- ¿Quizás de traiciones?
- Pues va a ser que sí. Quizás estoy hablando de traiciones. ¿Así que los nada de hoy han de ser? ¿Qué quiere decir eso de han de ser? ¿Carne de cañón por eso de que la razón atruena caiga quien caiga y que siempre son los mismos los que caen?
- Alguien se tiene que sacrificar, teniente. 
- Los de abajo. ¿No es verdad que siempre son los de abajo los que se tienen que sacrificar para que ustedes, los de arriba, estén más cerca del cielo?
- ¡No me hable del cielo, por favor!
- ¿Es que le dan vértigo las alturas?
- Eso es. Me dan vértigo las alturas. 
- ¿Entonces por qué está usted ya tan alto?
- No lo puedo remediar. 
- ¿Delirios de grandeza?
- Algo de eso sí que siento... 
- Bien. ¡Agrupémonos todos!. ¿Eso quiere decir que todos juntos o eso quiere decir que todos revueltos?
- No sé a qué se está refiriendo... 
- Me refiero a lo de hacer el amor. ¿Todos juntos o todos revueltos?
- No pienso contestar a eso. 
- ¿Le da miedo decir la verdad?
- ¿Qué verdad?
- Que ustedes predican los amores revueltos para descomponer a las familia. ¿Me equivoco o estoy acertando?
- Es que la familia... 
- ¿Es demasiado tradicional tal vez?
- Pues sí. 
- ¿Y eso es malo para la revolución?
- Tampoco lo había yo pensado. 
- ¡En la lucha final! ¿Cuál es la lucha final, don Santiago? ¿Hijos contra padres y padres contra hijos?
- Esto... yo... claro... puede ser... 
- ¿Puede ser o lo es?
- Lo es. 
- Ahí quería yo llegar. Al género humano. ¿Qué es el género humano para ustedes?
- ¡Es La Internacional! ¡Es La Internacional! 
- ¿Se ha vuelto usted loco del todo o ya estaba usted loco desde que nació? 
- ¡El género humano es La Internacional!
- ¡Ande ya, don Santiago! ¡Beba un poco más de ponche a ver si se le aclaran las neuronas! ¿Usted cree que algo tan concreto como es la familia puede ser algo tan abstracto como es La Internacional? ¿Qué sucede entonces con los que no han sido nunca internacionales porque les ha tocado siempre vivir en el mismo lugar donde nacieron? ¿Usted cree que todos los seres humanos pueden viajar tanto como viajan ustedes los del cuadro de mandos de los comunistas? ¿Y qué sucede con los que no quieren irse de los lugares donde nacieron porque no les interesa ser internacionales pero ustedes les obligan a trasladarse en contra de su voluntad? ¿Es eso lo que llaman ustedes la libre elección mientras no les dejan la libre elección de elegir lo que desean?
- Otra vez me ha liado usted, teniente.
- Yo no me lío con nadie porque no me gustan los líos para poder saber cual es mi familia. ¿Me puede usted explicar convincentemente por qué trasladan en contra de su voluntad a los que no desean ser internacionales porque se conforman con ser felices en sus lugares de nacimiento viviendo en familias concretas y no en comunas abstractas donde no se sabe quién es quién por causa de esos líos de los que estamos hablando?
- ¿Podemos seguir adelante?
- Vaya. Parece que le duele eso de la familia. ¿Es que fue usted maltratado por su padre cuando era niño y por eso pasa lo que pasa?
- No. Yo no he pasado nunca por esa frustración. 
- Pero no le importa ni un bledo frustar a los demás. 
- De acuerdo. Soy injusto. 
- ¿Entonces por qué cacarean tanto sobre lo que debe ser la justicia social? ¿No comienza la justicia social por la justicia familiar?  
- Pues sí. 
- Pues entonces acláreme usted por qué destruyen a las familias. 
- Porque nos conviene. 
- Ha dicho usted una gran verdad. Porque les conviene.
- ¿Podemos seguir?
- Por supuesto que podemos seguir. Ahora viene algo muy bueno y si me entra la risa lo siento pero no pienso frustrarme y me reiré si tengo ganas de reírme; porque resulta que Pottier no es mi cantautor favorito. 
- Siga, teniente. 
- ¡Ni en dios, reyes ni tribunos está el supremo salvador!. ¡Nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor! ¡Jajajajajá! 
- ¡Jajajajajá! ¡Muy bueno, Garbayo, muy bueno! 
- ¿A usted no le produce risa, señor don Santiago?
- ¡Es que no le veo la gracia por ningún lado, señor teniente!
- Porque es usted muy soso, señor don Santiago, y perdone que se lo diga pero desde que le he conocido me he dado cuenta de que es usted muy soso. Mucho más soso que Felipito Gazmoño.
- ¿Quién es Felipito Gazmoño?
- Es de risa, señor don Santiago, es de risa. ¡Jajajajajá!
- ¡Jajajajajá! ¡Otra vez muy bueno, Garbayo!
- ¿Puedo saber qué es lo que les produce tanta risa?
- Escuche este consejo, señor don Santiago: cuando se mire a un espejo no mire hacia abajo no sea que por pendejo se la corten toda de cuajo.
- Ahora sí que he comprendido... 
- ¿Cree usted en Dios?
- Ni creo en Dios ni he creído nunca en Dios. 
- ¿Y usted cree que los hombres, sin Dios, pueden hacer el esfuerzo redentor?
- ¡Por supuestísimo! 
- ¿Sabe usted algo de Historia?
- ¡De Historia me lo sé todo! ¡En el Grupo Escolar Cervantes, de Cuatro Caminos de Madrid, siempre me sacaba una matrícula de honor en Historia! 
- Pues ya que sabe todo sobre la Historia... ¿puede usted decirme cuándo los hombres, sin la ayuda de Dios, han creado ese mundo redentor para la felicidad de todos los seres humanos? Porque resulta que, desde que los hombres aparecieron sobre la Tierra, que yo sepa, y conste que también sé lo suficiente de Historia para decir lo que digo, jamás los hombres, por sí solos, lo han conseguido. ¿A qué esperan ustedes para lograr esa sociedad feliz para todos sin la ayuda de Dios?
- No hemos podido. 
- ¿No han podido cumplir con lo que prometen?
- Es que sin la ayuda de Dios... 
- ¡Siga, siga don Santiago!
- Sin la ayuda de Dios es muy difícil. 
- ¿Quiere usted decir imposible?
- No sé cómo explicármelo. 
- Se lo voy a explicar yo. Sin Dios todos los hombres hacen lo que les da la gana porque no tienen temor alguno y como, sin Dios, todos los hombres hacen lo que le da la gana pues resulta que jamás han podido ni podrán hacer nunca la justicia social. O sea, que La Causa de la que ustedes tanto hablan es una demagogia.
- ¡Un respeto para La Causa obrera!
- ¿De qué respeto está usted hablando? ¿Sabía usted que Friedrich Engels, el gran teorizador de La Causa de los obreros, era hijo de unos prósperos industriales textiles renanos y vivía a cuerpo de rey?
- Lo sabía. 
- ¿Y cantan eso de que en los reyes no reside el esfuerzo redentor mientras que sus líderes Engels y Marx vivían como reyes? 
 
Dantiago Solar De Gijón prefirió guardar silencio... 
 
- ¡Para hacer que el tirano caiga! ¿Puedo saber, don Santiago, quién es ese tal tirano del cuál escribió con tanto odio el llamado Pottier? 
 
A Santiago Solar De Gijón le dio un ataque de nervios. 
 
- ¡El Terror Blanco! ¡¡El Terror Blanco!! ¡¡¡El Terror Blanco!!!
 
Se tuvo que levantar El Jefe y le propinó un par de bofetadas tan sonoras que le calmaron del todo. El Jefe volvió a sentarse.
 
- ¿Qué diantres es eso del Terror Blanco, payaso?
- Déjele, Jefe. Está visto que es producto de las drogas.
- Voy a dejar de hablar con usted, teniente. 
- Pero yo no voy a dejar de hacerlo, don Santiago. 
- Está bien; pero que no vuelva a intervenir el Jefe. 
- Y el mundo esclavo liberar. ¿Cuál es el mundo esclavo, don Santiago?
 
Afectado por el par de bofetadas, Santiago Solar De Gijón comenzó a cantar...
 
- No, esta noche amor yo no, yo no he pensado en ti... abrí los ojos para ver en torno a mí.. y en torno a mí giraba el mundo como siempre. Gira el mundo gira en el espacio infinito con amores que comienzan con amores que se han ido con las penas y alegrías de la gente como yo.
- ¿Y qué pasa con los que no somos como usted? ¿Sabemos o no sabemos también de amores que comienzan y de amores que terminan?
- No lo había pensado antes...
- Me parece que ustedes no piensan nunca en los que no somos como ustedes.
- Sólo pensamos en los esclavos. 
- ¿En los esclavos de Siberia tal vez? 
 
Santiago Solar De Gijón enmudeció por completo. 
 
- ¿Le suelto otro par de castañas, Garbayo?
- No es necesario, Jefe. Me parece que ya está empezando a pensar...
 
Santiago Solar De Gijón volvió a la realidad... 
 
- La realidad es la realidad, señor teniente. 
- Ya. Y la realidad que ustedes crean rompen los sueños de muchos seres humanos porque para ustedes la vida no es un sueño sino una realidad y no hay que quedarse soñando con un mundo mejor porque el mundo es el mundo y ustedes son los señores del mundo y no pueden permitir que los demás soñemos. 
- El mundo gira y gira en su espacio infinito.
- ¡Pero bueno, don Santiago! ¿Qué es para los comunistas el espacio infinito si se puede saber?
- El espacio infinito es una verdadera tontería. Lo que nos debe importar es el espacio limitado por nuestras fronteras. 
- Ya. Por eso no dejan pasar a nadie para que no sepamos lo que hay más allá de sus telones de acero. ¿Lo que buscan ustedes es satélites, don Santiago?
- ¿Cómo ha podido saber eso?
- Le dije que yo también sé bastante de Historia. ¿Podemos seguir?
- Tengo miedo...
- ¿Qué clase de miedo?
- Miedo existencial. 
- ¡Ostras, Pedrín! ¡Este tipo nos va a soltar ahora el rollazo del ser y la nada de Sartre!
- ¡Jajajajajá! ¡Muy bueno, Jefe! Espero que no se ande por las ramas. 
- ¿Me está usted llamando mono?
- Le estoy llamando antiguo pero tanto como mono pues la verdad es que eso sólo lo sabrá usted mismo si es que se conoce a usted mismo mirándose en los espejos. ¿Qué opinan las mujeres de usted, don Santiago?
- Me pone en un serio aprieto, teniente. 
- De acuerdo. Puede ir usted al retrete y cuando se le haya pasado el aprieto vuelve para poder continuar.
 
