Darío y su foca (Cuento Infantil)
Publicado en Nov 14, 2015
DARÍO Y SU FOCA (por: José Orero De Julián "Diesel")
El pequeño Darío vivía con su abuelo Otilio en el pueblo de Savona, justo en la costa del Golfo de Génova. Su abuelo, que de joven había sido muy golfo, se quedó soltero por haber sido tan mujeriego y Darío se fue a vivir con él porque no le querían ni su padre ni su madre al haber nacido sin desearlo ellos. El abuelo Otilio, que a pesar de todo tenía un gran corazón y era muy bondadoso, se hizo cargo del niño. Él fue quien le puso el nombre de Darío porque le encantaban las poesías de Rubén, el famoso nicaragüense autor de "Cantares de vida y esperanza", los cuales se había aprendido de memoria hasta que, a partir de cierto día, la memoria empezó a fallarle y tuvo que ser el pequeño Darío el que tuvo que recitarlas antes de dormir en la misma habitación pero en camas separadas. Darío le recitaba unos pocos versos del libro hasta que el abuelo Otilio terminaba por quedarse dormido y roncando profundamente. - Escucha abuelo: "Yo soy aquel que ayer no más decía el verso azul y la canción profana, en cuya noche un ruiseñor había que era alondra de luz por la mañana. El dueño fui de mi jardín de sueño, lleno de rosas y de cisnes vagos; el dueño de las tórtolas, el dueño de góndolas y liras en los lagos". El abuelo cerraba entonces sus ojos y comenzaba a roncar tan fuerte que parecía un elefante agripado y Darío aprovechaba la ocasión, cerraba los "Cantos de vida y esperanza" y bajaba a la cocina para husmear por todos los rincones hasta que encontraba alguna lata de conservas, la abría con un abrelatas ya bastante oxidado por el paso del tiempo y se despachaba a gusto devorando su contenido. A veces eran mejillones; otras veces eran almejas; pero lo más normal es que fueran sardinas y por eso Darío creció desarrollando una proverbial memoria. Claro está que no recordaba nada sobre quiénes eran su padre y su padre porque nunca los había conocido ni había recibido jamás la visita de ellos. Por eso las conservas del abuelo Otilio suplían estas ausencias gracias al enorme cariño con las que éste hacía como que las escondía porque profesaba un profundo amor a su nieto y, haciendo como que no se daba cuenta de las latas desaparecidas, seguía comprando decenas de ellas para que Darío no perdiera la costumbre. Algunos vecinos del abuelo Otilio le reprochaban severamente diciendo que esa no era la manera más adecuada de educar a un niño de tan corta edad, pero el abuelo se hacía el sordo. - ¡Otilio, que ese zagal va por muy mal camino! ¡Que cuando crezca y se haga joven va a terminar siendo un ladronzuelo! - ¿Cómo dice usted, Valtravaglia? ¡Perdone, pero es que cada vez tengo más sordera! - ¡Que le estoy diciendo que ese niño está muy mal educado y usted es el culpable de ello! - Vamos a ver si mañana oigo un poco mejor... Y el abuelo Otilio seguía su camino, estrechando firmemente la mano izquierda del pequeño Darío quien, por supuesto, reía alegremente gracias a esa forma que tenía su abuelo de quitarse de encima a los vecinos mas envidiosos y pesados como aquel tal Valtravaglia. - Tienes que ir a la escuela, Darío. Es verdad que yo no sé educarte. - ¡No, abuelo! ¡No haga caso de esos envidiosos y pesados como Valtravaglia! Con usted aprendo mucho más que esa tontería de "mi mamá me mima mucho y yo mimo mucho a mi mamá" que, además de ser una cursilería es que en mi caso resulta que es mentira. - Llevas razón, Darío. ¡Vámonos a pescar y que sea lo que Dios quiera! Un día en que el abuelo Otilio y el pequeño Darío estaban pescando en la costa del Golfo de Génova, sucedió un acontecimietno realmente asombroso porque, ante el estupor de los dos, vieron a una foca que se encontrabra varada y no podía volver al mar abierto. - ¡Abuelo! ¡Ya tenemos comida para un mes! - ¡No seas malo, Darío! ¡Esa foca está necesitando una ayuda y tú y yo se la vamos a dar! - ¿Eso de ayudar a una foca puede considerarse como hacer una buena acción? - Sí, Darío, lo de ayudar a una foca puede considerarse como hacer una buena acción. De esta manera tan sencilla, el abuelo Otilio siempre enseñaba al pequeño Darío a vivir como un niño sencillo que sabía lo que era el bien y lo que era el mal porque no se juntaba con la pandilla de granujas que merodeaban por todas las barriadas de Savona. - ¿Qué le pasa a esa foca, abuelo? - Que no puede volver por sí misma al mar abierto. - ¿Y cómo podemos ayudarla? - Solamente haz lo que hago yo. El abuelo Otilio acarició dulcemente a la foca y Darío también lo hizo. Después de ello, empujando con todas sus fuerzas, ambos consiguieron que la foca se desenredara de toda la maleza que la tenía aprisionada y que llegara al mar abierto y se perdiera hacia el horizonte. - ¡Esta ha sido una de las acciones más bondadosas que se han llevado a cabo en Savona! -dijo el alcalde del pueblo cuando le impusieron, al abuelo Otilio y al niño Darío, la Banda del Mérito Social, ante todos los demás vecinos. Y, al llegar a su humilde casa, el abuelo Otilio sacó una botella de vino, llenó su vaso y escanció sólo la