La leyenda de Osofsico (Cuento Mitolgico)
Publicado en Nov 17, 2015
Zeus estaba realmente muy enfurecido porque Osofísico había yacido, sin su permiso, en la cama con la diosa Atenea. Que algunos de los diosecillos y los héroes semidioses del Olimpo le pusieran los cuernos, bien puestos además, no tenía ninguna importancia para él siempre que le hubiesen pedido permiso para hacerlo. ¿Pero quién era este tal Osofísico que se había atrevido a ponérselos, bien puestos además, sin su autorización expresa? Así que, como estaba con un humor de perros, hizo llamar urgentemente a sus dos esclavos, Cástor y Pólux, quienes al instante hicieron su presencia ante él.
- ¡Os ordeno que, de inmediato, traigais ante mi presencia a ese tal Osofísico! - ¡Se hará como usted nos mande, oh gran dios Zeus! -dijo Cástor. - ¡Se hará como usted nos mande, oh gran dios Zeus! -dijo también Pólux. Y es que Cástor y Pólux eran unos gemelos tan perfectos que siempre hablaban lo mismo, con idénticas palabras y en el mismo orden; pero había un pequeño matiz entre ellos. Como resulta que Cástor había salido unas décimas de segundo antes que Pólux del vientre de su madre Leda, era Cástor el que empezaba a hablar y era Pólux el que repetía todo lo que hablaba Cástor. Ambos cumplieron con la orden del gran dios Zeus y, pocos segundos después, ya estaba Osofísico ante la presencia del gran dios de todos los dioses. - ¡Me he enterado, Osofísico, de que has dormido anoche con mi Atenea! - ¡Oh, gran dios Zeus! ¡Resulta que fue de lo más interesante que usted se pueda imaginar! ¡Lo que sucedió es que, antes de que ella me sedujera con sus encantos naturales, estaba yo con el dios Dionisos tomando unas copas y me pasé de la raya! - ¿Tú te estás creyendo que el Olimpo es la Casa de Tócame Roque? - Me tocó a mi como le hubiera podido tocar a otro cualquiera... - ¡Explícamelo bien para que yo lo entienda! - Como yo estaba borracho la confundí con una sirvienta cualquiera. - ¡Osas llamar a mi Atenea una sirvienta cualquiera! - ¡Se me ha escapado, oh gran dios Zeus, se me ha escapado! - ¡Insisto en que me lo expliques bien para que yo lo entienda! - Empiezo por decir que antes de aceptar la invitación del dios Dionisos consulté al oráculo de Erecteión. - ¿Y qué te aconsejó que hicieras ese oráculo de Erecteión? - Usando el juego de los guijarros y los huesecillos me aconsejó que aceptara la invitación porque, según lo que él veía, algo muy agradable iba a sucederme. - ¿Y qué pasó inmediatamente después? - Inmediatamente después fui en busca de la diosa Artemisa para intentar que ella fuera mi pareja de farra; pero resulta que Artemisa no quiere saber nada de los dioses, ni de los semidioses ni de los héroes humanos; así que, como hace siempre, se marchó de cacería. - ¿Puedo saber quién es tu madre, Osofísico? - Mi madre es una humana llamada Enareta. Enara para sus amigos más íntimos. - ¿Puedo saber quién es tu padre, Osofísico? - Mi padre es el dios Eolo que, cuando sopla en las fiestas de Dionisos, es que sopla de verdad. - ¿Eres hermano de Sísifo? - ¡Eso parece o al menos eso es lo que todos dicen de mí en el Olimpo! - ¿Así que tú eres un semidios? - ¡Le doy las gracias por ello, oh gran dios Zeus! - ¿Y no te das cuenta, insensato, de que estás hablando con un dios completo? - A veces sí y a veces no. - ¡Eres más insensato que tu propio hermano y eso es mucho decir! - ¡Empezamos bien! - ¿Cómo has dicho, empedernido mujeriego? - Que digo que empezamos bien la fiesta pero luego... - ¿Qué pasó luego? - Una vez ya comenzada la farra resulta que las perdices se convirtieron en codornices. Zeus se interesó por el tema... - ¿Cómo sucedió tan maravilloso cambio? - Artemisa no acudió a la fiesta pero envió a Hermes, el mensajero de todos los dioses, para que nos trajera unas mil perdices más o menos, porque como ya estaba yo borracho veía doble. - ¿Y cómo