Pocos minutos después, Santiago Solar De Gijón volvió del retrete y se sentó en su majestuoso sillón. 
 
- Puede usted seguir, señor teniente.
- De acuerdo, señor don Santiago. Si ustedes no creen en los tribunos... ¿por qué se vuelven como locos montando tribunas?...
- ¿Esa pregunta tiene doble intención?
- Yo no sé lo que usted estará pensando pero yo sólo me refiero a los desfiles militares. 
- ¡Jajajajajá! ¡Muy bueno, Garbayo!
- Un respeto para el señor don Santiago, por favor, Jefe.
- Pues... esto... porque un desfile militar nos coloca...
- ¿En su verdadero lugar tal vez?
- Me pilla usted todas, señor teniente. 
- ¡Soplemos la potente fragua! ¿Se refieren ustedes a Vulcano?
- ¿Ha dicho Vulcano? 
- Sí. He dicho a Vulcano tal como lo pintó Velázquez según dijo Palomino. 
- ¿Pero esto qué es? 
- La forja de un ser humano nuevo según quieren ustedes hacer porque se creen dioses cuando sólo son palominos atontados nada más.
- ¡Por todos los dioses del mundo! ¿Cómo llega usted a esa conclusión?
- ¿No es eso lo que quería fabricar su león?
- ¿León? ¿De qué león me está usted hablando?
- ¿Si le digo Trotsky le suena de algo?
- ¡Ah, ya recuerdo! 
- ¿Entonces es cierto que el hombre nuevo ha de forjar?
- ¿Se va a reír usted si le cuento la verdad?
- Supongo que sí; pero no se ofenda señor tigre. 
- ¿Yo tigre?
- Sí. Desde que ha vuelto usted del retrete huele a tigre que es la hostia. Mucho peor todavía que un tigre chileno apellidado Muñoz cuando se jiñaba debajo de la cama por culpa de Pinochet. 
- ¡Jajajajajá! ¡Déjalo ya, Garbayo, porque me van a entrar ganas de orinar de tanto reírme y este tipo se va a pensar que estoy salido!
- Termino ya pero antes quiero que el señor don Santiago cuente lo que ha prometido contar. 
- Sólo puedo decir que el nuevo hombre en el que pensamos dejará de pensar.
- ¡Excelente, don Santiago, excelente! ¿Algo así como el mundo feliz de Huxley?
- Es usted demasiado culto para mi inteligencia, teniente Garbayo. 
- ¿Y qué me dice, ya que cita lo de culto, sobre eso del culto a la personalidad?
- Me conviene no seguir hablando... 
- Entonces... ¿qué piensa, después de este breve repaso, de La Internacional?...
- Que es una canción tan reaccionaria como cualquiera de las canciones fascistas de los nazis.  
- O sea, que lo mismo da que da lo mismo... 
- Eso es. 
- Hablemos entonces de La Causa de los hombres. 
- ¿La Causa de los hombres?
- Sí. Ustedes profetizan sobre los hombres nuevos pero... ¿qué sucede con las mujeres?...
- No tengo ni idea... 
- Volvamos al principio. ¿Qué son las mujeres para hombres como usted? ¿Son todas como esa tal Dolores que han envenenado?
- ¡Las mujeres son símbolos y hay que usarlas como símbolos!
- ¡Ostras, Pedrín! ¡Y yo sin haberme dado cuenta! 
- Guarde un poco de silencio, Jefe, que la cosa se pone al rojo vivo. ¿Ha dicho usted que las mujeres son símbolos?
- ¡Pues sí! ¡Eso he dicho! 
- ¿Algo así como objetos? 
- Poco más o poco menos que como objetos.
- ¿Y si a alguna le da por pensar la liquidan como ha sucedido con la tal Dolores?
- Ellas pueden elegir...
- ¿Elegir entre la vida o la muerte? 
- Sí. Eso he dicho. 
- O sea, que o son esclavas o no son nada.
- Es el tributo que deben pagar por ser de las nuestras. 
- ¿Y no existe un término medio?
- Con nosotros no existe ningún término medio para ellas.
- ¿Está usted hablando de las CAM? 
- ¡No sea pesado, teniente! ¡¡Ya les dije al principio que no tengo ninguna cuenta corriente ni ninguna libreta de ahorros en la Caja de Ahorros de Murcia!!
- ¡Menos gritos milagritos porque ahora intervengo yo que suelo ser más contundente que el teniente! ¿Qué son las CAM? 
- ¡¡¡Todos los policías sois unos comemierdas!!!
 
Aquello no lo pudo aguantar el Jefe que, levantándose como impulsado por un muelle, le soltó tal derechazo a Santiago que éste cayó al suelo arrastrando el sillón y el vaso de su ponche que se hizo mil pedazos. 
 
- ¡Levántese y hablemos como hombres! ¡Usted no ha querido decirle nada de lo que queremos saber al teniente, que es mucho más diplomático que yo, y ahora tendrá que hablar directamente conmigo que no busco ser nunca un embajador ni he estudiado la carrera de Diplomacia! ¿De acuerdo?
 
Santiago Solar De Gijón se levantó lentamente y se volvió a sentar en su lujoso y cómodo sillón...
 
- Sí... pero... no me pegue otra vez... 
- Eso sólo depende de usted. A mis espaldas, y sin que yo me entere, puede usted opinar lo que sea de nosotros los policías, pero delante de mí no se atreva usted a volver a decir que somos unos comemierdas o va usted a comer mierda bastantes años seguidos. ¿Me entiende?
- Le entiendo... le entiendo... le entiendo... 
- ¿Qué son las CAM?
- De verdad que no sé a lo que se refiere. 
- ¿Olvida usted a don Paco?
- ¿Don Paco? ¿Quién es don Paco?
- ¿Si le digo que se llama Francisco Ravel Valtierra se acuerda ya de él?
- ¿Paco ha hablado ya con ustedes?
- ¿Usted que cree, sabihondo?
- Supongo que sí... 
- ¿Qué son las CAM?
- Células Autónomas Marxistas.
- Me voy a sentar de nuevo y espero no tener que levantarme otra vez. 
 
El Jefe se sentó nuevamente en el sofá, al lado derecho del teniente Garbayo.
 
- Yo también espero que no tenga usted que volver a levantarse, Jefe. 
- Entonces procure usted contestar rápido y diciendo la verdad o no respondo de lo que suceda. ¿Me ha entendido bien o se lo tengo que decir en ruso?
- Lo he entendido perfectamente. 
- ¿Perfectamente bien o tiene usted alguna clase de duda?
- Sin duda alguna que le he entendido perfectamente bien. 
- Pluscuamperfecto. ¿Cuántas CAM ha fundado usted hasta el día de hoy?
- ¡Le juro por lo más sagrado que sólo tengo fundada una!
- ¿Qué es lo más sagrado para usted, ateo materialista?
- Dedir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
- De momento voy a creer, dejando a Dios aparte, que me ha dicho usted la verdad. 
- Vuelvo a jurarle que sólo me ha dado tiempo a fundar una y que ésta es sólo experimental. 
- Explíqueme eso. 
- Es el primer experimento que hago en este sentido.
- Espero, por su bien y suponiendo que usted tenga sentido alguno, que sea el primero y el último. 
- Tendré en cuenta su consejo, Jefe. 
- Saca la fotografía, Garbayo.
- Usted ordena y yo cumplo. 
 
El teniente Garbayo sacó la fotocopia a color de la fotografía de Alexis, se la entregó al Jefe y el Jefe se la enseñó a Santiago.
 
- ¿Conocía usted a este individuo?
- Me parece haberle visto en alguna ocasión... 
- ¿Pero lo conocía o no lo conocía usted?
- Intento recordar...
- ¿Le recuerda algo si le digo que se llamaba Alexis?
- Es que ese nombre es muy corriente entre los rusos. ¿Cómo puedo reconocerlo de entre tantos millones de Alexis que hay por allí?
- ¿Le gustaría a usted hacer la primera comunión en este mismo instante?
- ¿Por qué dice eso, Jefe?
- Porque estoy dispuesto a darle la hostia necesaria para ello. 
- Tenga usted mucho cuidado con el Jefe, señor don Santiago, porque cuando se pone muy nervioso, como ya lo ha podido usted comprobar antes, suelta opas hostiles. 
- ¿Opas hostiles? ¿Qué es eso?
- Lo único que le puedo informar es que como le suelte otra le fusiona a usted con el más allá.
- Yo no creo en el más allá... 
- ¿Quiere usted saber con total exactitud si existe o no existe el más allá?
- Esto... Jefe... espere... espere... 
- ¿Ya lo ha reconocido?
- ¡Claro que ya lo recuerdo!
- ¡Entonces dígame cómo se llamaba!
- Alexis. Le confirmo que se llamaba Alexis. 
- Pero si no me dice usted sus dos apellidos le confirmo yo a usted haya recibido o no haya recibido la primera comunión. 
- ¡No! ¡Espere! ¡Espere, Jefe! ¡Intento recordarlo!
- Si dentro de un par de segundos no me ha dicho usted los dos apellidos de este tiparraco tan horriblemente feo no va a recibir una opa hostil sino dos al mismo tiempo. 
- ¡Verbosky Antonov! ¡Se llamaba Alexis Verbosky Antonov! 
- ¿Y tuvo usted el mal gusto de hacerle miembro de su CAM a este tipo tan horriblemente feo?
- Pues... esto... es que la inteligencia... 
- Si vacila usted tanto no podremos llegar a entendernos... y si no llegamos a entendernos me voy a poner muy nervioso... 
- ¡Sí! ¡A ese tipo tan horriblemente feo lo alisté yo en mi CAM! 
 
