No hay inseguridad...
Publicado en Mar 06, 2009
Esa calle que llevaba de la estación a su casa era muy solitaria. De un lado se extendían los terrenos que utilizaba como depósito la empresa ferroviaria y las abandonadas instalaciones del museo de ferromodelismo, y de la otra vereda bostezaban grandes caserones con oscuros zaguanes o dinteles, protegidos por cercas oscuras o altísimas rejas.
En la esquina que doblaba hacia su casa, la casilla del guardián de la vigilancia, al que pagaban una mensualidad todos los vecinos, ofrecía una promesa fatua de seguridad. Las historias de arrebatos y mini-asaltos que sucedían a los peatones era la comidilla de todos. Los que llegaban de más lejos iban en sus bicicletas que dejaban en el depósito al final del andén hasta su regreso. El ir y venir de las mismas daba colorido y vida al trayecto en las horas pico, pero también servían de camuflaje para esos mismos arrebatos. Pues la bicicleta era un medio silencioso y rápido para arrimarse y alejarse. Era el comentario general. Advertencias sobre la amenaza constante se recibían a diario, pero nadie hacía intentos de cambiar la situación. Aquel día volvía un poco más tarde que de costumbre. La calle oscura se extendía amenazante hacia delante y por detrás. Las sombras retorcidas de las ramas de esos añosos árboles proyectaban figuras tenebrosas. Estaba nerviosa e insegura, intentaba no dejar jugar a su imaginación y aceleraba su andar. A esa hora ya nadie se asomaba a la calle. Unas pocas ventanas iluminadas la dejaban descubrir que aún algunos no se habían acostado y como ella, quizás, regresado tarde. Apresurándose dobló la esquina, ya estaba cerca. Sus pasos resonaban más de lo que deseaba. Hubiera preferido poder levitar para que su taconeo a nadie llamara la atención. En realidad, ¿de quien? Si a esa hora ningún alma transitaba por allí, ni siquiera un gato. El frío intenso de la noche invernal invitaba a la búsqueda de abrigo. Mientras su mente divagaba entre temores y escalofríos, también trataba de estar atenta a todo movimiento que la circundaba. La leve ventisca, jugueteaba burlona con ramas, hojas y papeles en una danza fantasmagórica y era la única señal de vida que se percibía. Cambio su bolso de la izquierda a la derecha para calentar un poco la primera en su bolsillo. Y allí mismo el tirón la hizo tambalear y casi se cayó de bruces. El alambrado de la cerca a su izquierda le permitió aferrarse y un fuerte dolor en su muñeca derecha le hizo sentir la correa de su bolso. . Frente a ella, sólo a unos pasos se derrumbó una bicicleta, pero casi como un relámpago el ciclista ya estaba de pie. Mientras su aliento se cortó entendió de inmediato la situación. Le quisieron arrebatar el bolso. Si no lo hubiera tenido atado alrededor de su puño lo hubieran logrado... _ Dame tu bolso! , oyó una voz ronca. Ni lo pensó. _ Búscalo! , grito y lo lanzó por encima del alambre que hace unos minutos había detenido su caída. Su izquierda punzaba ya el timbre de aquella casa. _ Hija de ....! Fue la maldición y con una rapidez increíble ya estaba sobre la bicicleta y doblaba pedaleando la esquina. Las luces de la casa no tardaron en encenderse y con la cautela necesaria por la hora vio espiar por los postigos cerrados a sus vecinos. Por suerte la reconocieron y luego de las explicaciones de lo sucedido la tranquilizaron, devolvieron su bolso y la acompañaron los cincuenta metros hasta la puerta de su casa. A la mañana siguiente, solo su muñequera ajustada le recordaba el susto de la noche anterior, pero sí ella tenia la firme decisión de que algo debía hacerse para que algo así no sucediera más. Pasó una semana y cada vez que regresaba tenia muy presente lo que había pasado. La noche del viernes advirtió a un ciclista apoyado en el recoveco del dintel de un portón y quien distraídamente observaba a los pasantes. Vio esa mirada, y se paro en seco. Sin titubear lo miro de frente y llamo al guardia de seguridad. _ Pídale documentos! No es del barrio _ De nuevo un ronco: _Hija de ....! Le latigò los oídos. El individuo no pudo subir a tiempo a su bicicleta, trató de eludir pero no pudo. Cuando la policía revisó su mochila se encontró con el producto de varios robos a incautos transeúntes y allí mismo se lo llevó detenido. Fue la heroína del barrio, había demostrado valentía. Se sentía complacida pues había demostrado que se podía hacer algo. Pasó un mes, y lo sucedido pasó a ser una anécdota más del vecindario. La vida continuaba un poco mas tranquila en aquella calle. Esa noche regresaba como siempre a su casa después del trabajo cuando de pronto sintió un dolor punzante bajo el hombro y el roce de una bicicleta que la pasaba y doblaba apresurada en la esquina siguiente. Cayó de bruces empapada su camisa de sangre. La mañana siguiente vecinos y el guardián de la casilla la encontraron muerta por una certera cuchillada. El caso quedó abierto como muerte dudosa. No faltaban pertenencias a lo occisa , así que el robo no podía ser el motivo. Había fallecido a metros de su casa. Cuentan las comadres que el cortejo fue acompañado por un ciclista que nadie conoció.
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