se produjo el asombroso hecho de convertirse en codornices? - Pues que resulta que Atenea ya estaba de cachondeo, como siempre que se la deja suelta, y fue ella, y solamente ella, quien cogió a las perdices, fuesen quinientas o fuesen mil, y las convirtió en codornices. - ¡Eso es muy interesante! ¡Cuenta! - Yo conté mil pero podría ser que sólo fuesen quinientas. - ¡Te estoy pidiendo que sigas la narración, ignorante! - ¿Puedo beber un poco de ambrosía antes de continuar? Es que tengo como un nudo en la garganta. Zeus volvió a llamar a sus dos esclavos, Cástor y Pólux, para darles otra orden y ellos se volvieron a presentar de inmediato. - ¡Traed al instante una jarra llena de ambrosía! - ¡Lo que usted mande, oh gran dios! -dijo Cástor. - ¡Lo que usted mande, oh gran dios! -repitió Pólux. Segundos después, una vez servida la jarra llena de ambrosía, Osofísico la agarró con su mano diestra y empezó a empinar el codo. - ¡No te vuelvas a pasar de la raya o te convierto en sapo! El semidios Osofísico dejó rápidamente la jarra en su lugar. - ¡En sapo, no, por favor oh gran dios Zeus! ¡En sapo no! - ¿Cuál es la razón por la cual no deseas que te convierta en sapo? - ¡No quiero que las ranas se burlen de mí! - ¿Tan feos son todos los sapos? - ¡Horribles, oh gran dios Zeus! ¡Todos los sapos son horribles! - ¡Pues entonces cuéntame la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad! - Pero se va usted a enfadar demasiado, oh gran dios Zeus, y eso es muy malo para el estómago porque la mala leche produce úlceras. - ¡Por las barbas de Poseidón! ¡Cuéntame toda la verdad o te convierto en sanguijuela! - ¡En sanguijuela no, oh gran dios Zeus! ¡En sanguijuela no! - ¿Qué tienes en contra de las sanguijuelas? - ¡Que son usadas por el dios Asclepio para sus sangrías y no quisiera yo tener esa clase de cruel muerte! - ¡Entonces sigue contando! - ¡Pues que fue la diosa Atenea la que dijo, delante de todos los asistentes a la fiesta, lo de a comer todos codornices y a ser felices! - ¿Y qué tiene que ver todo eso con el hecho de haberte ido a la cama con ella? - ¡Un poco de calma, oh gran dios Zeus, un poco de calma porque todo se andará! ¡Si me sigue usted interrumpiendo no vamos a terminar nunca! - Sigamos entonces. - ¡Llegó el momento de decírselo! ¿Quiere usted saber de lo que estoy hablando? - ¡Quiero! - Después de haber escuchado aquello todos seguimos bebiendo vino pero, además, empezamos a acompañarlo comiendo codornices a gran velocidad. Recuerdo que estábamos ya todos muy acelerados. A Zeus le pareció todo aquello más interesante que nunca... - ¡Continúa, continúa por favor! - Llegó el fatídico momento en que Atenea y yo comenzamos la cháchara. - ¿Qué es la cháchara? - Que comenzamos a tener confianza y nos contamos confidencias mutuamente. - ¿Qué te confesó ella? - ¡Que yo le gustaba mucho más que el soso de mi hermano Sísifo! - ¿Por qué esa predilección por ti? - Porque según ella y no yo, y que conste que es según ella y no yo, cuento mejor que mi hermano las historias y soy mucho más gracioso que él a la hora de ligar. - ¿Y eso es verdad? - Todo el Olimpo lo sabe pero como usted, oh gran dios Zeus, está siempre como dormido... no se entera de nada... - ¿Quiénes han dicho eso que me los cargo inmediatamente? - Eso es lo que dicen todos los que viven en el Olimpo y no le creo a usted capaz de cargarse a todo el Olimpo completo porque entonces no tendría a quien mandar. - Pues es cierto... llevas toda la razón... - Para que se dé cuenta de que no soy tan tonto como parezco y que sé razonar más y mejor que el afeminado dios Apolo que se pasa todo el tiempo alabándose por su supuesta inteligencia mientras que no hace otra cosa sino mirarse en los espejos para ver lo guapo que se cree que es. - Sí. Ese Apolo me parece un poco afeminado. Veo que tú usas mejor el razonamiento deductivo y hasta el razonamiento