El jefe volvió a entregar la fotocopia de la fotografía de Alexis Verbosky Antonov al teniente Garbayo quien la guardó otra vez en su bolsillo.
 
- ¿Quién lo acribilló a balazos?
- Estaba metido en asuntos de drogas...
- ¿Usted cree que fue un ajuste de cuentas?
- ¡Eso mismo, Jefe! ¡Eso mismo fue lo que sucedió!
- Sólo me creo la mitad. 
- ¿Qué quiere decir con eso, Jefe?
- Los policías tenemos todo controlado sobre el comercio de las drogas en todas las regiones levantinas y no fue un asunto de cuentas por culpa de las drogas. Así que me creo que fue un ajuste de cuentas de otra naturaleza y ahora mismo me va a explicar usted cuál fue ese ajuste. 
- ¿Cómo quiere usted que yo lo sepa?
- Porque usted siempre va diciendo en público que es demasiado inteligente y muy sabio y va chuleándose de que es el más listo de Correos de España. ¿Verdadero o falso?
- Hombre... yo... prefiero ser modesto...
- Pues sí quiere usted seguir siendo modesto por muchos años más dígame ya quién ajustó cuentas con ese tipo tan horriblemente feo que se llamaba Alexis Verbosky Antonov y era completamente ruso. Si no me lo cuenta de inmediato deja usted de ser modesto para siempre. Debajo de la Tierra nadie es más inteligente, sabio y listo que nadie. 
- Pero no me pegue más, por favor... 
- Le prometo que no le pegaré más si usted colabora, pero no me pida que le bese por decirme la verdad. No me gusta besar a los hombres como hacen los rusos. Usted ya me entiende. Si usted fuese Ornella Muti desde luego que la besaría aunque no me dijera la verdad sino todas las mentiras que ella quisiera decirme y aunque me costase el divorcio con mi mujer; pero resulta que usted ni es Ornella Muti ni se le parece en nada y eso sí que es decir la verdad. Así que dígame más verdades porque se me está acabando la paciencia. 
- ¡No, jefe! ¡No me dé más opas! ¡Fue la Dolores!
- ¡Ostras, Pedrín! ¿Fue la tal Dolores De Carrillo Ibarra la que acribilló a balazos a ese tal Alexis Verbosky Antonov?
- ¡Exacto, Jefe! ¡Fue ella y solamente ella! 
- ¡Me cuesta mucho creerlo!
- Jefe... está diciendo la verdad...
- Bien, Garbayo. Supongamos que dice la verdad. ¿Qué hacemos ahora?
- Tenga muy en cuenta, Jefe, que todo acto de violencia responde siempre a algún otro acto de violencia. 
- ¡Ostras, Pedrín! ¡Claro que eso es cierto! ¿Puede decirnos, don Santiago, cuál fue el motivo que tuvo la tal Dolores, ya fallecida también, para acribillar a ese tal Alexis?
- Es un asunto muy personal. 
- Personal o no personal tuvo que ser por un motivo concreto. Para mí lo personal y lo no personal me son completamente indiferentes mientras cumplo con mis obligaciones profesionales. ¿Cuál fue la causa?
- Causa hubo de haberla, pero vaya Dios a saber cuál fue. 
- ¿Por qué, siendo usted tan ateo, dice que sólo lo sabe Dios?
- Es sólo una forma de hablar...
- ¿Y no puede usted hablar algo que tenga verdadera coherencia con sus propios principios?
 
Santigo Solar De Gijón entró en una fase de profundo mutismo. 
 
- ¿Qué le sucede, revolucionario de pacotilla? Conste que digo pacotilla porque deriva de Paco. Escuche lo bien que canto yo. ¡Paco, Paco, Paco que mi Paco, Paco, Paco, Paco! ¿Soy gallardo tal vez?
- Estoy empezando a tener sueño. 
- Sueñe usted todo lo que quiera pero conteste, antes de soñar lo suficiente, sabiendo lo que constesta. Ya sabe que Paco, gallardo por cierto, sabe hablar y cantar muy bien. Así que hágalo usted tan bien para llegar a un mutuo acuerdo como hemos llegado con él. 
- Estoy desangelado, Jefe. 
- Cada uno elige el ángel de la guarda que desea elegir y usted ha elegido a un ángel caído, lo cual ni me importa ni me corresponde enjuiciar. ¿Por qué ametralló la Dolores al Alexis?
- Es que es muy fuerte... 
- Ya. Ya sé que yo soy muy fuerte. 
- No. Lo que estoy intentando decir es que el asunto es muy fuerte.
- Más fuerte puede ser mi respuesta si no contesta con educación y cordura. ¿Me está coprendiendo, loco de la colina?
- ¿De qué colina me habla, Jefe?
- Perdón. Quise decir loco de la colonia. ¡Menudo perfume usa usted, don Santiago! ¿Quizás de Paco Rabanne?
- Deje ya esa guasa de lo de Paco gallardo, por favor... 
- ¿Pero si lo hago para demostrarle amabilidad?
- ¡Está bien! ¡No lo resisto más! ¡Dolores De Carrillo Ibarra acribilló a balazos a Alexis Verbosky Antonov porque éste la había violado en contra de su voluntad! 
- ¡Ostras, ostras y mil veces ostras! ¿Cómo puede usted afirmar tal atrocidad?
- Porque fui testigo presencial de dicha violación. 
- ¿Y estaba usted haciendo de metiche en medio de todo el follón? ¿Es que, además de presunto terrorista, es usted un presunto celestino? Dígamelo sin miedo, Don Celes... esto quiero decir Don Santi...
- ¿Si se lo cuento usted tendrá compasión?
- ¿Usted cree que yo soy una monjita de la caridad? Me parece que no me conoce muy bien que digamos; porque yo de monjita de la caridad tengo menos que Marujita Díaz. Así que cuéntenos al teniente Garbayo y a mí por qué fue usted testigo presencial de dicha violación forzada y por qué no avisó de inmediato a la policía. 
- ¿Podemos pactar?
- ¿Pero usted está pensando que esto va a terminar siendo el Abrazo de Vergara? ¡Desembuche todo!
- Pero... pero... pero no me pegue... 
- No le voy a pegar porque yo no soy Imedio sino que soy un hombre completo. Pero si la cosa sigue así me voy a convertir en Super Glue de tanto como voy a pegar... incluída por supuesto su peluca... así que usted decide su futuro.
- Es que cuando una hembra... 
- ¡Pare un momento el carro carretero! ¿Una hembra o una mujer?
- Quiero decir que cuando una mujer entra a formar parte de una CAM es necesario que supere el rito de iniciación. 
- ¿Y ese rito de iniciación consiste en violarla en contra de su voluntad?
- Eso es, Jefe. Así fortalece su ánimo y se olvida de los sentimentalismos para que no se pueda enamorar de nadie y no perjudique a La Causa. 
- ¿Quién impuso esa obligación a las mujeres de la CAM?
- La propia ideología. 
- ¿Está usted atontado o se está creyendo que el atontado soy yo?
- ¿Me promete protección personal?
- Le prometo protección personal si llega la ocasión y usted no mete la pata. 
- Entonces tengo que decirle que no es la ideología exactamente sino que es un punto básico y elemental que yo mismo he impuesto. 
- ¡Ostras, Pedrín! ¡Además de comunista está usted completamente majara del todo! 
- ¿Usted cree, Jefe, que este tipo está mal de la chinostra?
- ¡Por supuesto que lo creo! ¡Ya tenemos resuelto el asunto del asesinato de Alexis Verbosky Antonov con toda clase de detalles, Garbayo!
- Vale, Jefe, vale.
- Y ahora, estimado señor don Santiago, me va usted a decir quién envenenó a la tal Dolores De Carrillo Ibarra para poder completar el rompecabezas. Tenga en cuenta que tengo que llenar mi currículo profesional de grandes azañas... digo... de grandes hazañas con hache aunque sea muda... porque lo de azaña es de otra época ya muy pasada de moda... para que mis subalternos me estimen cada vez más. ¿Comprende mi necesidad?
- ¡Necesito protección, Jefe!
- Le repito que le voy a dar toda la protección que pueda si usted no mete la pata. ¿Quién envenenó a la tal Dolores? 
- No lo tengo muy claro...
- Pues el teniente Garbayo no deja de avisarme que hay dos y si el teniente Garbayo no deja de avisarme que hay dos es que hay dos o no sería teniente. ¿Me explico?
 
Santiago Solar De Gijón se quedó perplejo y con los ojos abiertos como platos. 
 
- ¿Verdadero o falso, don Santi ya que nos hemos cogido tanta confianza mutua? 
- Verdadero. 
- Yo sólo sé que el teniente Garbayo no puede equivocarse jamás. 
- Muchas gracias, Jefe. Apúntelo en mi currículo profesional porque yo también me lo merezco.
- ¡Jajajajajá! Si no fuera por el teniente Garbayo mi oficio sería un aburrimiento así que como no me quiero aburrir más quiero que usted confirme o niegue lo dicho por el teniente Garbayo. 
- ¡Que sí! ¡¡Que efectivamente hay dos!! ¡¡¡Que qué quiere más que le diga!!!
- ¡Ojito con levantarme a mí la voz, señor don Santiago, ojito con levantarme a mí la voz! ¿Hay dos de qué?
- Dos peones de albañilería.
- ¿Es que el asesinado Alexis Verbosky Antonov era un peón de albañil?
- Eso es. Procuro elegir a los más desfavorecidos de la sociedad para llevar a cabo mis planes.
- ¿Quiere usted decirme, don Santi y con completa confianza, quién es el otro peón?
- ¡Ahora sí que tengo miedo de verdad!
- Voy a ayudarle para que se le suba... la autoestima por supuesto... como dicen todos los psiquiátras que he llegado a conocer...
- ¡¡¡Gracias, Jefe!!!
- ¡Que no me levante usted la voz y que no me dé las gracias a mí sino a Dios! ¿Se ha enterado?
- Sí... sí... me he enterado... 
- Pues sepa que Dios también se entera de todo. Puedes sacar ya la carta, Garbayo. 
 
