("¡Ay, Señor, qué Cruz nos ha caído encima con este José bendito que, con tanta controversias, nos vino a contar historias de Jesucristo sin ser Dios, salvo que le dieron el Nobel y a lo mejor se creyó que lo era!") (Diesel)
 
Estimado mago José, pienso y medito sobre cuáles fueron sus musas angelicales que tanto talento le dieron como para escribir evangelios tan materialistas como esa Nada por la que navegas. ¿En qué Océano Atlántico -porque quizás hay dos- le enloquecieron, con sus cánticos, las sirenas de la mitología espiritual? ¿Es que el espíritu es materia? Será verdad que su pluma verse sobre la sangre derramada de los inocentes, de ti, de mí, de todos los que fuimos, somos y seremos; pero tal vez tú te envuelves en un halo de misterio para hablarnos del Misterio. Posiblemente los céfiros le han alumbrado de más. Quizás. O tal vez sea que ya no sabemos nada, mago José. Me queda el recurso de preguntárselo a Sara, mago, a la doncella de la esquina, la que vende cupones de ciegos, la que no puede leer sus evangelios porque le sobra Fe. ¿Estamos locos, José? ¿Estamos locos? Puede ser que las estrellas brillan demasiado en tus alturas pero yo, ya me ves, sigo estando abajo, a ras de tierra nada más, pero soñando que soy el Cometa de la Navidad. ¿Nadie más que tú sabe la verdad de Dios y por eso escribes evangelios? A lo mejor es que te place mucho dar unos cuantos latigazos de más a nuestro Jesús de Nazaret. ¿Acaso eres un césar enfadado para arremeter tanto contra el sencillo y humilde tocayo nuestro por llevar el nombre de José? ¿Y de la Magdalena? Silencio. ¡Cuán grandes maravillas nos cuentas sobre la Magdalena y cuánta diferencia hay entre lo que escribes y lo que fue! Que pases una feliz eternidad, mago, en medio de tus memorias.