A y Z (Mini Relato)
Publicado en Nov 28, 2015
A y Z vivían en la misma ciudad pero nunca se habían conocido; porque A trabajaba de día y Z trabajaba de noche. Está muy claro que mientras A dormía por la noche, Z aprovechaba el día para dormir. Con esas maneras tan diferentes y opuestas de vivir sus existencias era del todo imposible que, aun viviendo en la misma ciudad, llegaran alguna vez a conocerse. Era del todo imposible.
El futuro de ambos estaba ya marcado por aquella imposibilidad. Y hacía falta tener demasiada imaginación para pensar que A invitara a un café a Z o que Z invitara a un café a A. Desconocidos entre sí, ni A pensaba que Z existía ni Z pensaba que existía A. A era uno de esos agudos críticos empapados de conocimientos científicos y mercantiles; por eso creía que en sus amplísimos saberes de Ciencias Exactas residía la armonía y la plenitud de toda clase de convivencia; mientras que, por supuesto, Z se dedicaba a cantar en las salas nocturnas temas elaborados solamente en base a los poemas que le vendía un cierto poeta que los escribía para no morirse de hambre. A no innovaba nunca. A siempre era conceptual, centrado únicamente en sus obligaciones e incapaz de representar otra clase de papel porque estaba sometido al severo juicio del jefe del Banco donde laboraba. Por otro lado, Z siempre improvisaba y no era nunca la misma porque cambiaba su personalidad siguiendo los caprichos literarios de aquel poeta bohemio que parecía haber llegado de otro mundo. A no entendería jamás el coportamiento de Z y Z no entendería jamás la forma de ser de A. Por eso era del todo imposible que llegaran a cruzarse en sus destinos en alguna ocasión, aunque sólo fuese para dirigirse mutuamente un saludo de bienvenida seguido de un saludo de despedida. A y Z vivían en la misma ciudad pero eran totalmente diferentes y opuestos. Tan diferentes como la tierra de secano y la frescura del río. A consumía todas sus horas, con total rigurosidad, en la siempre inacabable tarea de cumplir con las funciones que le imponía, con total intransigencia, su jefe banquero. Z aprovechaba todos sus minutos para componer, libremente liberada, músicas para aquellas innumerables creaciones que escribía y le vendía aquel extraño poeta. Un día, cuando el Sol y la Luna estaban al mismo tiempo en el cielo de aquella ciudad, A y Z coincidieron en la misma cafetería. A tenía su mesa llena de recibos, cheques, talones, letras de cambio, pagarés y un gran montón de otros documentos más o menos legibles con el desmesurado afán de alcanzar a cerrar el balance. Z tenía su mesa repleta de hojas escritas que había usado el poeta para sus creaciones literarias a las que tanto ella, completamente entusiasmada, luchaba intentando ponerles música. Cuando A y Z terminaron sus cafés, una hora más tarde, se marcharon hacia sus destinos por aquellas opuestas y sin haberse conocido a pesar de que sus mesas sólo estuvieron separadas por la escasa distancia de diez centímetros de longitud. A, por supuesto, se marchó a su domicilio para dormir profundamente. Z, por su parte, se marchó a la sala nocturna para seguir soñando continuamente. A y Z vivían en la misma ciudad pero nunca llegaron a conocerse a pesar de que sus mesas de trabajo habían estado separadas, durante toda una larga hora de sus vidas, solamente por unos escasos diez centímetros de longitud en el vacío. A era todo un alto ejecutivo de la Banca. Z solamente era una mujer. Dos conceptos. Dos interpretaciones. Dos mundos opuestos entre sí. Dos imposibles.
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José Orero De Julián
Huye de los mezquinos.
Para editar
tú ya tienes tus destinos.