El teniente Garbayo sacó del bolsillo de la chaqueta de su uniforme el sobre que contenía la nota escrita en tinta roja y se lo entregó al Jefe quien, a su vez, se lo enseñó a Santiago.
 
- Como usted puede ver muy bien éste sobre tiene un sello de correos de Rusia pero, sorprendentemente, no tiene ninguna clase de matasellos ni ninguna otra señal de que haya venido desde Rusia. ¿Puede usted explicarme esto, señor don Santiago?
- ¡No puedo!
- Le voy a ayudar un poquito a ver si puede o no puede. Si este sobre no tiene ningún matasellos ni ninguna señal de que haya sido enviado desde Rusia es que lo ha manipulado alguien que trabaja en el interior de la Oficina de Correos de Catarroja de la cual es usted el señor director. ¿Está usted de acuerdo conmigo?
- Totalmente de acuerdo. 
- ¿Y quién ha podido ser el sinvergüenza que ha cometido tan necia acción?
- Tengo un empleado sospechoso, Jefe. 
- ¿Quién?
- Don Paco. 
- ¿Olvida usted que Don Paco ha comenzado a trabajar desde ayer mismo en la Oficina de Correos de Catarroja y que es casi imposible que le haya podido dar tiempo a hacer todo eso porque cuando entró a trabajar por primera vez en dicha Oficina ya estaban los sobres clasificados por zonas urbanas?
- ¡Hostias! ¡Vaya equivocación mía! 
 
El Jefe extrajo la nota escrita en roja tinta del interior del sobre y se la mostró al sorprendido Santiago. 
 
- ¿Qué quiere decir esto de C2PR?
- ¡Es muy fácil de saber! ¡Quiere decir caballo dos peón rey!
- ¿Algún jueguecito de niños pijos, como lo debió ser usted antes de darle por la locura del comunismo, o un movimiento de ajedrez?
- Un movimiento ajedrez aunque usted lleve mucha razón en lo que dice sobre mi infancia. 
- No se moleste en darme la coba y a ver si pasa usted un poco la escoba... porque esta sala está llena de pringue por todos los lados donde se mire... y quizás por eso usted es solamente un pringado por mucho que sea Jefe de la Zona del Levante... de Correos por supuesto... no vaya a ser que ahora le dé a usted por querer ser la reencarnación histérica... digo histórica... de Jaime I El Conquistador... 
- Espero no llegar a tal estado de locura, Jefe. 
- ¿Es ajedrez o es una clave secreta?
- Yo creo que solamente es ajedrez... 
- Tiene todavía usted aprender mucho para saber mentir, don Santi. Se le han puesto muy rojas sus dos grandes orejas al mismo tiempo y eso es señal de que está mintiendo. A todos los mentirosos se les ponen las dos orejas muy rojas al mismo tiempo cuando mienten con total descaro. ¿Algo más que añadir, don Santi?
- ¡No me lo puedo explicar! 
- ¡No le estoy pidiendo que se lo explique usted a usted mismo sino que me lo explique a mí y, dicho sea de paso, también se lo explique de pasada al teniente Garbayo!
- ¿Desea saber algo más, Jefe?
- No se me ponga usted gallito de pelea o suelto al león que llevo dentro. ¿De acuerdo?
- Sí... sí... Jefe... 
- ¿Qué significa P.V.A.? ¡No nos diga que Precio Valor Añadido por esa hipótesis ya la hemos descartado, hablando de cartas, el teniente Garbayo y yo!
 
Santiago se vio completamente perdido y el miedo se reflejó en sus ojos. No pudo contener por más tiempo la tensión y se le dispararon los nervios. 
 
- ¡¡¡El segundo peón se llama Pavel!!!
- ¡Ya está, Jefe! ¡Ya lo tengo!
- ¡Ostras, Pedrín! ¿Es que se ha desatado ya la Segunda Guerra Civil y yo pensando en las musarañas? ¿Qué es lo que tienes, Garbayo?
- Que P.V.A. significa Pavel Verbosky Antonov ni no me estoy equivocando. 
- ¿Se equivoca el teniente Garbayo, señor don Santiago y dejemos ya las confianzas de lado?
- Este teniente es demasiado inteligente.
- Dejemos las rimas de los pareados aparte y cuéntenos con toda clase de detalles. 
- Empiezo por decirles que Alexis y Pavel eran hermanos gemelos. 
- ¿Eso lo sabía la tal Dolores De Carrillo Ibarra?
- No sabía de la existencia de un hermano gemelo de Alexis como no sabía muchísimas cosas más. 
- ¿Está usted diciendo, señor don Santiago Solar De Gijón, que la tal señora doña Dolores De Carrillo Ibarra era una completa ignorante?
- Casi una completa ignorante, Jefe. Del comunismo sólo sabía que tenía como símbolo la hoz y el martillo pero prácticamente nada más.
- ¿Y siendo tan ignorante era todo un símbolo para ustedes?
 
Santiago se quedó cortado y sin habla... 
 
- ¿Ya no quiere seguir hablando de ella?
- Es que... la emoción... 
- ¿Le emociona saber que una ignorante era el símbolo de los ignorantes que creían lo que ella decía y hacía?
- Eso es, Jefe. 
- Eso sí que tiene lógica, don Santi... ¿y qué más?...
- Pues no sé qué más cantar... 
- ¡No, por favor, don Santi! ¡No vuelva usted a cantar para que no se repita la Historia!
- ¿De qué Historia me está usted hablando, Jefe!
- ¡Jajajajajá! El Jefe se está refiriendo al Diluvio Universal.
- ¿Está usted viendo con sus propios ojos y escuchando con sus propias orejas cómo mi teniente es, mentalmente hablando, mucho más rápido que usted? Él lo ha cogido a la primera mientras usted sigue todavía pensando.
- Estoy acojonado...
- Entonces, dejando lo de gallardo aparte... ¿quiere usted decirme que Pavel es tan horrorosamente feo como lo era el ya fallecido Alexis?...
- Como dos gotas de agua. Dos esperpentos completos. 
- Supongo que se refiere usted a los esperpentos de Don Ramón...
- Bueno. Yo le conozco como Ramoncín nada más...
- Ya. Ya sé que Ramoncín, que debe ser uno de los suyos pero que no tengo el disgusto de conocerlo, es un verdadero esperpento... pero esta vez me estaba refiriendo a Don Ramón María Del Valle-Inclán. 
- No se ría usted de Mercader, Jefe, porque en lo relativo a mercaderías los hay todavía peores que él. 
- ¡Jajajajajá! ¿Es que a Mercader le llamaban Ramoncín, Garbayo?
- Sí, Jefe. Cuando canta "Por ti me vuelvo loco".
- ¡Ostras, Pedrín! ¿Alguno de la acera de enfrente?
- Digamos que alguno de la acera nada más porque el resto no nos interesa, Jefe.
- Está bien tu corrección, Garbayo. A veces me paso de la raya. 
- Quizás esté usted acertando pero lo único que nos interesa es conocer mucho más de Pavel. 
- Llevas razón, Garbayo.
- ¿Me va a seguir preguntando?
- Si. Razonemos. Eso de que la violara un tipo tan horrorosamente feo como lo era ese tal Alexis no le gustó nada de nada a la tal Dolores porque si hubiera sido Alain Delon... quizás... o tal vez... o a lo mejor sí la hubiese gustado y no habría pasado lo que pasó.
- ¿Quizás, o tal vez, o a lo mejor qué cosa, Jefe?
- Que no se hubiese enojado tanto contra él y ahora estaría viendo y rodando alguna de sus mejores películas románticas. 
- ¿Nuestra Dolores haciendo películas románticas?
- No me refiero a su Dolores sino a Alain Delon; pero siga cantando de plano y no se preocupe si es que empieza a llover. Si nos mojamos todos es mejor para todos porque, a lo mejor y sólo digo que a lo mejor, milagrosamente creceríamos todos un poco más. Prosiga usted, don Santi, porque esto parece ya una verdadera ensaladilla rusa. A mis 58 años de edad no me había sucedido nada igual.
- ¿Cuántos años dice usted que tiene, Jefe?
- 58 recién cumplidos, Garbayo. 
- No se enoje conmigo si le digo que cuando se enoja por algo parece como si usted tuviera 85 recién cumplidos pero no se preocupe por eso porque solamente es un baile nada más. 
- ¡Aquí va a tener que bailar alguien! ¡Por supuestísimo que alguien va a tener que bailar aquí, Garbayo! 
- Yo no, Jefe. Yo en cuanto a bailes solamente conozco unos pocos regionales y eso Gracias a Dios. 
- ¡Jajajajajá! ¡No lo decía por ti, Garbayo!
 
Santiago Solar De Gijón volvió a mostrar un visible temblequeo nervioso de sus manos. 
 
- Entonces... entonces... entonces... 
- Eso es, don Santi. Entonces lo estoy diciendo por usted. ¡Siga con el relato!
- Alexis y Pavel nacieron los dos en el mismo día porque ya he explicado que eran gemelos... 
- Eso de que eran gemelos ya me lo sé de memoria. ¡Haga usted el favor de decir algo que yo no sepa todavía! 
- Lo que quiero decir, Jefe, y si usted me deja terminar las frases, es que tanto Alexis como Pavel nacieron en la Plaza Lubyanka de Moscú.
- ¡Ostras, ostras y mil veces ostras! ¿No es allí donde se encuentra el cuartel general de la KGB y su prisión anexa?
- Así es, Jefe. 
- Jefe... me parece que eso nos da muchas posibilidades de acertar que eran espías...
- ¡Muy bueno, Garbayo! ¡Eso mismo deduzco yo pero soy un poco más lento que tú!
- Eso no lo añada a mi currículo personal, Jefe. No quiero que usted pierda puntos por mi culpa.  
- Gracias, Garbayo. Siempre he sabido que tienes un gran corazón y eres un verdadero compañero para ayudar a quienes tenemos que hacer méritos en la vida.
- Ya saben ustedes que eran espías. ¿Se acaba aquí su visita de cortesía?
- No corra tanto, don Santi, porque todavía queda lo mejor pero, como decimos en el mus, tengo postre. 
- ¿Es posible que no se haya terminado ya este interrogatorio?
- Llámelo cruce de informaciones como dicen los periodistas, señor don Santiago. 
 