inductivo. Continúa, por favor. - ¿Por dónde debo continuar? - Cuéntame como reaccionaste tú. - Cómo voy a reaccionar, oh gran dios Zeus... - Eso es lo estoy esperando que me cuentes. - ¡Como todos los hombres! ¡No olvide usted que una mitad de mi personalidad es humana! - ¿Es eso verdad? - ¡Por lo menos a mí me encantó! - ¡Explícame, de inmediato, cómo te encantó! - ¿Dando toda clase de detalles o a groso modo? - ¡No me lo detalles demasiado pero cuenta pues ardo en deseos de saberlo! - ¡Me convirtió, de repente, en un enamorado de verdad sin que yo pudiera evitarlo! - ¿Usó mi Atenea toda su magia para conseguirlo? - ¡Sí! Por eso digo yo que... - ¡No digas ni una palabra más hasta que yo te lo ordene, miserable! - ¡Cómo se pone usted por tan poca cosa! - ¿Quién es poca cosa, insolente? - Yo... oh gran dios Zeus... yo soy una poca cosa... - ¡Creía que estabas hablando de mi Atenea! - Es que usted se lo cree todo, oh gran dios Zeus. - ¿Quién dice eso de mí? - ¡El oráculo de Erecteión que al parecer siempre la tiene erecta cuando entra en éxtasis! - ¿Cómo dices? - ¡Su lengua de víbora! ¡Me refiero a su lengua de víbora! - ¡A ese dichoso oráculo, que ya me tiene hasta los huevos con sus jueguecitos de guijarros y huesecillos, le voy yo a cortar la lengua un día de estos! - ¡No lo haga, oh gran dios Zeus, porque se ofendería muchísimo Atenea y si Atenea abandona para siempre este Olimpo se acabaría la alegría de la huerta! - ¿Dormiste o no dormiste con ella? - Es que como resulta que la luna estaba llena del todo... - ¡Rayos, truenos y centellas! El Olimpo enteró tembló ante el furor de Zeus, el dios de los dioses, que se veía y se sentía engañado sin haber dado el permiso oportuno como era lo estipulado para estos casos y que, una vez vuelta la calma, mandó de nuevo llamar a sus esclavos, Cástor y Pólux, ante su presencia; los cuales tardaron sólo unos breves segundos en volver a aparecer. - ¡Recorred de inmediato todo el Olimpo de arriba abajo y de dereha a izquierda y traedme a un testigo presencial de todo lo ocurrido anoche en la alcoba de Atenea! - ¡Sus órdenes son mandatos para nosotros dos! -dijo Cástor. - ¡Sus órdenes son mandatos para nosotros dos! -repitió Pólux. Muy pocos segundos después apareció el dios Hermes, mensajero de todos los dioses, ante la presencia de Zeus, el dios de todos ellos. - ¡Mi bueno y servicial Hermes! ¿Viste tú a este desdichado haciendo el amor en la cama con mi Atenea y en la propia alcoba de ésta? - ¡Con mis propios ojos lo vi, oh gran dios Zeus! Osofísico se sintió perdido. - ¡Todo lo que tiene usted de mensajero lo tiene de chivato! - ¿Qué falta de respeto es esta? - ¡No se preocupe por eso, oh gran dios Zeus! ¡Ya estoy acostumbrado a que todos me llamen así! - ¡Además de fiel eres humilde, Hermes! ¿Qué quieres que te otorgue por todo ello? - ¿Podría ser un centenar de palomas mensajeras para poder jubilarme y poder ya gozar de la vida sin dar ni golpe? - ¡Petición concedida! ¡Ya puedes retirarte! ¡A otra cosa, mariposa! - ¡Oh gran dios Zeus! ¡Yo no quiero ninguna mariposa a mi lado no vaya usted a confundirme con el hermoso Jacinto! - ¡Por haber sido tan osado, tan atrevido y tan insolente y por no haberme pedido permiso para ponerme los cuernos, cosa que te la hubiese concedido muy alegremente y feliz por mi parte, te convertiré en uno de los astros de la Osa Menor! - ¿Y no podría ser en uno de los astros de la Osa Mayor? - ¿Por qué no deseas a la Osa Menor? - Por eso del orgullo de los hombres. - ¡He dicho que serás un astro de la Osa Menor! ¡Se acabaron los complejos machistas! Es por eso por lo que, al llegar las noches de cielo despejado, podemos distinguir a un pequeño astro, en la constelación de la Osa Menor, llamado Polaris como recuerdo del oso polar que fue la forma final en que quedó convertido Osofísico.
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