medida de un par de dedos en el vaso de Darío. - Es para que te vayas acostumbrando a no abusar demasiado del vino. - Gracias, abuelo. ¿Ve cómo con usted aprendo más y mejor que acudiendo a la escuela? - Si eso es verdad contesta a lo siguiente: ¿Ya que estamos en Savona quién fue Savonarola? - ¡El mejor delantero centro que ha existido en el fútbol de Italia! - Darío... Darío... Darío... que yo no me río... - ¿Es que Savonarola no ha sido el mejor delantero centro de la historia del fútbol italiano? El abuelo Otilio no pudo esta vez dejar de escapar una carcajada. - ¡¡Jajajajajá!! ¿Quién te ha dicho a ti eso de que Savonarola jugaba al fútbol? - ¡Se lo oí decir, hace solamente un par de días, a Florentino, el hijo del carnicero! - ¡Ese Florentino es tan mentiroso como su padre el carnicero cuando manipula los pesos a la hora de vender sus mercaderías! - ¿Y entonces quién fue Savonarola? ¿Un delantero centro del montón y que ni tan siquiera llegó a ser internacional ni un solo partido? Tampoco esta vez el abuelo Otilio pudo reprimir la carcajada. - ¡¡Jajajajajá!! ¡Deseo de todo corazón que nunca llegues a ser tan ignorante como ese tal Florentino, hijo del carnicero! - ¿Es que Savonarola ni tan siquiera llegó a ser futbolista? - Escucha, Darío. Llegará un día en que tengas que aprender que Savonarola fue un predicador y reformador dominico italiano... - ¡Atiza, abuelo! ¿Y cómo voy a aprender yo esas cosas tan raras? - ¡Acudiendo todos los días a la escuela en lugar de pasar todas las horas a mi lado! Darío se quedó muy triste... - No te preocupes, Darío. Los sábados y los domingos seguiremos saliendo de pesca los dos juntos. - ¿Y me dejarán vivir contigo? - Si aprendes cosas tan raras como esa de saber quién era Savonarola no habrá ningún problema y podrás seguir viviendo conmigo. - ¡Te doy mi palabra de nieto que las aprenderé! ¡Y la palabra de nieto nunca es una mentira! Así fue cómo el pequeño Darío comenzó a acudir a la escuela y, como le había prometido a su abuelo Otilio, empezó a ser el mejor estudiante desu clase. Por eso todos los sábados y domingos seguía yendo a pescar con su abuelo. Hasta que un día, cuando ya habían llegado las vacaciones de verano, los dos vieron acercarse hacia ellos una silueta oscura. - ¡Un tiburón, abuelo! ¡Un tiburón! - ¡Jajajá! ¡Tienes que aprender a diferenciar lo que es un tiburón de lo que es una foca! Efectivamente, quien se acercaba hacia ellos no era ninguna clase de tiburón sino la foca a la cual habían ayudado cuando se encontraba varada cerca de la costa. La foca llegó lo más cerca que pudo, ellos se acercaron a ella y los tres comenzaron a jugar. Hasta que, pasado un largo tiempo, la foca se volvió a dirigir hacia el horizonte. - ¿Qué te ocurre, Darío? - Tengo pena de mi foca. - ¿Por qué tienes pena de tu foca si está contenta y se la ve alegre? - Sí. Pero no tiene nombre. - Se llama foca, Darío. - Abuelo... tú eres una persona y te llamas Otilio, yo soy un niño y me llamo Darío y ella es una foca pero no tiene nombre. ¡No es justo! - Llevas razón. No es justo. Me parece que estás aprendiendo muy bien las lecciones que te explican en la escuela. ¿Sabes qué podemos hacer para que deje de existir esa injusticia? - ¿Qué cosa, abuelo? - Ponle tú mismo el nombre a tu foca. - ¿Es que de verdad es mi foca? - Es tu amiga y por eso es tuya... hasta que un día forme su propia familia y se vaya para no volver nunca más... - Está bien. Desde ahora se llamará Sangiana. Durante todo aquel verano y el siguiente, la foca Sangiana acudió todos los días de las vacaciones del niño para jugar con él y con el abuelo. Pero al tercer verano ya no volvió. - No te preocupes por Sangiana, Darío. Ahora que vas al colegio ya sabes lo que es formar una familia y ser feliz siendo parte de esa familia. - No estoy triste, abuelo. Lo he comprendido bien. - ¿Entonces qué es lo que te pasa? - Que hay una chica en el colegio que me gusta mucho más que las demás. - ¡Jajajá! ¿Cómo se llama esa chica? Yo también quiero conocerla. - Todos la llaman La Bruja pero yo la quiero porque es mi amiga. - ¿Puedo saber yo como se llama de verdad? - Franca. Y cuando sea mayor y tenga recursos para formar una familia me voy a casar con ella. Aquella noche, tras la confesión de Darío, el poema elegido para recitar antes de que se durmiera el abuelo Otilio, era diferente... - Escucha abuelo: Amar, amar, amar, amar siempre, con todo el ser y con la tierra y con el cielo, con lo claro del sol y lo oscuro del lodo: Amar por toda ciencia y amar por todo anhelo. Y cuando la montaña de la vida nos sea dura y larga y alta y llena de abismos, ¡Amar la inmensidad que es de amor encendida y arder en la fusión de nuestros pechos mismos! El abuelo Otilio se había quedado profundamente dormido y estaba ya otra vez roncando más fuerte que un elefante agripado... pero Darío no bajó aquella noche a la cocina a comer mejillones, ni almejas, ni tan siquiera sardinas... porque también se había quedado dormido. Estaba empezando a soñar... Autor: José Orero De Julián "Diesel".
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