Santiago volvió a abrir los ojos como platos. 
 
- Sí. Es lo que está pensando... 
- ¿También tiene estudios de Periodismo?
- También. También mi teniente preferido tiene estudios de Periodismo y está a punto de alcanzar el grado de Licenciado aunque no le guste al sastre que estudia con él; lo cual y teniendo en cuenta que a Garbayo eso se la tiene floja, va también a su currículo profesional. Y aclarado este asunto... ¿se puede saber cómo se introdujeron el ya fallecido Alexis Verbosky Antonov y el todavía vivo, pero vaya Dios a saber por cuánto tiempo más, Pavel Verbosky Antonov en España?... 
- Alexis obtuvo una beca universitaria para estudiar Biología.
- ¿Al lado de Ana Obregón?
- Eso es, teniente, al lado de Ana Obregón. 
- ¡Atiza! ¡Vaya suerte que tenía ese tal Alexis! 
- ¡Jajajajajá! ¡Por favor, Garbayo, no me hagas reír ahora que tengo que poner mucha atención para no perderme con otros pensamientos ajenos. ¿Y qué pasó entonces con Pavel?
- Que vino acompañando a su hermano gemelo con visa de trabajo y como nadie podía distinguirlos pues resulta que el que acudía a la Facultad de Biología de la Complutense de Madrid era Pavel y no Alexis. 
- ¡Ostras, Pedrín! ¿No eran dos simples peones de albañilería?
- ¡Esa era la tapadera que usamos para introducir a Pavel en Arpemaga aunque el que trabajaba de albañil era Alexis y no Pavel.  
- ¿La Empresa de Construcciones Arpemaga?
- Sí. Esa misma.
- ¿Y qué estudiaba, como futuro biólogo, este tal Alexis digo ese tal Pavel?
- Estaba haciendo un profundo estudio genético. 
- ¿Podemos saber cuál?
- Era una tesis que tituló como "El huevo de Colón dentro del contexto general del Anecdotario de Sexología durante el Descubrimiento de América". 
- ¡Jajajajajá! 
- ¡Garbayo! ¡Que esto es muy serio!
- Perdone, Jefe... fue sin querer queriendo... porque estaba pensando en Ana...
- ¡Deja de pensar en Obregón, Garbayo!
- Perdone, Jefe, pero no estaba pensando en ella porque no me interesa para nada sino en otra igual de fantasiosa.
- ¿De qué Ana me estás hablando ahora, Garbayo?
- De Ana María De Sevilla y De Madrid.
- ¿Alguna de esas aristócratas que, como sucede con la de Alba, a pesar de su aristocracia y buena posición económica y social, se vuelven locas por el comunismo?
- Lo siento, Jefe, lo siento... 
- ¿Qué es lo que siente?
- Que no la hice ni puñetero caso cuando me quiso endilgar la píldora. 
- ¿La píldora anticonceptiva?
- ¡Jajajajajá! Mejor sigamos con el señor don Santiago.
- Pero eso te lo anoto también en tu currículo.
- Si considera interesante cómo escapar de un acoso...
- ¡Por supuesto que lo considero interesante! ¡Prosiga usted con algo más, señor don Santiago!
- ¡Ay qué cansancio psicosocial tengo, Jefe! 
- Eso le pasa a usted por estar dando rodeos en lugar de ir recto al asunto. ¿No sabía usted que los rodeos fatigan mucho hasta a los más pintados de los vaqueros del Oeste?
- ¿Cómo dice, Jefe? ¡No entiendo ni jota! 
- ¡Que siga usted con el cuento! 
- Resulta que la Dolores se había prometido a sí misma venganza por la violación sufrida en contra de su voluntad y de las demás no deseo hablar porque debieron ser demasiadas. Por eso citó al Alexis en un callejón oscuro y sin salida de la ciudad de Valencia donde lo acribilló a balazos sin ninguna clase de compasión.
- ¡Ya tenemos solucionado del todo el caso de la muerte de Alexis Verbosky Antonov, Garbayo!
- Ha sido mucho más fácil de lo que yo mismo estaba pensando.
- ¿Por qué la envenenaron a ella?
- La envenenó el Pavel después de haberle hecho creer que era la reencarnación del Alexis. Esta sorpresa que se llevó la Dolores hizo que bajase la guardia y el Pavel, muy astutamente y a pesar de ser tan torpe como lo es y lo es en demasía porque no sabe ni dar una patada a un bote y mucho menos jugar bien al fútbol, aprovechó un descuido de ella para ponerle cianuro en el café que estaba tomando creyendo que el Alexis la estaba perdonando desde el más allá. 
- ¡Bravo, Garbayo! ¡Ya tenemos resuelto también el asunto de la muerte de esa tal Dolores! ¡Me apunto dos tantos para mi propio currículo profesional pero no te preocupes demasiado porque te anotaré uno en el tuyo aunque sea de manera complementaria! ¿De acuerdo, Garbayo?
- Si me sirve también lo de complementario por mí no hay ninguna clase de problema. 
- El problema viene ahora. 
- ¿Quiere usted decir que vamos ya a por la caza de ese tal Pavel Verbosky Antonov?
- Eso quiero decir, Garbayo. 
- Déjeme ahora que pregunte yo. 
- ¡Menos mal! ¡Por fin me despego un poco del acoso!
- Escuche bien, señor don Santiago. ¿Dónde vive Pavel?
- ¡Eso sí que no lo sé! 
- Le creo. Le haré la misma pregunta pero de otra manera. ¿Dónde vivía Alexis?
- En el chalé siguiente al mío en esta misma calle Ricote. 
- Pues allí vive también ese tal Pavel, Jefe. 
- ¿Cómo lo ha sabido usted, señor teniente?
- Si tenían que pasar por ser una sola persona no podían estar los dos en sitios diferentes luego es lógico pensar que vivían los dos juntos y cuando uno salía a la calle el otro se quedaba dentro de la casa para seguir haciendo creer a todos y a todas que sólo había uno.
- ¿Usted cree que eso es cierto, Santiago?
- ¡No sé cómo lo consigue pero sí que es cierto! 
- Pues para comprobarlo del todo, solamente para saber si es verdad o mentira lo que dice Garbayo, dentro de unos instantes vamos los tres a hacerle una visita de cortesía a ese tal Pavel que jugando al fútbol debe ser peor que el tuercebotas de "Cabeza Buque".
- ¿Otro al que le gustaba el pimentón, Jefe?
- Sí. ¡Jejejé! Sólo que no daba una a derechas cuando trataba de dar un pase bien dado a su compañeros. Algo así debe suceder con este tal Pavel. Por lo tanto decido que vamos a prepararnos para hacerle una visita a ver si nos lo explica él mismo.
- ¡Mata, Jefe! ¡¡Mata!! 
- ¡Ostras, Pedrín! ¿Quién es ese tal Mata? ¿Conoces tú, Garbayo, a algún Mata?
- Claro que lo conozco, Jefe. Era un compañero de colegio y le tuve que dar un buen meneo; lo que sucede es que con el meneo casi se traga un pupitre cuando se creía que yo era otra cosa de lo que en verdad he sido siempre. Dicho de otra forma, Jefe, se creía que yo me iba de dejar mojar las orejas pero fue él el que se mojó los calzoncillos. 
- ¡Jajajajajá! ¿Se orinó del susto?
- ¡¡Me estoy refiriendo a que Pavel Verbosky Antonov mata, Jefe!!
- ¿A qué vienen ahora esos gritos tan histéricos, señor don Santiago? Si ese tal Pavel mata no es para ponerse nerviosos. Con tal de matarle antes a él ya está el asunto solucionado. Por muy horrorosamente feo que sea ni al teniente Garbayo ni a mí nos va a asustar lo más mínimo. Lo único que le recomiendo, si ese matón mata, es que usted no meta la pata.
- ¡¡Necesito buena defensa!!
- ¡Yo no soy Benito, señor don Santiago! 
 
Santiago Solar De Gijón sonrió ligeramente porque pensó que con aquello del fútbol se había dado por terminado, definitivamente, el interrogatorio; pero olvidó que el teniente Garbayo siempre estaba al quite de los descuidos del Jefe.
 
- Se está usted olvidando algo, Jefe. 
- Yo creo que no me he olvidado nada, Garbayo.
 
Santiago Solar De Gijón volvió a ponerse nervioso una vez más.  
 
- ¡Si el Jefe dice que no se le ha olvidado nada es que no se le ha olvidado nada!
- ¿Me permite hacer yo alguna que otra pregunta, Jefe?
- Está bien. Creo que tenemos tiempo suficiente.
- ¡Repito que si el Jefe dice que no se le ha olvidado nada es que no se la ha olvidado nada y este interrogatorio ya se ha acabado!
- Perdone usted, señor don Santiago, porque en primer lugar esto no es una reunión de alguna CAM donde usted lleva la voz cantante y lo decide todo y porque en segundo lugar el Jefe me ha dado permiso para preguntarle algunas cosas muy interesantes antes de salir de caza. 
- Está bien... pero... yo... yo... ya no tengo nada más... 
- ¿Nada más que decir?
- Eso... eso... eso...
- Pues me parece que está usted muy equivocado y le voy a ayudar a salir de su equivocación. 
- Supongo que no usará su fuerza física contra un anciano como yo. 
- Respeto la vida humana aún siendo mucho más joven que usted y aunque usted no lo haya hecho muchas veces en su vida. ¿Estoy siendo claro?
- Sí... sí... sí... 
- Entonces cuéntele al Jefe, para que no se le olvide nunca, cuál era el plan.
- ¿El Plan Badajoz tal vez?
- Suelen gustarme mucho los chistes, señor don Santiago, pero ahora resulta que, además de que usted no tiene suficiente gracia para contarlos, estoy mucho más serio de lo que usted cree. ¿Cuál era el plan?
- El fracaso de los planes quinquenales de la URSS los conoce ya todo el mundo. 
- ¿Y qué tal si hablamos de ajedrez, señor don Santiago? 
- No sé a lo que se está refiriendo.
- Digamos que a C2PR.
 
A Santiago Solar De Gijón se le cortó, de repente, la estúpida sonrisa de su rostro.
 
- Sólo es un movimiento nada más. 
- Un movimiento que ha costado ya la vida de dos seres humanos tiene que ser algo más que nada.  
- Ustedes ya saben que la Dolores era una Gran Maestra Internacional.
- Sí. Por eso la C quiere decir Caballo y Caballo quiere decir Dolores y Dolores es la encargada de informar y captar ingenuos para La Causa gracias a sus cantos de sirena. ¿Me estoy equivocando?
- No se está usted equivocando, señor teniente. 
- Eso es. A partir de ahora para usted soy el señor teniente. ¿Lo ha entendido?
- Lo he entendido. 
- Cuénteme ahora qué significa el 2.
- Que el ajedrez lo practican dos personas al mismo tiempo.
- Eso es, señor don Santiago. ¿Y puede ser que la P signifique Peón?
- Exacto. Significa Peón.
- Que es lo mismo que decir que se sacrifica para conseguir un objetivo. ¿Sigo acertando, señor don Santiago?
- Sigue acertando. 
- Y eso significa que el que se iba a sacrificar era Alexis y si fallaba Alexis en el primer intento el que se sacrificaría sería su hermano gemelo Pavel. ¿Qué tal lo estoy haciendo, señor don Santiago?
- Sigue acertando, señor teniente. 
- Y aquí viene la bomba final. ¿La R significa Rey?
- Exacto. Eso significa en ajedrez. 
- Luego el plan consistía en atentar contra el rey de nuestro país gracias a las informaciones secretas de la Dolores. ¿Verdadero o falso?
- No sé qué contestar a eso...
- Dígame solamente cómo lo iban a hacer. ¿Quizás aprovechando el caos que se iba a producir tras el intento de golpe de estado de Tejero?
 

Santiago Solar De Gijón guardó silencio...
 
- Por eso era necesario que se cerrase la Universidad para evitar que yo fuera periodista y pudiera contarlo todo, después de haberles fallado lo de hacer creer a todo el mundo que yo estaba loco para internarme, de por vida, en un manicomio después de haberles fallado el intento a través del elemento femenino. Conteste sí o conteste no, por favor. 
- No... esto sí... esto no... esto sí... 
- ¿Sí o no o no o sí? Aclare este asunto, señor don Santiago. 
- ¡¡¡Sí!!! 
- Le toca el turno a usted, Jefe.
- ¿Más?
- ¡Más! 
- ¿Pero qué quiere más de mí?
- Como bien ha dicho el teniente Garbayo, me toca el turno. 
- Si no hay más remedio... 
- No hay más remedio.
- Entonces que sea lo que Dios quiera... 
- ¿Usted ya no cree en ese tal Marx?
- De repente se me han pasado las ganas de creer en ese tal Carlos.
- Bueno. Entonces tendremos que afrontar el peligro que supone el tal Pavel, pero antes de eso responda a un inquietud que me ha entrado de repente.
- ¿Una inquietud repentina, Jefe?
- ¡Eso he dicho! ¿Es que se está usted quedando algo sordo, Santi?
- Para desgracia mía oigo con total perfección. Pero yo creía que ya se había terminado todo. 
- ¡Pues va a ser que no! ¡Así que digame dónde está el dinero!
- ¿De qué dinero me está usted hablando, Jefe?
- ¿Qué le parece si digo que le estoy hablando de cinco millones de dólares?
- ¿Pero cómo se le ocurre a usted pensar la locura de que yo tengo cinco millones de dolares? ¡Vaya barbaridad, Dios mío!
- Dios nuestro, por favor. Dios nuestro y no de ustedes que no creen en Él. 
- ¿Cómo voy a tener yo cinco millones de dólares escondidos si sólo soy un pobre y mísero administrativo de Correos de España?
- ¿Ha dicho usted mísero o miserable?
- Haya dicho lo que haya dicho es imposible que yo tenga cinco millones de dólares. 
- ¿Usted cree que don Paco, tan gallardo como es, es también un hombre honesto, honrado y sincero?
- A pesar de que traicionó mis principios al no querer formar parte de la CAM yo siempre he considerado y considero al señor Don Francisco Ravel Valtierra, aparte de que es gallardo, un hombre honesto, honrado y sincero. 
- Entonces digame ya dónde están esos cinco millones de dólares. 
- ¿También se ha chivado de los cinco millones de dólares ese deshonesto, deshonrado y falso personajillo del comunismo light?
- ¿Pero no dijo usted antes todo lo contrario sobre don Paco?
- ¡Todos los comunistas del mundo entero somos así, Jefe! ¡Cambiamos de opinión cada segundo de nuestras vidas porque es necesario cambiar continuamente a la hora de llevar a cabo las praxis de nuestras ideologías! 
- ¡Deje de lado ya todas las verborreas de esas ideologías que producen diarreas y a la cuales ni el teniente ni yo hacemos ni el más mínimo ni puñetero caso y desembuche! ¿Dónde está el dinero?
- Está bien, Jefe. De perdidos todos al río; pero les juro a ustedes dos que no sé dónde pueden estar esos cinco millones de dólares. 
- ¡En algún lugar concreto deben estar y si no es usted lo suficientemente concreto para decírmelo le juro que le deslomo en estos mismos instantes! ¡Así que olvídese de toda su oratoria abstracta y sea simplemente concreto! ¡Es usted más simple que Espinete jugando con Los Pitufos!
- ¡Vale, Jefe, vale! ¡Sólo sé que lo tiene escondido ese tal Pavel Verbosky Antonov! 
- ¿Por qué se lo ha dado a él en lugar de haberlo escondido usted entre sus propios huevos?
- Para que nadie sospechara de mí. Cuanto menos dinero manejara yo menos ganas me entrarían de quedarme con todo ese pequeño tesoro. 
- ¡Ahora sí! ¡Ahora sí que es necesario que vayamos a la casa de ese tal Pavel! 
- ¿Podrían irse solamente ustedes dos a casa de él y yo quedarme a gusto en la mía para esperar el desenlace? ¡Les juro que no voy a intentar escapar! 
- Imposible. Esa es una utopía imposible de hacerse realidad puesto que ustedes no creen en los milagros, señor don Santiago.
- Es que mata... 
- Lo único que podemos hacer por usted, si es que ese matarratas mata, es protegerle para que usted tenga una larga vida... en la prisión por supuesto pero larga vida al fin y al cabo... así que cuando entremos en la vivienda del tal matón usted protéjase quedándose siempre detrás del teniente Garbayo y de mí para que ese tipo tan horrorosamente feo no le pueda descubrir. ¡No meta la pata, señor don Santiago, haciéndose ver por él! 
- ¿Entonces tengo que ir yo también?
- ¡Tirando para delante aunque no sea de Alicante!
 
Los tres salieron sigilosamente del chalé de Santiado Solar De Gijón y se dirigieron al chalé de Pavel Verbosky Antonov pero, aunque hicieron sonar el timbre hasta cinco veces en total, nadie abrió la puerta. 
 
- Pero está, Jefe... 
- ¿Afirmas y confirmas que está, Garbayo?
- Exacto. Lo afirmo y lo confirmo. He escuchado un arrastre de zapatillas. 
- ¿No habrán sido las ratas?
- Cuando las ratas huyen chillan y aquí nadie ha chillado luego ese matarratas está dentro.
- Entonces se va a enterar bien enterado. 
- ¡Adelante, Jefe! 
- ¡¡¡Abra inmediatamente esta jodida puerta o la abriremos tal como Dios manda en esto casos tan especiales!!!
 
Solamente respondió el silencio...
 
- ¿De verdad que está dentro, Garbayo?
- Me juego las cien mil pesetas que me debe usted pagar por solucionar este asunto apostando a que sí que está dentro. 
- ¿Te arriesgas a quedarte sin el pago de las cien mil pesetas?
- Me arriesgo. 
- ¿Y ahora qué hacemos para poder saber si es cierto o no es cierto?
- ¿Ha visto usted, alguna vez, un partido de rugby?
- He visto, en algunas ocasiones, no uno sino varios partidos de rugby.
- ¿Y cuál es una de las jugadas más emocionantes del rugby?
- ¿Te refieres a la patada a seguir?
- ¡Eso es, Jefe! ¡Nos entendemos hasta con el pensamiento! 
- ¿Tal como hacen los okupas?
- Tal como hacen los okupas. 
 
El Jefe, animado por el optimismo del teniente Garbayo, no lo pensó más veces y arreó tal enorme patada a la cerradura de la puerta de madera que ésta se abrió violentamente saliendo la cerradura a hacer vientos. Dentro ya estaba, parapetado detrás de una mesa, el tal Pavel apuntando con su pistola. Era una Star de 9 milímetros corto. Pero ni el Jefe ni Garbayo sintieron ninguna clase de miedo mientras el señor don Santiago, totalmente asustado y acobardado, se escondía detrás de los dos policías para no ser visto por Pavel. 
 
- ¡Arroja inmediatamente esa pistola al suelo si no quieres terminar siendo un colador de café descafeinado, imbécil! 
- ¡Venga usted a quitármela, Jefe!
- ¡Por tu propio bien no sigas haciendo el cernícalo carnicero porque estoy hasta los cojones de tantos carniceros cernícalos! ¿Me has entendido bien o necesitas otra metáfora para poder comprenderlo?
- ¡No intente hacerse el gracioso conmigo, teniente!
- ¡El teniente sólo te está haciendo saber que es tu última oportunidad!
 
En esos momentos, Santiago Solar De Gijón, totalmente enloquecido por culpa de los nervios y viendo que la tensión iba en aumento, no lo soportó más y salió de su escondiste poniéndose en el punto de mira de la Star de Pavel Verbosky Antonov. 
 
- ¡Dónde está el dinero, miserable traidor!
 
Pavel disparó a quemarropa...
 
- ¡¡¡Bang!!!
 
La bala entró justo entre los dos ojos de Santiago; pero a Pavel no le dio tiempo para repetirlo con los dos policías porque también el Jefe resultó rapidísimo con su Star 28PK...
 
- ¡¡¡Bang!!!
 
La bala entró justo entre los dos ojos de Pavel. 
 
- Sin haberlo querido nos hemos cargado a toda la CAM completa, Garbayo. 
- Efectivamente, Jefe. Usted lo ha dicho. 
- Y, sin embargo, no estoy contento del todo, Garbayo. 
- ¿Qué le sucede ahora, Jefe?
- ¡Tengo dos inquietudes que no sé cómo solucionarlas!
- Digame cuáles son por ver si yo puedo ayudar en algo. 
- La primera de ellas es cómo puedo saber yo que el ya fallecido Santiago me dijo la verdad y sólo había tenido tiempo de fundar una CAM y la segunda de ellas es cómo puedo saber yo dónde están escondidos los dichosos cinco millones de dólares.
- ¡Un momento, Jefe! Estoy observando algo...
- ¿A qué te refieres?
- ¿Ve usted ese cuadro de pintura que hay en la pared que se encuentra frente a nosotros?
- ¿Eso es un cuadro de pintura, Garbayo?
- Aunque suene a risa y sea para partirse de risa, los entendios en Arte Moderno dicen que eso es un cuadro de pintura. 
- ¡Jajajajajá! ¡¡Jajajajajá!! ¡¡¡Jajajajajá!!! 
- En efecto, Jefe. Parece cosa de locos. ¡Jajajajajá! ¡¡Jajajajajá!! ¡¡¡Jajajajajajá!!! 
 
Los dos volvieron a soltar carcajadas pero ahora al mismo tiempo. 
 
- ¡Jajajajajá! ¡¡Jajajajajá!! ¡¡¡Jajajajajá!!!
- ¡Para ya, Garbayo, que me descojono del todo! 
- Seamos serios, Jefe. 
- ¿Puedo saber cómo se titula eso que llaman cuadro de pintura?
- Estamos presenciando una sensacional copia de la famosa obra titulada "Cuadro negro sobre fondo blanco", que fue pintado en 1913 por el jeta... quiero decir el caradura... esto... quiero decir el pintor ruso Kasimir Severinovich Malevich. 
- ¡Vaya chiste más malo eso de Malevich, Garbayo! 
- En verdad que es un chiste malo... pero malo malo del todo... y quizás por eso se apellidara Malevich de lo malo que era... sobre todo pintando...
- Entonces volvamos a la seriedad. ¿Por qué te has fijado en ese cuadro tan absurdo que tenía este ya desaparecido bruto de Pavel Verbosky Antonov si estoy seguro de que en lo del Arte de la Pintura debía saber menos que su compatriota y conciudadano Wassily Kandinsky que ya es decir?
- Eso mismo me estoy preguntando yo desde hace un momento, Jefe. 
- ¿Qué crees tú sobre esta absurda incoherencia?
- Creo que ese cuadro debe encerrar algún misterio. Fíjese que en lugar de estar enmarcado como Dios manda resulta que está completamente pegado a la pared. ¿No le parece a usted muy sospechoso?
- Ahora que me haces pensar, y gracias por hacerme pensar, pues pienso que sí, que es muy sospechoso. 
- Salgamos de dudas, Jefe. 
- ¿Y qué podemos hacer para salir de dudas, Garbayo?
- Antes de que nadie se entere de todo este asunto vamos a ver de cerca ese absurdo cuadro que es una copia exacta de lo que dicen que es una obra genial. 
- ¡Vamos!
 
Los dos policías se acercaron hasta el cuadro. 
 
- ¿Y ahora qué hacemos, Garbayo?
- Se me está ocurriendo una idea. 
- Supongo que será alguna de tus ideas geniales. 
- Esta vez no es tan genial pero quizás sea la respuesta que estamos buscando. 
- ¿Puedo saber qué quieres hacer?
- Tocar el cuadro negro. 
- ¡No seas inensato, Garbayo! ¿Y si resulta que al tocar ese cuadro negro sale una ráfaga de ametralladora disparando en todos los sentidos y la palmamos los dos? ¿Si eso ocurre cómo va a saber el mundo entero la gran proeza que hemos realizado si ya estaríamos muertos y no podríamos contárselo a ningún medio de comunicación se masas? ¿Has pensado en todo eso?
- Lo he pensado, Jefe. 
- ¿Y estás dispuesto a arriesgarte?
- Si usted quiere meterse debajo de la mesa puede hacerlo. 
- Me voy a meter debajo de la mesa pero no por cobardía sino para que uno de los dos quede vivo y pueda contarlo a los medios de comunicación de masas. ¿Lo comprendes, Garbayo?
- Lo comprendo. Avíseme cuándo está ya del todo escondido bajo la mesa. 
 
El Jefe se escondió, efectivamente, debajo de la mesa. 
 
- ¡Ya puedes tocar el cuadro negro sobre fondo blanco, Garbayo! 
 
Garbayo no lo dudó ni un instante. 
 
- ¡Ya está, Jefe!
- ¿Y de verdad que no ha pasado nada?
- Salga usted de su escondite porque creo que sí ha pasado algo.
 
El Jefe, con mucho cuidado por si disparaba la metralleta imaginada, salió de su escondite, se puso lentamente de pie y, al fin, convencido de que ya no había peligro alguno, se acercó hasta donde se encontraba Garbayo con su mano derecha apoyada en el cuadro negro sobre fondo blanco. 
 
- Yo no veo que haya ocurrido nada. 
- Pues yo he escuchado cómo se abría algo detrás de este cuadro. 
- ¿Algo así como una caja fuerte?
- O una caja fuerte o algo parecido cómo, por ejemplo, algún agujero detrás de la pared. 
 
El Jefe comenzó a intentar despegar el cuadro. 
 
- ¡Imposible, Garbayo! ¡Ni aplicando todas mis fuerzas puedo despegar esta mamarrachada del cuadro negro sobre fondo blanco!
- ¿Para qué tiene usted la inteligencia, Jefe?
- No empecemos, no empecemos, Garbayo...
- Se lo digo cariñosamente ya que somos dos buenos amigos. 
- ¿Y para qué la tienes tú?
- Para darme cuenta, gracias a la observación necesaria que hay que tener para ello, de que sobre la repisa de la chimenea hay un martillo y un cincel.  
- ¡Ostras, ostras y mil veces ostras! ¡Este cabrón de Pavel estaba dispuesto a largarse con todo el dinero él solo. 
- Suponiendo que dentro de esa caja fuerte o agujero en la pared exista dicho dinero. 
- ¿Después de tanto esfuerzo va a resultar que no?
- Puedo resultar que no... ¡pero y si sí, Jefe!... 
- Debemos intentarlo, Garbayo. 
 
El Jefe se acercó a la repisa de la chimenea, tomó el martillo y el cincel y, con su enorme fuerza física, en pocos segundos despegó el cuadro. Efectivamente, una especie de ventanilla de metal se había corrido y había un agujero en la pared.
 
- ¡Mete tú la mano, Garbayo!
- ¿Es que sigue teniendo miedo, Jefe?
- No. No es miedo aunque lo parece. Pero si ahí existe una víbora venenosa alguien tiene que contarlo para que el mundo entero se entere. 
- Está bien, Jefe. 
- ¿Qué te pasa, Garbayo? ¿Te ha mordido ya la víbora?
- ¡Jajajajajá! Lo que pasa es que he encontrado un enorme paquete. ¿Lo saco o no lo saco?
- ¡Con mucho cuidado, Garbayo, con mucho cuidado no vaya a ser un paquete explosivo!
- Lo sacaré con mucho cuidado.
 
Garbayo sacó el enorme paquete muy lentamente.
 
- ¡Ya está aquí lo que buscábamos! Sólo falta abrirlo. 
- ¡Ábrelo con demasiado cuidado mientras yo me refugio de nuevo debajo de la mesa, Garbayo!  
 
Garbayo abrió el enorme paquete sin que sucediera nada.
 
- ¿No ha explotado, Garbayo?
- No ha explotado, Jefe... por lo menos de momento... 
- ¿Se puede saber qué hay dentro de ese enorme paquete, Garbayo?
- Lo primero que encuentro es un sobre de color rojo y lacrado con sello rojo. 
- ¡Dios mío, Garbayo! ¡Ten mucho cudiado al abrirlo!
- Tendré cuidado, Jefe. 
 
Con mucha lentitud Garbayo abrió el sobre y extrajo un folio escrito a máquina de escribir pero usando una cinta de color rojo.  
 
- Ya está abierto, Jefe. En su interior hay un folio escrito a máquina de escribir pero usando una cinta de color rojo. ¿Leo?
- Lee, Garbayo, lee. 
- Ponga atención, Jefe, porque no lo voy a repetir dos veces. 
- De acuerdo. Escucho con total atención. 
- El día 23 de mayo de 1980 fundé mi primera Célula Autónoma Marxista (que conoceré siempre como CAM por si las moscas) con los siguientes adeptos a La Causa: Santiago Solar De Gijón, Dolores De Carrillo Ibarra, Alexis Verbosky Antonov y Pavel Verbosky Antonov. Como he pensado que cada célula se compusiese de 5 miembros he estado buscando al quinto de ellos, pero Paco Ravel Valtierra se ha negado a formar parte de esta mi primera CAM; así que he decido actuar, en esta primera ocasión, solamente con nosotros 4. Si tenemos éxito muy pronto me dedicaré a fundar otras Células Autónomas Marxistas por el resto de España y, si es posible, alguna que otra CAM de apoyo en el extranjero. Firmado: Santiago Solar De Gijón. 
- ¡Luego ese pendejo me estaba diciendo la verdad! 
- Le estaba diciendo la verdad en cuanto a las CAM. 
- ¿Y para esa mierda de papelucho ha usado un sobre tan enorme como dices tú que es? 
- Es que es enorme de verdad... 
- Pues no lo entiendo... 
- Pues yo sí lo entiendo, Jefe, porque está repleto hasta los bordes de paquetes formados con miles de dólares en billetes que no parecen falsos. 
 
El Jefe salió disparado de debajo de la mesa...
 
- ¡Ostras, Pedrín! ¡Es cierto! 
- Cuente... cuente usted mismo mientras yo pienso en Woody Allen... 
- ¿Te has vuelto loco, Garbayo? ¿Es que te ha dejado de gustar Ornella Muti?
- ¡Jajajajajá! No, Jefe. Estoy pensando en lo de "Toma el dinero y corre" pero, claro está, me sigue gustando Ornella Muti y los problemas psicológicos de Woody Allen no me interesan para nada porque no pienos estudiar su absurda manera de pensar y su todavía más abusrda manera de hacer sus cosas y usted ya sabe a lo que me refiero; así que primero hay que contarlo y después saber que no es nuestro.
- ¡Déjame contar, Garbayo, que me pierdo! 
 
El Jefe comprobó que, efectivamente, el total era de cinco millones de dólares totalmente legales. 
 
- No se trata de ninguna falsificación. 
- Bien, Jefe. Aquí termina mi actuación. Págueme las cien mil pesetas me corresponde y me dedico a otra cosa. 
- ¡Lo siento, Garbayo! ¡No puedo pagarte las cien mil pesetas que te había prometido!
- Está bien. Ajo y agua. Por lo menos me podrá uste invitar a un café con leche... digo yo...
- ¡Por supuesto que te voy a invitar a un café con leche!
- ¿Puede ser acompañado de dos Magdalenas?
- Puede ser acompañado de dos magdalenas. 
- Que estén muy buenas, por favor.
- Las magdalenas siempre están muy buenas cuando se las moja en el café con leche, Garbayo.
- ¿Qué me está usted contando, Jefe?
- ¿No quieres que sea acompañado de dos magdalenas que estén muy buenas?
- Eso mismo he dicho. ¿Qué ha entendido usted?
- He entendido claramente que has dicho dos magdalenas. 
- Pero Jefe... yo me estoy refiriendo a dos Magdalenas como la que cita la Biblia...
- ¡Jajajajajá! ¿Te verdad crees que te voy a dejar solo ante el peligro?
- Si usted me quiere acompañar por mí no hay ningún problema. 
- Te vuelvo a repetir que no te voy a pagar las cien mil pesetas que habíamos pactado. 
- Ya lo sé. Esto es como el Pacto de la Moncloa. ¿No es cierto, Jefe? Muchas promesas pero los de abajo siempre jodidos del todo.  
- ¡Jajajajajá! ¡Nada de politizar el asunto! ¡Te estoy diciendo que no te voy a pagar las cien mil pesetas porque lo que voy a hacer es regalarte un millón de dólares de estos cinco que tenemos delante!
- ¡No tengo ganas de bromas con mal gusto, Jefe!
- ¡Jamás le gastaría bromas con mal gusto a mi empleado más preferido! ¡He dicho que te corresponde un millón de dólares y eso es lo que vas a coger! 
- ¿Y cómo explicamos esto a la sociedad?
- ¿A qué sociedad te refieres?
- A la Sociedad Protectora de Animales por poner un ejemplo. 
- ¡Jajajajajá! ¡Muy bueno, Garbayo! Pero la solución es muy sencilla. 
- Pues yo no veo que sea tan sencilla sino más bien complicada. Si los animales se enfadan estamos perdidos.
- ¿Te refieres a los animales políticos?
- Eso es, Jefe. 
- Ningún animal político se va a poder enfadar porque ningún animal político sabe de la existencia de este dinero. En palabras más claras resulta que este dinero no existe porque no ha pasado por ningún control de Hacienda y otras tonterías de ese tipo. Y como este dinero no existe para nadie menos para ti y para mí... pues tú te quedas con un millón, yo me quedo con otro millón y los tres millones restantes los envío a varias ONG de esas que se dedican a hacer un bien hacia los más necesitados. Como serán aportaciones anónimas nadie se va a enterar de que este dinero sí que existe. 
- Jejeje. Muy bueno, Jefe. Acepto ese millón de dólares y ya no son necesarias las dos Magdalenas.  
- ¡Jajajajajá! 
 
Garbayo cogió una bolsa de plástico de color negra que estaba en el suelo, metió en ella los paquetes que sumaban un total de un millón de dólares y se dirigió al Jefe. 
 
- Me voy, Jefe...
- Está bien, Garbayo... mañana nos vemos de nuevo en la Jefatura... 
- Me parece que hay algo que usted no ha entendido...
- ¿Tal vez que Alexis Verbosky Antonov y su hermano Pavel Verbosky Antonov eran maricas horrorosamente feos? ¡Qué nos importa a nosotros dos el asunto de los homosexuales y sus complejos acompañados de traumas, Garbayo!
- Como bien dice usted porque me conoce muy bien, a mi no me importa nada, pero nada de nada, el mundo de los gays. 
- Pues entonces mañana nos vemos en la Jefatura. 
- No. No me está entendiendo. Me voy, Jefe, me voy. 
- ¡Ya sé que te vas! ¿Qué crees que voy a hacer yo antes de que esto se llene de gente? ¡Por supuestísimo que me voy también antes de que eso ocurra! Nos vemos mañana en la Jefatura y será como si no hubiese sucedido nada. 
- Me estoy refiriendo a que me voy del cuerpo.
- ¡Venga ya, Garbayo! ¿Tú también te crees esa chorrada de que nuestros espíritus salen de nuestros cuerpos y nos ven desde fuera de nuestros cuerpos para luego volver a entrar en ellos? ¡No me digas que te has vuelto esotérico!
- Sigue usted sin entenderme, Jefe. 
- ¿Pero no te das cuenta de que eso de irse del cuerpo, estando todavía vivos, es una verdadera tontería de psicópatas del ocultismo? 
- Lo que yo estoy haciéndole saber es que me voy del Cuerpo de la Policía. 
 
Aquello le sentó al Jefe como si alguien le hubiese echado, de repente, todo el contenido de un cubo lleno de agua sobre su cabeza. 
 
- Esto... esto... ¿cómo has dicho, Garbayo?...
- Que me voy del Cuerpo de la Policía aunque tenga que devolver este millón de dólares.
- ¿Estás hablando en serio o esto es una broma pesada?
- No es ninguna broma pesada ni no pesada. Ni tan siquiera es un chiste. Es una verdad. 
 
Al Jefe se le comenzaron a saltar las lágrimas. 
 
- ¡No te vayas, por favor, hermano!
- No llore por mí, Jefe. No merezco la pena. 
- ¡No te vayas, por favor, hermano!
- Le pido solamente dos cosas, Jefe. La primera es que no llore por mí ni tan siquiera una sola lágrima; y la segunda es que sería mejor para usted que no vaya diciendo por ahí que nosotros dos somos dos hermanos cristianos.
- ¿Y qué va a ser ahora de mí? ¡Me faltan todavía unos largos 7 años de trabajo antes de que me pueda jubilar y me voy a aburrir hasta lo increíble. Sin ti todo va a ser diferente. 
- Le pido una tercera cosa, jefe. No se aburra pensando en mí y piense en alguna que merezca la pena, por poner un solo ejemplo.
- ¡Jajajajajá! ¡De verdad que te voy a echar de menos!
- ¿Puedo pedirle un pequeño favor, Jefe? 
- Pequeño o grande, lo voy a hacer, Garbayo. 
- Apunte en una hoja lo siguiente...
 
El Jefe cogió el folio escrito por el ya fallecido Santiago y se dispuso a escribir en la parte de atrás.
 
- Díctame, Garbayo...
- Estimados compañeros y, sobre todo, queridas compañeras: como ya sabéis cuál es mi forma de actuar, me abstengo de dirigiros la palabra. ¡Y Santas Pascuas!
- ¿Esto qué es Garbayo?
- Este es el discurso que tenía pensado dirigir a todos mis estimados compañeros y, sobre todo, a todas mis queridas compañeras que me han amado siempre tantísimo que me hicieron representante sindical de ellos y ellas sin pertenecer yo a ningún Sindicato y como son muchísimos los compañeros y las compañeras que me quieren tanto que hasta alguna de ellas, y espero que ninguno de ellos, me ama de verdad... pues es mejor que se lo lea usted antes de la comida de despedida a la que, por supuesto, yo no voy a acudir. Pero, aparte de esto, por favor despídame con un beso cariñoso de la señorita Amparo y dígale de mi parte que nunca olvidaré las grandes emociones que sentí cuando tomábamos el café con leche mientras estábamos trabajando. Chao, Jefe. 
- ¡Espera, Garbayo! ¿Qué va a ser de ti a partir de ahora?
- No se preocupe por mí, Jefe. Sabré salir adelante.
- ¿Te puedo regalar un mechero de oro en nombre mío y en nombre del único compañero que jamás te tuvo envidia?
- ¿Usted y el teniente pero futuro capitán Miguel Ángel Feó Parra?
- Si. En nombre de nosotros dos. 
- Entrégueme ese mechero de oro y que Dios les bendiga siempre a los dos por tal detalle. 
- ¡Recuerda también a la policía desconocida, Garbayo!
- ¡Que Dios bendiga también siempre a la policía desconocida!
 
Y Garbayo se marchó hacia una cabina telefónica.  
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Novela.

Palabras Clave: Literatura Prosa Novela Relatos Narrativa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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